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Música
Réquiem por Las Víctimas Civiles, el grupo que mejor cantó a la socialdemocracia (y a la tibieza)
El titular es llamativo porque siempre ha de serlo en un artículo periodístico, pero atiende a la realidad, como es obvio que también debe ser. Otra opción posible hubiera sido hablar del grupo de música que nació en una okupa y murió en un teatro. Todo ello es cierto. O puede serlo, dejémoslo ahí. El caso es que el concierto a dúo que hoy, viernes 29 de noviembre, ofrecen Las Víctimas Civiles en el Teatro del Barrio, en Madrid, se antoja como una de las últimas ocasiones para ver en directo una propuesta musical que merecía mucha mayor atención de la que ha recibido. Pero sabido es que los goles no se merecen, se marcan.
“Para mí ha sido muy satisfactorio”, valora a modo de resumen Héctor Arnau, cantante y guía espiritual de Las Víctimas Civiles, quien prefiere ver el vaso medio lleno: “No es para darse con un canto en los dientes, pero he llegado a mucha gente, he podido hacer algo con lo que había soñado, como es cantar con un grupo, que no lo había hecho hasta los 40 años, me ha dado una cierta capacidad económica porque yo había trabajado como traductor durante mucho tiempo, que es un trabajo horriblemente pagado. Podría haber sido mejor, pero…”.
Se puede afirmar, con razón, que la travesía de Las Víctimas Civiles no deja de ser la misma que comparte el 99% de los grupos de música. Un pequeño barco sale a faenar pero la tormenta hace que no llegue nunca a la otra orilla y que desaparezca sin dejar mucho rastro. Al no conseguir acceder a un público suficiente para que la banda sea sostenible, el proyecto queda abocado a las giras autogestionadas por locales de aforo reducido, a dormir en el suelo de la pequeña sala en la que ha tocado esa misma noche y a que lo comido por lo servido sea la norma general antes de decir adiós y buscar un trabajo de verdad. Pero no es menos cierto que la historia de Las Víctimas Civiles presenta capítulos que la hacen única.
“A partir de la pandemia, y ante la imposibilidad de tocar y con unas condiciones económicas ya no adversas sino totalmente abismales, empezamos a centrarnos en el dúo porque es más fácil de mover y porque el teatro ha sido más mi circuito”, explica Arnau sobre las causas de este nuevo formato reducido al tiempo que presenta a la otra mitad: “Pau Miquel y yo tenemos una relación de amistad de muchísimos años, nos entendemos muy bien y con él comencé todo esto. El primer disco lo llevó a cabo él contando con diferentes colaboraciones, no fue el trabajo de un grupo”.
Ese primer disco se titula 40 años de éxitos del posfranquismo español y vio la luz en noviembre de 2016. Suena como si los Pogues hubiesen sustituido a Shane MacGowan por Rafael Chirbes o como si a Noam Chomsky le hubiese dado un parraque en mitad de una conferencia y de repente se pusiese a recitar versos de La Polla Records. A ratos se escuchan los espasmos de los Dead Kennedys y a ratos una canción de autor muy personal por la que Corcobado mataría y en la que se cuelan Shakira y las de la intuición, Marta Sánchez animando a los soldados españoles en la fragata Numancia o ETA avisando de un atentado por teléfono. Todo ello regado por toneladas de humor cáustico. Una barbaridad de disco, en definitiva, cuya semilla se encuentra en la Barcelona activista de principios de siglo y sus espacios de referencia, donde dos jóvenes valencianos emigrados a la capital catalana hicieron buenas migas. Miquel, más interesado en la música, tocaba en una banda llamada Jalea Real, mientras Arnau se dedicaba a asuntos literarios. “Él se volvió en 2007 o 2008 y empezó con Arthur Caravan, un grupo de Alcoy más pop-rock, él era el cantante y lideraba la banda. Ambos hemos sufrido de manera constante esta cuestión de no dar con una fórmula, no saber entrar en un sistema comercial y logístico en el que pudiéramos estar cómodos. Después de algunos años separados, nos juntamos y empezamos a musicar muchos de los poemas que yo había ido cantando a capela en centros sociales ocupados de Barcelona”, recuerda Arnau sobre el origen de la banda.
Fue en 2014, con 40 años y una “vida precaria y muy poco que hacer ese verano”, cuando los dos se aliaron “con otro amigo de las okupas, Rubén Marín, que también era músico, y con los compañeros de Pau en Arthur Caravan y sin pensarlo mucho empezamos Las Víctimas Civiles”. El cantante comenta que tardaron un tiempo en entender que aquello podía tener una salida como una formación clásica de rock.
Los centros sociales ocupados fueron el hábitat natural de Las Víctimas Civiles cuando el grupo empezó a funcionar. También espacios como La Residencia en València, ciudad donde la banda sí ha obtenido algo de repercusión. “Allí hemos sido un grupo popular en ciertos ambientes, pero no sé qué tecla hay que apretar, qué circuitos tienes que frecuentar”, lamenta el cantante. Pese a jugar en casa, Arnau critica que València es un sitio “muy desarmado” culturalmente tras “24 años de mayorías absolutas seguidas de la extrema derecha. Lo comparo con Madrid, por ejemplo, donde el PP también es muy fuerte, y me da mucha envidia las bibliotecas que hay aquí. El modelo de València es mucha fiesta, fallas muy subvencionadas y, pese a ser un sitio tan grande, la única salida es irse”.
Tras el primer disco largo, Las Víctimas Civiles grabaron un miniálbum, El auge de la extrema pereza. Cuatro canciones que salieron a través de Telegrama Cultural, una discográfica sevillana en cuyo catálogo figuran los discos de Pony Bravo, un grupo muy del agrado de Héctor Arnau. Había expectativas pero después de la publicación no pasó nada. Bueno, sí pasó: un confinamiento decretado para contener la expansión de la pandemia del covid19. No pudieron presentar en condiciones el disco y poca gente se enteró de que Las Víctimas Civiles tenían nuevas canciones.
Los medios, en general, tampoco han prestado atención a su propuesta —“algo más en València, pero en el resto una ignorancia absoluta, total omisión”, asegura el cantante—, y aquí cabe entonar un mea culpa. Pese a tenerlo todo para encajar en El Salto, en este medio apenas se han publicado un par de menciones sobre el grupo: en una entrevista a Maria Arnal —nombre importante en la historia de Las Víctimas Civiles, volverá a aparecer— y en un reportaje sobre la canción protesta del siglo XXI. Quizá una mayor cobertura tampoco habría cambiado nada, pero dicho queda.
Una de las preguntas que Arnau reconoce haberse hecho frecuentemente es hasta qué punto su “incapacidad” para encontrar a alguien que les pueda ayudar o un circuito donde moverse tiene que ver “con las letras, con que hay cosas que no está demasiado bien que se digan y con que podemos dar un poco de miedo a ciertos programadores”. Las letras de sus canciones, uno de los puntos fuertes de la banda, presentan un indudable aliento poético y contienen ácidas diatribas contra la cultura del consumo y de la guerra sin caer nunca en el evidente panfleto. Algo de lo que, de hecho, Arnau huye.
Él sabe que ese posicionamiento también les ha cerrado puertas en el entorno de la música que presume de conciencia, donde “lo que triunfa es la música política a martillo y yunque, la que va a muerte. Y es algo de lo que nos hemos burlado mucho, un tipo de grupos en el que no cabe duda de cuál es el mensaje, se enarbola cualquier causa que pueda ser lícita de publicitar. Hemos actuado con desesperanza ante esto porque sabemos que tampoco vamos a entrar en ese circuito porque ahí somos especialmente incómodos ya que representamos justo lo contrario de lo que ellos hacen. La ironía, la autocrítica y la cuestión subversiva de no saber exactamente qué esperar sientan mal. Hay una cuestión de precaución, piensan que nos vamos a reír de ellos”.
La puesta en escena de Las Víctimas Civiles en sus conciertos también incluye elementos que les distinguen del grupo de punk o de rock al uso. Una visible voluntad teatral, de performance, que guarda relación con el trabajo de Arnau en las llamadas artes vivas, donde ha conseguido cierta estabilidad laboral encontrada a partir de sus actuaciones con el grupo. Él asume que no encaja bien en las dinámicas habituales del ambiente musical. “El mundo de la música no es el mío, muchas veces cuando me he encontrado con ese mundo he visto que no me atrae demasiado: es bastante cazurro, hay poco cuidado político, muchísima farlopa, no es un sitio donde me sienta especialmente acogido”.
Regresemos ahora a Barcelona. En aquellos años cuando Arnau y Miquel coincidieron allí era una ciudad con una efervescencia política al margen de las instituciones. Muchos colectivos activos en defensa de la vivienda, por un internet exento de lógicas capitalistas y a favor de la denominada cultura libre o contra las entidades de gestión de derechos de autoría como la SGAE, participaban en la vida cultural de la ciudad. “Fue una época, en torno a 2003, cuando las protestas por la segunda guerra de Iraq, en la que en Barcelona había muchísimas okupas y había un circuito artístico muy potente, mucho movimiento, grupos de música, teatro… Ese fue el contexto en el que empecé a actuar, haciendo poesía y cantándola a capela”, explica Arnau. En ese mismo entorno se movía Maria Arnal, amiga cercana de Las Víctimas Civiles que en 2017 publicó junto al guitarrista Marcel Bagés el disco 45 cerebros y un corazón.
“Imagino que nuestro momento pudo ser cuando a Maria le fue muy bien, ahí podríamos haber…”. Arnau deja en el aire lo que podría haber pasado, pero se intuye que se refiere a haber alcanzado algo parecido al éxito. Lo dice porque el estupendo disco de Maria Arnal y Marcel Bagés incluye una versión de una canción de Las Víctimas Civiles, “Heteronorma y relaciones de poder en la época de las representaciones del capitalismo posfordista”, rebautizada como “Canción total”. La fantástica interpretación vocal por parte de ella y la brillantísima letra, muy descriptiva de la socialdemocracia en España, hicieron que el tema sea de lo mejor que se ha grabado en este país en la última década y que se convirtiese en un himno, quizá a pequeña escala, en el ala izquierda a la izquierda del PSOE. El problema, para Las Víctimas Civiles, es que la mayoría de quienes la cantaron, bailaron y se emocionaron con ella no sabía que era una canción de Las Víctimas Civiles, algo que suele ocurrir con las versiones. A 28 de noviembre de 2024, la de Maria Arnal suma más de dos millones y medio de reproducciones en Spotify mientras que la original de Las Víctimas Civiles alcanza las 46.000. Y así no hay quien triunfe, claro.
Arnau recuerda que aquello provocó malestares hoy ya superados. “Fue una canción muy importante para ella, le daba un matiz más macarra a lo que hacía. La canción original es la que grabaron, que era la que yo cantaba a capela en las okupas. Cuando hubo que decidir qué se hacía con el dinero que estaba generando la canción, llegó el conflicto. Yo estaba quemadísimo con la precariedad, con no ganar nada, y eso era un motivo de drama clásico. Tuvimos problemas porque yo no quería que la SGAE entrara ahí, pero finalmente entramos. Curiosamente, cobrar 3.000 pavos en un año por una canción fue un reconocimiento inesperado. Fue jodido, pero con el tiempo nos hemos reconciliado y cada cual hemos visto las razones y dolores del otro. Muchas veces pienso en lo curioso que fue tener un éxito”.
El concierto de esta noche en el Teatro del Barrio es el tercero que la versión a dúo de Las Víctimas Civiles hace en ese escenario en los últimos dos meses, con la idea de rodar algunas nuevas canciones que puedan dar pie a otro disco. Ojalá sea así, quién sabe. El futuro está por escribir, como dijo Joe Strummer, el líder de los Clash, uno de los pocos músicos admirados por Héctor Arnau.