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Antimilitarismo
Desde el hospital del IFEMA... en tiempos de paz
Reflexiones de una médica de la Sanidad Pública de su experiencia en el hospital improvisado en IFEMA (Madrid), donde como voluntaria está prestando sus servicios desde el inicio de la pandemia COVID-19.
La palabra guerra llena nuestros oídos, nuestras redes sociales, nuestros informativos, nuestras conversaciones. El Gobierno y las autoridades sanitarias han elegido una mala palabra para describir la lucha contra la pandemia del coronavirus. O igual no, igual quieren que olvidemos lo que supondría ejercer los cuidados sociosanitarios en tiempos de guerra.
Siento un nudo en el estómago, real, solo de pensar que podría estar en una guerra.
El hospital de campaña de IFEMA nos recibe cada día con música alegre y el Resistiré. También los orígenes de la canción están siendo ocultados y su espíritu algo tergiversado. El hijo de Carlos Toro la compuso para potenciar la resistencia de un hombre, su padre, que junto a muchas otras personas, vivió otra guerra.
Mientras avanzamos por la cinta transportadora hacia los vestuarios, para cambiarnos y enfundarnos las protecciones, vemos múltiples mensajes de ánimo, pero el que me mata cada día es este: Ganaremos la Guerra. Entonces, mi imaginación hace un triple salto mortal y trata de pensar cómo sería mi trabajo de médica en una guerra, y las imágenes y sonidos que me llegan en esa cinta transportadora no son congruentes con las escenas que mi cabeza recrea.
“Mi imaginación hace un triple salto mortal y trata de pensar cómo sería mi trabajo de médica en una guerra, y las imágenes y sonidos que me llegan en esa cinta transportadora no son congruentes con las escenas que mi cabeza recrea”
Esa música y ese ambiente de ilusión, casi festivo, no consiguen acallar las voces de otras médicas que han ejercido en tiempos de guerra. Compañeras y compañeros de ONG como Médicos sin Fronteras que han sido bombardeados en sus hospitales mientras atendían a la población herida.
Sigo avanzando por la cinta y las imágenes de personas heridas en los hospitales de Palestina, de niños y niñas, con heridas de bala o de agentes químicos o… mi mente se resiste a pensar que estoy en una guerra en este momento.
Sé que cuando entre al Pabellón 9 no me voy a encontrar a nadie mutilado o a ninguna mujer embarazada que ha huido de su tierra y busca dar a luz en un lugar más seguro.
Veo jóvenes vestidos de soldados entre los pijamas naranjas y blancos de los y las sanitarias, entre las carpas del SUMMA y de Viena Capellanes que, entre otros, nos ofrecen un refrigerio, y entre las mesas puestas al aire libre que se llenan en los ratos de descanso, si el tiempo lo permite. Tengo la certeza de que ninguno de esos soldados va a entrar a mi pabellón y va a disparar a ninguno de mis pacientes, ni se los van a llevar para ejecutarlos en otro lugar por pertenecer a la etnia equivocada.
Mientras voy a los vestuarios a cambiarme y me cruzo con esos soldados, a los que no me agrada nada ver y siento fuera de lugar en un centro sanitario, creo que ninguno me va a esperar para violarme o para pedirme favores sexuales a cambio de un trozo de pan. Sé que esos soldados no me van a disparar, aunque vayan armados. No siento miedo cuando salgo y voy caminando tranquilamente, más tarde de las once de la noche, hacia mi coche.
“Mientras voy a los vestuarios a cambiarme y me cruzo con esos soldados, a los que no me agrada nada ver y siento fuera de lugar en un centro sanitario, creo que ninguno me va a esperar para violarme”
No sé si podría ir así de tranquila si estuviera en una guerra. ¿Podría ir sola? ¿Podría caminar en la oscuridad sin tener miedo, o temblorosa miraría todo el rato detrás de mí, y mi mano se agarrotaría si no encontrara las llaves del coche?
Sigo por la cinta y fantaseo con defenderme con mi fonendo y mi pulsioxímetro de una agresión del ejército amigo o enemigo.
“No quiero pensar que estoy en una guerra porque ¡no lo estoy!”
Se acaba la cinta y mi mente ya no quiere evocar más imágenes. No quiero volver a participar en conversaciones que argumentan con voz muy seria: “Estamos en una guerra”. No quiero ver a esos soldados. No quiero pensar que estoy en una guerra porque ¡no lo estoy!
Me cambio. Los días que me toca el pijama naranja mi imaginación, rebelde, evoca a los prisioneros de Guantánamo. Me sacudo la cabeza, me armo de fonendo y pulsi y entro a mi pabellón a trabajar, a atender sin miedo a mis pacientes.
Porque todas y todos sabemos que no estamos en una guerra.
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gracias, es absurdo y delirante el gasto militar de este país, es hora de que haya un cambio real y se empiece a invertir en la vida!
Bien escrito Mar, me alegra leer tu reflexión y tu compromiso con los pacientes. Saludos desde El Puerto Santa María, también trabajando desde nuestro Hospital en Jerez
Lo importante de este artículo es que lo cuenta alguien en primera persona, que lo está viviendo en su cuerpo. Gracias Mar
Está bien clarito, por más que nos lo reciten una y otra vez. Esto no es una guerra. Una crisis que a buen seguro estaría más controlada si tanto despilfarro en buques y armas se fuera en medios sanitarios.
La verdad es que es muy paradójico los militares ayudando en un hospital.
Acordémonos de Yemen y tantos otros lugares donde la desolación es mucho mayor.
A mi no me molestan los militares. La imagen moderna de nuestro ejército va más allá del fusil o el tanque.
Apoyan a los ciudadanos de muchas formas. Dando infraestructuras rápidas, ayudando en desinfecciones de instalaciones,.... apoyando en la edificación de incendios, colaborando en rescates de catástrofes....
No les menospreciemos
Bravo Mar, por tu compromiso inquebrantable, por tu testimonio necesario del absurdo que desvelas.
Una guerra no sólo es el horror que describes, completamente ausente del territorio de abundancia relativa donde está este "hospital de campaña".
Una guerra es una agresión entre dos o más bandos que genera una conflagración, desatando los horrores de la agresión de humanos contra humanos.
Cuando no es de resistencia, la guerra es normalmente la decisión de uno de agredir al otro - o a otros - más vulnerable. La decisión voluntaria de una supremacia de someter a los otros.
No existe guerra no solo por la ausencia de los horrores de la guerra - no existe guerra si no hay voluntad de agresión, o en su caso, de resistencia.
Qué bien develas en tu testimonio lo grotesco del relato. Qué poco escuchan quienes dominan los micrófonos ...