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Música
No puedo pagar el “dame, dame, tratamiento de shock” o cuando lo frívolo deviene cuestión de Estado
Músicos veteranos que han de seguir ofreciendo conciertos porque no tienen derecho a una pensión por jubilación u otros jóvenes que carecen de seguro médico son la cara b de un negocio en el que pocas veces se habla de lo que sucede cuando la canción deja de sonar.
En una reciente entrevista el ex Sonic Youth Thurston Moore, que ahora reside en Londres, celebraba cumplir los 60 en Reino Unido porque le daba derecho a atención sanitaria. Lo cual ha conseguido que su actividad, y eterna curiosidad musical, se sostenga sin angustia. He aquí un ejemplo de lo conectado que está lo simbólico (la creación) con lo material (la existencia de un contexto para que se produzca). En un sector cuya entrada a la remuneración es difícil, y la permanencia aún más, los factores para ello vienen cada día más determinados por la renta y los contactos que por los meramente artísticos.
A Wamba Buluba sin asistencia sanitaria ni pensión
Es la música un oficio, como debería serlo cualquiera, donde el lugar social de partida fuera irrelevante, cuya síntesis de un concienzudo trabajo de transpiración y esfuerzo cognitivo, que toma la forma de síncopas, armonías o dinámicas etéreas dispuestas a colonizar tu cocotera y extremidades, debería ser el resultado que se gratifica de forma material. Y no quien se dedica simplemente a comercializarlo.
Tres recientes ejemplos de la miseria de todo ese sector cultural, aunque seguro que encuentran ejemplos extrapolables a cualquier disciplina no solo artística.
James Chance, el legendario músico no-wave y disco funk líder de los Contortions, cancela su reciente concierto en Valencia debido al lamentable estado de salud que presenta. “Un cadáver andante”, me traslada el organizador. Forzado a girar en edad de jubilación ante la realidad de no tener ni para pagar sus gastos básicos de subsistencia. O Sylvain Sylvain, guitarra de los NewYork Dolls, cuyo impacto en la cultura pop trasciende lo musical, ha organizado una plataforma para recibir donativos al no tener ingresos suficientes para costear un tratamiento de cáncer. Y, por último, Dick Dale, pionero del instro-surf que estuvo girando hasta los 81 años, tras haber luchado contra un cáncer rectal y estar sumido en la bancarrota. La intención de Dale no era eso tan cursi de morir sobre un escenario sino que tenía que abonar 3.000 dólares de gastos médicos mensuales. En una entrevista para un diario de Pittsburgh en 2015, aseguraba que su deseo era estar en casa embotellando barcos en miniatura y pasar el día junto a su mujer.
Son tres nombres a los que la etiqueta de clásicos, visionarios e influyentes se les ajusta como un traje hecho por un sastre.
Asimismo, si tienen ustedes estomago (yo no) pueden ver los desazonadores videos de Mark E. Smith de The Fall días antes de su fallecimiento, actuando en un estado físico deplorable y en silla de ruedas, o del picapedrero del r‘n’b sicalíptico Andre Willimas al que no le llega el aliento. Su encadenamiento al escenario viene determinado por su mala situación económica.
Lo simbólico sin que esté cubierto mínimamente lo material se vuelve impracticable para extensas capas de la población, privatizando así de facto la práctica creativa, expulsando a todas y todos los que no provengan de un entorno económicamente estable. El resultado, la mediocridad de los productos resultantes. Debido a que se impone una sola perspectiva, que mayoritariamente aborda la disciplina que se práctica desde la autosatisfacción, la provocación esteta y como mucho la autoexploración emocional. Sinónimo de abulia social o “d'auteur”.
La extensión del acceso a la práctica consigue que intervengan tal número de voluntades, que se filtren mayor número de perspectivas, en disenso y tensión, en la configuración de un producto cultural que va diseccionando de manera más o menos explicita, la realidad más inmediata. ¡Oh, diantres! No es el pop en toda su extensión un arte plebeyo, cuyos frutos sustraen quienes pueden hacerse con su título de propiedad.
Seguros médicos por canciones
Fue a mediados de la década de los años 90 cuando los grupos que daban el salto de la independencia a sellos multinacionales vieron una posibilidad de realizar su trabajo con unos estándares de seguridad. Girls Against Boys fueron los primeros que con más ahínco negociaron que su traslado de Touch and Go a Geffen debía contener un seguro médico para la banda. A lo cual la multinacional nunca accedió. Así que, como resultado, les entregaron su peor disco.
Poco después Built To Spill consiguieran doblar el brazo de Warner Bros y un contrato que contemplaba los gastos de un seguro médico y dental para la banda. Built To Spill, al contrario que GvsB, entregaron a Warner su impoluta obra maestra Perfect From Now On, mostrando así que la existencia de un contexto donde crear no sea acabar en la indigencia es de donde surge la excelencia.
Pero antes de estas negociaciones, la fundación benéfica Sweet Relief, creada por la cantante country Victoria Williams, ponía el foco en ese mismo problema tras ser ella misma diagnosticada con esclerosis múltiple a mitad de una gira con Neil Young. La fundación intenta sufragar los gastos médicos de músicos con enfermedades crónicas, con especial énfasis en aquellos que las sufren hacía el final de sus carreras. Miembros de Funkadelic, Chamber Brothers y muchos más han visto su dolor atenuado por su labor. En sus informes recogen datos como que el 65% de los músicos profesionales, es decir sindicados, no tienen cobertura sanitaria en Estados Unidos.
El estado de salud del pop
En 2013 The Future Of Music Coalition, una ONG situada en Washington D.C creada por músicos, productores y abogados especializados en derechos de autor, estimaba que los músicos tenían una ratio tres veces mayor de no tener seguro médico que el resto de la población. Sí, un músico que encabeza un festival indie, o que incluso haya llegado a tener sus discos entre los diez primeros en el Billboard es posible que no tenga seguro médico.
Es el caso de los miembros de la popular banda Grizzly Bear, que reconocen su inestable situación al respecto, algo cada vez menos habitual en una industria que, hasta en su escalafón independiente, solo quiere ofrecer una imagen de ocio perpetuo.
Andrew Savage, guitarrista y cantante de Parquet Courts, no podemos decir que es una oscura banda de punk que solo toca en okupas, sufre epilepsia (como servidor) y no tiene seguro para hacer frente al pago de un medicamento costoso. En Rolling Stone reconocía que a veces no tenía dinero para comprarlo. Su falta de toma te condena a sufrir una crisis epiléptica, despertarte en un hospital sin saber cómo has llegado o sufrir daños cerebrales. Andrew reconocía que se derrumbó llorando abiertamente cuando un farmacéutico le dijo que había un medicamento genérico disponible por 40 dólares en lugar de 400.
Julian Koster de Neutral Milk Hotel —han visto su nombre encabezar carteles de esos festivales llenos de publicidad— no tuvo hasta los 42 años un seguro médico al que pudo acceder a través del Obamacare por 200 dólares mensuales. Un plan de intervención público que subvenciona a las empresas privadas de salud, de una ineficiencia abrumadora y que es considerado todo un logro, confirmando así lo caro e ineficaz que es el sistema sanitario estadounidense. Así que imaginen lo terrible de lo que había antes.
Frente a ello podemos resaltar la decisión que tomó en febrero de este año Royal Mountain Records, donde graban Mac DeMarco, Alvvays o U.S Girls, que anunciaron que ofrecerán un seguro de 1.500 dólares a cada uno de sus artistas para cubrir servicios sanitarios psicológicos o relativos a adicciones. Es la consecuencia de mercantilizar un derecho, y cuyo ejercicio si no se tiene dinero para su acceso queda a merced de la voluntad de otros. No crítico la decisión de Royal Mountain, todo lo contrario, solo crítico que algo tan importante se deje a merced de la voluntad de un tercero.
Ténganlo claro: Robert Johnson no quedó con el diablo en aquel cruce de caminos cerca de Greenwood para intercambiar bienes simbólicos, su alma a cambio de talento, sino para dejar atrás la miseria material a la que se veía abocado.
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"Es la música un oficio, como debería serlo cualquiera, donde el lugar social de partida fuera irrelevante, cuya síntesis de un concienzudo trabajo de transpiración y esfuerzo cognitivo, que toma la forma de síncopas, armonías o dinámicas etéreas dispuestas a colonizar tu cocotera y extremidades, debería ser el resultado que se gratifica de forma material. Y no quien se dedica simplemente a comercializarlo."
Cuatro veces he leído este párrafo para intentar descifrar su significado...
Perdona mi pedantería, en serio, lo digo sin ironía. Pero quiero decir que la riqueza la crean los currantes, en este caso los músicos, y con la pasta se quedan intermediarios, discográficas.....