Movimiento antiglobalización
Samir Amin: “La liberación nacional ha cambiado el mundo a mejor”

La construcción europea es una construcción neoliberal que no se puede reformar, una construcción diseñada para dar el poder total, exclusiva y totalmente a la oligarquía financiera. Hay que deconstruir la Unión Europea para reconstruir después otra Europa
Samir Amin II
Samir Amin en el año 2012 Subversive Festival en Zagreb (Croacia) Pensar Jondo
Entrevista realizada por Laia Altarriba e Joan Palomès para el Diari La Jornada.
23 nov 2023 13:34

La construcción europea es una construcción neoliberal que no se puede reformar, una construcción diseñada para dar el poder total, exclusiva y totalmente a la oligarquía financiera. Hay que deconstruir la Unión Europea para reconstruir después otra Europa

200 años después del nacimiento de Marx, ¿por qué sigue siendo interesante leerlo y aprender de él?
Lo más importante de Marx es que descubrió lo esencial del funcionamiento del capitalismo, que no es sólo el modo de producción capitalista, sino que afecta a la sociedad en todas sus dimensiones. La especificidad del modo de producción capitalista es que el trabajador vende su fuerza de trabajo y, al mismo tiempo, es víctima de la ideología dominante de esta sociedad, que es la de la clase dominante. Y esto es lo que descubrió Marx; sólo se puede entender qué es el capitalismo si se entiende esto.

¿Qué más encontró Marx fundamental que nos sigue ayudando hoy a entender el mundo en que vivimos?
 El otro elemento esencial que hace de Marx una referencia indispensable es que comprendió y explicó que el capitalismo tiende a la globalización. En su expansión mundial, el capitalismo es polarizador por naturaleza, en el sentido de que crea enormes desigualdades entre el centro y la periferia. Esta dinámica forma parte de su naturaleza intrínseca y se ha polarizado durante todas las etapas de su historia: desde el mercantilismo derivado de la conquista de América hasta el capitalismo industrial del siglo XVIII, pasando por la colonización de África y el Sudeste Asiático. Por supuesto, la forma de la relación desigual entre el centro imperialista histórico y la periferia dominada ha cambiado con la evolución del capitalismo, y ha adoptado diferentes formas.

¿Y cuál es la forma actual?
 Hoy existe lo que yo llamo el imperialismo de la tríada colectiva. Me refiero al imperialismo comandado por Estados Unidos y que incluye a Europa (a través de la construcción europea), la OTAN y Japón (a través del Tratado de San Francisco y acuerdos posteriores). Esta tríada sigue presionando y quiere controlar el mundo entero. Si sumamos los habitantes de la India, China, el Sudeste Asiático, el mundo árabe, África, América Latina y el Caribe, la periferia representa alrededor del 85% de la población mundial. La globalización controlada por esta tríada no se entiende como una relación entre los distintos pueblos, ni como una intensificación de las relaciones comerciales de mercancías: es también, y sobre todo, una globalización basada en la intervención permanente de Estados Unidos (en forma de OTAN) sobre el mundo entero, ya sea mediante la guerra o la amenaza de intervención.

Usted conoció a intelectuales implicados en las luchas antiimperialistas en las Antillas, como Frantz Fanon y Aimé Césaire, que complementaron el discurso de Marx con una perspectiva anticolonial.
 Sí, conocía a ambos y les tenía mucho respeto. Los dos estaban muy cerca del comunismo marxista, pero tomaron cierta distancia de él porque subrayaban  de manera legítima y justificada la importancia de la lucha por la liberación nacional, ya que para los pueblos dominados era la condición del progreso social.

¿Qué balance hace de los movimientos de liberación nacional, teniendo en cuenta que muchos de ellos acabaron convirtiéndose en gobiernos autoritarios?
 ¿Sabe qué? La liberación nacional transformó el mundo. Y para mejor. Aunque la mayoría de los regímenes surgidos de la liberación nacional fueron terribles para sus pueblos, esos movimientos significaron una transformación social progresiva. Yo no lo llamaría socialista o radical, sino más bien progresista.

Pero los hubo que cometieron crímenes atroces contra su pueblo...
Sí, y mucho. Veamos un ejemplo: cuando el Congo belga obtuvo su independencia en 1960, sólo había nueve congoleños estudiando en la universidad. Nueve: seis religiosos y tres civiles, entre ellos abogados y médicos.

Treinta años después, el régimen de Mobutu era uno de los más terribles, no sólo de África sino del mundo, pero había dos millones de habitantes estudiando en la universidad. Así pues, el régimen más terrible surgido de la liberación nacional fue mil veces mejor que la feroz colonización que lo precedió. No hay que olvidar eso. Tengo una edad en la que conocí muchos países africanos antes de la descolonización. Y era horrible, horrible. El mundo de hoy y las nuevas generaciones no lo verán. No podemos imaginar lo que ha pasado en 50 años.

También recuerdan los movimientos laicos de inspiración socialista que fueron tan poderosos en Oriente Medio: Nasser o el Partido Baath en Iraq y Siria. Pero todo este movimiento, que representaba una gran esperanza para toda la zona, acabó derrumbándose.
Los regímenes que yo llamo nacional-populares han conseguido grandes logros, pero tienen sus límites. El primero fue que no quisieron asociar a la clase popular con la transformación. Eran régimes puestos en pie por el pueblo pero sin el pueblo, y eso llevó a una despolitización entre el propio pueblo, algo que dejó un globo que el Islam político tenía la capacidad de llenar. Y por eso se hundieron.

Si miramos a la actualidad, vemos que en Europa y en otros lugares del planeta, la globalización está vinculada a un aumento del autoritarismo. Vemos la fuerza de movimientos como la ultraderecha en Hungría, Macron y Le Pen en Francia, UKIP en Gran Bretaña, Berlusconi y el Movimiento 5 Estrellas en Italia y el populismo de Ciudadanos en el Estado español, entre otros.
Esto no debería sorprender a nadie. La construcción europea es una construcción neoliberal que no puede reformarse. Sería necesario deconstruir la Unión Europea para reconstruir después otra Europa. No soy un culturalista antieuropeo; admiro las culturas de Europa. Pero lo que está fijado es una construcción destinada a dar el poder entera, exclusiva y totalmente a la oligarquía financiera. Otorga a la propiedad privada un carácter sacrosanto que se antepone a todas las libertades. Y esto significa que cualquier forma de democracia, como la libertad individual, los derechos humanos y los derechos de la mujer, quedan subordinados y pasan a un segundo plano frente a la propiedad. Sobre todo, la propiedad de los grandes monopolios, es decir, la propiedad del monopolio financiero que domina el sistema actual. Vivimos en un sistema autoritario.

¿No es una exageración?
No, no lo es. El poder de las grandes empresas en Europa es un sistema totalitario, que podemos llamar blando porque no se nos pide que desfilemos por la calle con los brazos en alto, pero es totalitario en el sentido de que el gran monopolio financiero no sólo controla toda la economía sino que ha capturado el poder político. Y ha reducido todos los partidos políticos históricos -derecha e izquierda- a una camarilla vinculada al neoliberalismo. Este poder también ha capturado todos los medios de comunicación dominantes, que se han transformado en una especie de clero al servicio de la aristocracia financiera, igual que el clero que usted conoció en España, que estaba al servicio de la monarquía y la aristocracia españolas.

¿Cómo afecta a nuestras vidas todo este escenario que describes?
Este sistema, a través de los medios de comunicación y otros mecanismos, adiestra a los individuos para que crean que son libres e independientes, en cuanto aceptan ferozmente la condición de trabajadores subordinados y explotados. Y esto explica el éxito neofascista: es un sistema de pensamiento único que repite sin lugar a dudas que no hay alternativa, pero en realidad siempre hay alternativas.

Además, la izquierda europea clásica ha perdido mucha credibilidad ante la clase trabajadora.
Desgraciadamente, la izquierda histórica europea, es decir, por un lado, los socialdemócratas -que en realidad fueron socialdemócratas en otro tiempo- y, por otro, los comunistas -que en otro tiempo fueron comunistas- han capitulado y se han convertido a lo que se llaman social-liberales. Esto es una contradicción en sí misma: no se puede ser socialista y liberal al mismo tiempo porque el liberalismo es, en teoría y en la práctica, la dominación del capital, pero el socialismo tendría que trabajar para limitar el poder del capital e incluso ir más allá.

¿Cuáles tendrían que ser las prioridades de la izquierda que no cediera a estas políticas social-liberales?
Lo que le falta a la izquierda europea potencialmente radical es aceptar la perspectiva de nacionalizar los grandes monopolios financieros. No hablo de nacionalizar las pequeñas empresas, sino de nacionalizar el gran monopolio. Y el siguiente paso sería socializar la propiedad de las empresas nacionalizadas.

Usted escribió que la actual descomposición caótica del sistema capitalista podría allanar el camino para una oportunidad de avanzar hacia una situación revolucionaria. ¿Se trata más bien de una idea equivocada o cree realmente que se dan las condiciones materiales para que esto ocurra?
Las condiciones materiales están ahí. Los movimientos sociales se están intensificando en todo el mundo, pero son movimientos fragmentados. La mayoría de estas reivindicaciones son perfectamente legítimas: derechos de la mujer, derechos ecológicos, derechos democráticos, derechos sociales, al matrimonio, derechos laborales, etc. Pero hay que pasar de esta fase a la reconstrucción de lo que yo llamo una internacional, una organización que conecte los diferentes movimientos y sea capaz de fijar objetivos estratégicos comunes.

¿Cómo habría que construir esta nueva organización internacional?
No la veo como una repetición de la Segunda o Tercera Internacional, sino como un espacio de unión de la diversidad. Un espacio donde se respeten las diferencias entre las fuentes ideológicas, las formas de organización y las formas de lugar. Lo importante es que sea capaz de establecer objetivos comunes.

¿Cómo encaja esta propuesta con la de la Primera Internacional, en la que participó Marx? 
Precisamente, se inspira en la internacional que construyó Marx, que reconocía la legitimidad de la diversidad de organizaciones obreras frente al sistema de la época. Allí, por ejemplo, trabajaron juntos los anarquistas y los revolucionarios franceses, herederos de los jacobinos. Cuando Marx escribió el Manifiesto Comunista en 1847, dijo que los comunistas no eran los únicos representantes de la clase obrera y que tenían que unirse con el resto de organizaciones surgidas de esta clase.

Es más, después de Marx, dentro del marxismo hubo muchas discrepancias sobre la interpretación de sus textos, y esto fue en detrimento de la unidad sobre el terreno.
La nueva internacional que propongo tiene que aceptar la independencia de las organizaciones que la componen, pero de manera que sean organizaciones de base efectivas y no simples foros de discusión y debate.

_________________________________________________

Esta entrevista fue publicada originalmente en catalán por el Diario Jornada el 5 de maio de 2018, y fue realizada por Laia Altarriba e Joan Palomès. Esta versión en español es una traducción realizada por Alexandre Corredeaguas, de la versión publicada en gallego el 9 de mayo de 2018 en el Diario Digital Avantar, de la Conferencia Intesindical Galega. 

Sobre este blog
Espacio de enunciación colectiva, encrucijada de ideas y reflexiones en torno a la descolonización de Andalucía, de sus prácticas y de su teoría social crítica. Cooridinado por Javier García Fernández @JavierGarcaFde1
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