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Va vestida de negro, lleva en el cuello un pañuelo colorido y canta con los ojos cerrados. Tiene unos 60 años, y a ratos no le alcanza la voz, pero le sobra el alma. La mujer se llama Carmeli, la canción “Palabras para Julia”. Un himno al amor entre generaciones y a la vida que camina, a las travesías en compañía y a los otros que dan impulso y sentido.
Estamos en el Centro Pastoral San Carlos Borromeo, toda una institución en Vallecas y en Madrid. En cuanto representación generacional, la cosa tira a lo alto: hay pocos rostros jóvenes, pero nada hay aquí de viejo. Hay una fuerza que nos convoca ahora, que nos sacó a las calles a tantas mujeres, a las mayores y a las jóvenes el pasado 8 de marzo, que empujó a pensionistas y jubiladas a rodear el Congreso el 28 de febrero. Un fuerza atemporal pero que, a veces, late con mayor pulso que otras.
Es sábado 10 de marzo y más al norte, en León, la Marcha Básica contra el Paro y la Precariedad arranca, lo que convoca a las 200 o 300 personas que se reparten entre los bancos de iglesia y el espacio de atrás donde se venden bebidas y bocadillos, aceite prensado en frío del SAT, música y poesía revolucionaria.
La gente trajina, charla, sonríe, no son muchas personas, pero hoy no se sienten solas. El murmullo se enciende fácilmente, es el rumor del encuentro pero también de lo que está pasando. De la emoción por lo de ahora, y lo del día de las feministas, y lo del día de los pensionistas, y lo que tendrá que venir. En la tarima donde debía estar el altar se enciende el culto a la dignidad.
Hay una fuerza que nos convoca ahora, que nos sacó a las calles a tantas mujeres, a las mayores y a las jóvenes el pasado 8 de marzo, que empujó a pensionistas y jubiladas a rodear el Congreso el 28 de febrero“Las mujeres tenemos muy claro, las mujeres de la clase obrera, quién es nuestro enemigo, nuestro enemigo es el sistema capitalista y el patriarcado, que es su mejor aliado, ¡un sistema que nos incorporó al mundo del trabajo para explotarnos doblemente!”, con la voz firme y calma, la activista asturiana Silvia Salamanca mapea la contienda: “Nos quieren enfrentar”, advierte, “los hombres contra las mujeres, los de las fábricas con la gente de campo, los inmigrantes, los funcionarios, parece que todos fuéramos compartimentos estancos que no tuviéramos que ver unos con otros. Unas con otras ¡Pero la lucha es la misma, la única manera que tenemos de combatir a este sistema capitalista voraz e insaciable que nos exprime cada vez más es la unidad de las luchas!”.
Silvia ha llegado en autobús desde León, también Manuel Cañada, veterano del Campamento Dignidad de Extremadura, uno de los rostros más visibles de esta marcha, de la que viene entusiasmado: “Yo tenía una alegría enorme, porque veía lo que había visto hace cuatros años, cinco. Cuando el pueblo se hace pueblo, porque una cosa es pueblo y otra cosa es muchedumbre”.
Y vuelven al discurso los pensionistas, reaparece el 8 de marzo, y en palabras de Manuel, “el espectro del 15M y de la desobediencia popular”.
Hay que hacer de las luchas escuela, nos dice, y se lo aplica cuando reclama una vida que merezca la pena ser vivida. Después recuerda las cinco exigencias de la marcha: primero la renta básica universal, pero también derogar las reformas laborales que hacen de la precariedad nuestra forma de vida, blindar las pensiones ante los apetitos del neoliberalismo, garantizar el derecho a la vivienda, y a una sanidad y educación públicas de calidad. Para ello, nos invita a imaginar una movilización masiva, como las recientes, que durase cuatro días, qué sería del gobierno, qué de su legitimidad, nos interpela. Muchas más cosas dice, revolución es la última palabra. La gente grita ¡olé!, reculan el pesimismo y el cansancio.
“Los que reciben, como una caja de resonancia todo nuestro dolor, son los niños”. Recuerda minutos después la cantautora Elisa Serna, antes de entonar una canción de cuna. Ahí, de pie, viejita, solemne, frágil, se acompaña golpeando el suelo con una silla de madera. Un bebé en los hombros de su padre la mira hipnotizado.
Y recuerdo a las niñas correteando el jueves pasado por el EVA, los hombres que cuidaban y cocinaban. Las mujeres coreando lemas y recortando brazaletes violetas. Al chico que intentaba ordenar la entrada de esa masa de personas, de pueblo, que diría Cañada, que venían a comer, o dejar criaturas o pintar pancartas. La gente que se encontraba y bailaba a la sombra de la Ingobernable, muchas mujeres pero también hombres, muchas jóvenes, pero también mayores. Y cómo se abarrotó la ciudad de posibilidades.
Pero “si no tenemos libertad, ¿cómo vamos a luchar?”, me devuelve a la realidad Andrés Bódalo con la pernera del pantalón levantado, mostrando la pulsera de geolocalización que lleva tras pasar más de 500 días preso
Pero “si no tenemos libertad, ¿cómo vamos a luchar?”, me devuelve a la realidad Andrés Bódalo con la pernera del pantalón levantado, mostrando la pulsera de geolocalización que lleva tras pasar más de 500 días preso. Dice que no le preocupa la derecha, que ya la conocemos, que no esperamos nada de ella. “¡Lo que debe preocuparnos es la izquierda! ¡Aquellos que dicen representarmos y luego no se saben situar al frente de las luchas!”.
Aquí, de donde se llevaron a Alfon hace dos años, no queda ingenuidad posible: “Seguramente Alfon y muchos de los que están presos le tenemos miedo al silencio. Al silencio de los nuestros”, sentencia Bódalo.
Presente está la madre del joven vallecano, la presidenta de la Asociación de Madres contra la Represión, Elena Ortega, quien mira a la gente y añade: “La solidaridad es la que nos hace fuertes y nos ayuda a resistir”. No habla solo de Alfon, también piensa en los raperos, los titiriteros o los jóvenes de Alsasua que siguen en prisión preventiva como un diagnóstico de lo que está por venir: “Como la Audiencia Nacional deje en la cárcel a estos jóvenes será una muestra de lo que nos están preparando”.
Tres músicos cierran el encuentro. Lucen canas en el pelo y pañuelos palestinos al cuello: se llaman Juanjo Anaya y los Incrédulos. Antes de empezar, el que parece Juanjo mira al frente. “¡Cuánta dignidad veo aquí delante!”, grita, antes de lanzarse a cantar himnos atemporales de la contestación.
Yo también veo esa dignidad. Está en todas partes, en las mujeres que abarrotaron pueblos y ciudades, en los mayores que se atrevieron a rodear el Congreso, en las migrantes que se organizan.
En esta gente que pelea desde el franquismo, y en quienes empezaron a salir a la calle en el 15M, en las adolescentes con las caras pintadas de violeta y en sus cánticos. Hay algunos marzos que prometen dignas primaveras: tenemos ya la gente; tenemos la memoria y los relatos; tenemos las generaciones, las razones; entonces qué nos falta, si el mundo está lleno de gente digna, qué nos falta para destronar a los indignos.
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