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Opinión
No siempre tener muchas luces es sinónimo de inteligencia
Cuenta la leyenda navideña que los magos de oriente llegaron al portal de Belén gracias a la luz de una estrella que les servía de referencia para orientarse. Hoy, aquellos magos se perderían por el camino porque la contaminación lumínica nos ha robado las estrellas. El pasado sábado 16 de noviembre, se celebró el “día del gran fogonazo” o el momento en el que, Abel Caballero dixit, empezó la navidad en el planeta. Ese día se encendieron los 11'5 millones de luces —o 12 millones o 13 millones, dependiendo del humor que tenga el alcalde cuando hace declaraciones— que iluminarán 420 calles —o 500 calles, también dependiendo de la cifra que se le ocurra decir ese día—.
Una breve consulta a la hemeroteca nos muestra ese baile de cifras, pero en cualquier caso, millones de luces arriba o abajo, Vigo se llena un año más de luz y color. Todo sea por el turismo: 6 millones de visitantes diarios llegó a afirmar Caballero —algo más de medio millón, según el INE— y un retorno económico cifrado, también según el alcalde, en mil millones de euros —nunca aportó los datos con base en los que llegaba a esas cifras—. De ser ciertas esas cifras, significarían que Vigo tendría, en dos meses, más turistas que algunos continentes enteros en un año. Se trata de convertir Vigo, según el Concello en, literalmente, “un espacio onírico pionero de la expresión artística”. Mientras intentamos adivinar qué significa este etéreo espacio onírico, podríamos preguntarnos algo más pragmático: ¿Qué impacto ecológico y social producen estas luces?
Galicia
Movimientos sociales Vigo se organiza contra la masificación turística: ‘‘Queremos una ciudad para vivir todo el año’’
Un argumento muy utilizado por Caballero para negar el despilfarro que supone esta desmesura lumínica consiste en recordar que se trata de luces LED cuyo consumo “no es nada, es prácticamente cero”. Es cierto que, comparativamente, una luz LED es considerablemente más eficiente que una bombilla convencional, pero en este caso no hablamos de una luz, sino de 11,5 millones. Sería equivalente a la diferencia entre tomarse un chupito de aguardiente o tomarse 11´5 millones de chupitos, que nos enviarían directamente a la UCI con un coma etílico terminal y escasas probabilidades de supervivencia. Esta desmesura se podría cifrar en un consumo de unos 400.000 kw y un coste que puede rondar los 130.000 euros.
Pero el coma lumínico inducido por las navidades en Vigo tiene el agravante de que llueve sobre mojado o ilumina sobre iluminado. El mapa lumínico de la ciudad nos muestra que sin el añadido de las luces de navidad Vigo ya tiene amplias zonas, que incluyen prácticamente todo su centro urbano, lumínicamente saturadas. En la ciudad de las 42.449 farolas —con un coste en electricidad de 3'2 millones de euros cada año— tenemos aceras en las que se gastan 124 vatios en iluminar un solo metro cuadrado; nuestras calles están más iluminadas que un quirófano de forma tan absurda como ineficiente y este es otro aspecto de la contaminación lumínica que no se suele abordar cuando hablamos de eficiencia.
Consideramos la eficiencia como la cantidad de luz emitida por unidad de consumo de energía, pero no es el único indicador si tenemos en cuenta que, dejando aparte la finalidad ornamental navideña, utilizamos la luz artificial para ver en la oscuridad. Pues bien, Salva Bará, uno de nuestros científicos más reconocidos internacionalmente por sus estudios sobre los efectos de la contaminación lumínica, demostraba el año pasado en unas jornadas del Consello da Cultura Galega que, incluso en una instalación de iluminación técnicamente perfecta solamente una partícula de luz, de cada 22 millones reflejadas en el suelo, es aprovechada por una persona para ver. El resto, es decir prácticamente toda la luz, se pierde por absorción o se convierte en contaminación lumínica.
A esto se añade que este límite físico no se puede superar mediante ninguna mejora tecnológica. La iluminación navideña de Vigo efectivamente se ve desde la estación espacial y desde más sitios. La doctora en astrofísica Antonia Varela, directora de la fundación Starlight, una entidad internacional que lucha contra la contaminación lumínica, manifestaba que la intensidad de la iluminación navideña en Vigo era equivalente a iluminar siete estadios de fútbol de primera división y lo decía hace cinco años, cuando la parafernalia lumínica era mucho menor. La Fundación Starlight es también la entidad que concede los sellos de calidad para el turismo astronómico. Uno de los dos primeros destinos turísticos certificados en Galicia fue el Parque Nacional de las Islas Atlánticas. Dicha certificación lleva unos años al límite, a apenas una décima de perderse por la contaminación lumínica emitida por Vigo que, a 14 kilómetros de las Cíes, llega al extremo de que si nos situásemos en el faro de Cíes por la noche, la luz de Vigo haría que proyectásemos nuestra sombra.
Otro argumento recurrente estos últimos años es que la energía que se consume en el delirio navideño “es 100% renovable”, como si eso sirviera de coartada o justificación al despilfarro. También aquí convendría matizar que, aunque efectivamente, su equivalente en impacto climático no va a superar las 1.000 toneladas de CO2 de otros años, no es cierto que “emita cero CO2” pues como ya dijimos alguna vez, se puede contratar una tarifa que suministre electricidad de origen renovable, pero si se hace con una compañía que todavía produce más del 60 % de su energía con combustibles fósiles, hay algo de hipocresía en esa segregación, además de ignorar que en su balance neto las renovables también emiten CO2, a menos que el Concello piense que los aerogeneradores nacen espontáneamente en los montes como setas y las centrales hidroeléctricas las construyen los castores.
Además del impacto económico y climático debemos añadir al prodigio envidia del orbe de la iluminación viguesa la contaminación lumínica. Con la contaminación lumínica sucede un proceso similar al de la contaminación acústica hace unos cuantos años: mientras la ciencia demostraba que se trataba, efectivamente, de una fuente de contaminación pura y dura, la percepción general era que se trataba de una simple molestia. Hoy asumimos que se trata de un impacto en nuestra salud y existen normativas para mitigarla —Vigo figura en los mapas acústicos como una de las ciudades más ruidosa de España— aunque rara vez se cumplen dichas normas.
Hoy ya somos conscientes de que, efectivamente, la contaminación acústica es perjudicial para la salud. El siguiente paso a nivel de percepción de la población debe ser la contaminación lumínica. La evidencia científica es abrumadora y muestra más allá de cualquier duda que afecta de manera determinante a los ecosistemas y a las especies, incluyendo la nuestra. Seguimos añadiendo cada vez más informes y datos científicos sobre los efectos de la contaminación lumínica en la salud humana (diferentes tipos de cáncer, problemas metabólicos) sobre los ecosistemas naturales (disrupción de ciclos circadianos, ese “reloj biológico” que regula los cambios en las características físicas y mentales que ocurren en el transcurso de un día) los cambios en el comportamiento y mortandad de diferentes especies, incluyendo los ecosistemas marinos y un largo etcétera.
A esto tenemos que añadir que utilizamos mayoritariamente en nuestras casas y cada vez más en la iluminación pública las luces frías o de espectro azul, las más perjudiciales para la salud. Si a las doce de la noche nuestros vecinos pusieran la música a todo volumen los denunciaríamos inmediatamente, pero no tenemos la misma sensación si durante la noche nos invade la contaminación lumínica desde la calle. Sin ir más lejos, nuestro CSIC publica periódicamente informes cuyo título no puede ser más claro: Ciencia para las políticas públicas. Una de las funciones del CSIC consiste precisamente en el asesoramiento científico para que la toma de decisiones de las administraciones públicas se realice contando con aval científico y comprendiendo las consecuencias e impactos de las mismas. Su última publicación se refiere precisamente a la contaminación lumínica y los peligros de un mundo cada vez más iluminado.
Un daño colateral añadido a esta carrera sin límites por conseguir las Navidades más brillantes es su efecto contagio que como un virus sin control empieza a extenderse para convertirse en pandemia. Sin salir al mundo exterior de la iluminación navideña de Nueva York, Vancouver, o Tokyo, en Madrid se reivindica que para luces —navideñas— las suyas, Málaga recuerda que este espectáculo lo empezaron ellos en la calle Larios, Barcelona presume de la iluminación de su arquitectura modernista y sus avenidas, el alcalde Albiol en Badalona compite con Caballero para ver quien tiene el árbol luminoso más alto y A Coruña sigue la estela incrementando un 60% su presupuesto para luces y demás parafernalia navideña en un proceso similar al de otras muchas ciudades que en los últimos años han seguido esta inercia aumentando sus presupuestos al servicio de este festival de la luz.
Pero en la ciudad de los prodigios luminosos siempre queda espacio para la ironía: en 2012 el Concello de Vigo elaboró una ordenanza reguladora de la iluminación exterior. Estas normas municipales tenían un objetivo expresado con toda claridad en su artículo 1º: “Establecer las condiciones que debe cumplir cualquier instalación de iluminación exterior, tanto pública cómo personal, situada en el término municipal de Vigo, con el fin de mejorar la protección de en medio mediante el uso eficiente y racional de la energía que consumen y la reducción de la contaminación lumínica”. No estaría mal pedir a Papá Noel o a los Reyes Magos que alguna vez el Concello de Vigo cumpliera sus propias ordenanzas ambientales, que incluyen también la prohibición de colgar lucecitas en los árboles. Si a todo esto le sumamos la masificación turística, el caos de tráfico, las molestias al vecindario de las zonas afectadas, el despilfarro económico en un concello que, con millones de euros de remanentes, recorta la inversión en presupuestos de emergencia social y un largo etcétera, en el fondo, Vigo podría ser un buen ejemplo de que “tener muchas luces” no es necesariamente un sinónimo de inteligencia.
Opinión
Non sempre ter moitas luces é sinónimo de intelixencia
Conta a lenda do Nadal que os Reis Magos de oriente chegaron ao portal de Belén grazas á luz dunha estrela que lles servía de referencia para orientarse. Hoxe, perderíanse polo camiño porque a contaminación lumínica roubounos as estrelas. O pasado sábado 16 de novembro, celebrouse o “día do gran fogonazo”, ou o momento no que, Abel Caballero dixit, empezou o Nadal no planeta. Ese día acendéronse os 11´5 millóns de luces —ou 12 millóns ou 13 millóns, dependendo do humor que teña o alcalde cando fai declaracións— que iluminarán 420 rúas —ou 500 rúas, tamén dependendo da cifra que se lle ocorra dicir ese día—.
Unha breve consulta á hemeroteca móstranos ese baile de cifras, pero, en calquera caso, millóns de luces arriba ou abaixo, Vigo énchese un ano máis de luz e cor. Todo sexa polo turismo: 6 millóns de visitantes diarios, chegou a dicir Caballero, —algo máis de medio millón, segundo o INE— e cun retorno económico, tamén segundo o alcalde, de mil millóns de euros, nada menos —nunca explicou con base en que datos calculaba ditas cifras que, de ser certas, significarían que Vigo ten, en dous meses, máis turistas que continentes enteiros nun ano— e por converter a cidade segundo o concello en, literalmente, “un espazo onírico pioneiro da expresión artística”. Mentres tentamos adiviñar que significa este etéreo espazo onírico poderiamos preguntarnos algo máis pragmático: que impacto ecolóxico e social producen estas luces?
Vigo
Movementos sociais Vigo organízase contra a masificación turística: ‘‘Queremos unha cidade para vivir todo o ano’’
Un argumento moi utilizado por Caballero para negar o malgasto que supón esta desmesura lumínica consiste en lembrar que se trata de luces LED cuxo consumo “non é nada, é practicamente cero”. É certo que, comparativamente, unha luz LED é considerablemente máis eficiente que unha lámpada convencional, pero neste caso non falamos dunha luz, senón de 11,5 millóns. Sería equivalente á diferenza entre tomarse un grolo de augardente ou tomarse 11´5 millóns de grolos, que nos enviarían directamente á UCI cun coma etílico terminal e escasas probabilidades de supervivencia. Esta desmesura poderíase cifrar nun consumo duns 400.000 kw e un custe que pode rondar os 130.000 euros.
Pero o coma lumínico inducido polo Nadal en Vigo ten o agravante de que chove sobre mollado ou ilumina sobre iluminado. O mapa lumínico da cidade móstranos que, sen o engadido das luces de Nadal, Vigo xa ten amplas zonas, que inclúen practicamente todo o seu centro urbano, lumínicamente saturadas. Na cidade das 42.449 farolas —cun custe en electricidade de máis de máis de 3´2 millóns de euros cada ano— temos beirarrúas no centro da cidade nas que se gastan 124 watts en iluminar un só metro cadrado; as nosas rúas están máis iluminadas que un quirófano de forma tan absurda como ineficiente, e este é outro aspecto da contaminación lumínica que non se adoita abordar cando falamos de eficiencia.
Consideramos a eficiencia como a cantidade de luz emitida por unidade de consumo de enerxía, pero non é o único indicador se consideramos que, deixando aparte a finalidade ornamental do Nadal, utilizamos a luz artificial fundamentalmente para ver na escuridade. Pois ben, Salva Bará, un dos nosos científicos máis recoñecidos internacionalmente polos seus estudos sobre os efectos da contaminación lumínica, demostraba o ano pasado nunhas xornadas do Consello da Cultura Galega que mesmo nunha instalación de iluminación tecnicamente perfecta soamente unha partícula de luz, de cada 22 millóns reflectidas no chan, é aproveitada por unha persoa para ver. O resto, é dicir practicamente toda a luz, pérdese por absorción ou se converte en contaminación lumínica.
A isto engádese que este límite físico non se pode superar mediante ningunha mellora tecnolóxica. A iluminación do Nadal de Vigo efectivamente vese desde a estación espacial, e desde máis sitios. A doutora en astrofísica Antonia Varela, directora da fundación Starlight, unha entidade internacional que loita contra a contaminación lumínica, manifestaba que a intensidade da iluminación do Nadal en Vigo era equivalente a iluminar sete estadios de fútbol de primeira división, e dicíao fai cinco anos, cando a aparatosidade lumínica era moito menor. A Fundación Starlight é tamén a entidade que concede os selos de calidade para o turismo astronómico. Un dos dos primeiros destinos turísticos certificados en Galicia foi o Parque Nacional das Illas Atlánticas. Dita certificación leva uns anos ao límite, a apenas unha décima de perderse pola contaminación lumínica emitida por Vigo, que a 14 quilómetros das Cíes, chega ao extremo de que se nos situásemos no faro de Cíes pola noite, a luz de Vigo faría que proxectásemos a nosa sombra.
Outro argumento xustificativo recorrente estes últimos anos é que a enerxía que se consome no delirio do Nadal “é 100% renovable” coma se iso servise de coartada ou xustificación ao malgasto. Tamén aquí conviría matizar que, aínda que efectivamente, o seu equivalente en impacto climático non vai superar as 1.000 toneladas de CO2 doutros anos non é certo que “emita cero CO2” pois como xa dixemos algunha vez, pódese contratar unha tarifa que forneza electricidade de orixe renovable, pero se o facemos cunha compañía que aínda produce máis do 60 % da súa enerxía con combustibles fósiles, hai algo de hipocrisía nesa segregación, ademais de ignorar que no seu balance neto as renovables tamén emiten CO2, a menos que o Concello pense que os aeroxeradores nacen espontaneamente nos montes como cogomelos e as centrais hidroeléctricas constrúenas os castores.
Ademais do impacto económico e climático debemos engadir ao prodixio envexa do orbe da iluminación viguesa a contaminación lumínica. Coa contaminación lumínica sucede un proceso similar ao da contaminación acústica fai uns cantos anos: Mentres a ciencia demostraba que se trataba, efectivamente, dunha fonte de contaminación pura e dura, a percepción xeral era que se trataba dunha simple molestia. Hoxe asumimos que se trata dun elemento contaminante que provoca un impacto perxudicial na nosa saúde e existen normativas para mitigala (Nota á marxe: Vigo figura nos mapas acústicos como unha das cidades máis ruidosa de España) aínda que rara vez cúmprense ditas normas.
Hoxe xa somos conscientes de que, efectivamente, a contaminación acústica é perxudicial para a saúde. O seguinte paso a nivel de percepción da poboación debe ser a contaminación lumínica. A evidencia científica é abafadora e mostra máis aló de calquera dúbida que afecta de maneira determinante aos ecosistemas e ás especies, incluíndo a nosa. Seguimos engadindo cada vez máis informes e datos científicos sobre os efectos perxudiciais da contaminación lumínica na saúde humana (diferentes tipos de cancro, problemas metabólicos) sobre os ecosistemas naturais (disrupción de ciclos circadianos, ese “reloxo biolóxico” que regula os cambios nas características físicas e mentais que ocorren no transcurso dun día) a fenoloxía das especies e os cambios no comportamento e mortaldade de diferentes especies, incluíndo tamén os ecosistemas mariños e un longo etc.
A isto temos que engadir que utilizamos maioritariamente nas nosas casas e cada vez máis na iluminación pública as luces “frías” ou de espectro azul, as máis prexudiciais para a saúde. Se ás doce da noite os nosos veciños puxesen a música a todo volume denunciariámolos inmediatamente, pero non temos a mesma sensación se durante a noite invádenos a contaminación lumínica desde a rúa. Sen ir máis lonxe noso CSIC publica periodicamente informes cuxo título non pode ser máis claro: Ciencia para as políticas públicas. Unha das funcións do CSIC consiste precisamente no asesoramento científico para que a toma de decisións das administracións públicas realícese contando con aval científico e comprendendo as consecuencias e impactos das mesmas. A súa última publicación refírese precisamente á contaminación lumínica e os perigos dun mundo cada vez máis iluminado.
Un dano colateral engadido a esta carreira sen límites por conseguir o nadal máis brillante é o seu efecto contaxio que como un virus sen control empeza a estenderse para converterse en pandemia. Sen saír ao mundo exterior da iluminación do Nadal de Nova York, Vancouver, ou Tokyo, en Madrid reivindícase que para luces (do Nadal) as súas, Málaga lembra que este espectáculo empezárono eles na rúa Larios, Barcelona presume da iluminación da súa arquitectura modernista e as súas avenidas, o alcalde Albiol en Badalona compite con Caballero para ver quen ten a árbore luminosa máis alto e A Coruña segue o sendeiro incrementando un 60% o seu orzamento para luces e demais parafernalia do Nadal nun proceso similar ao doutras moitas cidades que nos últimos anos seguiron esta inercia de Vigo aumentando os seus orzamentos ao servizo deste festival da luz.
Pero na cidade dos prodixios luminosos sempre queda espazo para a ironía: en 2012 o Concello de Vigo elaborou unha ordenanza reguladora da iluminación exterior. Estas normas municipais tiñan un obxectivo expresado con toda claridade no seu artigo 1º “establecer as condicións que debe cumprir calquera instalación de iluminación exterior, tanto pública como privada, situada non termo municipal de Vigo, co fin de mellorar a protección do medio mediante ou uso eficiente e racional dá enerxía que consomen e a redución dá contaminación lumínica” Non estaría mal pedir a Papá Noel ou aos Reis Magos que algunha vez o concello de Vigo cumprise as súas propias ordenanzas ambientais, que inclúen tamén, por certo, a prohibición de colgar luceciñas nas árbores. Se a todo isto sumámoslle a masificación turística, o caos de tráfico, as molestias á veciñanza das zonas afectadas, o malgasto económico nun concello que, con millóns de euros de remanentes, recorta o investimento en orzamentos de emerxencia social e un longo etc. no fondo Vigo podería ser un bo exemplo de que “ter moitas luces” non é necesariamente un sinónimo de intelixencia.