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“¿Entonces la política es mala?”, me preguntaba mi hija de ocho años al salir del colegio ayer, martes 30 de mayo. Supongo que era la única conclusión posible desde su perspectiva, tras semanas de captar el cabreo ante cada imagen de Ayuso, de escuchar de refilón el tedio con el que el mundo adulto circundante hablaba de partidos y discursos. Una atmósfera enrarecida que acabó por instalarse en las caras largas de todos la mañana del lunes, caras a las que la convocatoria sorpresiva de elecciones añadió una mueca de fastidio. “¿Es la política mala?”, preguntaba mi hija, como queriendo decir, ¿puede ser bueno algo que os tiene a tantos de mala leche y mohínos?
Yo sé que somos muchas quienes intentamos entender esta resaca al tiempo que aún nos hundimos en ella. Cada cual arrastrará sus propias penas. Y no sé si se pueden rastrear ya humores o sentires colectivos, o se nos está fragmentando hasta el duelo. Pero sé que mi duelo, y el de tantos, no va de la caída de un partido u otro, de un candidato u otra. No es tanto la resaca de perder en una partida en la que a nadie le parecía realista ganar, ni siquiera aunque sus candidatos tuvieran buenos números, porque el ganar ha quedado deslucido cuando los límites a las transformaciones reales son tantas. Mi resaca, al menos, y la resaca que intuyo a mi alrededor, como la de una niña de ocho años que intenta entender un mundo ininteligible, es percibir una vez más lo lejos que la política se ha ido de nuestra vida. Esta no es la resaca de la fiesta de la democracia, es una resaca sin fiesta previa, o es una resaca de una fiesta que acabó hace años, y vivimos instaladas en ella.
Queremos nuestros ojos para otras cosas que tropezarnos con carteles electorales con discutibles juegos de palabras, u observar con atención las jugadas de Sánchez para sobrevivir
Y en esa resaca, que dura dos días o casi diez años, solo parece haber un consenso claro: muchas y muchos empezamos a odiar las elecciones. Así que vivir en esta especie de paréntesis post y pre electoral al mismo tiempo, es una mala broma. Queremos nuestros ojos para otras cosas que tropezarnos con carteles electorales con discutibles juegos de palabras, u observar con atención las jugadas de Sánchez para sobrevivir. No estamos ya para sumar hartazgo estudiando los movimientos, los tuits, y las palabras del espacio político a la izquierda del PSOE, los gestos, que si se fotografían juntos o no, los feos que se hacen. Es cansino. A veces ya cuesta distinguir el análisis del último movimiento de esa izquierda, de las conversaciones sobre las rupturas de famosos, o los beef entre periodistas. Son marcos donde parece quedar posicionarse muy fuerte de un lado o de otro, suplicar que se reconcilien, o dejarse absorber por la desidia conformando una suerte de mayoría (o peor, minoría) más suspirante que silenciosa.
Suplicar unidad a “los de arriba”, que obviamente no son la casta, pero sí quienes han capturado nuestra atención y desgastado nuestra energía en jugadas y movimientos sobre los que no tenemos ninguna influencia ni agencia quizás no solo es quimérico sino que es una dejación de responsabilidades. Y es que la unidad originaria, la que pone en movimiento nuevas posibilidades, la que supera estos marcos de bipartidismo o de bajona partidista, viene de abajo, no la auspician líderes con sus sonrisas, su buen talante, y su apelación a la ilusión, se construye entre gente heterogénea, pero que vislumbra caminar juntos, que coinciden en unos mínimos claros y vitales, que siente al unísono la urgencia de cambiar cosas y una posibilidad de hacerlo, o al menos de creer en ello.
Análisis
Elecciones 28M Tristeza con cuchillos o solo tristeza
Pero el efecto Ayuso, que trasciende a Ayuso misma, que es una manera de entender la política, esa doctrina del shock andante encarnada en cenutrios, nos ha dejado a la defensiva y agotadas. Qué difícil vislumbrar nada en este chaparrón continuo de mentiras, despropósitos y sandeces. Ahora lo que nos une es el dolor difuso de no entender el marco, un marco que parece devorarnos y no dejar lugar para lo importante. No se trata de repartir culpas o descargar responsabilidades. No han faltado en la campaña discursos desde los candidatos y candidatas que apelaban a la vida inmediata, a la vivienda, a la sanidad, a los parques, pero no parecen haber interpelado lo suficiente. Quizás se trate de un problema de enunciación, que la cuestión no sea lo que se dice, sino qué hay detrás de esos discursos, cuánto conecta con la gente que piensa igual. Quizás la unidad que debería preocupar al espacio político a la izquierda del PSOE no es entre un millón de siglas, sino entre los movimientos y las inteligencias colectivas que los hicieron posibles, que les dieron aliento, y las estructuras partidarias que dicen representarlos.
Y aquí tal vez toque hacer un poco de memoria histórica, aunque cuando todo funciona a base de golpes de efecto cuesta retrotraerse incluso a menos de una década. Era 2014, el 15mayismo estaba aún reciente. Un nuevo partido integrando diversas corrientes, sentires, pensares, un partido que decía querer ir más allá de la idea de partido, se hacía lugar en las elecciones del Parlamento Europeo. En ese proyecto originario convivían dos espíritus. Primero un wiki programa en el que mucha gente pudo participar y que introducía una serie de propuestas básicas pero también profundamente transformadoras. Y después, la cara de Pablo Iglesias en la papeleta, algo que por aquel entonces fue polémico. Menos de diez años después, ya no hay polémica: tenemos Sumar, totalmente construido en torno a la figura de Yolanda Díaz, detrás quedaron los programas que apelaban a la democracia participativa: ahora tenemos procesos de escucha y consejos de sabios. El discurso de la vanguardia y la representatividad ha ganado en lo organizativo. Había que asaltar los cielos aprovechando la ventana de oportunidad. Y ahora no sabría decir si la ventana está cerrada, o solo queda aspirar a no estrellarse contra el suelo.
Es posible que lo que nos ilusionase en algún momento no fueran líderes emocionantes, sino pensar que se podía hacer política más allá de los líderes. Que teníamos agencia. Que la política no era algo que pasaba tan desoladoramente lejos
No se trata aquí de atacar a nadie, ni de sacar trapos sucios. Nadie sabe cómo hubiera ido de otra forma, si las energías políticas del momento daban para otra cosa. Lo único que sabemos es que se ha dejado a tanta gente atrás. Y que toda esa gente quizás se muestre un poco escéptica ante la invocación de un nuevo liderazgo emocionante, un nueva confluencia, o una nueva foto de abrazos y sonrisas.
Es posible que lo que nos ilusionase en algún momento no fueran líderes emocionantes, sino pensar que se podía hacer política más allá de los líderes. Que teníamos agencia. Que la política no era algo que pasaba tan desoladoramente lejos entre carteles propagandísticos, promesas electorales e invocaciones efectistas a las urnas. Confiarlo todo a las negociaciones de líderes más o menos carismáticos es, después de todo, una dejación de agencia, sobre la que también cabría hacer autocrítica. Aunque qué agencia se puede conservar cuando vamos por la vida agotadas y sin tiempo.
Sería triste tener que debatirse entre mirar hacia arriba y mirarnos el ombligo. ¿No será momento de mirar cerca, mirarnos entre nosotras y nosotros?, ¿pensar en nuestra unidad? ¿en lo que existe y persevera fuera de los focos, los movimientos sociales que siguen ahí manteniendo las batallas que se pierden en lo institucional? Porque, ¿se puede cambiar algo en menos de dos meses? Es difícil. Pero, ¿se acaba el mundo el 23 de julio? No.
¿Es mala la política? Y, bueno, ¿quién ha dicho que la política sea esto?
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Siempre he dicho que necesitamos crear movimientos políticos sin líderes. Al Sistema le encantan los líderes: controlas al líder de un partido, y controlas todo el partido. Y es muy fácil, porque son humanos.
Sin duda, tiene usted toda la razón. No solo porque el Sistema pueda controlarnos a través de ell@s, sino porque no debemos seguir delegando nuestro poder y nuestras responsabilidades en l@s demás. Tenemos que ser partícipes direct@s del diseño y desarrollo de nuestro país/comunidad/sociedad, si pretendemos vivir en una democracia.
Creo que lo estamos haciendo bastante bien.
Hemos conseguido muchísimas cosas en estos años, entre ellas: conseguir una mayor movilización y autoorganización de los movimientos sociales, además de construir nuevos medios de comunicación y mantener y ayudar a crecer a los que ya teníamos.
A pesar de las palabras de muchos medios, que hablan en términos como que "la derecha arrasa en las urnas", diría que tal cosa no ha sucedido. Ahora asistimos al justo enojo de unxs y a el intento de otros de meter el dedo en la yaga.
Calma y cabeza fría.
Por mi parte, he decidido no solicitar el borrado de los comentarios que he ido poniendo durante mis 2 días de "cabreo mayúsculo"; quizá ayuden a quienes están desapegados de la política, a entender el nivel de esfuerzo que estamos poniendo para cambiar las cosas ;)
Saludos.
En estos días oscuros sólo se me ocurre rescatar el slogan piquetero: que se vayan todos ... Y todas.