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Opinión
Negar la educación sexual en una sociedad hipersexualizada
La implantación de programas de educación sexual en todas las etapas educativas se ha reiterado hasta la saciedad en muy diversas normas en las dos últimas décadas. La última y más reciente ley que contiene la educación sexual como un eje de intervención ha sido la ley del ‘solo sí es sí’. No obstante, esta idea ha sido recogida anteriormente por diversas leyes educativas, la Ley de Salud Sexual y Reproductiva, la Ley Integral contra la Violencia de Género —estatal y andaluza— y han insistido en ella organismos como la OMS o la UNESCO. A pesar de que sobra normativa nacional e internacional que avale esta cuestión, la educación sexual viene incumpliéndose persistentemente. Es una asignatura pendiente en España.
En la normativa, la educación sexual se ha convertido en una coletilla, que no obliga a su cumplimiento y que encuentra serias dificultades para hacerse realidad. La sexualidad sigue siendo un tema tabú, del que no se habla ni en la escuela ni en casa. No educar, no hablar de la sexualidad, es una forma de educar que señala el sexo como algo vergonzoso que permanece escondido, peligroso y bajo sospecha y el cuerpo y el placer como algo turbio y pecaminoso. ¿No es eso educar en una determinada mirada del sexo? ¿Qué tiene de positiva esa mirada en el logro de una sexualidad libre y satisfactoria? ¿Cómo incide esta perspectiva en un contexto hipersexualizado como el actual?
La información que la juventud busca la está encontrando en las redes sociales y en Internet. Cada vez hay mayor conciencia de los problemas asociados al acceso a la pornografía en edades tempranas, que en ausencia de educación sexual se está convirtiendo en una “escuela de aprendizaje”. Tratemos, pues, este tema en las aulas para contribuir a que se distinga la ficción de la realidad y para aprender que en el sexo, como en el amor, no todo vale. Pero de nuevo se alzan voces que se limitan a demonizar la pornografía, como cuestiona Erika Lust y a proponer la prohibición y el castigo como únicas estrategias, en vez de acometer el reto educativo que nuestros menores necesitan.
La demanda de educación sexual por parte de jóvenes y adolescentes es inequívoca, aunque pocas veces se les escucha. Siguen siendo enormes las dificultades para implantar una educación sexual de calidad, respetuosa con las diversas formas de vivirla, que contribuya al desarrollo de una vida sexual satisfactoria. La poca educación sexual que se imparte suele estar focalizada estrictamente en la prevención de riesgos, olvidando el placer. Cuando se dibuja el sexo como un ámbito esencialmente peligroso, se está alentando el miedo o la inseguridad en las chicas y chicos más jóvenes.
El debate que ha suscitado la propia del ley del ‘solo sí es sí’, centrada en las agresiones sexuales, no ha ayudado a distanciarse de esta mirada sesgada que pone el acento en los riesgos
El debate que ha suscitado la propia del ley del ‘solo sí es sí’, centrada en las agresiones sexuales, no ha ayudado a distanciarse de esta mirada sesgada que pone el acento en los riesgos, a pesar de que lleve por nombre Ley de Garantía Integral de la Libertad Sexual. Otras iniciativas de algunas instituciones y ONG como en nuestro caso, con una orientación más atinada, tampoco resultan más eficaces pues son temporales y modestas en su impacto.
No son leyes lo que faltan, lo que necesitamos es algo más de coherencia en la implementación de las normas. ¿No es absurdo que eduquemos en seguridad vial, en una buena alimentación, en hábitos saludables y no lo hagamos en un ámbito tan importante para la vida de las personas?
La sexualidad humana es un hecho, una capacidad que cada cual desarrolla en función de sus deseos, posibilidades, creencias, orientaciones… La educación sexual es y tiene como objetivos contribuir a que nos conozcamos, a que aceptemos nuestro cuerpo, nuestros deseos y a que aprendamos a expresar nuestra particular forma de vivir la sexualidad satisfactoriamente. Educación sexual es cultivar en este ámbito relacional los mismos valores que en los demás vínculos interpersonales: igualdad, libertad, autonomía personal, respeto, cuidado y autocuidado, responsabilidad hacia sí mismo y hacia las demás personas… con el único límite de no hacer daño ni hacérselo a sí mismo. Educar es aportar herramientas para adoptar decisiones autónomas y responsables, de reflexión crítica contra estereotipos y normas sexistas que limitan nuestra libertad, de habilidades que contribuyan a una vivencia positiva de la sexualidad. En definitiva, la educación sexual forma parte de una educación ciudadana, basada en los valores enunciados, imprescindible para una mejor convivencia.
Este 25N podríamos interpelarnos sobre si queremos seguir afrontando las violencias sexistas desde el estricto reproche a los comportamientos individuales y a los castigos o si sería más eficaz poner sobre la mesa los valores que queremos ensanchar
Quienes se oponen basándose en la idea de que educar en la sexualidad es aleccionar y presionar hacia su ejercicio denotan un desconocimiento sobre lo que es y lo que no es la educación sexual. La educación sexual no es presionar a vivir la sexualidad de una determinada manera, no es incitar al sexo, no es adoctrinar; es educar en valores y potenciar los buenos tratos. Una educación cuya demostrada eficacia preventiva como viene insistiendo María José Díaz Aguado sería suficiente para hacerla obligatoria y en todas las etapas educativas, como lo es en otros países europeos. Pero es que, además, como hemos tratado de razonar, esa educación integral y de calidad contribuye a que cada persona, con independencia de su identidad o expresión de género, de su orientación, de sus preferencias sexuales, pueda desarrollar su sexualidad de forma satisfactoria.
Este 25 de noviembre, Día contra la Violencia Sexista, surge rodeado de polémicas sobre la dureza de las penas hacia los agresores. Sin embargo, bien podríamos interpelarnos hoy sobre si queremos seguir afrontando las violencias sexistas desde el estricto reproche a los comportamientos individuales y a los castigos o si no sería más eficaz poner sobre la mesa de una vez los valores que queremos ensanchar, demostrando lo que ganamos unas y otros, y la sociedad que compartimos.