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Nos recuerda que no siempre está como unas castañuelas, pero durante la entrevista y, especialmente, en el antes y el después, se muestra afable, animado. Algo indica que las promociones no son exactamente lo que más le gusta hacer a Kiko Veneno (Figueras, 1952). Las sobrelleva y las despacha cordialmente, entre bromas y declaraciones en bruto que pueden dar para un titular incendiario o quedar descartadas en la edición final de la entrevista.
Lo que queda claro es que Veneno es un jugador de equipo, que presenta su último trabajo como una obra colectiva hecha en lo musical con Santi Bronquio y Martín Buscaglia (entre otros) y en el concepto artístico por el colectivo Rayos en tu cabeza, formado por su hijo Adán López y las creadoras visuales Carmela Alvarado y Marta Lafuente, entre otras. “Es un proceso paralelo, una obra conjunta. Mientras yo hacía el disco, Adán iba haciendo el libro. El libro, como todas mis canciones se basan en la creatividad: el mundo es algo que necesita ser recreado y ser vivido cada día y la creatividad tiene que ser nuestra principal herramienta para eso”.
Tres años después de su anterior trabajo, el directo Doble Vivo, Veneno cuenta que ha estado tres años trabajando en Sombrero Roto, un trabajo que ha hecho pacientemente y eso, “eso requiere un esfuerzo grande. Tampoco es que me haya matado… bueno, cogí ciática hace un par de años, estuve dos meses en cama, pero no por el disco, sino porque llevaría algún bulto de más”. El título del disco y la canción homónima remite a Los Delincuentes, uno de los temas de Veneno (1977) el disco que dio a conocer al cantante de la voz de oro: “Me quiero asegurar que mi sombrero está bien roto para que los rayos entren en mi cabeza”, confirma el músico, “esto cierra un círculo, después de 42 años. Es como las radios de galena, la podías cablear, te permitían hacer una radio nueva. El sombrero roto te permite recibir y permitir que lo tuyo salga para fuera”.
Aquel disco, que durante mucho tiempo pasó por debajo del radar de la industria y la crítica musical, fue el fruto de su encuentro con los hermanos Amador, Rafael y Raimundo, que después formarían Pata Negra. “Yo conocí a Raimundo en la calle, en la cultura callejera, yo vivía en el Tardón [barrio de Sevilla] y es cuando empecé a tener relación musical con él. Tenía entonces 21 o 22 años y empecé a hacer mis primeras canciones —“El calor me mata”...—, a él le gustaban y se ponía a acompañarme”.
“Yo no tenía la pretensión de ser músico. Tenía sensación interior de ser artista, pero no sabía a qué tipo de arte podía dedicarme, la poesía, me gustaba la música, me gustaba el cine... Empecé a hacer unas cancioncillas sin darle importancia y él empezó a hacerme punteos alucinantes, y me decía ‘hazlo otra vez Kiko’ y ahí fue cuando me hizo tomármelo en serio”. Raimundo Amador era, a sus dieciséis años, un joven prodigio de la guitarra flamenca, y se produjo una influencia mutua; Veneno, nacido José María López Sanfeliu, había viajado por Europa y Estados Unidos y conectado con la música de Bob Dylan o Frank Zappa. “Vi que era muy permeable a todo lo que yo le estaba proponiendo, a las cosas que se me ocurrían a mí, que era un indocumentado pero con mucha imaginación, con mucho bagaje musical. De flamenco no tenía ni idea, pero me estaba poniendo al día del gancho, del brillo del flamenco”, explica.
Poco más tarde, Kiko Veneno se trasladó a una casa de la calle Alejandro Collantes de Sevilla, “ahí veía a Raimundo y a su hermano pequeño Rafaelillo. Allí fueron creciendo las canciones, los días se nos pasaban volando, tocando y haciendo canciones. Hicimos cientos, pero sólo completamos y trabajamos en la estructura de algunas que son las que se quedaron para el disco”.
Cuando habla de la ruptura de Veneno, el artista no esconde que las pasó moradas. Su colaboración con Camarón en La leyenda del tiempo —disco en el que aportó, entre otras cosas, la canción “Volando voy”— dio paso a una época en la que no da con la tecla de la música que quería hacer. Se lleva la música de sintetizadores y queda desactualizado el punk flamenco en el que había crecido la música de Veneno, “aunque había melodías, el techno era avasallador; a mí me cogió un poco a contramano. Fueron años de incertidumbre”.
“Los 80 son muy traumáticos, primero porque me quedo sin Veneno, que duró dos años, entonces yo sigo haciendo discos pero sin mucho convencimiento, porque pierdo el hallazgo de Veneno, que era un campo de trabajo extraordinario. Me sentí muy decepcionado por eso y no sabía qué camino tomar. Lo único que sabía es que, si quería seguir, tenía que seguir… Es decir, hice discos sin mucho convencimiento, sin mucha fe, pero fue para mantenerme vivo, para mantenerme dentro de la música, para no perder la ilusión, para esperar mi momento”.
el momento llegó
1993. Mi amigo Astor me graba una cinta con el disco Échate un cantecito. Una música rara, emparentada con el flamenco y, salta a la vista, también con el pop urbano de unos Radio Futura o el intimismo elegante de un Javier Krahe. Una cinta que rueda una y otra vez en el walkman, a la que vuelvo como a los cien gramos de patatas fritas en su punto de aceite y sal, a las aceitunas de manzanilla con una cerveza en el momento perfecto del mediodía. Es el gran éxito de Kiko Veneno, al que seguirá, tres años después, Está muy bien eso del cariño. Dos discos “redondos”, en palabras de su autor, canciones que sigue cantando en los directos y que enchufan alegría de vivir a la generación perpleja de los primeros 90. Dos joyitas que fueron un premio después de años de perseguir un sonido: “Esa paciencia me premió con el cantecito, cuando pude convencerme de que sin Veneno, 15 años después, podía seguir en la música de una forma puntera, como yo quería estar”.La industria, no obstante, tiene otros planes. Los dos discos funcionan, Veneno sale en la tele, da conciertos y su música se ve recompensada con más y más público, pero el tiempo del nuevo flamenco, que se había abierto con Pata Negra —el proyecto de los hermanos Amador—y Ketama —de los Carmona, José Soto “Sorderita” y el inalcanzable Ray Heredia— se estaba terminando. Después de conseguir su objetivo, de firmar 20 canciones estupendas, Kiko Veneno reconoce que se relajó: “Logré tener mi casita, como Pablo Iglesias, a las afueras de Sevilla, con mis niños, mi perrito y mi bicicleta, pero me adormecí un poco con la rutina, beber, fumar, mucho pallí, mucho pacá. De pronto me encuentro en el año 2000, que ha desaparecido toda ilusión por construir la nueva música española. A las multinacionales no les interesa el rollo, les interesan las canciones en inglés. Fue una época de bajonazo. Veía que iba cayendo suavemente. No tenía contrato con las multinacionales y no estaba en el escaparate”. Pero Kiko Veneno no se arrepiente “no hay modo de cambiar lo que has hecho. Cometemos muchos errores en la vida, pero te das cuenta, la fortuna es que te puedas dar cuenta”.
Crisis de humanidad
La autoproducción y las giras —los conciertos de Kiko Veneno han seguido creciendo en matices y riqueza en los últimos años— son un reducto para mantener el sombrero roto, sintonizada la radio a galena. “Si querías hacer discos, tenías que aprender a producírtelos tú. Han sido años felices porque no he parado de actuar, de hacer discos y de disfrutar con mis canciones y mi público”. El negocio, sin embargo, “ha ido en contra de la cultura española”, resume cuando habla de la Sociedad General de Autores, para la que pide una intervención inmediata, “esto ha sido un saqueo, se ha metido gente que ha hecho un agujero en la pared y lo ha saqueado”.“Yo quería ser español”, uno de los temas de Sombrero Roto, canta a la crisis de la humanidad en la que estamos: “El miedo es lo que da más / es lo que da más dinero / y su amiga la miseria / no hay negocio como la guerra”. Veneno abunda en la explicación: “Es un círculo vicioso, el miedo es lo que da más dinero y el dinero es lo que da más miedo, porque sé que el dinero viene todo de la sangre, quillo, que poco dinero hay de la honradez en el mundo. Viene todo del sufrimiento de muchísima gente”. Como respuesta, como contraataque, Veneno defiende la necesidad de hacer algo luminoso, con entusiasmo, sin cinismo: “Hay gente muy entusiasta pero que están con el colmillo retorcido…. No, no, entusiasmo puro, entusiasmo por la vida y aportar un poco de luz a esta época de oscuridad”. Algo que sirva para espantar a un sistema “de miedo, que no cree en las personas, que cree en los números, cree más en la bolsa que en las personas, ese no puede ser un sistema de alegría. La alegría la tenemos que poner las personas que creemos en la alegría… y en el amor”.
El artista lamenta que, también en la música, son malos tiempos para el entusiasmo: “Veo a la gente joven haciendo baladas muy ensimismadas y muy atormentadas, chavales con 18 años, chicas con unas voces deliciosas, cantando unas tormentas interiores y una pena y un sufrimiento y una sensibilidad que a mí se me antoja ya enfermiza... Con diecisiete años no te pertenece tener tanta sensibilidad, te pertenece más poner el coño en lo alto de la mesa y dar dos chillidos”.
Pero Kiko Veneno no es un hombre mayor enfadado con todo aquello que no entiende. No ve la vida con miedo ni echa mucha cuenta del pasado. Comenta que no lee los libros que hablan de su época, libros como Blues de la frontera: anarquía y libertad de los Amador, de Marcos Gendre, una manera preciosa de conocer el potaje del que surge Veneno, Pata Negra y el punk-rock-blues flamenco. No los lee, explica, porque él ha vivido todo eso, ya le sacó todo el jugo. Y con ese dato, que ya teníamos, nos vamos de la entrevista mucho más tranquilos.