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Opinión
Sean Baker y el realismo social

El cine social es un género particular, pues ¿no es todo el cine, en realidad, social? Todas las películas, sean románticas, de aventuras, de terror o de cualquier otro género, siempre están envueltas en ideologías, arquetipos, estereotipos de personajes, narrativas, estéticas, etcétera. Todo esto, inevitablemente, está atravesado por la sociedad y el tiempo en que estas historias han sido creadas.
Así que todo el cine es social. Sin embargo, hay algunos directores, como Sean Baker, que llevan esta esfera de lo social a un nivel mayor: el de la vivencia cotidiana. El director de Nueva Jersey, premiado con el Óscar a Mejor Director en este 2025, es, al igual que otros como Ken Loach o Icíar Bollaín (por mencionar algunos ejemplos), un cronista de lo cotidiano. Su obra está impregnada de un realismo social que la convierte en una de las mejores etnografías de la estratificación social americana del cine a partir del segundo milenio. A través de su filmografía se comprueba cómo se puede hacer cine también de lo cotidiano, de lo marginal, de la clase trabajadora más precaria y de las identidades más estigmatizadas.
Un cineasta con alma de etnógrafo
Aunque su primera película es Four Letter Words (2000), es cuatro años más tarde, con el filme Take Out (2004), cuando ya se muestran las intenciones de un joven Sean Baker. En esta historia, como si fuera un antropólogo realizando un trabajo de campo sobre la comunidad china en Nueva York, seguimos durante 24 horas la vida de un inmigrante chino ilegal que reparte comida a domicilio. La ciudad de Nueva York, como gran monstruo mudo, arroja al joven bajo la lluvia, la indiferencia e incluso la violencia de la gente. En dicho filme, los planos secuencia siguen a la precaria bicicleta conducida por el protagonista, que, asfixiado por las deudas, intenta trabajar todo lo que puede, llamando a la puerta de decenas de casas anónimas en aquel monstruo laberíntico que es una megalópolis como la ciudad neoyorquina. Esta película se presenta como una premonición de las condiciones esclavistas que los repartidores de comida, como Glovo o Uber, enfrentarían en el futuro.
Siguiendo con su travesía urbana, Baker vuelve a situarnos en Nueva York con su película Prince of Broadway (2008). Aquí, un vendedor ambulante de zapatillas se encuentra de repente con un bebé, supuestamente su hijo, del que no sabía nada. La negación, el humor satírico, la precariedad y el llanto se entrecruzan en esta película, que resulta más elaborada y trabajada que Take Out. En ella, un nuevo individuo proletario, perteneciente a la franja más precaria de la clase trabajadora, intenta sobrevivir a los surrealistas obstáculos que le pone la vida. Esta etnografía nos permite intuir cómo Baker jugará con la tragedia a través de la comedia. Porque pocas cosas son tan honestas en la clase trabajadora como reírse de la tan colosal desgracia diaria que tenemos que soportar cada día.
‘Starlet’ (2012) representa un salto cualitativo en el cine de Baker. Es una obra delicadamente rodada, en la que sus planos realistas, casi como un documental noventero, se combinan con otros más convencionales
Starlet (2012) representa un salto cualitativo en el cine de Baker. Es una obra delicadamente rodada, en la que sus planos realistas, casi como un documental noventero, se combinan con otros más convencionales. El uso del color, la fotografía y el mimo con el que describe a sus personajes, dotándolos de autenticidad, son más que evidentes. En esta historia nos adentramos en la industria pornográfica, un sector que interesa especialmente a Baker (que volverá a tocar con Red Rocket), donde una joven actriz se hace amiga de una anciana viuda. Estas dos personas, inmersas en el ajetreo y el desarraigo del Valle de San Fernando, California, logran conectar como pocas lo hacen. Baker enlaza con un lado intimista que ya había mostrado, pero que en Starlet cobra una fuerza mayor. Podemos descifrar que a este estadounidense le empieza a interesar no solo dar visibilidad a figuras estigmatizadas o marginales, sino dotarlas dignamente de lo que el imaginario social las despoja: humanidad.
‘Tangerine’ marcó un hito en el cine independiente por su uso innovador de una tecnología mucho más accesible que los costosos equipos cinematográficos tradicionales
Tangerine, de 2015, es una película al más puro estilo Baker. Famosa por haberse rodado completamente con iPhones 5, marcó un hito en el cine independiente por su uso innovador de una tecnología mucho más accesible que los costosos equipos cinematográficos tradicionales. En esta historia, una trabajadora sexual trans sale de la cárcel e inicia una travesía por su barrio para descubrir por qué su novio, aparentemente, está ahora con otra mujer. La película transcurre en Los Ángeles, específicamente en el área de Hollywood, desarrollándose toda ella en las calles cercanas a la intersección de Santa Monica Boulevard y Highland Avenue, una zona conocida por su diversidad cultural y vida nocturna. En Tangerine, observamos a un Baker ya maduro que tiene claro el estilo estético que quiere mostrar. Entre lo vulgar y lo cotidiano, entre lo precario y extravagante, todo ello en simbiosis con el paisaje urbano estadounidense, observamos cómo sus historias se empiezan a convertir en una especie de fábulas modernas; Baker empieza a abrazar de lleno el realismo social, convirtiéndose en una especie de cronista moderno.
Su posterior trabajo lo llevará a ser uno de los directores jóvenes más a tener en cuenta en el panorama cinematográfico. Con The Florida Project (2017), Baker nos guía hacia las inmediaciones de Kissimmee, Florida, cerca de Walt Disney World Resort. Concretamente, el escenario principal es el Magic Castle Inn & Suites, un motel económico pintado de color lavanda, que en la película se llama The Magic Castle. Este lugar, junto con otros moteles similares y tiendas de la zona, refleja la realidad de las familias que viven en situación de precariedad a la sombra de la opulencia de Disney World. The Florida Project es un retrato implacable de las desgracias del capitalismo y la mentira del sueño americano. Además, Baker narra esta realidad a través de la historia de una niña y su madre soltera, que intentan sobrevivir en la jungla más precaria que el neoliberalismo de Estados Unidos ha hecho prosperar. La película es una fábula sociológica de las que no se olvidan.
Pero el viaje sigue y nos lleva a su penúltima película, Red Rocket (2021), un cuento coral y sociológico al estilo de uno de los grandes directores del siglo XXI. Esta historia nos traslada al corazón de la precaria Texas bajo la mirada de una especie de Lazarillo de Tormes moderno, encantador y despreciable al mismo tiempo. Después de pasar años en la industria pornográfica, el protagonista vuelve a su ciudad natal e intenta toda clase de artimañas para regresar a su querida Los Ángeles. Vuelve Baker aquí hacia la industria pornográfica, los trabajadores marginados, caídos a menos, outsiders, muchos de ellos supervivientes que están traspasados por el gen picaresco del trabajador norteamericano, traspasado por esa ideología neoliberal que lo convierte, más que en un competidor, en un estafador a hombros de una promesa capitalista que se desvanece bajo la precariedad, el abuso y la violencia.
‘Anora’ es una comedia que, a la vez, es una tragedia, además de una descarnada mirada a las clases sociales y a la violencia burguesa
Y después de todo lo narrado, llegamos a la oscarizada Anora. Esta última película merece mención especial. Es una comedia que, a la vez, es una tragedia, además de una descarnada mirada a las clases sociales y a la violencia burguesa. Al mismo tiempo, es una crítica hacia la precariedad del escalón más débil de la clase trabajadora, que únicamente tiene su cuerpo como objeto para vender. La historia nos traslada a la vida de una escort de la ciudad de Nueva York, que tiene un romance con el hijo de un oligarca ruso. En apenas unos días, Ani pasa de ser una proletaria de un club de striptease a la pareja de un multimillonario. Pero el contraste sale a relucir finalmente, y el cuento de hadas a lo Pretty Woman se transforma en la cruda realidad capitalista de manera tajante. Una de las mejores películas del 2024 y premiada con la Palma de Oro o el Óscar a mejor película.
El realismo como artefacto cultural subversivo
Es, por tanto, Baker un cronista de lo cotidiano, encumbrando una obra ya extensa donde se nos describen las vivencias diarias de algunas figuras de la clase trabajadora estadounidense, muchas de ellas ancladas en el precariado, y que son el reflejo más nítido de la violencia burguesa y de la estrepitosa mentira que hay detrás del sueño americano. Pero, además, cabe destacar de este director su fidelidad con el realismo social, algo que puede tener en su seno un epicentro subversivo. Pues, en una cultura actual traspasada por una crisis de historicidad sin precedentes, donde el tiempo queda atrapado y el pasado pierde su memoria y su profundidad, la cultura se transforma en un simple mapa espacial, donde los signos muestran un objeto desprovisto de significado: todo es una mercancía.
Es decir, la pérdida de nuestra claridad realista es un síntoma del tiempo actual, el capitalismo tardío, donde la estructura económica, social e ideológica ha dejado de ser visible. El capital, como un dios generador de la realidad a todos los niveles, parasita la cultura, provocando que esta ya no pueda encontrar un afuera para poder criticarlo y encender la llama del cambio. Por eso Baker, cuando vuelve a su realismo social, nos enseña que aún podemos observar los lazos históricos, mirar aquellas identidades estigmatizadas, humanizarlas, comprenderlas y entender que el enemigo real no está en esa figura extraña que siempre ha sido odiada por su semejante.
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Muy buen comentario sobre Sean Baker, al que he descubierto hace poco y me ha encantado, Es realmente un retrato realista de la pobreza y de los marginados, que a diferencia de los entrañables y concienciados personajes de Loach, a veces, como en el caso de Florida Project, tienen en sí mismos, la lacra de lo que el capitalismo nos hace: individualistas y parásitos. Pero de Baker me gusta no solo los temas y su discurso a favor de los nadies, sino la forma de contarlo, como si no fuera un cine programado y medido, sino como si la cámara se hubiera colado en la vida de la gente sin ellos advertirlo. Como un documental, y eso tiene una gran fuerza para provocar la empatía y toma de postura del espectador. Estoy pendiente de ver Anora, y espero que el Oscar no le convierta en uno más de los directores que critican, pero solo lo justo.