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Salud mental
Salud mental y crisis económica
Es necesario considerar el problema de la salud mental como una cuestión social.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) define la salud como “un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”, incluyendo así explícitamente la esfera psíquica. Sin embargo y pesar de suponer el 13% de la carga total de enfermedad a nivel global, la salud mental sigue siendo la gran olvidada.
Si nos ceñimos a España, los datos son alarmantes: una de cada cuatro personas presentará un trastorno mental común (ansiedad, depresión leve, etc.) a lo largo de su vida y entre el 0,5 y 1%, uno grave (esquizofrenia no controlada, depresión mayor, etc). El trastorno mental supone la segunda causa de discapacidad más frecuente (19,6 por ciento), lo cual implica según el Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, que el coste sea de un 8% del PIB.
Lo que más llama la atención es la relación de estos datos con la situación económica de nuestro país. Ya en estudios previos a la crisis de 2008 se demostró que la dificultades económicas agravan la salud mental de las personas. La recesión de la que dudosamente hemos salido no ha hecho más que confirmar estos datos. Entre 2006 y 2010, el estudio Impact llevado a cabo en centros de atención primaria evidenció un empeoramiento en la prevalencia de trastornos mentales comunes: un aumento del 19% en trastornos de ánimo, un 8% en ansiedad y un aumento de la dependencia alcohólica en un 5%. El factor de riesgo más importante fue el desempleo.
En mujeres, el riesgo de padecer algún trastorno aumentó un 6% por cada 100 euros menos de gasto público per cápita
Si aplicamos un enfoque de género destaca que el impacto de estas enfermedades es mayor en los varones, lo cual se puede atribuir a la tradicional carga económica que sustenta el hombre en el núcleo familiar. Todo esto tal vez explique el aumento en el consumo de ansiolíticos al doble, particularmente en personas con menor cualificación, en situación de desempleo, mayores de 45 años o con diversidad funcional.
En un estudio de 2017 que comparaba datos de 2006 y 2012 se evidenció que las variables macroeconómicas relacionadas con dicho empeoramiento en la salud mental poblacional se basan en una disminución en el gasto sanitario per cápita y aumento en el porcentaje de trabajadores temporales.
En mujeres, el riesgo de padecer algún trastorno aumentó un 6% por cada cien euros menos de gasto público per cápita, y en hombres aumentó un 8% por cada aumento del 5% en trabajadores temporales. La relevancia de estos datos quedó muy bien descrita en otro estudio de 2015 de Zapata et al., quienes afirmaban que como consecuencia de la crisis, España es un laboratorio natural para investigar cómo los efectos macroeconómicos afectan la salud poblacional. Pero el impacto de la crisis en la salud mental no es inmediato, son el peso acumulado de los años de angustia personal y precariedad laboral los que acaban rompiendo por dentro a las personas.
Este año, la temática principal de la campaña por el Día Mundial de la Salud Mental se ha centrado en la prevención del suicidio. En los principales países afectados por la crisis en Europa: Grecia, Irlanda, Italia, Portugal y España, entre 1968 y 2012, se ha visto una relación significativa entre las tasas de suicidio y las políticas de recortes y austeridad fiscal.
Esto se evidencia especialmente en varones entre los 65 y 89 años. En Catalunya, entre 2000 y 2013 se produjo un aumento en la tasa de suicidio de 36%, especialmente en hombres entre 40 y 60 años. Aunque no pueda confirmarse la relación directa con la crisis económica, sí se sospecha que ésta sería una correlacción causal directa, un factor clave.
Derecho a la vivienda
Suicidios por desahucios: cuando la salud mental depende de la reivindicación política
El suicidio de un hombre en Cornellà cuando iba a ser desahuciado vuelve a poner en primer plano la relación entre crisis económica y problemas de salud mental.
Los datos de todas las investigaciones confluyen en que la salud mental requiere un abordaje a nivel político e incluso asistencial que supere el simple enfoque biologicista. Este periodo post crisis ha hecho evidente que no informar, analizar y denunciar este grave problema de salud ha provocado una carencia de inversiones y una ausencia de estrategias comunitarias y sociales de prevención y tratamiento.
En el caso del suicidio, por ejemplo, muchas veces planteado como un desenlace trágico en consecuencia a una psicopatología individual, hay una falta clara a nivel estatal de estrategias colectivas de prevención y de asistencia terapéutica y social. A parte de la prevención, en caso de que se consume el suicidio, faltan protocolos y medidas de apoyo a la familia y comunidad del fallecido que tendrá que lidiar con el dolor, la incomprensión y la culpa.
Por todo ello es necesario considerar el problema de la salud mental como una cuestión social. Que la sociedad conozca que la precariedad laboral o las condiciones laborales dignas empeoran o mejoran, agravan o evitan la enfermedad mental, incidir en políticas de género y otras que combatan otros factores de agravamiento como el racismo; todo ello asegurando unos servicios públicos ágiles, eficientes y de calidad.