Juventud
2K, la generación que se hace mayor con la crisis

En la mochila cargan con el peso de una crisis que les acompaña casi desde que dieron sus primeros pasos. Llevan también el móvil, cómo no. Han nacido en el siglo XXI y son la primera generación que crece mientras ve a Pablo Iglesias por televisión.

Millennials
2K, la generación que ha nacido a partir del año 2000. Redacción El Salto

A principios de marzo, el colectivo Juventud Sin Futuro anunció su despedida, el cese de las actividades que desarrollaba como grupo de agitación política y denuncia de las condiciones de vida impuestas a quienes tienen todo por delante y por hacer.

Su tarjeta de presentación el 7 abril de 2011 —el lema ‘Sin casa, sin curro, sin pensión, sin miedo. Recuperando nuestro futuro. Esto es solo el principio’ encabezaba la manifestación con la que ese día salieron a la calle— resumía de manera clara las frustraciones compartidas e incubadas durante años por millones de jóvenes a quienes les habían estallado en las manos todas las promesas de un régimen que supuestamente garantizaba el acceso a una vida digna a cambio de aceptar el modelo —estudia, trabaja, vota y compra piso— que se les presentaba como ideal. Pero desde 2007 la diferencia entre ese patrón y lo que les pasaba cada día se había ido agrandando hasta alcanzar dimensiones abismales.

La calle —en sentido literal y figurado— se convirtió en espacio de encuentro y puesta en común de problemas y soluciones, también preparada, discutida y amplificada por las redes sociales. Juventud Sin Futuro estuvo ahí, participó en lo que se llamaría movimiento de los indignados, posteriormente 15M, y sus campañas ayudaron a visibilizar la ausencia de horizonte que ha obligado a emigrar a miles de jóvenes.

Tras el adiós, hubo voces que señalaron, no sin sorna, que el punto final del colectivo obedece a que algunas de las cabezas visibles de Juventud Sin Futuro ya tienen el suyo resuelto, al haber accedido a cargos públicos en ayuntamientos y parlamentos autonómicos. En su comunicado final, sin embargo, JSF subrayaba que “miles de jóvenes de todo el país siguen sufriendo la precariedad laboral, siguen encadenando becas por trabajo, siguen sin poder acceder a una vivienda, siguen sin poder acceder a la universidad, siguen haciendo la maleta y dejando atrás su vida para buscar esa oportunidad que aquí no tienen”.

Es momento, pues, de acercarse al presente de esa juventud posterior a la que clamaba que no tenía futuro y que puede ser ya la segunda obligada a asumir unas expectativas vitales peores que las de sus progenitores.

Qué esperan, qué les disgusta, a qué aspiran quienes han nacido a partir del año 2000, que vivieron una primera infancia sin la crisis instalada en su habitación —hasta que tiró la puerta abajo— o que no han conocido más realidad que ella, que no participaron del ciclo de movilizaciones del 15M —los mayores apenas habían soplado once velas— y que combinan las clases del instituto con la presencia continua en televisión y redes sociales del secretario general de un partido también joven, Podemos.

A finales de 2016, según el Instituto Nacional de Estadística (INE), vivían en España casi ocho millones de personas nacidas desde 2000
A finales de 2016, según el Instituto Nacional de Estadística (INE), vivían en España casi ocho millones de personas nacidas desde 2000. ¿Se puede hablar de una generación o es más correcto mencionarlas en plural, habida cuenta de las diferencias de clase y género, entre otras? ¿Generación Z, criada en un mundo con conexión permanente a internet? ¿Generación 2018, cuando sus miembros más antiguos alcancen la mayoría de edad legal?

Son las 17:30 de un sábado del mes de abril. En el andén de la estación de metro de Quintana (Madrid), un grupo de chicas y chicos de unos 13 años espera. Ríen, toman algo parecido al mate y se mueven al son de una canción melosa y romántica, con una voz muy tratada, que alborota desde un móvil. ¿Generación autotune? También podría ser.

Irene, María y Yara nacieron en el año 2000. Viven en La Cabrera, un municipio de la sierra norte de Madrid en el que residen unas 2.500 personas. Allí disfrutan de la tranquilidad ausente en la gran ciudad pero lamentan la falta de oferta de ocio y la distancia. En el instituto colaboran en el periódico anual del centro.

¿Seríais las mismas si vivierais en otro sitio?
Yara: No seríamos las mismas, ¡claro que influye un montón! La gente de Madrid de nuestra edad es muy diferente a nosotras, se nota cuando ves a un grupo de chicas, desde el vestir, la forma de hablar, de comunicarse.
Irene: Depende del dinero. En el pueblo no nos preocupamos tanto por nuestra forma de vestir o cómo nos vean los demás, pero aquí es todo muy importante.
María: Seríamos muy diferentes. En Madrid se busca más la apariencia, por lo que conocemos. Por ejemplo, si no llevas unas zapatillas de marca te van a mirar mal. En el pueblo tampoco puedes vestir como quieras, es un ambiente más cerrado y te van a criticar. Influye tanto para bien como para mal.

Carles Feixa, catedrático de Antropología Social en la Universidad de Lleida y autor de De la generación @ a la #generación (NED Ediciones, 2014), considera que deben darse al menos tres condiciones para que se pueda hablar de generación: un acontecimiento que impacta en toda la sociedad actuando como parteaguas entre un antes y un después en la conciencia colectiva, pero que influye de manera distinta en función del momento vital en que se encuentren los protagonistas y de su edad; cierta idea de pertenencia a una generación, y unos procesos materiales de creación de nuevos agentes sociales en la fase juvenil.

Feixa explica a El Salto que en esta juventud posterior al 15M sí existen algunos rasgos convergentes, como la sobretitulación académica, la precariedad laboral como condición vital, el alargamiento del periodo de dependencia juvenil, la postergación de la fecundidad, una cierta repolitización o la integración en una cultura digital de segunda hornada —la web social—, que él denomina generación hashtag.

“No hay que confundir generación y cohorte”, apunta Josune Aguinaga, profesora de Sociología en la UNED y coordinadora del monográfico sobre jóvenes e identidades publicado por el Instituto de la Juventud en marzo de 2016. Una cohorte son quienes han nacido en el mismo año, mientras que una generación no comienza ni termina de repente. “La pertenencia, o no, a una generación viene determinada por otras variables socioculturales, geográficas, de hábitat —rural o urbano— y, por supuesto, por la clase social”, especifica.

Para Juan María González-Anleo, autor de Generación selfie (PPC, 2015), hay indicios simbólicos que permiten empezar a hablar de una nueva generación, “y quizás esto sea más importante que lo que detectan las estadísticas”, precisa.

Este profesor señala que lo que caracteriza a la adolescencia de nuestros días es el entorno en el que está creciendo: “Esa nueva generación simbólica es la generación de la crisis en la que aún estamos o en la que ellos sin duda están y seguirán estando mucho tiempo. László Andor, comisario europeo de Empleo y Asuntos Sociales, dijo en una entrevista que no podíamos hablar del final de la crisis con niveles tan altos de paro. Si esto es cierto, lo es tres veces más en el caso de los jóvenes”.

En su opinión, la crisis que define a esta nueva generación —“no la crisis de los más ricos, ni la de la que hablan los medios, sino la suya, en la que viven”— se viene gestando desde antes de 2008 y ha tenido como peor consecuencia la asunción de circunstancias que deberían ser inaceptables: “Desde los años 80 estamos viendo como normal que los chicos se queden en casa de sus padres hasta los 30 porque pagar un piso les condenaría a la miseria. Desde principios de siglo hablábamos de mileurismo y nos acabamos acostumbrando, ahora estamos en el miseurismo, y nos acostumbraremos”. Bienvenido, hijo, a la realidad.

Según las ediciones V y VI del Informe de aplicación de la Convención sobre los Derechos del Niño de Naciones Unidas, presentado por el Ministerio de Sanidad en mayo de 2016, la tasa de menores de 18 años en riesgo de pobreza o exclusión (el índice AROPE) creció en 2,5 puntos entre 2010 y 2014, llegando al 35%.

El indicador agregado relativo al porcentaje de niños, niñas y adolescentes que viven en hogares con muy baja intensidad en el empleo fue el que evolucionó más negativamente durante ese periodo, partiendo del 9,1% en 2010 y alcanzando el 14,2% en 2014, tres puntos más que el de la población general.

El 28,6% de las menores de 16 años y el 29,2% de los menores se encontraban en situación de riesgo de pobreza a finales de 2016
Más reciente, la última encuesta del INE sobre condiciones de vida mostraba que el 28,6% de las menores de 16 años y el 29,2% de los menores se encontraban en esa situación de riesgo de pobreza a finales de 2016.

“Cuando nace la cohorte del año 2000 se encuentra en el mejor de los mundos posibles —recuerda Aguinaga—, y a los ocho años muchos se ven afectados por la pobreza que golpea a sus padres de una forma brutal, así que es de esperar que las salidas que encuentren para su futuro vayan por las vías tecnológicas”.

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Rares tiene 16 años y Nerea 15. Él nació en Rumanía, pero la mayoría de sus recuerdos son fotos del mismo barrio de Madrid en el que se ha criado ella. Ambos cursan 4º de la ESO en un instituto público en Vallecas y saben lo que es crecer en medio del derrumbe. “Llegas un día a casa y tus padres te dicen: ‘No, hoy no hay dinero’, o tus amigos te cuentan que en sus casas no hay dinero”, dice Nerea mientras Rares puntualiza que “la crisis se nota en los últimos años a mediados de mes, cuando ya no puedes hacer muchas cosas porque no hay dinero hasta principios del mes siguiente”.

La experiencia les ha otorgado un conocimiento diferente al que se adquiere leyendo ensayos o viendo telediarios, como destilan las palabras de ella: “No es lo mismo una persona que vive en el barrio de Salamanca que alguien que vive en Vallecas, que todo el rato ve gente a la que desahucian, que vive en la calle. Ya no es gente que no conozcas, son amigos que te dicen que van a desahuciar a sus padres. En el barrio de Salamanca lo ven por la tele”.

Junto a la crisis, el otro suceso que marca a quienes hoy son adolescentes ha cumplido seis años este mes de mayo. Feixa opina que el 15M reúne todas las características de lo que autores como José Ortega y Gasset y Karl Mannheim denominaron acontecimiento generacional. Su influencia sobre quienes han nacido después del año 2000 tiene un peso muy relevante, valora, “no solo por haber crecido viendo a Pablo Iglesias —y a Albert Rivera— en la tele, sino sobre todo porque los códigos para interpretar lo que ellos dicen se han modificado”.

¿Cómo vivisteis el 15M?
María: Mi madre fue, pero yo no me acuerdo de nada. Yo le decía que no fuera a las manifestaciones, a ver si le iba a pasar algo (risas). Pero hace poco hemos ido a manifestaciones y no pasa nada.
Irene: Yo no lo viví, no me acuerdo de nada.
Yara: Yo me acuerdo de verlo por la tele, pero no lo recuerdo claramente porque era muy pequeñita.

La escritora Carolina León reconoce que el 15M la transformó a ella y también a sus dos hijas adolescentes, que entonces tenían cinco y diez años. “Nuestras conversaciones y formas de relacionarnos —recuerda— han estado atravesadas por las realidades que entraban desde la calle. Desde siempre vivíamos con poco dinero, pero después del 15M adquirimos otra mirada, para ir juntas a las manifestaciones, por ejemplo”. León ha volcado parte de sus experiencias en el libro Trincheras permanentes, que la editorial Pepitas de Calabaza publica este mes.

“Lo más complicado de criar a dos chicas en estas edades —admite— es no creerte que les vas a salvar la vida. Cuando ellas empiezan a ser sujetos y te das cuenta de que, además de ti, tienen otro montón de cosas e influencias, tanto en la cercanía como en lo digital, te percatas de que no las vas a salvar de nada, ellas saben más que tú de muchas cosas”. Carecer de respuestas, vivir en una cuerda floja permanente y no saber hasta qué punto se la traspasa a sus hijas son preocupaciones constantes para León, quien no cree que puedan independizarse a la edad que lo hizo ella, con 19 años.

El momento de reunión de las tres, afirma, es la cena, “cuando por fin nos sentamos juntas y charlamos un rato. Por mucho que nos guste ver series o hacer otras movidas, intentamos sentarnos a cenar. Luego, ya cada una otra vez a su pantalla”.

¿Podríais vivir sin móvil?
Irene: Sería muy complicado. A veces se te pierde o rompe, estás una semana sin móvil y parece que te falta algo, como que no puedes salir a la calle sin el móvil, no vas a saber qué le pasa a la gente, qué ocurre si me pasa algo cuando bajo a tirar la basura (risas). Sientes esa necesidad que nos han puesto de estar comunicada siempre. Ahora se habla más por WhatsApp o Telegram que por la vida real.
María: No podría, no por el hecho del aparato sino por la comunicación, por poder saber de otras personas. No solo hablo con mis amigos de cuatro chorradas sino que hablo con mis abuelos, por ejemplo. El móvil nos está dando muchas herramientas pero también nos está quitando comunicación cara a cara que antes tenía la gente. Pero es que en la sociedad ahora mismo está todo el mundo con el móvil. Es inevitable.
Yara: Estamos super-enganchados todos con el móvil, especialmente a nuestra edad.
Nerea: No podría vivir sin móvil. Hacemos todo con el móvil: jugar, escuchar música, ver series, hacer los deberes, comunicarnos…
Rares: Es que realmente tienes gran parte de tu vida dirigida hacia el móvil.

El tercer trazo con que se esboza a esta generación son sus modos de relacionarse en (y con) un mundo imposible de concebir sin internet. La velocidad con la que mueven los dedos por las diferentes pantallas de variados dispositivos, la cantidad de estímulos a los que se enfrentan y los cambiantes códigos de las interacciones virtuales constituyen rasgos de época y un rompecabezas para los adultos.

Algo más de la mitad de los niños españoles de 11 años disponía de teléfono móvil en 2016, una proporción que alcanzaba el 93,9% entre los de 15 años
Algo más de la mitad de los niños españoles de 11 años disponía de teléfono móvil en 2016, una proporción que alcanzaba el 93,9% entre los de 15 años, según la Encuesta del INE sobre Equipamiento y Uso de Tecnologías de Información y Comunicación (TIC) en los Hogares. Por vez primera, el número de menores usuarios de internet superó al de los de ordenador. Se diría que quien no está, no existe.

“El espacio educativo se fragmenta en múltiples microcursos de garantía juvenil. Los espacios de ocio se privatizan y comercializan. El cemento que une estos espacios fragmentarios y fragmentados es el ciberespacio, que es precisamente donde esta generación se encuentra: en las redes sociales”, argumenta Feixa.

El informe El bienestar de los estudiantes: resultados de PISA 2015, presentado el 19 de abril por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), señala que el 69% de los quinceañeros españoles “se siente mal” si no tiene conexión a internet y que el 22% navega más de seis horas diarias fuera de clase, por lo que los denomina “usuarios extremos de internet”.

“No tener acceso a las TIC no convierte a la infancia en ‘salvaje’, sin embargo no controlar su acceso sí”, advierte Aguinaga, recordando los casos de abusos y acoso en redes sociales. Para poder manejar la imagen y la identidad que generan en ellas, considera que “los niños y las niñas necesitan desarrollar sus habilidades, y es más prioritario que aprendan primero a leer, a comprender y a pensar para acceder a las TIC con seguridad. Esto, sin duda, es responsabilidad tanto de los padres como del sistema educativo”.

La manera de consumir noticias y acercarse a la información es otra de las características que marca distancias con las generaciones previas. Tanto por los canales como por los contenidos. Desterrada la lectura de publicaciones impresas, ésta es “la generación de las web series y los tutoriales de YouTube, donde se puede componer una televisión a la carta”, según Feixa. “Por supuesto, el poder de las industrias culturales para determinar el consumo es grande, pero no unívoco”, precisa.

León reconoce que se sintió impotente hace tiempo y que dejó de preocuparse por lo que sus hijas ven o no en internet. Recuerda que fue admitiendo que tenían “una madurez para administrar su absorción de contenidos” y entendió que en lugar de pronunciar discursos moralistas o preguntarles por qué veían una serie de vampiros, “era mejor intentar comprender y que me enseñaran: qué estás viendo, quién es ese youtuber con el que te ríes tanto”.

¿Seguís a youtubers?
Irene: Sí, estoy metida en ese mundo (risas). Me entretienen, me gustan. Suelo ver de comedia, relatos, viajes. Veo youtubers muy diferentes a los que ve María.
María: A mí me gustan mucho los de moda y belleza. El mundo YouTube es un mundo enorme, que no conocemos. Lo que te ofrece es que tú puedes elegir el contenido que quieres ver. En la televisión no puedes elegir.
Yara: Yo no veo youtubers. Me parecen una chorrada, no los aguanto. Me parece una chorrada ver a un tío hablando a una cámara, y lo ven millones de personas. Hay un montón de gente preparada por el mundo, que ha estudiado un montón de cosas y que sabe mucho más que estos ninis que están ganando mogollón de pasta haciendo vídeos con chorradas. No me gusta y no los veo.

Ninis. Quienes ni estudian ni trabajan. Una etiqueta despectiva dirigida a una parte de la juventud que originalmente era una denuncia frente a un sistema incapaz de ajustar la oferta educativa y el mercado laboral. Al añadirse el sustantivo “generación” en un reality show de La Sexta, “la denuncia se volvió contra las propias víctimas, a quienes se culpó de su propia marginalidad”, recuerda Feixa.

¿Qué os enfada de los mayores?
Yara: A veces se olvidan de que han tenido nuestra edad y que han tenido las inquietudes que tenemos y a lo mejor no saben ponerse en nuestro lugar, empatizar.
Irene: También te tratan como que eres poco responsable, no sabes nada, no tienes ni idea de qué vas a hacer. Se nos critica según esos estereotipos: eres adolescente, seguro que mientes, haces cosas mal…
María: También te dicen que hagas tú lo que no han podido hacer o lo que querían hacer cuando eran jóvenes. El tema de las ciencias, por ejemplo: si tienes buenas notas, te dicen que estudies ciencias y seas ingeniero. No, yo no quiero ser eso. Pero es la carrera que todo el mundo tiene idealizada, piensan que vas a ganar mucho dinero y vas a tener una vida muy fácil.

Feixa sostiene que cada generación adulta proyecta sobre los jóvenes sus propios temores: “Son los miedos de siempre —sexo, drogas y rock’n’roll— pero en odres nuevos: redes sociales, reguetón, bullying”. Para él, no hay indicadores serios que justifiquen la alarma —“no hay pruebas de que los índices de criminalidad, de fracaso escolar o de acoso entre iguales hayan aumentado”— pero sí ha cambiado la sensibilidad social ante los mismos, ahora mayor, y, sobre todo, “la capacidad viral de los nuevos medios —las redes sociales— para que tales miedos se amplifiquen”.

León y sus hijas no tienen “grandes problemas de convivencia” pero la escritora echa de menos mayor implicación en la vida doméstica: “Tendría que ser más una cosa de tres y no yo de capitana”.

¿Os interesa la política?
María: Sí. Me interesa mucho. Me gusta comparar las propuestas de unos partidos y otros, no ceñirme a uno.
Yara: A mí me interesa desde hace relativamente poco, con la irrupción de estos nuevos partidos, Podemos y Ciudadanos, a los que veo más cercanos al pueblo, y a partir de ese momento me empezó a llamar más la atención.

La acusación de desinterés por las cuestiones políticas siempre aparece cuando se habla de la juventud. Pese al notable ejemplo de lo contrario que supuso el 15M, esta idea vuelve a sobrevolar bajo el concepto de generación click, poco dada a reivindicaciones y muy acostumbrada a lograr un efecto inmediato de sus acciones, con un sencillo movimiento de dedo. Para González-Anleo, éste es un discurso simplista y sesgado que mantiene con vida “un tópico ya demasiado extendido a pie de calle y en círculos académicos: la idea de que los jóvenes son unos comodones incapaces de levantarse del sillón para luchar por nada”.

Feixa encuentra puntos en común entre la adolescencia posterior al 15M y la que creció en los años 80. “Después de la Transición —‘contra Franco vivíamos mejor’—, los ideales colectivos parecieron desvanecerse, y ello coincidió con las secuelas de la anterior crisis y con el primer Plan de Empleo Juvenil impulsado por el PSOE. Después del 15M, los ideales colectivos se han convertido en política, lo que coincide con las secuelas de la post-crisis”.

Las hijas de León “tienen una forma de ver el mundo crítica, despierta, muy contestataria, muy rabiosa a veces”, describe la escritora. “Es el germen para estar activa pero no sé en qué medida viene del poso que me dejó el 15M o de nuestras amistades, de la gente del barrio o también está en ellas”.

¿Cómo se pueden cambiar las cosas?
Yara: Supongo que a través de estos nuevos partidos podrían cambiarse las cosas porque, al fin y al cabo, surgen de movimientos como el 15M y, de alguna forma, estos movimientos sociales llegan por fin a poder realizar sus ideas en el Parlamento, de manera democrática, más seria. Creo que es una vía posible. A ver si saben llevarlo bien y no se convierten en lo mismo de siempre, en otro PP o en otro PSOE.
María: Habría que eliminar todo lo que tenemos hasta ahora, porque ya hemos visto que PP y PSOE son corrupción. Hemos empezado a desconfiar de la política. Tendríamos que cambiar de partidos, a lo mejor Ciudadanos y Podemos puede que sean o puede que no. Tendríamos que cambiar totalmente, hacer una política nueva que haga todo tipo de reformas que ayuden a la ciudadanía. ¿Por qué votamos otra vez a unas personas que no nos están ayudando?
Nerea: Repartiendo la riqueza, que no sean los más ricos quienes lo tengan todo o puedan tenerlo todo.
Rares: Que los más ricos paguen más impuestos.

prepárate para dejar de jugar
El Estatuto de los Trabajadores regula en su artículo 6 el trabajo de los menores de edad. Prohíbe la contratación de quienes no han cumplido los 16 años y fija condiciones para la de quienes aún no tienen 18, que no pueden realizar trabajos nocturnos ni horas extraordinarias.

Según la Encuesta de Población Activa, en el cuarto trimestre de 2016 había 96.900 personas de entre 16 y 19 años ocupadas (habían trabajado al menos una hora a cambio de una retribución durante la semana previa a la encuesta), y 137.500 paradas.

En el cuarto trimestre de 2016 había 96.900 personas de entre 16 y 19 años ocupadas y 137.500 paradas
“La oferta patronal es verdaderamente pobre. Hay poco empleo, una mano de obra generalmente sobrecualificada y condiciones de trabajo muy poco atractivas”, valora Luis Ocaña, abogado laboralista de la cooperativa Autonomía Sur.

Para Lucía Losoviz, especialista en derechos de la infancia, fijar los 16 años como edad mínima para trabajar es algo que ha de ir acompasado con el resto del ordenamiento jurídico: “Actualmente se permite la emancipación a los 16 años, por lo tanto la legislación laboral debe permitir esa independencia económica: no se puede subir la edad de trabajo y dejar la de emancipación a los 16. Hay que garantizar los derechos económicos y sociales de las personas”.

Ocaña considera que las propuestas de ampliar la vida laboral “solo tienen sentido cuando se trata de degradar ciertas condiciones de la educación, por un lado, y de los trabajadores por otro. Existen pocos empleos disponibles, muchísimos desempleados y que se reparta menos el empleo no es ninguna solución”. En esa estrategia, añade, “la incorporación más temprana al mercado de trabajo juega un papel esencial”.

En cuanto a las repercusiones de empezar a trabajar con 16 años, ambos coinciden en que es una circunstancia que puede limitar las expectativas de desarrollo personal.

La canción sigue siendo la misma

Aunque las maneras, formatos y canales mediante los que es consumida han experimentado una radical transformación en los últimos 20 años, la música continúa desempeñando un papel fundamental en la socialización adolescente. Menos duraderas —“ese tema es tan 2016″—y más fragmentadas —se escuchan canciones sueltas de los estilos más variados, el disco suena a reliquia—, las propuestas de vida vehiculadas mediante la música siguen calando, pero más tenuemente que antaño.

Así lo confirma María Márquez, periodista y educadora en prevención de violencia de género en institutos públicos: “El reguetón, el pop-reguetón, el trap o el rap, algunos de los estilos musicales que más pueden estar escuchando ahora los adolescentes, están ligados a códigos estilísticos y formas de ocio y convivencia propias. Hacen tribu pero de una forma más heterogénea y relajada que en otros casos”.

Convertido YouTube en el gran transmisor musical del siglo XXI —sus contenidos más vistos son videoclips pertenecientes a dos multinacionales—, Márquez advierte de que a los adolescentes les cuesta considerar la música como un producto cultural influyente “que emite mensajes negativos en muchos sentidos”, especialmente los referidos a las mujeres y sus cuerpos, entre los que cita la validación del “tóxico amor romántico”, la justificación de la violencia psicológica o la defensa del dinero y el cuerpo exuberante como valores esenciales.

Ella no considera que exista una relación directa entre lo que se ve en los videoclips y el comportamiento de los chavales, pero sí alerta de algunas consecuencias: “Si de los 100 videoclips que pueden ver en un año, por poner una cifra, en el 98% aparecen nalgas y pechos de mujer en primer plano, los chicos heterosexuales tendrán una visión del cuerpo femenino y del ‘acceso’ a la mujer que es muy perjudicial de cara a cómo tratarán y considerarán a sus parejas y a las mujeres en general”.

Márquez aboga por enseñar a los adolescentes a analizar críticamente, “no para que dejen de escuchar música ni para demonizarla, sino para que sepan lo que es éticamente reprobable, aquello que no se puede pasar por alto”.

Ana Molina Hita, profesora en un colegio público, enfoca el problema en la incomprensión de los adultos, que es lo que, en su opinión, genera la alarma. “Centrar el debate en los contenidos que consumen es una forma de tirar balones fuera —asegura a El Salto—. Los adolescentes no surgen por generación espontánea. La sociedad no la han construido ellos, no la han inventado, ya estaba aquí cuando llegaron. Si te indigna que tu hijo escuche las letras machistas de Maluma, no te centres en Maluma, tu hijo lleva aquí quince años. A lo largo de su educación le han sido transmitidos muchos puntos de vista que consideramos verdaderos pero que no solo no lo son sino que le causan infelicidad”.

Ella formó, junto a varias alumnas, el grupo de pop electrónico Milagros. Aunque las chicas dejaron el colegio hace cuatro años, siguen en contacto y haciendo música juntas. Acaban de publicar cinco canciones nuevas en las que ponen ritmo a poemas de Gloria Fuertes.

Molina Hita se muestra muy crítica con la desaparición de las Humanidades en los Planes de Estudios pero reconoce que sus prioridades como maestra han variado en los últimos años: “En lugar de centrarme en la ‘Imaginación al Poder’, me centro en el derecho de mis alumnos a poder desayunar y tener agua caliente en casa. En muchos centros damos de desayunar, comer y merendar prácticamente al 100% del alumnado”.

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