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Política
Una de espías
¡Qué escándalo, hemos descubierto que se nos espía! Así, remedando al cínico policía de Casablanca, los independistas catalanes han puesto el grito en el cielo porque se ha pillado al Gobierno, a través de su CNI, interviniendo en sus comunicaciones móviles con un sistema informático de tecnología israelí.
Qué bueno. Naturalmente, el Gobierno ha ido cumpliendo con el itinerario de la mendacidad de manual: primero, asegurando ser inocente de tal violación de derechos fundamentales de ciertos ciudadanos (aun siendo catalanes); luego, reconociendo que algo había, pero por supuesto se realizaba sin el conocimiento del ejecutivo; y, finalmente, que sí, que el CNI los espiaba, pero que de forma rigurosamente legal. La reacción de los responsables ha sido tratar de enfriar el calentón de los insumisos, tan ofendidos, prometiendo explicaciones y comisiones de investigación y tratando muy especialmente de no perder las amistades (tan livianas) ni los votos (tan fatigosos), de ERC, que ha capitaneado la oleada de indignación catalanista. Solo faltaba ―dirían en Moncloa― una cuarta crisis, la del reverdecimiento de la revuelta catalana, a añadir a las otras tres en curso (económica, sanitaria, bélica) para ir calentando motores, ahora sí que sí, hacia las elecciones generales anticipadas, que el PSOE siente que va a perder devorado por las derechas en auge.
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Qué sorpresa. A los espías, cuya esencia y norma de vida y trabajo es la mentira, se les pide que digan la verdad, que juren por lo más sagrado y que nos convenzan de que no hacen nada malo: aunque, como todo el mundo sabe, su tarea es revolotear por las márgenes de la ley, así que no pueden entender que su trabajo produzca escándalo. Por eso, la ministra de Defensa ―mujer de leyes antes que jefa de espías― empezó diciendo que a ella no le consta que se haya espiado a los catalanes pero que, en todo caso, lo que hace su Ministerio y su CNI siempre está dentro de la Ley.
Qué divertido. Los líderes catalanistas, de antigua y tradicional colaboración con el Estado de Israel (por aquello del especial afecto de los israelíes hacia las naciones sin Estado, siempre que no sea la palestina, claro), se indignan, inflaman y lanzan sus invectivas contra “los de Madrid”, esos representantes de un Estado opresor y padrastrón que los maltrata, engañosamente democrático y, una vez más, sorprendido en flagrante ignominia. Y le ha faltado tiempo para irrumpir en Madrid al enfurecido (y molt honorable) Pere Aragonés, para llevar hasta las mismísimas playas del Estado dictatorial sus justificadas quejas, las propias de ciudadanos (todavía súbditos) humildes y, a la vez, fieles y leales, tanto a la Corona como, sobre todo, a la Constitución. Qué atropello, que desconfianza tan infundada y malvada. Y hasta al aguerrido Rufián, siempre preparado y listo para el combate y dueño de una dialéctica venenosa y efectista (adherida, tan vistosamente, a un proletario étnico andaluz reconvertido en burgués patriota catalán), se le ha podido ver dolido, apesadumbrado y al borde del llanto, cuando ha pedido cuentas a sus socios parlamentarios.
La ministra de Defensa ―mujer de leyes antes que jefa de espías― empezó diciendo que a ella no le consta que se haya espiado a los catalanes pero que, en todo caso, lo que hace su Ministerio y su CNI siempre está dentro de la Ley
Qué nivel. Ya es mala suerte que se haya descubierto el espionaje tan inoportunamente, cuando el Gobierno contaba con los votos parlamentarios de ERC en vísperas de la aprobación del decreto que pretende atender a las consecuencias económicas de la guerra (falta, por cierto, otro decreto que contemple y acuda a resolver “las causas” de la guerra), votos que finalmente no han respaldado un texto que -según dicen- pretende beneficiar a todos los españoles (catalanes incluidos).
Qué astracanada. Al español medio le tiene que distraer el espectáculo, ya que no es para menos, y los cómicos son de categoría y se les ve curtidos. Unos, los de acá, por mentir de oficio y por no encontrar motivo para esconderse, y otros, los de allá, por querer aprovechar esta enésima traición acumulándola a la pavorosa lista de injurias sufridas, y obtener alguna ventaja para la tribu y la causa. En el fragor de la batalla dialéctico-parlamentaria, a la ministra responsable del asunto, Margarita Robles, se le han llegado a hinchar los pómulos, frente a los redomados independentistas (que tienen más que hartos a los militares de su departamento) y aunque ya les vino a decir, sin grandes filigranas retóricas que, con su declaración de independencia y demás barrabasadas, lo menos que hay que hacerles es espiarles, muchos quedamos esperando que concluyera su fogosa réplica a estos nacionalistas con un: “Pues sí, chicos, os hemos espiado y lo seguiremos haciendo, ¿pasa algo?”. Y no descarto que podamos asistir en los próximos días, si finalmente ERC no traga con las palabritas del (competente, hierático, prometedor) ministro Bolaños, que sea también la ministra Robles, con su ardor guerrero ―y prosiguiendo esa argumentación de enjundia que ha incluido la advertencia de que “la ley prohíbe al CNI revelar secretos”―, la que un día de estos remate su trifulca con ERC con un “Ya sabéis que PP más Vox es igual a 155, y las matemáticas no fallan”. Qué fuerte, qué fuerte.