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Memoria histórica
La exhumación
Quiero a Franco fuera del Valle, por supuesto, pero se me hace insoportable el grito espectral de más de 170.000 asesinados desde sus fosas perfectamente selladas, un lamento que es la cuerda emocional pulsada y tensa de este país, hasta que no sea atendida y aflojada aquí no va a descansar nadie.
Cuando estéis leyendo estas líneas, probablemente los hermanos Verdugo, honrados marmolistas, estén afanados retirando el pedrusco tamaño asteroide con el que Francisco Franco hizo proteger su descanso eterno y demostró un terror anal ciclópeo, a la altura de la herencia imperial que afirmaba sostener sobre sus pequeños y blanditos hombros de boatiné. Después, en presencia de familiares, monjes y ese Prior al que se le intuyen las manos largas por debajo de la sotana, un helicóptero descenderá para recoger la momia del dictador con mucho cuidadito y así, como Drogon llevó a Daenerys a Valyria, aterrizarán en Mingorrubio, donde espera Doña Carmen, algo más seca de lo que fue en vida, para recibir a su santo y pasar los siglos escuchando los toros por la radio, haciendo así con las cabecillas cuando suene un pasodoble, merendando perrunillas, suspirando y comentando asuntos climáticos hasta la muerte térmica del universo.
Todo lo que rodea la figura del dictador es amargo y soso por definición. La exhumación debería suponer un estallido de emoción en un país construido sobre las osamentas de esclavos, derrotados y represaliados. No nos faltará la alegría a los nietos y las nietas de estos, menos da una piedra, pero los términos melindrosos en los que va a producirse la saca no acaban de suponer justicia y mucho menos reparación. No perderemos detalle del momento, tanto como quieran enseñarnos, nos pondremos guapas y brindaremos con el segundo cafelito de la mañana, haremos un poco de genealogía y poco más. A la hora de la merienda, los nietos del dictador estarán con el gintonic servido en una blonda a modo de posavasos y su empleada doméstica les seguirá llamando “señoritos”.
Yo, de natural festiva, folclórica, gótica, antigua y ceremoniosa, que pedí días libres en mi entonces trabajo por la muerte de Juan Pablo II para no perderme detalle del funeral y sus fastos, pido perdón por traer la nota amarga a lo que debería ser un día de liberación y de justicia. La cronología delata las intenciones del gobierno y dibuja perfectamente los contornos del partido socialista en estos 40 años de democracia. Gestos tardíos, grandilocuentes y exentos de cierres dignos y significados contundentes.
Quiero a Franco fuera del Valle, por supuesto, pero se me hace insoportable el grito espectral de más de 170.000 asesinados desde sus fosas perfectamente selladas, un lamento que es la cuerda emocional pulsada y tensa de este país, hasta que no sea atendida y aflojada aquí no va a descansar nadie. Está por todas partes, incluso en la ignorancia o en el supremacismo, no se pueden arrastrar cientos de miles de memorias mutiladas sin que cada piedra, edificio o corazón del país vibre con violencia. España, o como quiera llamarse esta entelequia mal cosida, no tiene posibilidad alguna de ser una tierra de convivencia mientras no haya restitución para los masacrados.
La paz no puede sustentarse exclusivamente en símbolos, como pretende la ley de memoria histórica, o su aplicación, que es lo que cuenta. Qué misericordia es esa de retirar placas, calles, títulos y honores pero no airear cunetas. Qué respeto a la memoria de los que murieron supone cuidar a la familia del carnicero como si fuesen príncipes, permitiendo el uso y disfrute de un patrimonio multimillonario expropiado al pueblo y dándoles portadas de la prensa rosa, obligando a los españoles a fingir que los Franco, los Martínez Bordiú y la madre que los parió son gente GUAPA cuyas vidas son dignas de ser contadas.
Cuando estéis leyendo esto, estarán sacando el cuerpo de Franco del Valle de los Caídos en medio de un ambiente de respeto y a hombros de sus familiares. En ese momento no podré evitar acordarme de esas mujeres que —si no lo hacían ellas mismas— pagaban lo poco que tenían a sepultureros, o les rogaban, para que de madrugada, a escondidas y so pena de ser descubiertos y paseados allí mismo, abrieran fosas comunes aún calientes con los fusilamientos del día y recuperasen los cuerpos de maridos, hijos, hermanas, padres o madres para enterrarles en secreto y dedicarles, como mínimo, un llanto furtivo antes del alba. Ahí está mi patria, en esas uñas negras, en esos llantos quedos y en ese miedo en voz baja.
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Sensacional. Me ha emocionado el final. Mil gracias por expresar ese grito colectivo antifascista. Salut!!