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Sáhara Occidental
El Sahara Occidental y las dos caras de Pedro Sánchez
El pasado lunes 28 de noviembre, en un homenaje en el Ateneo de Madrid a la escritora Almudena Grandes, fallecida hace un año, Pedro Sánchez vaticinaba: “Una de las cosas por las que pasaré a la historia es por haber exhumado al dictador del Valle de los Caídos”. Al presidente se le olvidaba que la Historia es un río enorme que fluye con un caudal potente y vertiginoso que solo deja en pie aquellos árboles firmes que tienen raíces sólidas, mientras que la hojarasca se queda en las márgenes y se desvanece en el olvido. En la parte baja de este río, suele haber también una laguna de aguas estancadas, donde se acumulan los residuos que destacan por su putrefacción. Eso es lo que hace la Historia con los hombres: A unos, los eleva a lo más alto, por sus virtudes y su valía; a otros, los olvida porque son evanescentes, y a otros, los arroja a la laguna de la ignominia, por infames y canallas.
Sí, la exhumación del dictador del Valle de los Caídos es un acto simbólico loable. Pero, si detrás de ese acto, no existe una convicción profunda e incuestionable de lo que es justo y lo que no lo es, ese acto se queda solamente en eso: un mero acto simbólico. El señor Sánchez nos ha demostrado, y con creces, que la exhumación del dictador del Valle de los Caídos, supone un simple acto propagandístico con el que pretende colarse en el impetuoso caudal del río de la Historia. Pero el líder del PSOE es el hombre de las dos caras. En una mano sostiene una rosa, y con la otra estrecha la mano ensangrentada de un genocida, la de Mohamed VI. Un rey al que el presidente Sánchez adula y mima, y que encabeza un régimen terrorista contra el pueblo saharaui. Sánchez lo sabe y el mundo entero también.
El número de saharauis desaparecidos en las oscuras fauces del Majzén (de los que nadie ha vuelto a saber) es desconocido. Lo único que sabemos es que son más de 600 almas. No hay forma de seguir su paradero
Y es que, quien también es conocido como M6, ha convertido el Sahara Occidental, que, hasta ayer, era la provincia 53 del Estado español, en un colosal campo de concentración nazi, cercado por un muro de 2720 Km –sembrado con minas de todo tipo–. Este muro, por su longitud y por la cantidad de minas sembradas en el mismo (entre 10 y 40 millones de minas) es considerado actualmente el mayor campo minado del mundo.
La policía del Majzén, imagen calcada de la macabra Gestapo, masacra, diariamente, desde hace más de cuatro décadas, la población civil saharaui —jóvenes, ancianos, mujeres y niños— pisoteando, a su antojo y a plena luz del día, los derechos humanos más elementales.
El número de saharauis desaparecidos en las oscuras fauces del Majzén (de los que nadie ha vuelto a saber) es desconocido. Lo único que sabemos es que son más de 600 almas. No hay forma de seguir su paradero. Quién osa preguntar por ellos, es inmediatamente engullido por la maquinaria represiva del Majzén. En las cárceles de Kenitra, Maguna, Tazmamaret, la cárcel Negra del Aaiún y demás cárceles secretas del régimen alauí, los presos agonizan y son vejados y torturados hasta la muerte, sin derecho siquiera a conocer los cargos que se les imputan, y mucho menos a aspirar a un juicio justo.
La faceta terrorista del régimen alauí, la práctica del terrorismo de Estado, no es algo nuevo en él, más bien, es algo estructural y sistémico que se remonta a su mismo nacimiento como Estado. Los saharauis —y los españoles también— empezamos a conocerlo la noche del 22 de enero de 1975, cuando a las diez menos cinco, nos sobresaltamos por la explosión simultánea de tres bombas en diferentes lugares de El Aaiún. A partir de ese día, se sucedieron en la capital, de forma intermitente y a lo largo de 1975, una serie de atentados —ejecutados por agentes bajo las órdenes directas del coronel Ahmed Dlimi— que segaron la vida de numerosos civiles (entre ellos niños de corta edad) y dejaron mutilados a otros tantos.
Al año siguiente, el ejército marroquí bombardea con napalm y fósforo blanco el campamento de Um Dreiga, en el que se había concentrado parte de la población civil —mayoritariamente ancianos, mujeres y niños— que huía de la represión, hacia la vecina Argelia. Las imágenes de mujeres y niños, diezmados por las bombas y tiznados de fósforo blanco, dan la vuelta al mundo, que, impasible, las contempla con indiferencia.
En la guerra que libra actualmente con el Ejército Popular de Liberación Saharaui, sale a relucir nuevamente la práctica del terrorismo de Estado que caracteriza al Majzén, utilizando sofisticados drones contra civiles indefensos
En la guerra que libra actualmente con el Ejército Popular de Liberación Saharaui, sale a relucir nuevamente la práctica del terrorismo de Estado que caracteriza al Majzén, utilizando sofisticados drones contra civiles indefensos. A pesar de que estos artefactos tienen una alta precisión, los teledirige intencionadamente con alevosía y ensañamiento, contra personas cuyo único delito es poseer algunas cabezas de ganado en medio del desierto o tratar de ganarse la vida a duras penas en este medio hostil, asesinando a ciudadanos saharauis, argelinos y mauritanos.
En las profundas y oscuras entrañas del Majzén, los estrategas del servicio secreto trabajan día y noche para esmerarse en conseguir los mejores resultados de la maquinaria de extorsión y propaganda majzení. Sin embargo, el presidente Sánchez, en lugar de condenar y repudiar estos hechos, alienta y encubre al régimen que los comete. Así, su nombre, al igual que el de Carlos Arias Navarro, siempre estará ligado a la infamia de haber vendido el Sahara Occidental a un sátrapa mezquino que encabeza un régimen terrorista. Si quiere saber dónde está su lugar en la Historia, debe buscarlo en la laguna de la ignominia.