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Feminismos
Dejarse en paz
He empezado a escribir este texto desde el pensamiento de que estoy harta de los discursos feministas, disidentes y de exaltación de la independencia afectiva. Pero es mentira. En el fondo, de quien estoy harta es de mí misma. Estoy enfadada conmigo por lo que he hecho con estos discursos, por haberlos acuerpado desde los mismos viejos moldes: el mandato, el dogma, el llegar a ser, el deber ser. En el último año me he descubierto dependiente, vulnerable, abriendo la puerta a proyecciones de futuro que antes no me he permitido siquiera considerar. ¡Ni de coña! Yo no soy esa, que tú te imaginas. El objetivo es ser siempre más, mejor. ¡Más feminista! ¡Mejor disidente! ¡Muy independiente! ¡Nunca más errando entorpecida por los viejos sentimientos! Así que me he ido construyendo en oposición a «esa», diluyendo lo que deseo y lo que deseo ser hasta que soy incapaz de distinguirlos. Y por supuesto, cuando lo que deseo y lo que deseo ser no cuadran, gana siempre lo segundo, gracias a ese click del capital que nos canta Maria Arnal.
Una mañana no hace mucho me desperté (de nuevo) sumida en una sensación horrorosa de angustia. Me resultaba imposible levantarme de la cama, así que agarré el móvil y empecé a disociar navegando por Instagram. Entonces me di cuenta de que aún tenía en la descripción de mi perfil el taller Viajar solas sin dinero y sin miedo. Se trata de un proyecto que comencé hace años al volver de mi primer viaje sola (que me hizo sentir fuerte y liberada tras una relación de maltrato), enfocado a analizar los viajes en solitario desde una perspectiva crítica. Al verlo, sentí de pronto un impulso rabioso y sin pensarlo lo borré, acto seguido me levanté de la cama y quité el poster del taller que tenía colgado en mi habitación. A mi lado se despertó una amiga: «¿Qué haces?» «No quiero viajar sola más». Ella me abrazó y lloré un ratito.
No es fácil reconocer que las herramientas que en el pasado te han sacado de hoyos pueden convertirse en lastres que no te dejan crecer en otras direcciones. Tampoco es fácil concluir que esas direcciones no son malas per se, ni su opuesto es la solución absoluta y eterna. Pero la (en parte inexacta) certeza de que fueron los feminismos los que me sacaron de situaciones de violencia me ha generado una sensación de deuda. Capitalismo y culpa cerrando un trato en mis entrañas. ¡Cómo vas a hacer esto, a desear aquello, a proyectar lo otro! Y a quienes nos cuesta horrores navegar situaciones en las que solo se puede aceptar que no hay nada que hacer, todos estos discursos nos aprietan aún más las correas porque están basados en la acción, el hacer, el comunicar. Ahora de pronto tenemos que aprender a dejarnos en paz. Y de paso, tal vez pedir disculpas a quienes impusimos nuestras proyecciones, nuestras huidas hacia adelante, incluidas nosotras mismas. La pandemia es un tsunami que ha arrancado de cuajo discursos de raíces cortas, dejándolos en evidencia. ¿Cómo buceamos sin ahogarnos por la renuncia, el duelo, la aceptación de que algo (una herramienta, un proceso, una proyección de futuro) ha terminado sin que una lo haya decidido?
Tías, he convertido el feminismo en ese machi que te dice que te quiere empoderada mientras poco a poco te somete(s) a él. Un policía de la deconstrucción, de uniforme morado y táser arcoiris. A muches, resistir a todo porque debemos y a toda costa nos está consumiendo. Confesión católica: en esta marejada de duelos, mi tabla del Titanic está siendo fantasear con un salón luminoso, estanterías blancas para ordenar mis libros y una butaquita en la que me haya gastado el sueldo mensual de un trabajo que aún no tengo. Mi máxima liberación está siendo contarles a mis amigues— sin sentir vergüenza— anhelos, miedos y deseos de cuestionable deconstrucción. Aceptar que un cuerpo no sostiene todo lo que nos gustaría sostener, porque cuerpo solo hay uno y bastante es poder levantarlo de la cama por las mañanas. De los duelos, de la pandemia, del aislamiento y de la pena ya no quiero aprender nada, solo quiero que pasen. Y si tengo que aprender algo, que sea, por favor, a dejarme en paz.
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No está mal. Me ha pasado lo mismo. Yo, como chico bisexual, me he encontrado como mis herramientas de lucha contra el machismo y la homofobia, no me han resultado.
Una de ellas es el lenguaje. Usar "e" en vez del neutro castellano me ha supuesto muchos problemas a la hora de hayar mi género.
No es que esté de acuerdo o en desacuerdo con utilizar "x" o "e" como marcador de género neutro. Es que sentía como eso borraba mi género.
Un apunte: el masculino castellano, no es exactamente masculino es un neutro adaptado, y viene de una utilización patriarcal y machista del neutro. Si buscamos en "La Regenta", nos encontraremos un masculino terminado en "io" y un neutro terminado en "o". En cuanto al femenino, la "a" es correcta.
Así que quedaría:
"Chicos": neutro.
"Chiquio": masculino
Y
"Chica": femenino.
Con afecto:
Richie punk