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Movimientos sociales
Garanticemos la autonomía de los movimientos
Corrían las últimas décadas de siglo pasado cuando, en Euskal Herria, los movimientos populares se desangraban por escisiones en prácticamente todas las expresiones del por entonces rico y poderoso movimiento popular. El ecologismo, el movimiento antinuclear, el feminismo, el movimiento de euskaldunización, el antimilitarismo, el internacionalismo, el movimiento juvenil, vecinal, obrero y hasta las organizaciones armadas sufrían un proceso cainita que los llevó a separarse en dos grandes bloques: los que mantenían la obediencia a la izquierda abertzale y quienes se situaban más en la orbita de la llamada izquierda extraparlamentaria.
Sin embargo, esa geometría fue rechazada por una parte importante de estos movimientos. La revista autónoma Resiste editorializaba por entonces: “La prioridad es mantener la autonomía de los movimientos populares”. Desde ese punto de vista, que era bastante respaldado, la clave no estaba en colocarse políticamente a un lado u otro, sino en defender la autonomía de los movimientos frente a los intentos de cooptación de unos u otros.
Los movimientos sociales han perdido empuje y han cambiado de manera importante, pero afortunadamente, continúan siendo la resistencia ante las imposiciones constantes del capitalismo neoliberal
A día de hoy, salvando las distancias, nos encontramos en una tesitura que puede recordar a aquella en algunos aspectos. Los movimientos sociales han perdido empuje y han cambiado de manera importante, pero afortunadamente, continúan siendo la sangre que hace latir el corazón enfermo, pero aún vivo, de la resistencia ante las imposiciones constantes del capitalismo neoliberal.
Los feminismos, especialmente, han conseguido poner en el centro del debate social la contradicción vida-capital, mientras que los movimientos por la defensa de lo común, como la sanidad, la educación pública, o las pensiones, se mantienen vivos e incluso crecen en determinadas circunstancias. También se mantiene vivo el movimiento en defensa de la tierra contra la devastación especulativa, que resurge en momentos críticos, como el intento de imponer el fracking y ahora las megainfraestructuras energéticas.
Infraestructuras
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Los partidos que aspiran a gobernar espacios de poder institucionales, atrapados en la lógica de las mayorías electorales, tienden a descafeinar las reivindicaciones de los movimientos populares
En estos momentos, ante el genocidio trasmitido en directo en Gaza, también se muestra cierto músculo internacionalista. Son solo algunos ejemplos, a los que podríamos sumar otros como el movimiento LGTBIQ, el movimiento neo-rural, el decolonial, el movimiento okupa, etc. La influencia política y electoral de estos movimientos se ha visto en las últimas elecciones en la CAV, contribuyendo al desgaste del PNV, sobre todo el movimiento en defensa de la sanidad pública, que ha conseguido poner la situación penosa de Osakidetza en el centro del debate electoral.
En todo caso, está claro que estos movimientos no son capaces de conseguir sus objetivos de manera absoluta. A veces, ni siquiera en parte, lo que nos provoca una lógica desazón y desesperanza. Sin embargo, no podemos minusvalorar su poder de contrapeso, ya que, de no existir, dejarían el campo libre a los desmanes neoliberales/extractivistas y a sus expresiones políticas de extrema derecha.
En estos momentos, dos expresiones políticas con una notable y evidente diferencia en tamaño e influencia social, tratan de recoger los frutos de estas luchas: EH Bildu y el llamado Movimiento Socialista. Las fórmulas para hacerlo son distintas y, sin negar sus virtualidades positivas, encierran también diferentes peligros.
Los partidos que aspiran a gobernar espacios de poder institucionales, atrapados en la lógica de las mayorías electorales, tienden a descafeinar las reivindicaciones de los movimientos populares, pues asumir su radicalidad les hace perder votos y, por tanto, opciones de poder. Lejos de ser una cuestión coyuntural, normalmente se acentúa cuando por fin se consigue ese objetivo, y en el peor de lo casos, también pueden tener un efecto desmovilizador a través de la delegación de las luchas.
Hay que establecer unas relaciones desde el debate honrado y transparente, también cuando se consiguen cotas de poder, sin pretender condicionarlos ni cooptarlos para fortalecer estrategias ajenas a su propio funcionamiento
Desde los grupos vanguardistas, aquellos que pretenden hacer la revolución a la manera clásica, con la toma del poder por las masas organizadas por un partido revolucionario (más allá de la enorme desproporción entre lo que se pretende y lo que se puede conseguir, no porque sea metafísicamente imposible sino porque las masas no están obviamente en esas), lo que hacen es “radicalizar” artificialmente las dinámicas y demandas de los movimientos para adaptarlos a sus estrategias y tácticas “revolucionarias”, creando así desafecciones en el interior de estos, que a veces lastran su trabajo de manera importante.
Ante estos dos peligros, diferentes pero reales, la solución solo puede ser una, ahora como en las escisiones del fin del siglo pasado: mantener a toda costa la autonomía de los movimientos. Hay que establecer unas relaciones sanas de respeto mutuo y de no injerencia con los partidos (también con los sindicatos) que postulan un cambio social profundo. Unas relaciones que permitan fluir los debates y las dinámicas de lucha de los movimientos, recogiendo desde la política sus aportaciones y respondiendo a sus demandas. Desde el debate honrado y transparente, también cuando se consiguen cotas de poder, sin pretender condicionarlos ni cooptarlos para fortalecer estrategias ajenas a su propio funcionamiento.