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Periodismo
‘The New York Times’: argumentos progres para apoyar los golpes de la CIA en América Latina
Un estudio de los archivos del The New York Times muestra que el consejo editorial del medio ha apoyado 10 de 12 golpes de Estado con apoyo estadounidense en América Latina.
El viernes 27 de enero, The New York Times continuó con su larga y predecible tradición de apoyar los golpes de EE UU en América Latina al publicar una editorial alabando el intento de Donald Trump de derrocar al presidente venezolano Nicolás Maduro. Éste será el décimo golpe de este tipo que el periódico ha respaldado desde la creación de la CIA hace más de 70 años.
Un estudio de los archivos de The New York Times muestra que el consejo editorial del medio ha apoyado 10 de 12 golpes de Estado con respaldo estadounidense en América Latina, con dos editoriales —los relacionados con la invasión de Granada en 1983 y el golpe en Honduras de 2009— moviéndose entre la oposición ambigua y la oposición reacia. El estudio se puede ver aquí.
La participación encubierta de Estados Unidos, a través de la CIA o de otros servicios de inteligencia, no se menciona en ninguno de los editoriales del Times sobre ninguno de los golpes. Sin una invasión militar estadounidense abierta e innegable (como en la República Dominicana, Panamá y Granada), las cosas parecen suceder en los países latinoamericanos completamente por sí solas, con las fuerzas externas raramente, si es que hay algún caso, mencionadas en el Times.
Obviamente, hay límites a lo que es “demostrable” en el período posterior inmediato de acontecimientos de este tipo (la intervención encubierta es, por definición, encubierta), pero la idea de que EE UU u otros actores imperiales puedan haber removido el avispero, financiado una junta militar o suministrado armas en cualquiera de los conflictos bajo la mesa nunca se tiene en cuenta.
Hay un guión familiar: la CIA y sus socios empresariales estadounidenses llegan, hacen la guerra económica, financian y arman a la oposición, y después se culpa al objetivo de esta operación
No pocas veces, lo que a uno le queda al leer los editoriales del Times sobre estos golpes de Estado son clichés racistas y paternalistas sobre el “ciclo de violencia”. Qué le vamos a hacer, así son las cosas por allí. Al leer estas citas, tenga en mente que la CIA abasteció y financió a los grupos que finalmente mataron a estos líderes:
Brasil 1964: “Durante su historia, han sufrido una escasez de dirigentes de primera clase”.
Chile 1973: “Ningún partido ni facción chilena puede rehuir parte de la responsabilidad del desastre, pero una gran parte debe atribuirse al desafortunado doctor Allende”.
Argentina 1976: “Fue típico del cinismo con el que muchos argentinos ven la política de su país que la mayoría de la gente de Buenos Aires parecieran más interesados en una retransmisión de fútbol el martes por la noche que en la destitución de la presidenta Isabel Martínez de Perón por las fuerzas armadas. El guión era conocido para este golpe largamente esperado”.
¡Ya veis, no tenía importancia! Vale la pena señalar que la junta militar colocada en el poder por el golpe planeado por la CIA asesinó de 10.000 a 30.000 argentinos de 1976 a 1983.
Hay un guión familiar: la CIA y sus socios empresariales estadounidenses llegan, hacen la guerra económica, financian y arman a la oposición, y después se culpa al objetivo de esta operación. Esto, por supuesto, no significa decir que no tengan fundamento algunas de las objeciones expuestas por The New York Times —ya sea en Chile en 1973 o Venezuela en 2019—. Pero éste no es realmente el asunto. El motivo por el que la CIA y el Ejército de EE UU y sus socios empresariales históricamente atacan gobiernos en América Latina es porque esos gobiernos son hostiles al capital y los intereses estratégicos de EE UU, no porque sean antidemocráticos.
Así que aunque los comentarios que hace el Times sobre el antiliberalismo pueden ser ciertas en ocasiones, son sobre todo un non sequitur cuando se analiza la realidad de lo que está sucediendo.
¿Allende “persistió en impulsar un programa de socialismo generalizado” sin un “mandato popular”, como el Times alegó en 1973 cuando apoyó su derrocamiento violento? ¿Allende “buscó este objetivo por medios discutibles, incluyendo intentos de “sortear tanto el Congreso como los tribunales”? Posiblemente. Pero el supuesto autoritarismo de Allende no es por lo que la CIA buscó su destitución. No fueron sus medios para buscar políticas redistributivas lo que ofendió a la CIA y los socios corporativos estadounidenses; fueron las mismas políticas redistributivas.
Los aspavientos sobre la naturaleza antidemocrática de cómo Allende llevó a cabo su agenda sin señalar que era la propia agenda —no los medios por los que se llevó a cabo— la que animó a sus oponentes interrumpen un debate que nadie en el poder está teniendo realmente. ¿Por qué, históricamente, The New York Times ha dado por hecho los pretextos liberales para la intervención estadounidense, en vez de analizar si posiblemente estaban presentes otras fuerzas más cínicas?
Lo que debería ser un debate sobre el Ejército estadounidense y su aparato encubierto inmiscuyéndose indebidamente en otros países se convierte rápidamente en un referéndum sobre los atributos morales de esos países
La respuesta es que la ideología está integrada en la premisa. El consejo editorial de The New York Times da por hecho que EE UU está motivado por los derechos humanos y la democracia, y así ha sido desde sus comienzos. Esto hace todo el trabajo pesado sin que la mayoría de la gente —incluso los progresistas vagamente escépticos con las motivaciones estadounidenses en América Latina— advierta que ha tenido lugar un juego de manos. “En las décadas recientes”, afirmaba un editorial del Times de 2017 que reprendía a Rusia, “a los presidentes estadounidenses que tomaron medidas militares les ha guiado el deseo de promover la libertad y la democracia, a veces con extraordinarios resultados”. Oh, vale, entonces bien.
Lo que debería ser un debate sobre el Ejército estadounidense y su aparato encubierto inmiscuyéndose indebidamente en otros países se convierte rápidamente en un referéndum sobre los atributos morales de esos países. Teóricamente es un buen debate a tener (y es uno que ciertamente se da entre la gente y las instituciones de estos países), pero al estar ausente una discusión sobre los fundamentos del axioma inicial —que los representantes de EEUU y el aparato de seguridad nacional de Washington tienen el derecho de determinar qué regímenes son buenos y malos—, tiene un escaso propósito práctico en Estados Unidos más allá de la pose. Y a menudo, como asunto práctico, funciona para cimentar la narrativa más amplia que justifica el mismo intervencionismo.
¿Tiene EEUU y sus aliados un derecho moral o ético para determinar el futuro político de Venezuela? Esta pregunta es ignorada, y pasamos a la pregunta de cómo se ejerce mejor esta autoridad evidente. Éste es el marco del debate en The New York Times —y entre virtualmente todos los medios estadounidenses.
Para apostar en el juego de póker de la Gente Seria que Debate la Política Exterior Seriamente, a uno se le obliga a registrar una Condena Oficial del Mal Régimen Oficial. Esto es para que todo el mundo sepa que aceptas las premisas centrales de cambio de régimen por EEUU pero te opones a él con bases pragmáticas o legalistas. Es un ejercicio tedioso y extorsivo diseñado para mover el debate desde la historia de derrocamientos arbitrarios y violentos por Estados Unidos hacia un intercambio sobre cómo oponerse mejor al Mal Régimen Oficial.
Los progresistas estadounidenses deben mantener una libreta de calificaciones en tiempo real sobre estos Malos Regímenes Oficiales, y si estos regímenes —debido a una rúbrica mal definida de falta de democracia y derechos humanos— caen por debajo de una puntuación de, digamos, “60”, se vuelven ilegítimos e indignos de defensa.
Aunque obviamente no fue en América Latina, también vale la pena señalar que el Times también celebró el golpe patrocinado por la CIA contra el presidente iraní, Mohammad Mossadegh, en 1953. Su editorial, escrita dos días después de su destitución, mostraba la combinación patentada por el Times de culpabilización de la víctima y verborrea “vaya por dios”.
“El ahora depuesto primer ministro Mossadegh estaba flirteando con Rusia. Había ganado su plebiscito fraudulento para disolver el Majlis, o Cámara baja del Parlamento, con la ayuda de los comunistas del Tudeh”. “Mossadegh ha caído, es prisionero en espera de juicio. Hay que dar crédito al sha, con quien fue tan desleal, y al primer ministro Zahedi, por que este nacionalista fanático y egoísta haya sido protegido en un momento en que su vida no habría valido ni un centavo”.
“El sha … se merece elogios en esta crisis. … Siempre respetó las instituciones parlamentarias de su país, fue una influencia moderadora en el salvaje fanatismo exhibido por los nacionalistas bajo Mossadegh, y fue socialmente progresista”.
De nuevo, ninguna mención a la participación de la CIA (que la agencia ahora reconoce abiertamente), que el Times no habría tenido necesariamente forma alguna de conocer en ese momento. (Esto es parte del sentido de las operaciones encubiertas). Mossadegh es demonizado sumariamente, y no es hasta décadas después que el público conoce el grado de participación de EE UU. The Times incluso se mete en una descripción orientalistas de los iraníes, que implica por qué un sha fuerte es necesario:
“[El iraní medio] no tiene nada que perder. Es un hombre de infinita paciencia, de gran encanto y amabilidad, pero también es –como hemos estado viendo- un carácter volátil, altamente emotivo, y violento cuando se le provoca lo suficiente”.
No hace falta decir que hay gran diferencia entre estos casos: Mossadegh, Allende, Chávez y Maduro vivieron todos en tiempos radicalmente diferentes y defendieron diferentes políticas, con diversos grados de liberalismo y corrupción. Pero lo que todos tenían en común es que el Gobierno de EE UU, y unos medios estadounidenses dóciles, decidieron que “tenían que irse” e hicieron de todo para conseguir este fin. La importante arrogancia de esta creencia, pensaría uno, es lo que se debería debatir en los medios estadounidenses —como el consejo editorial del Times— pero una y otra vez esta creencia o bien se da por hecho o se ignora, y todos pasamos al cómo y cuándo derrocar mejor al Mal Régimen.
Para aquellos sinceramente preocupados por los esfuerzos de Maduro para socavar las instituciones democráticas de Venezuela (se le ha acusado de encarcelar oponentes, dominar los tribunales con sus partidarios y celebrar elecciones amañadas), vale la pena señalar que incluso cuando los atributos liberal-democráticos de Venezuela estaban en su apogeo en 2002 (fueron internacionalmente sancionados y supervisados por el Centro Carter durante años, y ningún observador serio considera ilegítimo el mandato de Chávez), aun así la CIA dio luz verde a un golpe militar contra Chávez y el New York Times se prodigó en elogios hacia la acción. Como escribió en ese momento:
“Con la dimisión de ayer del presidente Hugo Chávez, la democracia venezolana ya no está amenazada por un dictador en potencia. El señor Chávez, un demagogo desastroso, dimitió después de que el Ejército interviniera y entregara el poder a un respetado líder empresarial, Pedro Carmona”.
Chávez sería pronto devuelto al poder después de que millones tomaran las calles para protestar por su expulsión del cargo, pero la pregunta sigue presente: Si The New York Times estaba dispuesto a ignorar la incontestable voluntad del pueblo venezolano en 2002, ¿qué hace pensar que el periódico está sinceramente preocupado por ella en 2019? De nuevo, lo que es objetado por la Casa Blanca, el Departamento de Estado y sus agentes imperiales estadounidenses son las políticas redistributivas y la oposición a la voluntad de Estados Unidos, no los medios por los que lo hacen.
Quizás el Times y otros medios estadounidenses —viviendo en el corazón de, y presumiblemente teniendo influencia sobre, este imperio— podrían intentar centrarse en esta realidad en lugar de, por millonésima ocasión, juzgar los atributos morales de los países expuestos a sus caprichos violentos e ilegítimos.