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Tribuna
Mercadona, ¿la cocina de tu casa?

En la presentación de resultados financieros de Mercadona de esta pasada semana, su presidente, Juan Roig, aparte de vanagloriarse de sus beneficios, que en absoluto nada tienen que ver con el alza de márgenes y precios que estamos viviendo en la alimentación, lanzó una frase desconcertante, que marca un horizonte, distópico, pero posible. “Lo dije y lo mantengo: a mitad del siglo XXI no habrá cocinas”, sentenció el empresario valenciano en la rueda de prensa. “Espero vivirlo. Yo calculo que sí, porque quedan 25 años y yo quiero llegar a los 100 años”.
Lo han oído bien. No habrá cocinas, como sucede en muchos hogares de grandes ciudades de Estados Unidos hoy en día, donde los hornos se usan como zapateros. En los últimos años, el avance de la comida preparada ha experimentado un crecimiento vertiginoso, impulsado por el ritmo de vida acelerado y la falta de tiempo para cocinar. Las fronteras entre retail y restauración se difuminan, dicen los expertos quitando importancia a la tragedia, y la persona consumidora deja de ir a un supermercado a comprar producto fresco y a un restaurante para comer.
Todas las cadenas de supermercados, sin excepción, pasando por patronales como Asedas, están de acuerdo en que el consumidor se está enganchando a los llamados “mercaurantes” (grocerants en inglés). Según revela el último informe de la Asociación Española de Fabricantes de Platos Preparados (Asefapre), el consumo de platos preparados en los hogares españoles alcanzó las 742.377 toneladas en 2023, lo que representa un incremento del 2,9% con respecto al año anterior. Este aumento se traduce en un consumo per cápita de 16,3 kilos al año, un crecimiento del 10,8% en comparación con el año anterior, alcanzando los 4.568,9 millones de euros.
Sin embargo, detrás de esta aparente comodidad se esconde un modelo que pone en riesgo a consumidores, restauradores y agricultores, consolidando un sistema alimentario dominado por grandes corporaciones con lógicas depredadoras. Para ello el primer paso es poner en marcha la estrategia del deskilling, traducido como quitarnos las capacidades, la cultura de cocinar, expulsarnos de ellas y convencernos que allí perdemos el tiempo.
Si esta transformación tiene lugar, y parece que las grandes empresas lo tienen muy claro, tendremos efectos dramáticos y difícilmente reversibles para este nuestro sistema alimentario herido de muerte
En realidad, lo que no quieren decir es que hay menos margen para estas megaempresas en el producto fresco, y mucho más cuando el producto es más procesado y contiene menos alimento. Además, el producto fresco permite la descentralización y la sobernía alimentaria. En cambio, los mercaurantes incentivan las cocinas fantasmas y la precariedad. Para ser claros, si esta transformación tiene lugar, y parece que las grandes empresas lo tienen muy claro, tendremos efectos dramáticos y difícilmente reversibles para este nuestro sistema alimentario herido de muerte.
Menos calidad y menos salud
Uno de los principales peligros para los consumidores es el impacto en su salud. La comida preparada que ofrecen las grandes cadenas de supermercados está diseñada para maximizar beneficios, no para alimentar de forma saludable. En su mayoría, estos productos contienen altos niveles de aditivos, conservantes, azúcares y grasas de mala calidad, elementos esenciales en la industria ultraprocesada. Aunque se presentan como opciones “saludables” o “equilibradas”, la realidad es que su composición responde más a criterios de rentabilidad que a la nutrición.
Además, el dominio de las grandes cadenas implica un control absoluto sobre la oferta. La diversidad de alimentos frescos y locales se reduce progresivamente en favor de un catálogo homogéneo, donde los productos se fabrican en serie y recorren largas distancias antes de llegar al consumidor. Esta desconexión con el origen de los alimentos refuerza la opacidad del sistema y limita la capacidad de los ciudadanos para tomar decisiones informadas sobre su alimentación.
En cuanto a la importancia del tiempo que pasamos en la cocina, no ha sido muy estudiada y, sin embargo, es determinante. Así lo expresa el estudio Time Spent on Home Food Preparation and Indicators of Healthy Eating: una mayor cantidad de tiempo dedicado a la preparación de alimentos en el hogar se asoció con indicadores de mayor calidad de la dieta, incluida una ingesta significativamente más frecuente de verduras, ensaladas y frutas.
Además, el estudio también evidencia que los hogares con mayor renta dedican más tiempo a la cocina que los trabajadores y autónomos. En nuestro país, según el estudio Cocina: actitudes y tiempo que los consumidores emplean en ella, de la empresa de investigación de mercados GFK, dedicamos a cocinar una media de 6 horas y 20 minutos a la semana, 28 minutos menos que hace tan solo cinco años. No es que vayamos a depender todos de la comida preparada, más bien las clases populares, a las que se empobrecerá más si cabe su dieta.
Adiós restaurantes y cultura culinaria
El auge de la comida preparada industrializada supone una amenaza directa para la restauración tradicional y los pequeños negocios gastronómicos de barrio. Las grandes superficies no solo tienen la capacidad de reducir precios mediante economías de escala, sino que también utilizan estrategias de fidelización y marketing agresivo que dificultan la competencia.
Los restaurantes locales, que dependen de ingredientes frescos y de calidad, no pueden igualar los márgenes de las cadenas de supermercados. Esta presión económica lleva, en muchos casos, a la precarización del sector, con restaurantes que deben reducir costes, optar por ingredientes más baratos o incluso recurrir a distribuidores que imponen condiciones poco favorables o simplemente cerrar y dejar que su local se convierta en una franquicia más.
La riqueza de la cocina tradicional se ve desplazada por recetas estandarizadas y adaptadas a la producción industrial. El resultado es un empobrecimiento cultural que afecta tanto a la oferta gastronómica como a la experiencia del consumidor
Más allá del impacto económico, esta tendencia pone en riesgo la identidad culinaria y la diversidad gastronómica. La riqueza de la cocina tradicional se ve desplazada por recetas estandarizadas y adaptadas a la producción industrial. El resultado es un empobrecimiento cultural que afecta tanto a la oferta gastronómica como a la experiencia del consumidor, quien pierde el acceso a una cocina basada en la autenticidad y el conocimiento tradicional. Perderemos algo básico para vivir, que es nuestro patrimonio alimentario. Recuerden, a cocinar se aprende en casa.
Agricultores: más dependencia, menos sostenibilidad
Para los agricultores, la expansión de la comida preparada bajo el control de las grandes cadenas representa una pérdida de autonomía y una mayor presión económica. Lo decíamos antes, el poder de la cadena alimentaria será cada vez más concentrado, menos descentralizado y más dependiente. Estas corporaciones imponen estándares estrictos en cuanto a precios, volúmenes y calidades, obligando a los productores a ajustarse a modelos de producción intensiva que favorecen la cantidad sobre la calidad.
El resultado es una concentración del mercado en manos de unos pocos proveedores capaces de cumplir con estas exigencias, mientras que los pequeños y medianos agricultores quedan relegados o forzados a abandonar la producción. Este fenómeno, lejos de ser anecdótico, tiene consecuencias estructurales: la desaparición de la agricultura local y sostenible, el aumento de la dependencia de importaciones y la degradación ambiental derivada de prácticas agrícolas intensivas.
Además, la pérdida de biodiversidad alimentaria es otra consecuencia directa. Los productos locales, con variedades adaptadas a los ecosistemas y tradiciones de cada región, son sustituidos por monocultivos diseñados para maximizar rendimientos en grandes superficies. La riqueza agrícola se sacrifica en favor de una uniformidad que beneficia a las grandes cadenas, pero empobrece el sistema alimentario en su conjunto.
Recuperar el control sobre nuestra alimentación
El avance de la comida preparada en manos de las grandes superficies no es un fenómeno inevitable, sino el resultado de decisiones políticas y económicas que favorecen la concentración del mercado en detrimento de la salud, la cultura y la sostenibilidad.
Lo que realmente necesitamos es que nuestros gobernantes se tomen en serio el derecho al acceso a la alimentación sana por parte de las clases con menos renta
Para salir de este bucle infinito, no queremos más gurús que hagan propaganda de healthy food, lo que realmente necesitamos es que nuestros gobernantes se tomen en serio el derecho al acceso a la alimentación sana por parte de las clases con menos renta. En definitiva, que tomen cartas en el asunto, sea con políticas de IVA cero para los productos frescos y saludables, con subsidios directos para la compra de alimentos o con un avance radical en las políticas de conciliación, reducción y racionalización de los horarios laborales.
Cuidar tu comunidad es dejar de reglar nuestro dinero a los mercaurantes para que, al menos una sola vez, el presidente de Mercadona se equivoque con su profecía. Y mientras, nosotras, ¡a resistir y a cocinar!