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Objetivo: regular el alta mar. O lo que es lo mismo, sentar las bases legales que afectan a un medio, el marino, que ocupa el 70% de la superficie del planeta y cuya mayor extensión, las llamadas “aguas libres”, representan dos terceras partes del total. Son aquellas situadas a más de 200 millas náuticas (370 kilómetros) de la costa de cada país. Aguas que son propiedad de todos y tierra de nadie al mismo tiempo, un espacio desprotegido, más allá de declaraciones de buena voluntad como la Convención de los Derechos del Mar de 1982, que no entró en vigor hasta 1994 y cuyos planteamientos han quedado, nunca mejor dicho, en papel mojado debido a su insuficiencia o constante incumplimiento.
Desde el pasado martes, la comunidad internacional se reúne en la sede de las Naciones Unidas de Nueva York para negociar un tratado que tiene como horizonte el año 2020. Un planteamiento ambicioso sobre el que la Conferencia Intergubernamental (CIG) discutirá hasta el próximo 17 de septiembre. Una oportunidad histórica, pese a que su presencia en las primeras planas y sumarios de los informativos ha sido residual.
Tania Montoto: “En esta negociación nos jugamos directamente el acaparamiento de los océanos, la explotación sin límites de una inmensidad sin ley”
Ante este escenario, son muchos los que se preguntan por el estado actual de esas inmensas extensiones de océano y sus profundidades, así como por la capacidad de revertir el daño causado por el ser humano. Luis Ambrosio, biólogo marino y miembro de la Asociación para la Investigación del Mar (Aimares), analiza la situación con detalle. “Desgraciadamente, y a medida que pasan los años, los indicadores de buena salud ambiental siguen disminuyendo pese a los compromisos internacionales. Estos compromisos, cargados de buenas intenciones en el momento de su firma, se diluyen entre los políticos y los lobbies interesados en seguir con los modelos de consumo de recursos naturales existentes”, explica.
EXPLOTACIÓN SIN LÍMITES
“Hasta ahora, todos los acuerdos existentes estaban enfocados desde la óptica de “qué podemos extraer del mar común”. Este tratado supone un nuevo intento para cambiar de enfoque y pasar “de lo que podemos sacar del mar”, a “lo que debemos conservar en él“, destaca Eneko Aierbe, responsable de Pesca en Ecologistas en Acción . “Un claro ejemplo sería la sobrepesca, puesto que es, a todas luces, un empleo completamente ineficiente de los recursos pesqueros“.Cuando hablamos del océano, las cosas parecen transcurrir a una velocidad distinta. Una circunstancia que, en opinión de los expertos, dificulta el análisis de lo que en ellos está ocurriendo. “No somos capaces de interpretar el 100% de los parámetros fisicoquímicos y ecológicos que están cambiando nuestros mares, pero mi percepción es que llegamos tarde. Por ello, todo esfuerzo para frenar su degradación no sólo es necesario: debería ser obligatorio, con controles y sanciones. Se debe buscar una resolución valiente y con fuertes compromisos por parte de todos los países”.
Desde las organizaciones ecologistas el mensaje es, si cabe, aún más contundente. “En esta negociación nos jugamos directamente el acaparamiento de los océanos, la explotación sin límites de una inmensidad sin ley”, advierte Tania Montoto, responsable del Área Marina de Ecologistas en Acción.
Luis Ambrosio: “El tiempo se acaba para evitar cruzar la línea de no retorno”
A pesar de esa inmensidad, los océanos y sus recursos están siendo cercados a un ritmo trepidante. “Esto afecta a todos los niveles: desde la extracción de preciados minerales de los fondos hasta la sobreexplotación de los recursos pesqueros, la evidente contaminación por basuras marinas o la pérdida de calidad en las aguas costeras, así como el daño que sufren multitud de especies por vertidos de todo tipo”, señala Montoto. “Hasta la composición química de los océanos se está viendo alterada, con fenómenos como la acidificación de las aguas y la proliferación de zonas muertas, sin oxígeno”.
Océanos
La acción humana multiplica por cuatro las zonas muertas en los océanos
Los fondos marinos afectados por la pérdida de oxígeno se han cuadruplicado en medio siglo debido al exceso de nutrientes provocado por las actividades humanas y al cambio climático.
A todo ello se contrapone el papel clave que juega el océano en materias como el freno al cambio climático, con en torno a un 90% de absorción del calor adicional y aproximadamente el 26% del exceso de dióxido de carbono con origen en la actividad humana. Datos que sirven para hacerse una ligera idea de hasta qué punto es vital lo que se discute estos días en la sede de la ONU.
POR UNA GESTIÓN DEMOCRÁTICA
¿Medidas a tomar? Las hay de muy diversa índole. Montoto señala como base “garantizar un control democrático sobre los recursos marinos”, aunque también señala la importancia de acciones “a pequeña escala”, como “el fomento de la pesca local y artesanal frente al apoyo mediante subsidios y marcos normativos de la pesca de exportación, de capturas en alta mar y grandes impactos ambientales”.En ese cambio de modelo, España tiene mucho que decir. Nuestro país se reparte el grueso de la pesca en alta mar junto a otros cinco países: China, Taiwán, Japón, Indonesia y Corea del Sur. Y pese a que según un estudio de la Universidad de la Columbia Británica canadiense las capturas en alta mar representan solo el 10% del total mundial, su impacto es mucho mayor dado el gran tamaño de los barcos y las ingentes cantidades de combustible empleadas. Los autores de ese mismo estudio calcularon que cerrar las aguas internacionales a la pesca permitiría reponer muchas especies y, como consecuencia, aumentar en un 18% las capturas costeras.
Ambrosio coincide en que estamos, quizá, ante la última oportunidad para corregir la situación. “El tiempo se acaba para evitar cruzar la línea de no retorno”, advierte. “De hecho, esa línea ya se ha superado en muchos aspectos, como el retroceso de los hielos antárticos o la pérdida de glaciares”. Al mismo tiempo, reclama la importancia de un acuerdo global. “No todos los países son capaces de destinar recursos económicos y humanos para un control de las actividades extractivas y una protección ambiental real. Por eso el papel de la comunidad internacional es fundamental para frenar la degradación de los océanos”.
Montoto concluye con un halo de esperanza. La hay, siempre y cuando de Nueva York salga “un compromiso para una gestión democrática, responsable y sostenible de los océanos que, entre otras muchas cosas, nos dan la vida en tierra”.
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