Opinión
La impunidad machista de dar voz a un feminicida

‘El odio’ no es periodismo ni literatura, es violencia pretendidamente enmascarada bajo adjetivos altisonantes y referencias literarias que solo usan los egocéntricos para esconder sus carencias, es el orgullo del indocumentado.
Concentración feminista en Madrid en protesta por los  asesinatos machistas - 2
Concentración contra la violencia machista. Álvaro Minguito
27 mar 2025 06:00

No todo el mundo está en contra de Luisgé Martín ni de El odio (Anagrama, 2025). El libro viene validado en dos textos de portada por dos hombres de los cuales no tengo referencias. Entro en internet. Uno de ellos parece ser un crítico literario, aunque se define como crítico musical, y el otro murió en 2015. Pero eso no puede ser, ¿verdad? Quizás me equivoco, ya me perdonaréis si es así, pero ahí lo dejo. Yo a lo mío, a leer el libro porque hace unos días me pedían la opinión sobre esta publicación. No me atreví a hacer ninguna valoración porque no lo había leído. Me guié por la prudencia a pesar de que un libro sobre feminicidios, sobre violencia vicaria, sobre violencia machista, esté escrito por un hombre al que no se le conoce ninguna formación sobre el tema despierta suspicacias y más si es recomendado por otros dos de los que entonces no sabía nada y después ya veis. Y no me atreví, sobre todo, porque un libro que quiere desentrañar el mal detrás de un crimen y no entrevista a la víctima, que está viva, aunque sea para entender mejor al asesino, me genera desconfianza. Con todo esto y aun con una pizca de esperanza de sumergirme en una lectura no machista, no cedí a las prisas mediáticas. 

Opinión
Opinión Bretón no es un monstruo, ni Martín el nuevo Capote
Frente a la libertad sin peros que defienden unos, la responsabilidad de muchos: la de ciudadanos y librerías que se niegan a comprar o vender, respectivamente, el libro que Anagrama ha tenido a bien materializar.

Empiezo a leer. Acabo la lectura y escribo este artículo desde la rabia, la indignación, el dolor y la perplejidad que me provoca la ignorancia de cada línea, cada cita, cada reflexión que leo en El odio de Luisgé Martín. Mis peores presagios se han confirmado con creces. Ya me perdonarán, o no, el club de fans de estos señoros, pero no se puede escribir sobre temas tan complejos como la violencia vicaria y los feminicidios sin antes haberse documentado, leído, formado y trabajado, personal e intelectualmente, para no caer en estereotipos machistas que alimentan y sostienen una cultura que desresponsabiliza a los hombres y culpabiliza a las mujeres. Una cultura que justifica la violencia psicológica, la superioridad masculina y el desprecio a las mujeres, por poner sólo algunos ejemplos. Pues esto es lo que ha hecho Luisgé Martín en un texto presentado como “ejercicio literario”.

Un libro que es un ejemplo clarísimo de lo que una persona responsable e inteligente no debería hacer. Es un compendio de todo aquello que desde los feminismos decimos que se tiene que evitar cuando hablamos de violencias machistas. Y sí, alguien dirá, como ya se ha dicho, que esta historia se encuadra dentro de “una tradición literaria” que lleva tiempo abordando crímenes reales. Cualquiera de estos grandes referentes, empezando por Truman Capote, cotejaron la versión del criminal.

Otros dirán que es un respeto a la libertad de expresión. Aquel comodín que se saca de la manga cuando conviene e interesa. Otros argumentarán que se ha planteado desde una perspectiva analítica y reflexiva. Pues ya me perdonaréis, yo digo que esto es mentira. Es una gran mentira. El odio es el ensalzamiento de un feminicida que era tímido y de joven no ligaba: “Creció creyendo que conquistar a una mujer era una tarea imposible para él”. ¿Os suena? ¿Incel? Es la justificación, por amor despechado y sin asumir ninguna responsabilidad, de todo lo que vendrá: “El infierno no empezó cuando Ruth decidió abandonarle y él, desolado por el desamparo, perdió la razón”. Porque claro, él no tenía ninguna culpa, se levantaba cada noche a dar el biberón a su hijo, la escuela tenía su número de teléfono como contacto y “mis hijos son lo que más quiero en el mundo”. Y si ella hubiera accedido a volver con él, a leer una última carta del maltratador “arrepentido” todo hubiera sido distinto. Según Martín: “Ruth prefirió no leerla delante de él y la guardó para hacerlo luego. Fue la mecha de una bomba exterminadora que él había encendido y que solo Ruth podría pagar telefoneándole a tiempo y mostrando al menos una suave ilusión de apaciguamiento”. Porqué Bretón “seguía confiando en que su mujer le llamara y detuviera la cuenta atrás”. Me cuesta reproducir estas citas porque duele en el alma tanta desfachatez, tanta ignorancia, tanta soberbia. Pero vamos a seguir.

El libro alimenta el imaginario que estos hombres no son responsables de sus delitos, que no dominaban sus impulsos, como los agresores sexuales no controlan su sexualidad

El libro alimenta el imaginario que estos hombres no son responsables de sus delitos, que no dominaban sus impulsos —como los agresores sexuales no controlan su sexualidad— y como estaba en “un callejón sin salida” no podía ni tenía otro remedio que matar, a pesar o justo por el “gran amor” que sentía: “José Bretón era según su autorretrato un ser humano recto e intachable que un día, en un arrebato de vesania, en un instante de enajenación, cometió una monstruosidad y les quitó a sus hijos la vida que antes les había dado. Y lo hizo, además, por un motivo casi abnegado o altruista (...)”. Como dice Laura L. Ruiz, “ni Bretón era un monstruo, ni Martín es el nuevo Capote” por mucho que Martín se refiera a él para justificarse. Como lo hace con Dostoievski, Darwin, Nietzsche o De Quincey. Justo todos hombres. Podría poner citas y más citas que me han enojado, que me han demostrado página tras página que este escritor no tiene ni idea de lo que estaba relatando ni de sus consecuencias. Pero ya sabemos que la prepotencia masculina, gay o heterosexual, arrasa. Así los crea la sociedad. Nunca había escrito tantos comentarios en los márgenes de un libro. Ya se sabe, las feministas somos violentas y yo me he desahogado escribiendo a lápiz en un libro que me ha explotado a la cara. Pero vamos a ir cerrando las citas porque cuesta escoger, delante de tanta infamia no se sabe cuál es la peor entre las peores.

Dice Martín en una entrevista que su libro le “quita voz a Bretón, niega su explicación de los hechos, le enfrenta con sus contradicciones”. Nada más lejos de la realidad. No solo le da voz, la amplifica y la justifica

Dice Martín en una entrevista que su libro le “quita voz a Bretón, niega su explicación de los hechos, le enfrenta con sus contradicciones”. Nada más lejos de la realidad. No solo le da voz, la amplifica y la justifica. Todo el libro es una exposición del machismo de Bretón a partir del cual, como todo maltratador, se autojustifica constantemente. Y aquí la voz del escritor no aparece. Dejar hablar a un feminicida sin cuestionarle no es quitarle voz, es dársela para que se desrresponsabilice y culpe a su exmujer, a las mujeres y a su padre, a su madre, a la sociedad. Aquí no se salva nadie, solo Bretón y Martín. El escritor convierte la voz de un asesino machista en la de un pobre hombre que no puedo hacer nada más. Nada más que matar con premeditación a su hija y a su hijo “porque los quería mucho”. Según Martín, Bretón no es responsable de sus actos porque “(…) se derrumbó. Sintió odio bíblico hacia Ruth Ortiz y la culpó de todo (…) Ese odio bíblico es el que le llevó —bíblicamente— a matar a sus hijos”. Es más, “no tuvo la oportunidad ceremonial de decirles adiós”, de “decirles “os he querido mucho, os quiero mucho”; o “he sido muy feliz a vuestro lado”; o “seguro que nos veremos en otra vida”. ¡Qué poca vergüenza tienes, Martín!

A ver, señor escritor, asume la realidad, aunque seguro que te cuesta porque para hacerlo antes tendrías que desprenderte de tu enorme ego, de tu camaradería con los incels que, como Bretón, son despechados por las mujeres, y hacer unos cuantos cursos de feminismo. Solo así podrás hablar con conocimiento de causa. Y sí, este artículo ha sido escrito desde el enfado, muy enfadada. Desde la rabia de comprobar la falta de respeto por el dolor ajeno. Falta de respeto por Ruth Ortiz, por su hija y su hijo; por todas las mujeres que han sufrido violencia vicaria, por todas las que la están sufriendo y por las que la sufrirán. La ignorancia no os exime de la culpa.

'El Odio' es la bajeza humana enmascarada de libertad de expresión. La desfachatez, la arrogancia y la prepotencia machista que rezumáis no engaña a nadie

Es terrible que después de todo el trabajo que hemos hecho y hacemos las feministas aún tengamos que salir a defender los básicos de un relato no sexista; que aún tengamos que denunciar que determinados textos son misóginos y machistas. El odio no es periodismo ni literatura, es violencia pretendidamente enmascarada bajo adjetivos altisonantes y referencias literarias que solo usan los egocéntricos para esconder sus carencias, es el orgullo del indocumentado. Es aprovechar el dolor ajeno, escarbar en él sin ninguna empatía ni remordimiento, para conseguir notoriedad. Es la bajeza humana enmascarada de libertad de expresión. La desfachatez, la arrogancia y la prepotencia machista que rezumáis no engaña a nadie. Ya os lo digo. Al contrario, se os ha caído la careta a todos, misóginos ignorantes de manual. Os habéis superado.

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