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Música
Crónica de un concierto de Romeo Santos
No soy de ninguna parte más que de mi casa, pero el sentir que soy latina es lo más cercano a la pertenencia que siento desde hace unos pocos años. Y puedo sentirlo porque, aunque Latinoamérica sea un gigantesco montón de tierra e historias increíblemente diversas, hay algo que nos une en el sentimiento de ser latinos.
En uno de mis últimos viajes de trabajo, la guía era orgullosamente peruana. Ella no me preguntó de dónde era yo, aunque creo que en algún momento se lo expliqué (la justificación está arraigada). Un día que estábamos solas me dijo algo así como “es que entre latinos nos entendemos”. Y qué bien que me sentó que me incluyera ahí, a pesar de que no tengo ni acento y que cuando le digo a un latino los años que llevo en España siempre me dicen “ah bueno, pero tú eres más española”. Me gustó porque, a pesar de todo, vio que teníamos más en común ella y yo que el resto de personas que nos acompañaban. Y es cierto.
Ser latino es un sentimiento que se sale en eventos como este. Romeo Santos canta bachata y la bachata es un género de República Dominicana. Aun así, ahí estamos un montón de paraguayos, colombianos, venezolanos, peruanos, mexicanos, costarricenses… Un montón de personas que hemos migrado de alguna manera a este país que es también el nuestro, y ahí estamos todos, madrugando para hacer cola bajo el sol picante de julio y estar lo más cerca posible de un hombre que nos ha marcado la vida, de una manera u otra, a todas y cada una de las personas que ahí estamos.
Un latino siempre es previsor, por eso en la cola había varias personas con neveras y todo lo necesario para pasar ese rato bien cómodo y sin que te falte la cerveza, porque el latino es un gran bebedor. Un latino siempre tiene ganas de lucha, aunque no se va a las manos tan fácilmente porque lo que le gusta es el chisme y la tensión. Cuando parece que se va a armar, nos levantamos y hablamos de lejos. Comentamos la jugada y nos reímos de que empezó el chisme. Esto lo hacemos todos en mayor o menor medida y casi siempre sin mucha vergüenza porque lo cierto es que el chisme te da mucho: risas, anécdotas, comentarios que marcan el momento concreto que estás viviendo y que recordarás años después.
Pasa también que el ser latino está marcado por un afán de demostrar, de aparentar, de ser mejor, aunque en el fondo seamos todos iguales. En ese afán, si alguien viene a joderte siempre estás lista para un jalonazo de pelo y, si la cosa se pone fea, siempre vendrá alguien a defenderte para jalar mejor esas extensiones falsas de la jeva que intenta ponerse donde no debe.
Entre las mujeres hay mucha-mucha envidia. Te da envidia la que es más alta que tú, o más delgada, o tiene mejor culo, o mejores tetas, o que se ha cogido una pinta que tú querías y que a la jodida le queda brutal, la que camina para que todos la veamos y la que va de tímida, pero es de una belleza deslumbrante “sin querer”. Eso te condiciona mucho, porque cuesta descubrir cómo quieres ser si siempre has estado envuelta en un ambiente muy latino. Aquí es donde agradezco mi parte española, porque al haber vivido mezcladita me he ahorrado muchos quebraderos de la latinidad que no me gustan nada y me ha permitido acoger solo aquello que me divierte.
Tus amigas te ayudan y aconsejan, te trenzan el cabello y te dicen que vas regia, mamasota, redy pa conquistar a Romeo y a quien haga falta. Sentirte diosa es un chute difícil de describir, y somos exageradas
Cuando eres latino tu imagen es muy importante. Las mujeres especialmente se lo toman muy en serio. Da igual el sol, el calor, el hambre, que tú te pones tu mejor pinta (buscar la pinta es buscar el look) para el evento. Calculas el tiempo necesario para vestirte y maquillarte, si no has ido ya bien alistada. Tus amigas te ayudan y aconsejan, te trenzan el cabello y te dicen que vas regia, mamasota, redy pa conquistar a Romeo y a quien haga falta. Sentirte diosa es un chute difícil de describir, y somos exageradas. No vamos como una europea que es, por lo general, discreta, sino que no tememos arriesgar y hacernos notar: jugamos con lo sexy, lo corto, lo largo y lo escotado en todas sus posibilidades; nos ponemos la pestañina, el pintalabios, las extensiones, la crema hidratante con purpurina y, cómo no, litros y litros de perfume. Oler bien es muy importante. No nos gusta el olor a sudor (a “chucha”) ni el olor normal. Nos gusta oler bien y que la gente huela bien. Por eso puedes identificar el nivel de latinidad de las personas por el rastro de perfume que dejan tras su paso.
Hay mucho español adinerado que no se sabe las canciones viejas y también latinos que se las saben y que quieren demostrar que tienen la plata, pero que luego ahí se cortan, porque el ambiente cinco centímetros detrás de la valla que separa a la chusma de los adinerados es completamente diferente
Cuando entras y esperas, proteges tu sitio con fervor. Muchos beben dentro y se gastan 10 euros en una cerveza que sirven unos pobres diablos cargados con una mochila-barril. Da igual qué cerveza sea ni que sepa a rayos, lo importante es demostrar que puedes pagarte una bebida ahí dentro. Los VIP ya son más variaditos. Hay mucho español adinerado que no se sabe las canciones viejas y también latinos que se las saben y que quieren demostrar que tienen la plata, pero que luego ahí se cortan, porque el ambiente cinco centímetros detrás de la valla que separa a la chusma de los adinerados es completamente diferente. Nos centramos en los de atrás mejor, porque igual plata no, pero ahí sobra bien de cobre.
Media hora antes del concierto sale un dj. Empieza suave con “Un x100to” y cantamos todos para calmar los nervios. Sabemos que solo queda media hora después de todo un día esperando y, afortunadamente, durante esa media hora vamos a perrear para liberar la tensión que nos ha cortado la sed y las ganas de mear con tal de no perder tu sitio. El perreo es algo realmente poderoso. Me ha costado mucho entender y defender la importancia del reguetón porque el lado español pensaba que escuchar cualquier otra música hecha por blancos era mejor con tal de no repetir errores de otro tiempo y otra vida. La reconciliación fue liberadora. El reguetón se te mete por el cuerpo y te posee. Cuando entiendes los ritmos y sonidos con los que jugar, el reguetón es de lo mejor que hay para bailar sola, acompañada, con tus amigas, con tu pareja o con alguien a quien te quieres follar, pero que igual no tanto y con el perreito te vale.
Acaba el man. Preparan el escenario. Empiezan las luces. Nos volvemos locas. Todo el mundo saca su cel para grabar. Empieza con la canción que tiene con Rosalía, que canta una mujer rubia de uñas largas. Empieza con esa porque así él tarda un poquito en aparecer, ya que empieza la mujer a cantar. Cuando Romeo sale, los gritos tapan el sonido. Todas gritamos como si nos fuera la vida en ello. Empieza el mayor chute de energía de los últimos años.
Durante dos horas ser latino es, además, cantar canciones que hablan de despecho, de infidelidades, de sexo, de amor, de rupturas, de sufrir y no saber cómo hacer para ser feliz, de saber que eres el rey y, aunque ella a veces no te elija, es a ti a quien ama
Durante dos horas ser latino es, además, cantar canciones que hablan de despecho, de infidelidades, de sexo, de amor, de rupturas, de sufrir y no saber cómo hacer para ser feliz, de saber que eres el rey y, aunque ella a veces no te elija, es a ti a quien ama. Ser latino es también vivir un poco en esa película de dramas encadenados porque, en el fondo, todo ese afán por ser otra persona se ha comido a la persona real y a veces es imposible ya salir.
Romeo nos une a todas. A las que son así, a las que no y a las que lo son en parte. Cuando Romeo grita “dónde están los latinos”, gritamos todas tanto que es que sientes que te vas a desmayar. Cuando se pone a cantar los clásicos de Aventura y eres capaz de cantarlas prácticamente todas te sientes más latina que la que acaba de llegar a España después de toda una vida por allá. También algo mayor, porque significa que llevas 20 años escuchando de alguna manera a Romeo Santos cantarte al oído cómo es el amor. Hace diez años, en el concierto de Las Ventas, cuando cantó “Promise” me puse a llorar al instante. Las lágrimas me impedían ver y mi hermana me decía “él te quiere a ti, no a ella. Les escuché discutir por ti” o algo así. Me calmé un poco y me puse a cantar llorando toda la canción. Ese tema dolió mucho hace diez años. Esta vez, la volví a identificar a los dos segundos, pegué un grito larguísimo, mi hermana le dijo a su amiga “es Promise” y sentí una felicidad inmensa porque ahora solo sentía amor en paz al escucharla. Amor por el de entonces, claro, aunque un amor distinto. Un amor feliz que siempre va a estar ahí y que cuando diez años más adelante vuelva a escuchar la canción, me acordaré de la nati que lo amaba y volveré a sonreír. Ser latino es también ese afán por amar.
Romeo no descansa más que para cambiarse de pinta. Nos lo da todo en esas dos horas en las que la felicidad colectiva está guardada en el interior del Wizink Center. El cansancio solo vendrá después, cuando ya hayamos cantado y bailado incluso más de lo que esperábamos, y sintamos que todo ha valido la pena ahora que hemos vivido esto. Y sí, ahí es cuando más latina te puedes sentir porque, a pesar de todas nuestras diferencias y particularidades, acabamos de compartir un momento común que se nos quedará grabado en la memoria para siempre.