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Perú
Perú, la renuncia de un presidente
La renuncia obligada de Pedro Pablo Kuczinsky supone un nuevo capítulo de la reciente historia de Perú, marcada por presidentes envueltos en sonados casos de corrupción.
El miércoles 21 de marzo, a la hora de comer, Perú recibió una noticia difícil de digerir. No se sabía si buena o mala. Pero algo cambiaría en el rumbo político del país. Pedro Pablo Kuczinsky renunciaba a la presidencia del Gobierno un día antes de su propia muerte anunciada: a la mañana siguiente el Congreso tenía previsto votar por segunda vez su destitución en un clima enturbiado por la corrupción y el reciente indulto al exdictador Alberto Fujimori.
A las dos y media, con una puntualidad atípica en el país, Perú atendía al último discurso de un presidente que se iba “por el bien de su nación” y negando “categóricamente” cualquier culpa. “Así somos los peruanos”, dicen muchos estos días. Resignados, ya nada les sorprende. José Alejandro Godoy, analista político y académico peruano, cree que “la gente ha dejado de prestar atención a la política porque la ve como un pleito de personajes repulsivos. De élites que no les resuelven sus problemas, como los precios de alimentos de primera necesidad o la inseguridad ciudadana”.
Ayer, mientras la Fiscalía solicitaba el impedimento de salida del país para Kuczinsky, el vicepresidente Martin Vizcarra dejó su cargo de embajador en Canadá y voló de regreso a Perú a asumir la nueva presidencia. “Vizcarra va a tener que desmarcarse de su antecesor y ser muy claro en la lucha contra la corrupción, en sus manos está devolver la confianza al pueblo peruano ahora que se necesita una regeneración en la política”, añade Godoy. La Constitución no contempla la posibilidad de convocar nuevas elecciones, a menos que renuncien dos vicepresidentes. En este escenario incierto, cabe preguntarse hasta cuándo la oligarquía seguirá gobernando el país.
Los tentáculos de Odebrecht y las caídas presidenciales
Tras el final del régimen fujimorista en el año 2000, el ejecutivo peruano sigue envuelto en tramas fraudulentas, prácticas antidemocráticas y una ética cuestionable. Sus expresidentes son la mayor prueba de ello. Alejandro Toledo, fugado. Ollanta Humala, preso. Alan García, bajo sospecha. Y, desde ayer, un Kuczinsky ya expresidente, investigado por sus conexiones con el caso Odebrecht. Todo esto a dos semanas de que Lima acoja la Cumbre de la Organización de Estados de las Américas (OEA) para discutir, paradójicamente, temas de gobernabilidad democrática y corrupción.Kuczinsky asumió el cargo seis meses antes de que los tentáculos del mayor caso de corrupción que ha conocido Latinoamérica llegasen a Perú: la operación Lava Jato, que partió en Brasil con la implicación de empresarios y políticos y con un papel central de la multinacional Odebrecht. La constructora más grande de América Latina admitió ante la Justicia de Brasil, Estados Unidos y Suiza haber pagado sobornos por más de 785 millones de dólares en diez países de la región desde 2001.
En Perú, la empresa reconoció haber pagado, entre 2005 y 2014, 29 millones de dólares a cargos públicos a cambio de licitaciones. Kuczinsky, vinculado durante años al Banco Mundial y a la empresa privada, afronta ahora investigaciones por contratos y consultorías que sus empresas suscribieron con Odebrecht cuando era ministro de economía del gobierno de Toledo. “Hay un gran problema de confianza que se arrastra desde hace muchos años. Cuando cae el fujimorismo aparece una especie de esperanza, pero se pierde tras los escándalos de Lava Jato”, analiza el excongresista Sergio Tejada, del Partido Nacionalista Peruano durante el Gobierno de Humala. “El cierre de ciclo de la transición democrática ha sido un fracaso. No hay una regeneración”, añade.
Ningún expresidente queda al margen de esta red criminal, que también ha salpicado a líderes de la oposición. Odebrecht tiene amigos en todas partes, no atiende a diferencias ideológicas: presuntamente, la constructora ha financiado también campañas electorales de Keiko Fujimori, hija del exdictador de la República, y cabeza del partido ultraconservador con la mayoría en el congreso. “Keiko no aceptó la derrota en las elecciones de 2016 ante Kuczinsky, por lo que la confrontación estos meses de Gobierno ha sido muy fuerte. El fujimorismo tiene una particular y autoritaria forma de pensar, aunque creo que está debilitado y en su peor momento”, expresa Tejada.
Indulto y debacle política
Chantajes, compra de votos y de voluntades políticas. Varios vídeos difundidos esta semana prueban que la corrupción en Perú va más allá de Odebrecht. “Estas prácticas son herencia de la época de Fujimori”, asegura el excongresista Tejada.El 24 de diciembre, cuando las familias se reunían para la cena de Navidad, Kuczinsky concedió el indulto humanitario a Alberto Fujimori, en prisión por crímenes de lesa humanidad. Los días previos, el entonces presidente, en la cuerda floja por la trama Odebrecht, logró mantenerse en el poder gracias a los votos fujimoristas del congreso. El indulto fue percibido entonces como un canje político. Los vídeos, en los que varios miembros del congreso aparecen negociando la compraventa de votos, han confirmado esta sospecha.
“Las manifestaciones contra el indulto no tuvieron la fuerza que deberían haber tenido. El descontento social es muy grande, pero al mismo tiempo tampoco se ve a una ciudadanía movilizada. Hay una gran apatía. Opinamos en las redes sociales pero no salimos a la calle”, advierte Tejada. Sobre alternativas al poder, el excongresista afirma que “la izquierda está descolocada, dividida y con dificultades para conversar aunque tiene una gran oportunidad porque se les ve fuera de los escándalos”.
Durante los próximos meses, la Corte Interamericana de Derechos Humanos se pronunciará sobre el indulto. “Lo más probable es que la sentencia se incline por el rechazo a la conmutación de la pena y que el nuevo presidente Vizcarra decida acatarla, porque estuvo ajeno a la negociación del indulto y su talante no es favorable a Fujimori”, augura el analista Godoy.
Perú se debate entre una urgente regeneración política o la continuidad de la corrupción institucional, que ya impregna todos los sectores de la sociedad. Mensajes como estos, publicado por Keiko Fujimori en Twitter, lleva a pensar que la balanza se inclina por la segunda opción: “Este Gobierno creía que con la plata se compraba todo. Error. Siempre hay peruanos valientes y dignos que no se venden (…) Su salida nos hará renacer como nación”. ¿Cómo y en manos de quién se dará ese renacer? En esta oscuridad institucional la verdad parece imposible de atisbar.