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Palestina
Pedagogía de la perseverancia frente a la triste hemeroteca de la impotencia
Esta madrugada, después de editar una crónica y una entrevista, donde se relata en primera persona la barbarie cometida en Gaza, y ahora en Líbano, junté las fuerzas para ver finalmente la investigación que Al Jazeera ha publicado recientemente sobre los crímenes de guerra cometidos por Israel en la franja, en una suerte de vigilia personal por el 7 de octubre. Sentía la necesidad de seguir renovando el dolor para no olvidarlo, porque no ha dejado de pasar. Escuchar y leer nuevas formas de contar lo inexplicable. Sacar de la hemeroteca de la impotencia la rabia suficiente para alimentar la perseverancia.
Es difícil escribir de nuevo sobre Gaza, queda la impresión de que todo está dicho, que se repiten las mismas fórmulas, los mismos análisis, las mismas denuncias, el mismo dolor. Pero es justamente en la repetición en la que reside la pedagogía de la crueldad de la que Israel ha hecho su especialidad, crear una rutina de la barbarie, una reiteración imparable de los mismos crímenes de guerra, un mismo previsible guion de destrucción aplicado cada día sobre las y los palestinos desde el 7 de octubre, las últimas semanas también en Líbano. Una protocolo reconocible de bárbaro ataque, hipócrita justificación, chulesca nueva amenaza como secuencia base de su política exterior.
El culto por la muerte del otro parece ser ya lo único que sostiene el proyecto sionista. El odio como sentido del estar en el mundo, la destrucción hecha principal industria de un Estado
La hemeroteca de la impotencia tiene dos caras, y ambas queda magistralmente retratadas en el documental de Al Jazeera, una da fe del dolor sin fondo que están experimentando las personas en Gaza desde hace un año. La pérdida sin fin, la huida sin refugio, el grito sin respuesta, la muerte como gramática cotidiana de la existencia, los cuerpos en pedazos bajo los escombros, sobre el asfalto, como recordatorio de la deshumanización de su pueblo. La otra cara también habla de la deshumanización, pero esta vez como cultura de guerra.
El culto por la muerte del otro parece ser ya lo único que sostiene el proyecto sionista. El odio como sentido del estar en el mundo, la destrucción hecha principal industria de un Estado, el genocidio como motor vital de una parte importante de su población. El documental de Al Jazeera articula segmentos condensados de ignominia, que así sueltos, como nos han llegado a lo largo de estos meses, como un continuo bombardeo, nos cuesta interpretar. Lo que se lee al ordenar los vídeos de soldados israelíes destruyendo y violentando las viviendas, los pueblos, los cuerpos y las vidas palestinas en un exhibicionismo excitado en tik tok, es una vuelta de tuerca de la banalidad del mal, es la ostentación del mal, como un rasgo identitario.
Esto somos nosotros, publican en las redes sociales, soldados y colonos, bajo el ritmo de la última cancioncilla idiota de moda en tik tok, arengados por la última tendencia banal en las redes, con los filtros y los recursos que toquen. Estos somos nosotros y nos gusta lo que somos, nuestro odio es lo que nos define, nuestro desprecio es lo que nos construye, esto es lo que somos y estamos orgullosos. Un discurso insolente que resuena en las declaraciones públicas del gobierno sionista, en el cacareo omnipresente de sus propagandistas.
El otro día en una conversación, una activista palestina me comunicaba su impotencia porque lo que pasaba en Gaza ya no era digno de la atención de los medios mainstream. Justo en los siguientes días, estuve más atenta a los medios masivos y me pareció, que aunque en menor medida, y a veces con el peor enfoque posible, los medios sí que aún hablan de Gaza. En una charla sobre periodismo, alguien en el público nos interpeló, ¿cómo podemos hacer que llegue masivamente a la gente un periodismo crítico que ponga ante los ojos del mundo el genocidio, que permita otros análisis? Y pensé que eso ya está pasando, es verdad que hay censura y persecución, pero también que millones de personas en todo el mundo miran 24/7 lo que pasa a través de ventanas como Al Jazeera. Que el conocimiento, la denuncia, y el análisis fluyen a espuertas en las redes sociales, en un buen puñado de medios, de la mano de referentes muy visibles. Que en este año, muchas hemos aprendido más que nunca.
La pedagogía de la impotencia intenta ahogar nuestra capacidad de reaccionar bajo una inundación continua de impunidad y desfachatez genocida
La hemeroteca de la impotencia nos habla de otra cosa: de la cada vez más larga e insondable distancia que media entre saber y poder. De que quienes mandan no necesitan ganarse a la opinión pública para seguir su hoja de ruta, pues esa hoja de ruta está trazada con la tinta del fascismo. Que nuestra denuncia y nuestro dolor, nutre los algoritmos de los tecnoseñores feudales sin dañarlos. De que, junto a la pedagogía de la crueldad —esa normalización del dolor y la violencia a base de una doctrina del shock continua cada vez más bestia, sangrienta y psicópata— la pedagogía de la impotencia intenta ahogar nuestra capacidad de reaccionar bajo una inundación continua de impunidad y desfachatez genocida.
Ante la hemeroteca de la impotencia, es fundamental entonces, mantener viva una pedagogía de la perseverancia. Mostrar que seguimos aquí contando las veces que haga falta el genocidio que se repite cada día. Denunciando una y otra vez los crímenes de guerra que una y otra vez perpetran, como hace Al Jazeera, mantener viva la rutina de indignarse, de sufrir, pero también de creer, que su hoja de ruta no es inevitable, que no somos impotentes, que, como dice el joven periodista Abubaker Baid en su crónica de hoy en nuestro diario: “Como ser humano o como periodista, sé que todos mis esfuerzos pueden haber sido en vano, ya que este genocidio no ha cesado. Sin embargo, no me detendré y seguiré contando la verdad y transmitiendo el mensaje de mi pueblo”.