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Pequeñas grandes victorias
Amor al fatuo
Dos personas escriben sobre algo que les pasó a ambas. No es posible leer sus versiones a la vez. La editorial Delirio ha ideado un artefacto con los dos textos enfrentados. Como la forma es el contenido, la forma de este libro también narra. Sobre un lado, la cubierta es de Maitreyi Devi, El amor no muere. Sobre el otro, La noche bengalí, de Mircea Eliade, entonces autor de unos pocos libros, hoy conocido sobre todo como historiador de las religiones. Eliade publicó primero su versión, en 1933. Hay quien dice que por eso debiera leerse primero. Devi la escribió y publicó en 1974, su libro es una suerte de autobiografía que se prolonga hasta el encuentro que tuvieron ambos amantes después de no haberse visto durante 40 años. La novela de Eliade se tradujo a varios idiomas y vendió cientos de miles de ejemplares. La de Devi tuvo mucha menos repercusión. Hay quien piensa que por este motivo debe ser leída antes. Para llevar a cabo un acto de justicia del contar y el escuchar.
El artefacto es en sí mismo una reflexión sobre esa justicia llamada testimonial. Por ejemplo, he reparado en que cuando alguien presenta esta historia, casi siempre se siente obligado a añadir que la adolescente india era algo más, era poeta, había publicado un libro, y era una discípula aventajada del poeta Rabindranath Tagore. Como si así se buscara ponerles a la misma altura. Como si se desconfiara de la inteligencia de una adolescente que 40 años después da su versión del asunto, y se necesitara añadir atributos que aumenten su credibilidad, tanto la literaria como la testimonial.
Cuando elegí este libro para la serie de Pequeñas grandes victorias quería hablar de una mujer que fue capaz de tomar la palabra para enfrentarse y alterar la lectura que otro se permitió hacer de su vida. Quería, pero no puedo
Llega entonces la lectura, llega una elección de justicia, digamos, ordinal, ¿a quién se escucha antes? En mi caso, empecé por Devi. Su historia es interesante en sí misma, por lo que cuenta de lo que fue su vida, por lo que transparenta de sus privilegios de clase y sus ataduras de sexo. Por lo que muestra que pudo —y no pudo— hacer con lo que hicieron con ella, e hizo mucho. Al llegar a Eliade, la palabra que se me aparecía todo el tiempo era infatuado: se aplica, según María Moliner, a la persona engreída que muestra en su actitud y manera de hablar un convencimiento ridículo de su superioridad.
Los libros se recorren, no creo que puedan estropearse si se conoce el final, porque lo que se quiere saber es cómo se llega al final. Cuando elegí este libro para la serie de Pequeñas grandes victorias quería hablar de una mujer que fue capaz de tomar la palabra para enfrentarse y alterar la lectura que otro se permitió hacer de su vida. Quería, pero no puedo. No solo por la desigualdad que aún se mantiene con respecto a la potencia de difusión de ambos relatos sino porque, aunque Devi logra derribar la historia ajena, logra que sea puesta en duda, no consigue en cambio derribar su propia prisión de amor al fatuo, al cínico, al narcisista.
Diría que Devi se enfrenta a la narración cínica con la fe. Quiere creer que el amor está por encima de aquel o aquello a lo que se ama. Y para derribar el cinismo, estimo, la fe no suele ser suficiente. Hace falta libertad, y poder ejercerla. Hace falta un contexto en el que la libertad no sea una conquista fatigosa día tras día, sino algo que se usa con naturalidad porque el desequilibrio ha sido abolido y el valor de la palabra no depende de la piel, el sexo, el género, el poder. Desde ahí, sería posible ejercer el cinismo y después, voluntariamente, desecharlo, pero sin renunciar a conocer aquello a lo que cada relato se enfrenta.
Las pequeñas grandes victorias, a veces, se están haciendo. Empiezan por dejar constancia, tal como hace este libro escrito por una autora, un autor, una traductora y un editor, de que creer no basta, de que la idealización no cambia los hechos. Y los hechos han de ser cambiados.