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Música
Belén Gopegui pone letra a las nuevas canciones de Milagros, el grupo coral que salió de un colegio público
De empezar a cantar en clase con su profesora a participar en uno de los mayores éxitos de Rosalía, la peculiar trayectoria del grupo coral Milagros añade ahora otro capítulo destacado: las letras de sus nuevas canciones llevan la firma de la escritora Belén Gopegui.
Hay personas y trayectorias que parecen destinadas a convertirse en compañeras de viaje de manera casi inevitable, a encontrarse en algún punto de sus recorridos para que estos no vuelvan a ser los mismos. A mezclarse para crear algo nuevo y compartirlo. Es el caso de la escritora Belén Gopegui, la profesora Ana Molina Hita y Milagros, el grupo de pop electrónico coral que la docente formó con varias alumnas del colegio público Pío XII en el barrio de La Ventilla, en Madrid, durante el curso 2012/13.
El fruto de esta unión son las nuevas canciones de Milagros a las que Gopegui ha puesto letra, que desde hoy se pueden escuchar en Bandcamp. La profesora comenta a El Salto dos de las cinco que incluye este lanzamiento: “Abuela” es una canción que inspiró Georgina, una niña recién llegada a España “que nos contó que echaba mucho de menos a su abuela”.
“El lugar de donde vengo”, por su parte, hace alusión al sentido de pertenencia. “Bianca dice que cuando está en Rumanía se siente española, pero que aquí a veces se siente extranjera. Wendy y Nora no sienten que pertenezcan a ningún país en particular. Iman, nacida en Madrid, se siente tan española como marroquí. Diana nació en Paraguay y se siente madrileña. Todas coinciden en que va por rachas”, explica Molina presentando, de paso, a algunas de las voces cantantes de esta peculiar formación musical.
Escribir las letras ha sido “un regalo, porque no escribía en el vacío sino para unas voces y unas historias concretas, para unas personas a las que admiro profundamente”, afirma Belén Gopegui
En un primer momento, las nuevas canciones partían de música que ya habían grabado pero se dieron cuenta de que era más natural componer a partir de las letras que iba escribiendo Gopegui. La escritora y colaboradora de El Salto cuenta que apenas tenía experiencia previa en la escritura de canciones, solo una para el Commonspoly de Zemos 98, y que hacerlo para Milagros ha sido “un regalo, porque no escribía en el vacío sino para unas voces y unas historias concretas, para unas personas a las que admiro profundamente. Y porque ellas me han acogido sin importarles que fuera una recién llegada muy inexperta”.
Como persona a la que le gusta leer, escribir y escuchar canciones, Gopegui dice que se fija en “cómo una canción llega a donde no llegan los libros y puede multiplicar la potencia de una novela en capacidad de compañía, transmisión de ímpetu, puesta en circulación de imaginarios”. Pero también indica que esa conjunción de música y letra tiene límites: “Hay temas que no se dejan tratar bien en una canción, la dialéctica es difícil, el argumento se enuncia pero no se argumenta. Pero una buena canción crea sus caminos”.
Las nuevas canciones, con el coro reposando sobre leves cojines electrónicos y alguna guitarra ocasional, no son todas las que Milagros han preparado junto a Belén Gopegui. “Tenemos unas 20 canciones hechas —dice la profesora—, pero no hemos podido grabar todas las que me hubiera gustado. Tampoco han participado en la composición, principalmente porque nos hemos quedado sin un espacio donde ensayar. Durante más de diez años hemos utilizado el aula de música del colegio, pero este año el Ayuntamiento de Madrid no nos ha cedido el espacio, me pedían un seguro de responsabilidad civil y no sé cuántas absurdeces más. No insistí mucho, la burocratización conduce a la desmotivación”.
El aula de música del Pío XII fue el punto de encuentro y el inicio de la historia de Milagros. Allí se juntaban algunas alumnas en sus ratos libres con la profesora para tocar lo que no daba tiempo a tocar en la cada vez más reducida asignatura de Música. Durante el último curso de las chicas en el colegio, 2012/13, ese espacio compartido dio lugar a Milagros, con la grabación en el propio centro de sus primeras cinco canciones. Esas composiciones llegaron a oídos de Kathleen Hanna, influyente figura de la música popular estadounidense por su participación en las bandas Bikini Kill y Le Tigre, quien las calificó de “evocadoras y bonitas” en su blog e incluyó una de ellas en un vídeo.
“Mi idea era que cada año se uniera quien quisiera, y así ha sido. Con lo que no contaba era con que fueran a quedar tantas de la primera formación”, explica la maestra, quien también resume lo que es la experiencia de tocar y cantar en un grupo: “Te enseña a delegar, te doma el ego”.
En diciembre de 2016, entre el salón de una casa y el colegio, Milagros grabaron otras cinco canciones en las que ponían música a poemas de Gloria Fuertes, como también ha hecho la vasca Mursego.
Y las voces de Milagros se escuchan en el disco más comentado en el pop español durante el último lustro: ellas hacen los coros en la canción “Pienso en tu mirá”, incluida en El mal querer, de Rosalía.
Las primeras participantes en Milagros tienen hoy 19 y 20 años. La experiencia musical ha atravesado su adolescencia, ese tiempo en el que, como esponjas, absorbemos información, conductas, estilos de vida, a través de la educación formal y también de la otra, la no reglada. Aunque las maneras, formatos y canales mediante los que es consumida han experimentado una radical transformación en el último cuarto de siglo, la música continúa desempeñando un papel fundamental en la socialización adolescente. Ya no se forman tribus por los gustos musicales y estéticos, como sucedía antaño, pero las propuestas de vida vehiculadas mediante la música siguen calando, aunque más tenuemente.
“La música es uno de esos modos en que penetran normas sociales implícitas, claro que es importante en esa edad en la que se construyen códigos y lealtades, en la que la vida por dentro, y a menudo por fuera, es un caos de ansiedad, de ganas y desesperaciones. La música puede multiplicar las propias inseguridades o puede, por el contrario, lograr que nadie nunca jamás te convenza de que no importas”, afirma Gopegui, que también asegura haber visto “a una adolescente herida bailar sola en su cuarto cantando a voces ‘ya grabé mi nombre en una bala, ya probé la carne de cañón’ y salir más fuerte, es solo una entre millones de historias que no se cumplen, claro, solo con la canción, requieren también una sociedad donde escoger determinados códigos sea posible”.
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La música como un producto cultural influyente que emite, a través de sus letras y videoclips, mensajes perniciosos —machistas, violentos, conformistas o racistas— sobre la adolescencia y cómo los reciben los chavales, qué hacen con ellos, cómo afectan a su comportamiento, son motivo de discusión entre el profesorado, las AMPA de los colegios y especialistas en prevención de violencia machista, entre otros profesionales. “Por supuesto que los adolescentes tienen agencia y que son capaces de elegir; la cuestión, que también afecta a los adultos, es elegir entre qué”, precisa la escritora, que en su novela Deseo de ser punk (Anagrama, 2009) trató estos temas a través de la figura de Martina, una chica de 16 años que encuentra en el rock el principio de una historia.
Gopegui reconoce que le sonaría “paternalista y un poquito cínico” decir a los adolescentes que son libres y pueden elegir canciones con un ritmo superbailable sin hacer caso de sus letras racistas y a la vez pensar, sin decirlo, que también podrían “buscar canciones que no suenan en los sitios, que casi nadie conoce pero que gracias a vuestra agencia preferís porque no son racistas, lo que pasa es que en el supermercado no hay así que otro día lo hablamos”. Por eso, ella encuentra más honesto aclarar que forma parte “de una civilización que difunde canciones racistas a todas horas y sé que tengo algo de responsabilidad, sea la que sea, en todo esto”.
Pero pensar así, subraya, no significa ignorar los matices, saber que muchas canciones y videoclips son —y deben ser— “incongruentes, subjetivas y viscerales”, dice citando a Christina Rosenvinge, la Premio Nacional de las Músicas Actuales en 2018 que presentó a Gopegui a Molina y las chicas de Milagros. “La cuestión, y no es el caso de Rosenvinge pero sí de otros superventas, es preguntarse por qué la incongruencia más publicitada cae casi siempre del mismo lado: entonces deja de ser, me parece, incongruencia, visceralidad y subjetividad, para convertirse en mera congruencia sumisa”, reflexiona la escritora.
El desarrollo de Milagros ha sucedido en paralelo a una progresiva desaparición de la música en los planes de estudio y trayectorias curriculares educativas. Y no ha sido la única materia que se ha ido omitiendo en favor de otros conocimientos. “Tampoco hay rastro de poesía o de la mitología, que son igual de importantes—lamenta Ana Molina Hita—. Es imposible entender la Historia del Arte o la Literatura sin conocer la mitología clásica. Es una pena que no esté integrada en los Planes de Estudio porque a los niños les encanta y funciona muy bien en Primaria”.
“Deberíamos enseñar a los niños que se puede no hacer nada, enseñarles a estar solos, en silencio, sobre todo cuando salen del colegio, donde el nivel de ruido es perturbador”, sugiere la profesora Ana Molina Hita, mentora de Milagros
La mentora de Milagros califica como “deprimente” que la educación artística haya sido fulminada como especialidad de los currículos: “Seguimos pensando que la Educación Plástica es la asignatura que sirve para hacer el disfraz de Carnaval cuando se podría utilizar para aprender a detectar los mensajes que se ocultan en los cientos de imágenes a los que están expuestos nuestros alumnos cada día, por poner un ejemplo”.
Esta situación que ocurre dentro de las aulas contrasta de manera paradójica con los mensajes interesados que circulan fuera de ellas, señala la profesora, muy crítica con esos discursos y prácticas: “Los gurús educativos siguen insistiendo en la importancia de la creatividad y los padres apuntando a sus hijos a clases de música creativa, pintura creativa, escritura creativa... Hay mucha confusión con el término, se define de manera artificial. Deberíamos enseñar a los niños que se puede no hacer nada, enseñarles a estar solos, en silencio, sobre todo cuando salen del colegio, donde el nivel de ruido es perturbador. No todo tiene que ser divertido y motivador”.
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Para esta docente, el nuevo “delirio” en la educación será el deporte. “Todo el mundo se ha puesto de acuerdo en la necesidad de aumentar las horas de Educación Física”, asegura mientras se carga de argumentos: “Y, mientras tanto, Ayuso repartiendo pizza y pollo frito. No creo que sea lo que necesitamos. Dudo que el deporte sea la mejor herramienta para acabar con la meritocracia, por ejemplo. Toda esa idea de la excelencia, el rollo del esfuerzo personal, de mantenerse positivo y trabajar duro para llegar al éxito contradice el principio mismo de igualdad”.
Molina recuerda que lo que se demandaba hace años era la enseñanza del inglés. Y esa demanda ha tenido consecuencias, muy negativas en su opinión: “Se diseñó un programa bilingüe que ha resultado ser un despropósito que solo sirve para mandar a los más pobres a los ‘centros de difícil desempeño’, que es la manera que tiene la Comunidad de Madrid de etiquetar a la escuela pública no bilingüe. Esta forma de encasillarnos tiene un claro objetivo político, es un ejemplo más de segregación y desigualdad”. Para ella, una buena medida para reducir la desigualdad desde la educación pública debería empezar por evitar que en las escuelas todo el alumnado pertenezca a la misma clase social.
“Cuando a la educación se llega desde la más profunda desigualdad, el profesorado puede ser heroico y las asignaturas preciosas y puede ocurrir que algunas personas se abran camino, pero no queremos una sociedad heroica sino justa”, dice Belén Gopegui
Gopegui, por su parte, apunta que “cuando a la educación se llega desde la más profunda desigualdad, el profesorado puede ser heroico y las asignaturas preciosas y puede ocurrir que algunas personas se abran camino, pero no queremos una sociedad heroica sino justa” y cita unas palabras del historiador Juan Mainer Baqué para recordar que la escuela hace otras cosas además de enseñar, instruir y cualificar: impone reglas, señala fronteras, jerarquiza, excluye, distingue, legitima.
Abundando en las valoraciones sobre los objetivos que se fijan en los planes educativos, Ana Molina Hita señala, por su experiencia y conocimientos, que suelen estar orientados a la capacitación. Pero precisa que “capacitar no es educar” y por ello considera que se educa de forma parcial. “Enseñamos a los niños lo que la sociedad demanda, y la sociedad no demanda reflexionar sobre cuestiones profundas, como el tema de la muerte, por ejemplo. Tenemos compañeros que han perdido a sus familiares en la guerra, o que han tenido que migrar y despedirse de sus seres más queridos. Cómo vamos a tratar esta pandemia cuando volvamos a clase. Todo lo que se ha destruido, todas las pérdidas, ¿vamos a obviar el tema y a seguir adelante con el temario como si nada? Educamos para que vean cómo es el mundo, un mundo en crisis, educamos para el desastre y la calamidad”, concluye la profesora.
Gopegui recuerda que Bertolt Brecht decía que en los tiempos oscuros también se cantará y que se hará sobre los propios tiempos oscuros. Ella se permite discrepar de esa afirmación: “En los tiempos oscuros se canta sobre los tiempos claros también. Y en los tiempos oscuros la clase dominante se sirve de todos los medios a su alcance ya sea para disfrazar, ya para dirigir la oscuridad. Y en los tiempos claros procura hacer eso que a veces se desdeña desde alguna visión de izquierdas: seguir convenciendo todo el tiempo a las personas convencidas”. Desde el poder, valora la escritora, eso se hace con nóminas, con policía, también con canciones y otros recursos.
“Pero la historia —contrapone la firmante de las letras— está llena de gaiteras y gaiteros que solo se ponen al servicio de su gente, lo contó Gata Cattana en ‘Como aman los pobres’: han aprendido a cantar bien sus penas/y han inventado las mejores obras/ y los mejores instrumentos. Por eso entienden de arte y saben/ encontrarlo donde lo haya,/ aunque no lo haya/ (que siempre lo hay)”.
La autora de Deseo de ser punk “quiere pensar” que las disciplinas creativas son un espacio para aplicar la capacidad crítica y dar al alumnado “herramientas con que desmontar la hipocresía de los discursos” y que podrían también ayudar a entender “lo que nos pasa, a cantarlo, a interpretarlo”.
Gopegui concluye con una nota optimista y citando a la protagonista de aquella novela: “Que, pese a todo, surjan grupos como Milagros es, diría Martina, ‘abrir el cajón, sacar una verdad hecha pedazos y ponerla encima de la mesa’”.