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Grupos de estudiantes de la Universidad de Bolonia han ocupado la Piazza Scaravilli con sus tiendas de campaña.
¿Por qué lo hacen? No puedo responder por ellos, así que respondo por mí.
¿Por qué lo hacemos?
En ocasiones nuestras acciones pueden parecer inútiles, privadas de sus potenciales efectos. En este caso sabemos muy bien que lo son: no lograremos detener el genocidio del Estado sionista con nuestras protestas.
Pero las acciones que no consiguen desplegar sus potenciales efectos pueden ayudar a comprender mejor lo que está a punto de suceder, pueden contribuir a difundir la conciencia de lo inminente, pueden coadyuvar a prepararse para lo irremediable.
En Gaza se está produciendo el primer acto de una guerra mundial que el supremacismo blanco en declive ha desatado contra la humanidad.
En Gaza se está repitiendo un genocidio como el que los colonos europeos llevaron a cabo contra los pueblos de las llanuras norteamericanas. Mataron a mujeres y niños, incendiaron las tiendas de los nativos de piel roja, destruyeron sus medios de subsistencia, mataron de hambre, violaron, erradicaron la vida hasta sus raíces para que aquellas tierras se convirtieran en lo que se han convertido: la sede de una civilización estructuralmente psicótica, perseguida por la maldición de la violencia de todos contra todos, aquejada de una locura incurable, que finalmente se está volviendo contra sí misma.
Del genocidio colonialista ha germinado una civilización que ha multiplicado por mil el poder de las armas de exterminio, pero que ha destruido en sí misma la humanidad y la razón, precipitando en un suicidio, que tiende a arrastrar a sus víctimas al abismo.
En Gaza se está repitiendo un exterminio como el que los alemanes llevaron a cabo contra millones de judíos con la complicidad activa de la mayoría de la población europea.
Después de 1945, al final de aquella guerra, alguien dijo: nunca más. La Resistencia antifascista, las organizaciones internacionales por la paz, los intelectuales judíos que escaparon del Holocausto dijeron: nunca más, Nie wieder.
Pero esa promesa ha sido ahora cancelada, pisoteada, olvidada.
Nie Wieder es ahora, en Gaza. Y esta vez nadie puede compensarlo, nadie puede prometerlo, porque esta vez el fracaso es definitivo, irreparable.
En 1945, a pesar de la muerte de decenas de millones de personas (nunca sabremos realmente cuántas), existía la energía de una sociedad joven y la confianza en un futuro todavía posible, un futuro de democracia, o de socialismo, o de paz y de respeto de los derechos humanos.
Pero hoy la civilización blanca, senil y moribunda ha olvidado todas sus promesas. Dispone de la potencia desmesurada de las armas de alta tecnología y con esa potencia los exterminadores blancos —israelíes, estadounidenses, rusos, europeos— creen que pueden aplazar su propia muerte.
Netanyahu, Macron, Trump, Biden, Putin, Zelensky creen estar inmersos en la novela de Norman Spinrad titulada Bug Jack Barron (1969) en la que se criaban niños para robar la sangre con la que rejuvenecer a los transhumanos. Creen que la sangre de veinte mil niños palestinos puede devolverles el vigor perdido para siempre.
Ello no sucederá, morirán como mueren los lobos, pero desgraciadamente sus armas son capaces de borrar del planeta todo rastro de civilización humana y quizá incluso de vida.
Los estudiantes que ocupan Bolonia y otros lugares no pueden detener el Holocausto.
Pero pueden señalar que estamos del lado de los colonizados de todo el mundo y que desertamos de la guerra que los nuevos Hitler nos están imponiendo.
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Lo hacen por lo mismo que hasta hace unas semanas (y durante años) se luchó por el pueblo saharaui. Porque se manipula la opinión pública a conveniencia del Poder, en los términos que dicta el poder, y hasta cuando el poder diga.