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Monarquía
Adiós, papá: Felipe VI aparta a su padre para proteger su reinado
Convertido en un peligroso foco de infección, Felipe VI saca de escena al Rey emérito, en una operación que recuerda a la que llevó a Juan Carlos I a apartar a su padre, Don Juan de Borbón, de la sucesión al trono.
Durante tres largas décadas Juan Carlos I fue un monarca amado por su pueblo, respetado por la práctica totalidad del arco político, sobreprotegido por los medios de comunicación y blindado por la institucionalidad que él mismo contribuyó a fundar en la Transición democrática. La quiebra de su imagen pública, impensable hace años, daba un paso más allá estas dos últimas semanas con la revelación de nuevos detalles sobre su participación en negocios ilegales, así como con la denuncia de su expareja y exsocia, Corina Larsen, de graves amenazas.
De un modo discreto, sin más ruido que el inevitable, con el país cerrado y en estado de alarma, más preocupado por el Coronavirus que por las tramas de corrupción de aquel de quien se repitió durante años que era “nuestro mejor embajador en el mundo”, su hijo ha optado por sacrificarlo en un comunicado a los medios firmado por la Casa Real.
La extinción del Rey emérito como icono de la “marca España” no se ha producido en todo caso de un día para otro. Juan Carlos I ya había empezado a ser un juguete roto el 19 de junio de 2014, fecha de su abdicación. Su reinado llevaba con respiración asistida desde el 15M, pero serían unas elecciones europeas que confirmaron la crisis del bipartidismo y del Régimen del 78, las que impulsaron a los sectores más lúcidos del Estado, Alfredo Pérez Rubalcaba entre ellos, a mover ficha, y jubilar al monarca.
El comunicado de la Casa Real, que reconoce implícitamente la corrupción del sucesor de Franco al frente de la jefatura del Estado, ha sido la puntilla para un personaje cada vez más devaluado, y que lleva tiempo convirtiéndose en un pesado lastre para un heredero que convive con los niveles de adhesión a la institución más bajos de nuestra historia reciente.
El Rey establece así un cortafuegos ante las informaciones del diario The Telegrah en las que se le vincula como beneficiario de los negocios saudíes de su padre. Está por ver si el desagradable espectáculo de un hijo enviando a su progenitor al basurero de la historia, mientras todo el país sigue en vilo la evolución de la crisis sanitaria, logra reflotar a la desprestigiada Casa Real. Las disputas entre padres e hijos no son en todo caso nuevas en nuestra Casa Real. No hace falta retroraerse hasta Carlos IV y Fernando VII, sino al propio Juan Carlos I.
Lo lógico en un rey es que quiera reinar, y Don Juan, Conde de Barcelona, y padre de Juan Carlos I no fue una excepción. Estaba loco por hacerlo. Lo intentaría desde 1936, cuando el golpe de Estado contra la República abrió una oportunidad para el regreso de la Monarquía a España. Su oportunismo y ambición le llevaron de ofrecerse a Franco para luchar con los sublevados en la Guerra Civil, a buscar apoyos entre nazis y fascistas durante la Segunda Guerra Mundial, conspirar con el PSOE de Indalecio Prieto tras el triunfo aliado o ponerse la boina roja en busca del favor de los carlistas, siempre según sintiera que soplaba el viento y sin más guía ideológica que su afán por reinar.
En 1948 envió a su hijo a estudiar a España y dejarse querer por Franco, pero siempre con la esperanza de usar a “Juanito” como avanzadilla para su retorno como Rey. “Juanito” cumpliría con éxito la primera parte de la misión, ganar la confianza del Caudillo e imponerse sobre los otros pretendientes al trono, el exótico y mutante Carlos Hugo Borbón-Parma, y el marido de la nietísima de Franco, Alfonso de Borbón. Prueba superada. El futuro rey olvidaría sin embargo la segunda parte de su cometido: devolver la corona a papá.
Ahí las cosas no saldrían como estaban previstas, al menos en la cabeza de Don Juan. Como señala Gregorio Morán, el juego de Franco con los borbones recuerda al de Napoleón explotando las disputas entre Carlos IV y Fernando VII en el confinamiento de Bayona. El dictador jugaría con la familia real a su antojo hasta obtener lo que quería: neutralizar a Don Juan, escoger un príncipe moldeable a la medida de sus intereses y buscar una continuidad a su régimen más o menos presentable en el contexto de la Europa Occidental de la Guerra Fría.
Enfrentado al ya príncipe Juan Carlos por su pacto con Franco para apartarlo de la sucesión al trono, Don Juan llegó a flirtear en 1974 con el Partido Comunista y otros sectores de la oposición democrática. El hijo de Alfonso XIII se presentaría entonces como un demócrata y un patriota que anhelaba el regreso de las libertades a España. Santiago Carrillo y el conspirador Antonio García Trevijano, interesados en explotar el notorio enfrentamiento entre padre e hijo, y causar así una fractura entre monárquicos franquistas y monárquicos liberales, le llegarían a ofrecer ser el presidente de la Junta Democrática.
Los conspiradores antifranquistas presentan para ello a Don Juan un franquismo agónico, a punto de colapsar abruptamente, como la dictadura portuguesa, en medio de enormes movilizaciones populares, y que arrastará en su caída a su hijo. Presidir la Junta Democrática le relegitimaría como aspirante al trono, dándole prestigio y posibilidades de victoria de cara al eventual referéndum entre Monarquía y República que la oposición esperaba celebrar tras derribar al franquismo. El Conde de Barcelona llegaría a pensarse la oferta, pero finalmente la rechazaría.
A pesar de la negativa a asumir un papel destacado en la oposición, y de su definitiva renuncia en 1977 a sus derechos sucesorios en una ceremonia en el Palacio de La Zarzuela, la reconciliación entre padre e hijo tardaría años en llegar. Hasta 1982 él y su esposa, María de las Mercedes no regresarían del exilio en Portugal ni se instalarían definitivamente en España. La imagen de las lagrimas de Juan Carlos I en el funeral por su padre, despedido con honores de Estado, sería explotada hasta la saciedad para resaltar la imagen del monarca humano y sentimental, funcional al “relato rosa” de la Transición democrática.
¿Veremos una futura rehabilitación, vía funeraria, del hoy defenestrado Juan Carlos I? No es este tiempo de certezas, pero todo apunta que Juan Carlos I seguirá siendo hasta su muerte un serio problema para religitimar una institución con la que a día de hoy no se identifican el 55% de los españoles menores de 45 años.