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Centros sociales
La legitimidad de los Centros Sociales. Comunes urbanos y nuevos marcos de posibilidad
Del 12 al 15 de octubre tendrá lugar el III Encuentro de Municipalismo, Autogobierno y Contrapoder, Mac3, en esta ocasión, en A Coruña. Tras dos años de candidaturas municipalistas ya toca hacer balance de los logros y límites de este experimento político. De aquí al Mac3 vamos a dedicar, por lo tanto, nuestro nuevo blog, Palabras en Movimiento, a compartir líneas de debate que, entendemos, pueden alimentar los múltiples debates de las jornadas, en relación a la libertad de movimiento, los comunes y las remunicipalizaciones, la nueva burbuja inmobiliaria, la deuda, la sostenibilidad y el medioambiente, el problema de la organización, los poderes fácticos, el feminismo municipalista, la movilidad, los desafíos de la comunicación o la defensa de los centros sociales.
Cuando en los años setenta y ochenta empezaron a proliferar en toda Europa los espacios sociales autogestionados y los centros ocupados, principalmente en contextos urbanos, lo hicieron desde un ámbito de absoluta exclusión y marginación. Aún así, estos dispositivos fueron una de las respuestas más sagaces que toda una generación de activistas y militantes logró articular frente a la la falta de equipamientos sociales, la invisibilización de las formas culturales no hegemónicas y la ausencia de espacios de politización al margen de los partidos y sindicatos tradicionales. De hecho, hoy día, con el Régimen del 78 y sus mitos fundacionales en torno a la Transición en franca descomposición, existen en el territorio español más de cuatrocientos, la mayor parte de ellos ocupados, algunos alquilados, y unos pocos cedidos por alguna institución.
La monstruosidad y la anomalía de estas instituciones del común merecen, consiguientemente, un reconocimiento expreso. Ello es, por cierto, lo que ya está ocurriendo en distintas ciudades europeas como Nápoles, Bolonia o Berlín.
Las centros sociales, por tanto, han conseguido convertirse en la actualidad en unas realidades muy consistentes. Su legitimidad está fuera de toda duda, no sólo por la vitalidad que insuflan en lo urbano organizando actividades, encuentros, actos y eventos de todo tipo, propiciando otras formas de articulación social o generando redes económicas y de cuidados alternativas, por muy difícil que ello resulte en ocasiones, sino también, y sobre todo, porque forman parte del entramado civil y político de muchos barrios y ciudades. Son, además, una de las más claras expresiones de la capacidad que teóricamente deberíamos tener todas las personas para organizar nuestras vidas de forma autónoma, tanto individual como colectivamente, sin necesidad de seguir las lógicas del mercado ni los preceptos de ninguna administración. En definitiva, es la propia acción política de los centros sociales la que les dota de esa indudable legitimidad.
La gestión neoliberal de nuestras ciudades, mediante el impuso económico de la “cultura del espectáculo”, enfocada cada vez con más frecuencia a la atracción masiva de turismo, genera destrucción patrimonial, secuestros indiscriminados de espacios comunes y desplazamientos de vecinos y vecinas, todo lo cual convierte a la ciudad en un lugar invivible.
La monstruosidad y la anomalía de estas instituciones del común merecen, consiguientemente, un reconocimiento expreso. Ello es, por cierto, lo que ya está ocurriendo en distintas ciudades europeas como Nápoles, Bolonia o Berlín. Siguiendo esta línea, desde la coordinación del taller sobre espacios y centros sociales del MAC3 proponemos como eje principal de discusión esta problemática, es decir, la del ser y estar en la ciudad, no ya con legitimidad, algo que se da por supuesto, sino con pleno reconocimiento, un horizonte que consideramos igualmente irrenunciable. El objetivo concreto de este debate es poder comenzar a dotarnos de las herramientas necesarias para iniciar un proceso por el cual los ayuntamientos de nuestras ciudades reconozcan los centros sociales como bienes comunes, en tanto que en ellos se genera una enorme riqueza social, cultural, infraestructural y patrimonial con dimensión comunitaria y que puede ser aprovechada por toda la ciudadanía.
Es precisamente aquí donde hallamos el gran cambio de paradigma al que pueden contribuir los centros sociales dentro del contexto político actual. Los ciudadanos y las ciudadanas que integran las asambleas de todas estas iniciativas dejan de ser meros receptores de derechos por parte del Estado, pasando a ser agentes activos que producen y reproducen vida, gestionan bienes comunes y crean comunidad. Este aspecto, al mismo tiempo, conecta con dos de los retos más trascendentales a los que hoy día se enfrenta el movimiento municipalista: recuperar la ciudad de la que estamos siendo expulsadas y dotarnos de una estructuras democráticas más formales y directas, enraizadas en fórmulas de verdadero autogobierno. No hay que olvidar, en este sentido, que si la democracia es antes que nada la toma de decisiones sin mediación y la intervención ciudadana (algo que va más allá del manido concepto de “participación”), los centro sociales son un recurso democrático inestimable.
De otra parte, el segundo debate que nos gustaría abordar desde el taller es la posibilidad de articular y coordinar respuestas comunes en torno a algunas de las situaciones sociales que nos afectan cotidianamente y que sin duda son una trabazón en nuestras aspiraciones democráticas: alquileres, gentrificación, cultura libre, cuidados, limitaciones en la generación de renta… En el epicentro de estos temas se encuentran indudablemente los centros y espacios sociales asentados en lo urbano en tanto son, o al menos aspiran a ello, sujetos políticos por derecho propio.
La gestión neoliberal de nuestras ciudades, mediante el impuso económico de la “cultura del espectáculo”, enfocada cada vez con más frecuencia a la atracción masiva de turismo, genera destrucción patrimonial, secuestros indiscriminados de espacios comunes y desplazamientos de vecinos y vecinas, todo lo cual convierte a la ciudad en un lugar invivible.
Son estas prácticas, precisamente, el pilar desde el que queremos pensar, imaginando otras formas de hacer ciudad, otras formas de vida. Partiendo de una identificación colectiva de los problemas cercanos, proponemos rescatar entre todas lo mejor de nuestras hipótesis y experiencias, apostando por reforzar un espacio político propio para los centros sociales y espacios de gestión ciudadana en combinación con el resto de agentes inmersos en el movimiento municipalista, pero también buscando generar nuevos marcos de posibilidad. Esto último, en fin, nos remite al ámbito del emergente sindicalismo social y, a la vez, nos hace volver sobre la primera discusión propuesta: la de obtener para los centros sociales, en base a la legitimidad adquirida por años de lucha y experimentación, el reconocimiento expreso de estos como un bien común que es necesario cuidar, consolidar y expandir.