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Decía Tim Burton que se aprende más de uno mismo “si no se intelectualiza inmediatamente, si intentas ir de forma más intuitiva y luego miras hacia atrás y ves que temas o imágenes se repiten”. Y es que la coyuntura, aún siendo inédita, no es más que una adaptación de la norma; el resultado de una lucha de variables por ver cuál es más determinante. En ese ajuste de entropía, lo urgente tiene velocidad de luz, lo importante de planta. Y sin luz no hay foto pero la luz no se puede fotografiar.
Entro en los periódicos y me entra un vértigo similar al que describía Guillermo Zapata, hace ya unos años, en “si notas el vértigo levanta la mano”. Vértigo a, parafraseando a S-Curro, descarrilar en la autoestopista de la información. Vértigo a una prematura intelectualización. Y sí, en el claroscuro entre el viejo y el nuevo mundo surgen los monstruos. Y sí, la duda es molesta, impide cerrar filas, pero también impide poner y quitar más puertas de las necesarias al campo de lo posible.
No es únicamente que no tengamos porqué tener una opinión completamente formada sobre absolutamente todo. Ni siquiera es que tengamos que elegir entre el dejad de interpretar el mundo y tratad de cambiarlo de Marx o el no actúes solo piensa de Zizek. Quizás solo sea escepticismo ante quienes, desde el primer día, ya tienen la situación radiografiada.
Algunas, estamos tan predispuestas a ver nuestros deseos y miedos materializados que entre la nebulosa que cubre los árboles vemos un bosque que confirma todas nuestras cosmovisiones: telegramas de la Pachamama, el capitalismo en su fase terminal, el fin del neoliberalismo, una gobernanza global, la Renta Básica Universal, la Teoría Monetaria Moderna, el fin de la Unión Europea... Hasta Juan Ramón Rallo parece moverse a gusto en esta “máquina de síes”. Bien, este es mi sí: desconfiemos de las certezas. Desconfiemos de las certezas siempre pero sobre todo cuando no surgen de mirar a los ojos de la tragedia.
Puede que esta pandemia haya sacudido nuestro acuerdo de lo que es posible, lo cual no es poco. Como argumentan Nick Srinicek y Alex Williams “los intelectuales del neoliberalismo pensaron de manera abstracta en términos de posibilidades: lo que era imposible en su propio tiempo se volvió posible más adelante”. Formaron una maquinaria de síes y cuando llegó la crisis de la socialdemocracia y las políticas keynesianas la pusieron en marcha para derrocar al consenso existente. Ahora vivimos en su utopía, la cual, necesita que no seamos capaces de materializar la nuestra.
Morirá el Coronavirus, ¿y qué?. En peores plazas ha toreado el capitalismo
Me acuerdo de un colega que cuando quería ilustrar que estábamos ignorando que algunos de los debates que habíamos superado en el gueto de izquierda radical en el que nos movíamos aún estaban por iniciarse en otros muchos espacios, sentenciaba: “Madrid no es Lavapíes”. Tampoco el Estado español es Madrid y, puesto que lo que si que somos es hijas e hijos del capitalismo ─en tanto que incluso más que destruirnos, nos construye─ creo que no debemos descartar la posibilidad de que para la inmensa mayoría de personas ─incluidas las que ocupan las élites económicas y políticas─ el fin del mundo siga siendo más imaginable que el fin del capitalismo.
Las distopías de unos son terrenos fértiles para las utopías de otros y viceversa pero en nuestro caso, no podemos vencer sin convencer. Aunque Boris Johnson nacionalice temporalmente Brithish Airways, no debemos descartar que no se haya convertido al comunismo. Ya lo escribía Max Aub: “Morirá Franco, ¿y qué? Las fuerzas son otras y están bien hincadas en suelo español”. Morirá el Coronavirus, ¿y qué?. En peores plazas ha toreado el capitalismo.
Puede que esta pandemia haya sacudido nuestro acuerdo de lo que es posible pero, si una vez más, la salida es a base de privatizar beneficios y socializar pérdidas, no deberíamos abrazar tan pronto su carácter antisistémico. Porque como dice Guillermo Zapata “volar no es caer con gracia” y, a menudo, el “cuanto peor, mejor” de una parte de la izquierda nos impide despegar.
Algunos han señalado lo paradójico de que tras largas luchas del feminismo y el ecologismo, sea una pandemia lo que haya venido a poner los cuidados en el centro y a frenar la curva del cambio climático. No luchábamos por esta forma de poner los cuidados en el centro o frenar la curva del cambio climático y obviarlo puede resultar en una letal ilusión de alternativas.
En este sentido, Alberto Santamaría dice lo siguiente sobre los años finales de los setenta: “La crítica que había sido lanzada por diversos sectores de la izquierda durante años hacia estos modelos conservadores (vinculados al capitalismo) (…) en lugar de generar heridas en el corazón del capitalismo (…) acabó anestesiando los impulsos transformadores a lo largo de la década siguiente”.
Es necesario mostrar que existen alternativas al orden existente y visibilizar propuestas de políticas públicas inmediatas pero mirando atrás, me da que solo lo que ya roza lo hegemónico estará disponible en esta crisis. Por ello, quizás, antes de echar las variables a pelear, debamos pesar las condiciones materiales, la correlación de fuerzas. Aunque sea doloroso, puede que dichos factores sean más determinantes que la necesidad o idoneidad del cambio político, social y económico que se propone. Barajemos al menos, la posibilidad de que, en lugar de darle una vuelta al tablero estatal o mundial, la pandemia acelere lo ya existente.
Se habla mucho de la nueva normalidad, hablemos también de la vieja novedad. Como decía Gata Cattana: “Ya llegará vestido de mañana; el futuro y sus dilemas; y sus cantos de sirena”.
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Maravillosamente plasmada en palabras una idea que me sobreviene con frecuencia (quede claro mi elogio dirigido a la expresión y no a midea) ¿es de Coral? quizá la citen algún contexto.
Gracias