Protestas en Peru Martin Vizcarra
Protestas por la destitución de Martin Vizcarra y la designación de Manuel Merino como presidente peruano, cargo que ocupó durante cinco días. Foto: Samantha Hare

Perú
El otro virus que despertó Perú

Cuatro presidentes en menos de cuatro años. Aquí algunas claves para la pregunta que tanto cuesta responder: ¿qué está pasando en Perú?

18 nov 2020 10:41

Este 17 de noviembre, nos hemos despertado con un nuevo presidente, Francisco Sagasti. El cuarto presidente en menos de tres años. Sí, lo has leído bien: cuatro en menos de tres años. Una inestabilidad política que no empezó con la destitución de Martín Vizcarra, sino mucho antes. Aquí algunas claves para responder a la pregunta que por estos lados del charco me hacen mucho estos días y me cuesta responder: ¿qué está pasando en Perú?

El pasado 10 de noviembre, vimos cómo destituían, en plena pandemia que ha tenido en el Perú a uno de los países más golpeados en el mundo, a su presidente, Martín Vizcarra. La casa se nos quedaba sin nadie al mando y al margen de las opiniones concretas sobre el mandatario que fue destituido, lo cierto es que hay pocos episodios de tal inestabilidad política en un momento en que la gente sigue intentando sobrevivir a la pandemia y a sus secuelas. De esto España sabe bien. A la crisis sanitaria del covid-19, le sigue una crisis económica que golpea duramente a quienes ya viven en condiciones de absoluta precariedad. Y esto es así en un país del llamado primer mundo donde alguna vez hubo un Estado de bienestar y, aunque este fue desmantelado paso a paso por políticas de recortes sucesiva y una corrupción campante, lo cierto es que dichos resortes, mal que bien, aún subsisten.

Y son estos millones de peruanos los que están a duras penas sobreviviendo —los que pueden— a esta pandemia. Y, en plena pandemia, con la amenaza y casi evidencia del inicio de una segunda ola, el barco se quedó sin timón. Y la indignación se salió de nuestros cuerpos

Pero hay países como Perú, que no han visto nunca lo que significa un Estado de bienestar. Tenemos generaciones enteras que no saben lo que es el concepto de salud pública, que nunca han vivido sin considerar la pertinencia de contratar seguros de vida, que asumen que no tiene ningún sentido cotizar para sus pensiones en el sistema público y lo hacen en el privado, que saben que sus padres se han endeudado si era necesario para que pudieran estudiar pues la educación pública es rótulo utópico que parece inalcanzable. Y son estos millones de peruanos los que están a duras penas sobreviviendo —los que pueden— a esta pandemia. Y, en plena pandemia, con la amenaza y casi evidencia del inicio de una segunda ola, el barco se quedó sin timón. El país se quedó en vilo. Y la indignación se salió de nuestros cuerpos.

Estimado lector y estimada lectora, puede que la narración cronológica del caos sea compleja de realizar. Por ello os voy a pedir un breve pero importante viaje imaginativo a este país del que les hablo.

Imaginemos un país con un Congreso que cuenta con más del 80% de desaprobación ciudadana. Podríamos incluso decir que es ilegítimo con esos niveles de rechazo popular. Y, sin embargo, no les importó nunca preservar cierta dignidad por la institución que representaban y eligieron el camino de la mafia, la componenda y el contubernio con el fin de garantizar la permanencia de sus negocios turbios, los de sus jefes, los de los líderes de sus partidos, y bloquear las sentencias pendientes por corrupción de la mayor parte de ese mismo Congreso.

Los 130 congresistas de este Congreso, que fueron elegidos temporalmente (enero 2019 - julio de 2021) con la finalidad de brindar cierta estabilidad e impulsar reformas que la ciudadanía exige como, por ejemplo, la reforma política para, precisamente, mejorar la confianza ciudadana en sus instituciones democráticas, decidieron saltarse las voces de la gente que pedía calma, estabilidad, responsabilidad, serenidad en este terrible escenario de pandemia. Optaron entonces por poner por delante su interés por controlar un país que siempre han entendido como un negocio privado donde ellos son los jefes. Y para ello necesitaban colocar a uno de los suyos en el más alto lugar de poder del país: la jefatura del Estado.

Y fue así que, tras varios meses de bloqueo, a veces violento, contra el Gobierno de turno, conspiraron para finalmente dar una estocada final al presidente Martín Vizcarra y colocar a uno de los suyos. A uno que les permitiera desmantelar avances tan significativos en este país del que les hablo, como es la reforma universitaria que, entre otras cosas, quiere eliminar a las universidades-empresa —formulación elocuente que instauró la dictadura de Fujimori— para poner por encima la calidad en la educación al lucro con este derecho. No es casual que toda la operación por destituir al que era entonces presidente tuviera entre sus principales operadores a los dueños, representantes y abogados, de estas universidades que, cuidando el tono me limito a definir como “basura”.

Manuel Merino será recordado como uno de los más nefastos presidentes por la forma en que llegó al poder, duraría tan solo cinco días en el cargo. Sí, ha leído bien, estimada y estimado lector, solo cinco días. Pero no renunció él, lo renunciaron en las calles.

Fue así como el pasado 10 de noviembre se destituyó a un presidente y se colocó en su lugar al sucesor designado para esta operación claramente golpista. El señor Manuel Merino de Lama, a quien la historia recordará como uno de los más nefastos presidentes por la forma en que llegó al poder, duraría tan solo cinco días en el cargo. Sí, ha leído bien, estimada y estimado lector, solo cinco días. Pero no renunció él, lo renunciaron en las calles.

Es preciso señalar que no solo era deplorable este intento golpista por lo que supone para la democracia de un país. Lo hemos visto hace no tantos meses en Bolivia y hemos visto también, por suerte, que las urnas devolvieron el poder a sus legítimos representantes y una paliza a los usurpadores. En Perú, al igual que en Bolivia, no hubo solo un golpe de Estado, que ya es decir suficiente. Lo que hubo fue una operación dirigida y articulada por la ultraderecha del país con la finalidad de hacerse con el poder e imponer su agenda, ya que es incapaz de hacerlo a través de las urnas.

El gabinete ministerial convocado por Merino de Lama, además de ilegítimo, tenía otro tremendo problema: su incapacidad de representar a un país que hace mucho no se lee en la dialéctica viejuna de quienes asumieron el cargo. Nos basta describir brevemente al primer ministro de este ilegítimo gabinete que está vinculado directamente al Opus Dei, se manifiesta en contra de los derechos exigidos por las mujeres del país, es incapaz de reconocer que existe un delito llamado ‘feminicidio’ y cuyo racismo fue evidenciado cuando postuló a la presidencia del Perú hace muchos años y, ante una pregunta, respondió que los peruanos que habitan en los andes no merecían decidir sobre sus territorios y sus derechos pues son “llamas y vicuñas”. Y todos y todas las de dicho gabinete cuentan con un arsenal de evidencia en este mismo sentido. ¿Cómo pensaban estos conspiradores del golpe que no iba a haber reacción ciudadana? Tal vez ocurre que cuando uno se siente dueño de un país por mucho tiempo empieza a creer que puede decidir sobre la vida del resto a su antojo. Tal vez, Merino de Lama, ni todo ese gabinete, ni los conspiradores del golpe, ni los 105 congresistas que votaron por destituir a Vizcarra, ni los periodistas que se sumaron a la orquesta silenciando las protestas de las calles pensaron que, esta vez, el Perú volvería a dormirse, a irse a sus casas, a cuidarse por la pandemia.

Cualquiera diría que no hay mejor momento para implantar un golpe que una pandemia que nos obliga a mantener la distancia social. En Perú se equivocaron. Si el virus era este Congreso mafioso, la vacuna fue y sigue siendo la movilización

Cualquiera diría que no hay mejor momento para implantar un golpe que una pandemia que nos obliga a mantener la distancia social. En Perú se equivocaron. Si el virus era este Congreso mafioso, la vacuna fue y sigue siendo la movilización sostenida que desde el lunes continúa hasta hoy que me encuentro escribiendo este artículo.

Si bien logramos echar a este remedo de presidente, lo cierto es que la realidad nunca es del todo luz y cuenta con sombras. A la esperanzadora protesta sostenida de un país que se levantó contra su principal pandemia, le respondió una retorcida represión que nos hizo recordar los momentos más turbios de la dictadura fujimorista. Más de 40 desaparecidos según cifras oficiales —podrían ser muchos más—, abusos sexuales a manifestantes en las comisarías, perdigones, bombas lacrimógenas desde helicópteros, apagones masivos para que las personas que protestaban no pudieran ver a dónde se dirigían ni responder a la represión y, por supuesto, tal vez lo más triste, el asesinato de Bryan y de Inti cuyo nombre significa “sol” en quechua. Tal vez, con su valiente lucha, nos lo trajo por fin para nunca más permitir que nos lo apaguen.

“No es una manifestación, es una revolución”

Mientras la ciudadanía seguía manifestándose en las calles exigiendo un presidente democráticamente electo, pero también que los responsables de la represión y el asesinato de dos peruanos fueran sancionados por estos actos, desde el Congreso de la República que, como dije al inicio, es un Congreso de vergüenza por esa amplísima mayoría de congresistas (105 de 130) que quieren imponer su agenda y retroceder lo andado al más fiel reflejo de la dictadura fujimorista de la que creímos mal habernos librado, seguían decidiendo con la calculadora en mano pues hay elecciones en abril del año entrante, si convenía o no poner a tal o cual como presidente de la nueva mesa directiva del Congreso que, por tanto, asumiría la Presidencia de la República.

Mientras velaban a Inti y a Bryan, mientras lloraban las familias de centenares de heridos varios de ellos muy graves, mientras miles de jóvenes que gritaban que pusieran un fin a los hechos vergonzosos de los últimos días, el Congreso volvió a tardar en su decisión y en lugar de decidir cerrar este episodio el domingo tardó hasta el lunes en ponerse de acuerdo y, por fin, nombrar a un presidente.

A la esperanzadora protesta sostenida de un país que se levantó contra su principal pandemia, la corrupción y las mafias políticas, le respondió una retorcida represión que nos hizo recordar los momentos más turbios de la dictadura fujimorista. E resultado: dos muertos y más de 40 desaparecidos según cifras oficiales

Estimado lector y estimada lectora, sé que en este momento puede usted preguntarse ¿cómo es posible que un Congreso con tanta impopularidad, con tanto desprecio ciudadano y con tanta ilegitimidad puede elegir al nuevo presidente de la República? Y lo cierto es que, aunque parezca una mala broma, esas son las reglas del juego. Ha de ser alguien salido de sus filas pero, esta vez, hay que reconocer que una minoría muy precaria que votó que no a la destitución de Vizcarra tuvo la valentía de enfrentar a esa mayoría mafiosa y, sobre todo, tuvo de su lado a un país entero que no dejó de protestar durante días sin dormir, para que el puesto recaiga sobre uno de los que no votó por destituir al expresidente sino todo lo contrario. He ahí la diferencia y, por tanto, la tregua momentánea en este episodio enrevesado.

Pero como bien señalan los jóvenes en las calles que son la médula espinal de las movilizaciones, estas no son una manifestación concreta a estas alturas. Algo se ha despertado. Una suerte de indignación popular que llevaba dormida desde la lucha contra la dictadura de Fujmori. Y así como los poquísimos y contados congresistas decentes de ese Congreso de vergüenza tuvieron al pueblo peruano arropándoles y señalando el camino. Hay que decir que en América Latina, hay vientos de cambio democrático que también arropan este momento del proceso peruano. Tenemos a Bolivia en directa vinculación con el poderoso sur peruano y, por supuesto, a Chile que, también desde el sur, nos ha dado una lección de democracia y de memoria.

Perú habrá de decidir en las próximas semanas si esta revolución realmente lo es. Y, al igual que nuestros vecinos chilenos, nos tocará iniciar el proceso para enterrar por fin a la Constitución vigente que no es otra que la surgida de la dictadura de Alberto Fujimori. Porque es su Constitución y el legado que ampara, lo que ha generado esta crisis, porque las mafias mayoritarias del Congreso luchan por mantener esa Constitución, por sostener el marco legal en que el Estado no puede decidir sobre sus recursos naturales, no puede garantizar derechos, no puede, en suma, timonear realmente el desarrollo de un país.

Y ello, en esta pandemia, ha sido tal vez lo más sangrante. Hemos echado a Merino de Lama y hemos despedido a Bryan y a Inti. Pero nos toca echar algo todavía más grande y más gordo que es el legado de Fujimori. Y necesitaremos para ello todas nuestras energías. En Perú no se celebra, se respira tras una semana turbulenta. Pero en breve nos tocará marchar en la lucha de nuestras vidas. Y esta vez, por suerte, siento que estamos completamente listas para ganarla.



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