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Música
Talk Talk, en el árbol de la sabiduría
En el díptico esencial de los británicos Talk Talk se escucha pop de corazón sacro, confundido entre tics jazz, aura góspel y la abnegada motivación por encontrarse con la espiritualidad de Alice Coltrane y el Miles Davis azul.
En sus dos últimos trabajos al frente de Talk Talk, Mark Hollis encontró un maná de músicas donde el misterio se conjuró como activo esencial de toda obra destinada a desbordar los pliegues del tiempo. Tanto Spirit of eden (1988) como Laughing stock (1991) estaban tallados sobre el patrón de lo inexplicable, al que pusieron cepo por medio de sesiones interminables en las que, tal como recuerda el ingeniero de sonido Phill Brown, el objetivo primordial era provocar accidentes que abrieran respiraderos pop no atisbados hasta aquel entonces.
Así sucede desde el mismo punto de partida de “The Rainbow”, en el primero de estos dos trabajos, con casi diez minutos de blues monacal, impulsado por las heridas abiertas en la voz de Hollis. Esos teclados suspendidos en el ambiente, la obsesión por la espaciosidad. La cadencia no es lenta; desanuda los lazos del corsé delimitado a las fórmulas pop. El fluir ingrávido de la instrumentación se emparenta con las grabaciones que Jan Garbarek hizo para el sello ECM, la cuna del ambient-jazz.
No necesitaron más de una canción para renegar de su pasado new romantic y posterior abdicación ante el synth-pop emocional de hallazgos como The colour of spring. De todos modos, en este último ya se podían atisbar pistas de lo que estaba por venir: temas densos, cosidos con un mayor interés por el bordado atmosférico que el melódico.
La sustitución de la parafernalia sintética por instrumentos clásicos reproducía las mismas intenciones albergadas por Florian Fricke cuando Popol Vuh publicaron Hosianna Mantra (1972). “No quiero usar el sintetizador como parte de la música religiosa cristiana. No se puede hacer referencia a ella como música de iglesia, a menos que consideres tu propio cuerpo como una iglesia; y tus oídos, como su puerta”.
Esta misma reflexión es la que surge a oídos de quien se adentra en el díptico esencial de Talk Talk: pop de corazón sacro, confundido entre tics jazz, aura góspel y la abnegada motivación por encontrarse con la espiritualidad de Alice Coltrane y el Miles Davis azul.
Seis canciones por disco que invocan un bucle temporal propio, donde las manecillas del reloj parecen haber sido congeladas en un punto de condición mística. O lo que es lo mismo: la magia de no haber truco. La fascinación del éxtasis estético.
Por pura inercia, en los engranajes que dan cuerda a los temas, Hollis y los suyos implantaron la noción post-rock: anteponer las texturas, timbres y exabruptos eléctricos a la clásica liturgia del riff y estribillo, pero con instrumentos rock.
Seis años antes de que el término “post-rock” fuera acuñado por el crítico musical Simon Reynolds tras escuchar Hex (1994), el primer álbum de Bark Psychosis, Talk Talk ya habían vislumbrado la esencia de una metodología más adelante recogida proverbialmente por These New Puritans, alumnos aventajados de Bark Psychosis: los descedientes naturales de Talk Talk.
El chispazo que funde a estos tres grupos parte de la capacidad desarrollada por Hollis, junto a su mano derecha, el productor Tim Friese-Greene, por hacer que las cosas no suenen jamás premeditadas. Esa sensación de encontrarse continuamente en terreno desconocido, pero sin vanagloriarse del descubrimiento, ni haciendo acopio de un mayor lustre en los acabados instrumentales y vocales.
La aparente dejadez que bulle en esta música va más allá de la desgana con la que retumba la batería; es algo que se refleja en estribillos brumosos o la ausencia de los mismos. No hay diques-guía en estas excursiones hacia las catacumbas del subconsciente. Unas que David Sylvian ya había comenzado a realizar en Tin drum (1981), el punto cardinal de Japan, o en cualquiera de sus posteriores discos en solitario, con Brilliant trees (1984) como modelo básico de acción.
De la heterodoxia otoñal de David Sylvian al Scott Walker del nuevo milenio, autor de melódicas viñetas avant-garde de alto riesgo, pasando por la elegancia ingrávida de The Blue Nile, la etapa ascética de Talk Talk se cierne como el planeta sobre el cual rotan algunas de las variantes pop más libres e inconformistas de los últimos treinta años.
Otros nombres como los de Hood, Roger Quigley y las camadas esotéricas de la generación perdida del post-rock británico de los 90 —tal que Labradford y Pram—, les deben a Talk Talk su épica traducción de (falsa) intranscendencia vital en obnubilante laberinto emocional. También la pérdida del miedo a la hora de emborronar los perfiles reconocibles de sus canciones por medio de una ejecución instrumental que evita cualquier clase de reproducción notal al uso o forma pianística.
Música de sensaciones para la cual la búsqueda de la perfección espontánea queda plenamente corroborada en la larga temporada necesitada para asentar cortes como el majestuoso “After the flood”, un río de impresiones sensoriales encauzado por un pulso profundamente humano. Lo mismo que Hex, el resultado de ocho años de laboriosa búsqueda hasta dar con la ruta a seguir. Trabajos que, en el caso de ambos grupos, se asemejan al del buscador de pepitas de oro. Y que contrasta con la pérdida de la paciencia a la hora de concebir la creación musical pop en el siglo XXI. Donde Talk Talk intentaban a toda costa deshilar los actos reflejos acordonados en su aprendizaje y desarrollo musical, la mayoría de sus discípulos se fijan en sus formas, no en su espíritu: germinado por su vasta cultura pero, sobre todo, una decidida vocación autodidacta.
Dicha tendencia hacia la senda más fácil revierte en la imposibilidad de encontrar versiones que, precisamente, abran vetas entre tan creciente normalidad. No hay más que escuchar a Do Make Say Think y su obstinado intento de enfatizar el aura mágica de “New grass”. Lo mismo se puede decir de Joan As A Police Woman, que también escoge la vía sencilla en su reinterpretación de “Myrrhman”. Canciones cuyo nacimiento surgió de la desorientación surgida en los Wessex Studios de Highbury, Londres, donde fueron grabadas, y para las que la pérdida de la noción del tiempo acabó impregnándose en el latido de unos sonidos cocinados en la oscuridad de un estudio apenas alumbrado por unas velas.
El proceso como representación fidedigna de la photo finish, dicha proyección del resultado final tenía tanto que ver con el circo que, en su momento, se trajo Bob Ezrin para inspirar a Alice Cooper en Welcome to my nigthtmare (1975), o como cuando cuando Unwound se encerraron en una habitación para grabar Leaves turn inside you (2001) bajo los efectos de la ingesta desproporcionada de jarabe para la tos…
Tras esfuerzos monumentales como Spirit of eden y Laughing stock, Talk Talk se quebró. Ya estaba todo dicho en dos bisagras irremplazables de la torsión pop; fabulosamente prorrogadas por .O. Rang, el grupo formado por Paul Webb y Lee Harris, acompañantes de aventura de Mark Hollis, también autor de Mark Hollis (1998), el disco que cierra una trilogía sin par con sus dos anteriores trabajos en Talk Talk: la criatura de la que tantos mamaron —como los Radiohead de Kid A (2000) y Amnesiac (2001)—, pero de quien nadie supo descifrar su misterio.