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Andalucismo
¿Qué es el sanchismo? Una interpretación desde la izquierda transformadora
Los duros resultados que cosechó la izquierda el 28 de mayo dinamitaron una cierta apuesta institucional por los cogobiernos entre el PSOE y las fuerzas a su izquierda en el ámbito autonómico y municipal. En esta línea, la batalla cultural del 23J se está centrando en dinamitar un cierto tipo de construcción institucional que la derecha política y mediática ha bautizado como sanchismo.
Supuestamente, y ahora profundizaremos, el sanchismo sería la tendencia política que representa el campo de las izquierdas izquierdas liderada por Pedro Sánchez tras ganar las primarias del PSOE y sobre todo tras la moción de censura a Mariano Rajoy en junio de 2018. Tras las elecciones del 28 de abril de 2019 y del 19 de noviembre, se formó el bloque de investidura que, desde finales de 2019 y principios de 2020, se convirtió en el primer Gobierno de coalición del régimen del 78. Meses después estalló la pandemia del COVID-19 y un año después estalló una guerra internacional, con intervención de EEUU en la frontera este de la Unión Europea, que provocó una subida de los precios de los carburantes y la electricidad y una inflación galopante.
Todo lo que ha sucedido desde 2018 hasta hoy, en el amplio bloque de izquierdas ha sido calificado de sanchismo por la derecha política y mediática. A diferencia del peronismo, el chavismo o incluso el pablismo, el sanchismo ha sido definido casi exclusivamente por sus enemigos, en este caso la derecha española. Esto es una muestra de la gran desorientación teórica de la izquierda. Hasta ahora no hemos oído a ningún miembro de las organizaciones que componen el bloque progresista definirse como sanchista, ni siquiera dentro del partido de Pedro Sánchez. Esto, en cierto modo, nos hace reconocer que no existe una definición de sanchismo en la izquierda y, por tanto, tampoco una alternativa.
En este texto trataré de caracterizar el sanchismo, explicaré su naturaleza y su formación en los últimos años, y trataré de aportar algunas claves desde la izquierda transformadora para superar el momento sanchista y profundizar en una alternativa transnacional dentro y fuera del llamado espacio progresista. Lo haré tratando de explicar por qué es fundamental no fragmentar el campo social del centro-izquierda y la izquierda, al menos como un bloque amplio de oposición a la derecha y la extrema derecha.
Si definimos el sanchismo como el liderazgo ejercido por Pedro Sánchez sobre el campo de la izquierda y el gobierno de España en el periodo 2019-2023, debemos al menos situar dos momentos previos de ruptura, que confluyen en la formación del sanchismo. Uno es el 15M, el gran levantamiento ciudadano de 2011 contra el último gobierno del PSOE antes de Sánchez. El 15M se enfrentó a las políticas de José Luis Rodríguez Zapatero, como la reforma de las pensiones, la reforma laboral o el artículo 135. Además, el 15M dilapidó una versión del PSOE construida sobre la tradición del socialismo conservador y autoritario vinculado a la UE, la OTAN y la diplomacia estadounidense. Tras el 15M y la caída de Rodríguez Zapatero, durante los gobiernos de Mariano Rajoy, la batalla cultural de la izquierda en el Estado superó todos los límites que se habían trazado. El 15M formó una nueva conciencia ciudadana, una nueva legitimidad interna en los partidos y dio lugar a partidos como Podemos y Ciudadanos, provocó primarias en el PP y el PSOE, puso la denuncia de la corrupción en el centro de la vida política lo que provocó la caída de CiU en Cataluña. Esta toma de conciencia de la corrupción legitimó la articulación de la moción de censura que acabó derribando a Mariano Rajoy en 2018. El sanchismo, en este sentido, es la rearticulación de un PSOE post-15M construido en torno a líderes que se enfrentan a sus propias burocracias, que llegan al poder a través de primarias, que se apoyan en cierto tipo de feminismo y muy apoyados en la legitimación de los discursos juveniles.
El segundo momento de ruptura que precede a la formación del sanchismo es el 1 de octubre de 2017. En este caso, el PSOE, a lo largo del procés 2012-2017, formó parte del bloque unionista y pudimos ver a dirigentes del PSC en manifestaciones convocadas por los sectores más ultras y más españolistas. A pesar de ello, la configuración del sanchismo supuso un reconocimiento por parte del PSOE de la necesidad de aceptar la ayuda de ERC para conseguir un gobierno del PSOE a medio plazo. El 15M había erosionado el régimen de partidos hasta el punto de que los grandes partidos centrales del 78 ya no podían formar gobiernos por sí solos. La única salida posible era, por tanto, un pacto. En este caso, un pacto con los soberanistas catalanes, valencianos, vascos y gallegos, formando un bloque progresista que articulara una alianza del centro-izquierda conservador, con una izquierda estatal eurocomunista, la izquierda post-15M y las demandas de democratización territorial de las fuerzas soberanistas del Estado. Esta aritmética interna fue diseñada por los sectores a la izquierda del bloque de investidura ante la amenaza de los partidarios de hacer presidente en solitario a Sánchez entre abril y noviembre de 2019.
Esto, que fue discutido y diseñado por la intelligentsia de la izquierda soberanista y española durante los años del procés, se consolidó finalmente en un acuerdo táctico entre EHBildu, ERC y Podemos frente a la alianza PSOE-IU. Esta tensión entre las alianzas Podemos-ERC-EHBildu y PSOE-IU-Mas se ha desequilibrado con la desaparición de Podemos como actor político relevante en el conjunto del Estado. La situación también se complica por el hecho de que otras fuerzas soberanistas como el BNG, Adelante, CUP, Compromís, MES no tienen un espacio de referencia conjunto, ni una lectura colectiva, ni, por supuesto, una posición o espacio político común. El BNG libra su batalla propia por ocupar los espacios institucionales de la política gallega; la CUP compite en un escenario autocentrado en Cataluña, disputando espacio con los Comunes y ERC; Més y Compromís han decidido unirse a Sumar, renunciando a grupo propio y a un escenario político auto-centrado; Adelante Andalucía se juega todo estos días por emerger con voz andaluza, poniendo el sur del estado en el centro de la vida política. Este sería el espacio para construir un bloque antagónico a la izquierda del nuevo bloque de investidura, y por tanto la oposición de izquierdas al sanchismo realmente existente.
Al otro lado de la trinchera, durante los últimos años, la gran batalla del PP ha sido reconfigurar el régimen de partidos. La derecha española no tiene suficiente apoyo en las naciones sin soberanía por su visión radicalmente centralista, propia de la dictadura militar. Por esta razón, la división del voto de la derecha es profundamente castigadora. Tras la destrucción de Ciudadanos, la estrategia ahora es destruir a Vox mediante cogobiernos, igual que ha hecho el PSOE con Unidos Podemos. Pero aún así, el PP necesita que el PSOE no pacte gobiernos con los soberanistas y con el espacio a su izquierda. Demonizar estos pactos, deslegitimar el poder político de los soberanistas ha sido el principal objetivo de la derecha, y para ello ha construido la estrategia discursiva del sanchismo.
Ante la emergencia de una categoría como el sanchismo, la izquierda no ha sabido cómo reaccionar. Nadie dentro del bloque progresista, ni dentro del bloque de investidura, ni dentro del resto de la izquierda estatal, está en condiciones de defender a Pedro Sánchez. Entre otras razones, porque la reducción de las conquistas sociales no ha formado parte del proyecto de Sánchez, las vías abiertas de diálogo plurinacional o las amnistías a dirigentes independentistas no han formado parte del proyecto de Sánchez. La reversión de la política penitenciaria en la resolución del conflicto vasco no ha formado parte del proyecto de Sánchez. Ni siquiera la política de alianzas del bloque de investidura ha formado parte del proyecto de Sánchez.
A pesar de que en los últimos años la derecha ha ganado una batalla cultural llamando sanchista a toda la política de izquierdas, nadie está dispuesto a asumir que son sanchistas ni a defender la figura de Pedro Sánchez, que lidera una etapa en la que los grandes consensos sociales se construyeron contra su partido y en la que las políticas que caracterizan a su Gobierno (reconocimiento social y nacional) se construyeron contra él. Además, los principales apoyos de Pedro Sánchez no son ERC, EHBildu, Sumar o Podemos. Los principales apoyos y partidarios de Pedro Sánchez son la OTAN, la Comisión Europea y el Fondo Monetario Internacional. La paradoja es que en un contexto de ascenso autoritario y de búsqueda de consensos desdemocratizadores, todas las fuerzas mencionadas se han posicionado dentro o en articulación con el campo político del sanchismo.
La batalla cultural que se está perdiendo se caracteriza por la ausencia de un proyecto político colectivo desde la izquierda transformadora, de clase y soberanista que tenga la capacidad de tensionar desde dentro y empujar desde fuera la formación de un bloque emancipador dentro del campo de la izquierda estatal. En este sentido, es imprescindible abrir un campo de debate en las fuerzas soberanistas críticas con el gobierno de Sánchez como la CUP, el BNG o Adelante, extendiéndose a otros espacios soberanistas como Comprimís, Més, y actores más amplios como EHBildu o ERC, a la espera de que la reconfiguración de la izquierda estatal inaugure nuevos actores de la izquierda española más respetuosos y dialogantes con el derecho de autodeterminación y con las luchas soberanistas, no sólo en el norte, sino también en el sur. En su sur, que es nuestro centro.