Racismo
Tres reflexiones antirracistas para luchar por el presente y pensar el futuro

Los nosotros formados por alteridades porosas que se tocan y abrazan en base a experiencias compartidas y horizontes comunes son mucho más prometedores que los que se articulan en torno al azar del lugar de nacimiento, o a la veneración de descoloridos símbolos y fastuosas proclamas.
Sarah Babiker
4 abr 2021 06:00

1. Sobre raza y clase

El interior del instituto emociona, al menos a quienes ver grupos de amigos de distintos orígenes trasteando por el hall, o parejitas mixtas besuqueándose en las esquinas, da esperanza en sociedades de miradas más abiertas, de biografías mestizas, donde puedan brotar perspectivas del mundo que beban más allá del abc eurocéntrico y liberal en el que generaciones como la mía se educaron.

A mí, hija de un barrio obrero bastante monorracial allá en los años 80, a mí que estuve siempre un poco bajo sospecha de ser de algún “otrolandia” impreciso —cosas de la melanina y el apellido— siempre me ha parecido que los nosotros formados por alteridades porosas que se tocan y abrazan en base a experiencias compartidas y horizontes comunes son mucho más prometedores que los que se articulan en torno al azar del lugar de nacimiento, o a la veneración de descoloridos símbolos y fastuosas proclamas.

Vuelvo al instituto emocionante de mi barrio obrero y nada monorracial de ahora, para hablar de lo que prometen los pasillos y los halls, pero desmienten los interiores de las aulas. Vengo a lamentar cómo la segregación escolar y social producto del neoliberalismo que encarna —pero no solo— el PP destroza la potencialidad de una sociedad plural, intercultural y equitativa al vaciar la educación pública. La desfinancia, la masifica y la somete a políticas cuyo horizonte es blindar la estratificación de la sociedad: ahí está el mal llamado bilingüismo o la libre elección de centro. Tu futuro lo marca el barrio de tu escuela, si es pública o concertada, si pudiste aprender el inglés suficiente para avanzar. El ciclo escolar está lleno de filtros y los que se vayan quedando atrás tienen cosas en común: las clases de bachillerato son más blancas, menos pobres, con hijos de familias con más redes.

El PP destroza la potencialidad de una sociedad plural, intercultural y equitativa al vaciar la educación pública. La desfinancia, la masifica y la somete a políticas cuyo horizonte es blindar la estratificación de la sociedad: ahí está el mal llamado bilingüismo o la libre elección de centro

Dicen que la función de ascensor social de la escuela ha desaparecido, es más que eso: en esta hegemonía del sálvese quien pueda, la cosa va más de bloquear las escaleras entre los pisos: el edificio social es una pirámide afilada, en cuya cúspide no cabe mucha gente. Y muchos de quienes han visto a sus madres y padres trabajando duro por tan poco, quienes encuentran a sus hermanos mayores desempleados o en curros de mierda, sospechan, muchas veces con razón, de que el lugar que les corresponde en el edificio social es el sótano.

En semi-sótanos, o locales convertidos en vivienda, gracias a la insaciabilidad inmobiliaria, viven muchas familias en mi barrio, la mayoría migrantes, pero no solo. No son muy distintas de otras familias que antes de los 90 pudieron comprar pisos con más luz, o incluso, oh fortuna, residen en decentes viviendas construidas por el IVIMA. Que la casa no se coma casi todos tus recursos, que puedas planificarte en un lugar a largo plazo, puede ser el requisito de base para poder pensar otros futuros, dormir tranquilos por la noche o no verse abocados a la precariedad de por vida. Así que si no tienes una familia que te ayude con eso, o si los tuyos llegaron al país cuando la vivienda ya era un bien de lujo, tienes muchas más papeletas para no tocar nunca suelo firme.

Admitir que la racialización sea un eje que atraviesa la clase, no implica negar que el horizonte para tantas familias blancas sea precario y difícil. No se trata de sumar puntos de opresión, ni señalar a quien tiene la nariz un poquito más fuera del agua. Simplificar las relaciones de poder es frustrante, no desde una perspectiva moral, sino porque no late, porque no contiene los cables a tierra, las conexiones con la realidad que necesitamos. Lo que nos hace pulsar y transformar, construyendo desde lo común sin olvidar que no todo el mundo parte del mismo suelo.

2. Sobre representación política

Hasta hace dos telediarios el divorcio entre lo que se ve en los institutos y en el metro por las mañanas, entre la composición demográfica de nuestra cotidianeidad, y los integrantes de la arena política, era fragante. Y más doloroso en las izquierdas. Muy lentamente parece que hay cosas que van cambiando. No se trata solo de sumar a personas no blancas en las listas, sino de incorporar marcos antirracistas a las políticas, y reconocer a quienes, desde los movimientos sociales, vienen señalando los ejes racistas que articulan la desigualdad.

En las inminentes elecciones de la Comunidad de Madrid se captan movimientos interesantes. Es un cambio que la número 2 del PSOE sea una mujer aragonesa de padre libanés, la abogada Hana Jalloul, víctima ella también del desbocado discurso del odio de las derechas. Pero el cambio es limitado: viene de ser Secretaria de Estado de Migración de un gobierno cuyas políticas en este ámbito consisten en blindar fronteras y deportar. El recurrente paralelismo entre Jalloul y Kamala Harris trae una forma de entender la representación política de las personas racializadas escasamente antirracista.

Lo importante no es que Mbaye sea español, lo importante es que miles de personas migrantes tras años de vivir aquí aún tengan que justificar sus derechos más básicos, desde el caminar por la calle sin que la policía les pida los papeles a la participación política

Mucho más prometedora es la llegada de Serigne Mbaye a las listas de Unidas Podemos. La estrategia de Pablo Iglesias de atajar de urgencia las brechas abiertas entre el partido y los movimientos sociales incorporando a referentes en su proyecto para Madrid, ha supuesto la incorporación de quien sabe cómo las opresiones de raza o clase deshumanizan y devoran existencias, pero que sobre todo conoce de la importancia y la dignidad del esfuerzo colectivo para enfrentarlas.

Clamaban las hordas fachas que había que deportarlo, “¿qué es eso de un sindicato de comercio ilegal?”, se indignaba la derecha liberal. Se habló de que Mbaye es español, que forma parte de una muy legal cooperativa. Contra argumentar desde el merecer, de contar con todos los avales burocráticos y laborales, es entrar en marcos ajenos: lo importante no es que Mbaye sea español, lo importante es que miles de personas migrantes tras años de vivir aquí aún tengan que justificar sus derechos más básicos, desde el caminar por la calle sin que la policía les pida los papeles a la participación política.

El sindicato de manteros no es un gremio que defiende una actividad ilegal, como cacareaban los criminalizadores de “los otros”. Si les hubiesen escuchado alguna vez, si les viesen como seres humanos, sabrían que pelean por sus derechos, por el derecho a trabajar legalmente de lo que quieran y no tener que sobrevivir de los escasos márgenes de la manta, esquivando a la policía. Pero muchos no le escucharán nunca, y es una pena, porque lo que tienen que contar es el cambio de marco necesario para pensar futuros por fuera de la cargante narrativa liberofascista.

3. Sobre los medios de comunicación

De “los otros” —los chavales de origen migrante de los barrios, las trabajadoras esenciales que no pueden pagar el alquiler, las personas que toman la decisión de migrar y se topan con la intransigencia de las fronteras— se habla, muchas veces solo para estigmatizarlos, pero difícilmente se les escucha. Así lo denunciaba el Sindicato de Manteros de Barcelona hace unos días, después de que la radio televisión pública emitiese un capítulo de la serie Servir y Proteger en el que se relacionaba la manta con la financiación de la Yihad.

En un hilo de Twitter el colectivo ponía los puntos sobre las íes: la emisión criminalizaba a los manteros, les negaba la agencia —nos autorganizamos, rebatían— y difuminaba las condiciones estructurales que obligan a la gente a vivir de la manta porque la ley de extranjería no deja otra opción. Finalmente se preguntaban: “¿Cuántas de las personas que vieron Servir y Proteger pensarán el resto de su vida que los manteros somos terroristas?”

En demasiadas ocasiones, los medios de comunicación legitiman la desigualdad que este capitalismo voraz necesita, alterizan a nuestros vecinos, y reducen a arquetipos amenazantes a las personas para justificar el racismo institucional que se ejerce contra ellas

Incluir en los relatos de los medios personas no blancas y migrantes como eternos “otros” —otros a los que temer, otros que traen problemas, otros a los que salvar de sí mismos— no es incluir, es perpetuar la exclusión. La cultura, el arte, los medios de comunicación podrían servir para acortar distancias y hacer pedagogía. Lejos de eso, en demasiadas ocasiones, legitiman la desigualdad que este capitalismo voraz necesita, alteriza a nuestros vecinos, y reducen a arquetipos amenazantes a las personas para justificar el racismo institucional que se ejerce contra ellas.

El otro día en el metro —subsuelo de un barrio bien— una señora mayor le resumía a su hijo la intrincada historia de amor y superación de una mujer. Tardé un par de minutos en entender que estaba hablando de una telenovela. Lo mejor llegó después: “¿Y sabes qué me ha dicho la Tere?”, interpeló la anciana a su interlocutor, “¡que son moros! que es una serie de moros, de moros de…” vaciló repasando en su cabeza de qué país vendrían “los moros” tras descartar morolandia. “Pues no se les nota nada”, prosiguió desconcertada. “Parecen super normales”.

Más allá de que seguramente esa gente normal que no hacía las cosas que suelen hacer los moros en la cabeza de esa señora, eran los protagonistas de alguna de esas novelas turcas de éxito, el episodio fue muy revelador. La ficción también puede ser un gran elemento de desalterización: personas que hacen cosas de personas, enamorarse, penar, trabajar, criar hijos, enfermarse, organizarse colectivamente. Como los manteros.

Y es que es más fácil odiar sujetos tan abstractos que son objetos —veánse “los moros”, los irregulares, los manteros, veánse las miles de personas bloqueadas en Canarias. Es más fácil alterizar masas imprecisas, que colectivos organizados, porque a quien se organiza se le reconoce una agencia, unos objetivos, se le atribuye una humanidad. A no ser, claro, que todo sujeto colectivo formado por personas “otras” sea clasificado como banda, sindicato ilegal, grupo mafioso u organización terrorista, con la inestimable ayuda de los medios.

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