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Quizá todavía no seamos conscientes, pero esta semana hemos roto con la ciudad individualizada. Sin darnos cuenta. Pero de forma masiva, alegre. ¿Cómo lo hicimos? Pues porqué, gracias a la nieve, volvimos a jugar en la calle. Paseaba por el parque de mi ciudad (pon aquí el nombre de la tuya) y veía jubilados haciéndose selfies, adolescentes cambiando el porro del recreo por el trineo y clases enteras de escolares aprovechando para llenar de nieve a su profesora.
Así que la nevada fue como una Máquina del Tiempo que nos hubiera teletransportado hasta la niñez: Nos despertamos bien temprano para descubrir los tejados nevados que se ven por entre las ventanas... ¡Y yo al menos corrí por el pasillo de casa, dando saltitos, como si tuviera cinco años!
Ver la nieve nos ejuveneció hasta la niñez. Y al hacerlo, nos comportamos como las niñas y niños que un día fuimos. ¿Y que es lo que hacen? Pues dar uso del Espacio Público de forma espontánea. Corriendo de aquí allá; perdiendo la vergüenza al qué dirán de nosotras; saltando con las katiuscas encima de charcos, escribiendo nuestro nombre en la nieve, gritando, alterando la rutina, interactuando con desconocidos, siendo amable con quien tienes al lado o quizás peleándonos con él, pero sintiéndote parte de una colectividad que experimenta lo mismo a la vez. Euforia o desazón, tanto es: En la cultura infantil de calle, aquello que importa es que sea comunitario.
Y ahora os preguntareis: ¿Acaso no se puede hacer lo mismo cualquier día? Con matices, diría. Para empezar, la lógica laboral (horas extra, desplazamiento a otras ciudades) no nos permite demasiadas horas para la vida en la calle. Y si lo haces, te sientes mal: la lógica productivista dice que hay que llenar el tiempo. Así que No-Hacer-Nada parece un problema, cuando realmente es una inversión.
En segundo lugar, si eres mujer, tienes todos los números para tener que responsabilizarte de las tareas de cuidados y sostenimiento de la vida (como lo es el trabajos doméstico y la atención a mayores y infancia). El patriarcado aprieta, ¡aunque la semana que viene hay huelga feminista!
En tercer lugar, la lógica tecnológica nos ha dejado encerrados en casa: No nos hace falta salir para poder hablar con los amigos (tenemos WhatsApp), ni levantarnos del sofá para consumir entretenimiento (pagamos por Netflix y la Xbox). Pero todavía más: nos ha individualizado. Y cada vez hacemos menos actividades con la cuadrilla (o pandilla, o grupo, o troupe...). Aun así, quizá encontremos un equilibrio: aprovechar las nuevas tecnologías, pero sin perder la calle como espacio de juego y socialización.
Finalmente, la actual lógica urbanística tampoco fomenta un espacio público vivo y activo. En nombre del civismo, todavía hoy en día tenemos carteles que dicen “prohibido jugar a pelota” en plazas y parques. Bajo un supuesto llamamiento al civismo, todavía hoy en día tenemos partidos que exigen retirar pegatinas o carteles reivindicativos del mobiliario urbano.
Pero no queremos un espacio público estrechamente regulado y punitivo, que busque uniformizar las conductas de las personas. Cómo dice Manuel Delgado, miembro del Observatorio de Antropología del Conflicto Urbano, “el Espacio Público de calidad es aquel del cual la ciudadanía se reapropia, apostando para darle un valor de uso (y no de cambio)”.
Por eso, lo que toca ahora es revisar las ordenanzas de “civismo” y anular las políticas anti-ciudadanas que nos han ido perpetrando. Al mismo tiempo, tenemos un reto: romper con el urbanismo de cemento. Y se puede hacer a coste mínimo, por ejemplo, pintando el asfalto con elementos decorativos infantiles, instalar más jardineras y fuentes de agua, bancos para descansar (pero de más de tres plazas, ya que los los individuales fueron diseñados únicamente para evitar con personas sin hogar puedan dormir en ellos), cerrar calles al tráfico de coches...
En fin, diseñar calles para potenciar la vida en comunidad. Y así no tener que esperar hasta la próxima nevada para salir de nuevo a las plazas y re-apropiarnos del espacio público. Aunque al ritmo que vamos, quizá antes hayamos prohibido las nevadas en nuestras ciudades.
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Y que delicia despertarse con unos sonidos inusuales: el vocerio infantil y los alegres chillidos y risas de los estudi tes. Si. Parecía otra ciudad.