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Voy mirando el móvil y no me he dado cuenta de que en Villaverde Alto o quizá en Puente Alcocer se ha subido un matrimonio con una bolsa de (Sfera) de la que asoman unos palitos. Deduzco que son mástiles de bandera y que en la bolsa de las rebajas van los trapillos que en menos de media hora ondearán a ritmo discopop en uno de los barrios más exclusivos (que diría una inmobiliaria) de Madrid. Son las once y cuarto y voy en la C5 dirección a Atocha a hacer transbordo con destino Colón.
Unos minutos antes, en Zarzaquemada, he ido sin mirar hasta el primer vagón para esquivar a los vecinos de mi barrio que han quedado en el andén para ir a manifestarse juntos por una España Unida, o una sin complejos, o algo así, ya no me acuerdo.
A una la llaman por teléfono. Estamos en el cuarto vagón. Vale, vale. Hasta ahora.
Una parada más tarde se sube un vecino latino que quizá, ojalá, sea ya español si es ese su deseo, para que este sur de Madrid me dé un poco menos de pena. Esta semana entrevisté a una mujer de origen peruano que en un momento de la conversación me dijo “soy española, antes era migrante”. ¿Lo veis? Esa etiqueta que les ponemos los blancos occidentales privilegiados se la quitan si les da la gana. Ojalá pudiera yo hacer lo mismo con mis prejuicios.
Hago transbordo en Atocha y en Recoletos dejo pasar la marea porque voy escribiendo esto y mirando el Telegram y leyendo un artículo de El Salto Andalucía. Y porque además quiero esquivar a mis vecinos, la verdad.
La gente pasa los tornos al tiempo que va desplegando sus banderas, como si fuera una coreografía. Picar el billete, desplegar la bandera, hacer selfie. Clic. Mientras, en un grupo de Telegram alguien dice que solo se moviliza gente mayor a estas cosas de las derechas, pero aquí hay muchos jóvenes y niños, algunos en carrito.
Imposible hoy llegar a la bandera, dice una.
Viva España. Dice otra.
Viva. Responden a coro en el pasillo de salida a la superficie, mientras pasamos debajo de un anuncio de Manos Unidas que sugiere que están mal las mujeres en el tercer mundo.
¡Viva!
Y el ¡viva! retumba bajo el anuncio entre cientos de banderas movilizadas por consignas antimujeres, como lo son las de los partidos que hoy vienen a decir sin complejos que prefieren que les paguen las pensiones los hijos blancos no deseados de las que consideran sus mujeres a que se las paguen los migrantes que vienen voluntariamente a buscarse la vida.
Camino detrás de un surfero y me siento menos insegura porque van hablando de cómo se transporta una tabla de surf en un avión.
Llegando a Colón suena mambo number five y un animador sociocultural con gorra de bandera de España grita ESAS BANDERAS ARRIBA. Miro arriba. Sí, hay banderas. Un señor con bigote ondea la suya frenéticamente mientras grita PON EL HIMNO DE INFANTERÍA, GILIPOLLAS, QUE NO ESTAMOS AQUÍ DE FIESTA.
Gente a su alrededor ríe, pero no mucho. Ja.
Nadie pone el himno de infantería pero a mi derecha una niña de no más de catorce años agita una bandera y dice “nosotros vivimos nosotros decidimos, elecciones ya”, mientras un hombre la mira sonriente y a mi izquierda dos mujeres han pintado en la rojigualda SAP MALTRATO INFANTIL.
Gente dice queremos votar. Gente dice ocupa vete ya. Gente dice viva España viva el Rey. Viva la Guardia Civil, viva la Policía. Gente habla de una España unida, no se negocia, no se vende, no, nunca, nada, traición. Con España “no se mercadea”, dice el animador sociocultural o el portavoz de este esperpento, yo qué sé, a 500 metros y seis minutos del Tribunal Supremo, donde el 12 de febrero empieza el juicio al referéndum. Suena el himno. Se ponen frenéticas las banderas.
Hay una breve intervención antes de que suene Shakira y de que yo me acuerde de lo que dijo la señora, eso de que hoy no iba a ser posible llegar a La Bandera. Pienso que igual eso es lo que hay que hacer y que si no voy me dará mala suerte. Me pasa como cuando en verano subo hasta la ermita del pueblo de mi madre y no puedo bajar sin dar una vuelta completa a la ermita empezando por la derecha. Tengo que hacerlo.
De camino a La Bandera veo pendientes de bandera, collares de perro de bandera, gorros de lana de bandera, coletas de niñas de bandera, horquillas de bandera, pulseras de bandera. Banderas de varios pisos, banderas cosidas, banderas de plástico, parches de bandera.
En resumen: hay muchas banderas.
Dos señoras miran obnubiladas a una niña con banderas pintadas en la cara. Está ideal, dicen.
La gente salta de entre los árboles a la entrada de un parking en un lateral de la plaza y les hago una foto antes de divisar dos banderas arcoiris que ondean dos tipos con pulseritas naranjas.
Las bocas de la gente cantan chico malo nonono mientras toco El Mástil de La Bandera. Tres alegres muchachos llevan una foto de Jiménez Losantos en una pancarta handmade y posan sonrientes para una foto. Es tan ridículo que pienso que será alguna chorrada para algún programa de tele.
Me reiría si no fuera porque llevo conmigo unas palabras de Alana Portero desde el jueves: “Podríamos tomarnos esto como un farol, un desplazamiento del eje político, si no fuese porque con nosotras nunca lo es”.
Me reiría pero no puedo porque un misógino de Vox preside la Comisión de Igualdad en Andalucía y otro del PP que aspira a presidente quiere derogar la ley del aborto para obligar a las mujeres a parir sus pensiones.
De camino a la Renfe hay un puesto de venta de banderas.
Cuánto es, pregunto.
Diez la normal, quince la de los cuerpos, me dice la señora que vende banderas a la hora de misa justo en el ángulo de la mirada del cordero de un anuncio de la serie de Netflix sobre los abusos de la iglesia.
Toco el tejido como haciéndome la potencial compradora antes de irme.
Pasados los tornos de la Renfe, una pareja baja un carrito con un bebé arropado con una bandera por las escaleras.
Me bajo en Zarzaquemada junto a una señora de gafas azules que lleva la bandera enrollada y un señor que lleva una bandera al cuello a modo de fular, muy orgullosos. Como si la Sanidad pública se hicieran con banderas. Como si los colegios del barrio, los centros de salud, el hospital, estuvieran hechos con ladrillos de banderas. Como si por las venas de este barrio de extremeños, castellanos, andaluces, corrieran banderas.
45.000, dice la Delegación del Gobierno. Unos pocos miles con sus miedos.
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es triste que en España la gente se manifieste solo cuando los partidos políticos les convoquen, aquí no hay iniciativa civil o de asociaciones independientes por ningún lado, nos han vendido que lo más "democrático" y lo más moderno es votar, cuando en el fondo es lo menos importante
Relacionar el término 'Animador/a Sociocultural' con una noticia así es 100% ofensivo para aquellxs que ejercemos dicha profesión, además de decir muy poco acerca de vuestros conocimientos relacionados con dicha profesión. Rectificad esta noticia.
pues yo también soy TASOC, quería agradecer que en algún lugar se nos haga mención! Gracias! El tono del art´ciulo me parece muy adecuado. Salu2
El franquismo sociológico sale de las cavernas.
Y la izquierda pensando en abstenerse.
¿Es la fascitormenta perfecta, o se puede surfear esta ola con unidad y alegría?
En vez de votar a listillos de aquí y de allá lo que tendrías que hacer es organizarte y hacer algo. O crees que alguien te va a dar algo por tu cara bonita?
Por favor retiren lo de animador sociocultural, que es un grado superior de formación profesional con un perfil muy serio.
Con 15 años de experiencia como TASOC, la verdad es que serio, serio... De todas maneras creo que la autora está manejando un tono lírico. Companys de professió, no us preneu massa seriosament!