Estados Unidos
El asalto al Capitolio y las carcajadas de las redes

Se diría que la histérica civilización en la que vivimos utiliza el esperpento y el absurdo como un método de catarsis, como si fuéramos incapaces de gestionar emocionalmente una actualidad que parece sacada de la mente de un guionista cutre hasta las cejas de psicodélicos.
Asalto al Capitolio Trump Estados Unidos - 4
Foto: Blink O'fanaye
16 ene 2021 06:00

Se escuchaba en el ambiente del asalto al Capitolio, humor, los asaltantes reían. Se veía en los selfies, los robos, en los trajes de vikingos, Batman o cualquier otra performance que evocara todo tipo de personajes ficticios. Incluso en la reacción de las redes sociales al asalto. Había preocupación, por supuesto, pero compartía su espacio con un aura de extrañamiento, la sensación de vivir un sueño esperpéntico, surreal, que pese a la catástrofe y la tensión ríe. A veces a carcajadas.

Observando algunas de las imágenes del 6 de enero, puede dar la sensación de que los manifestantes no fueran conscientes de la gravedad de sus actos ni de sus posibles consecuencias legales, como si el humor negro y el absurdo propio del meme lo hubiera empapado todo.

Un tipo vestido entre nativo americano y vikingo —o de lo que cree él que es un vikingo, esta cultura se ha convertido en un catalizador de la masculinidad más frágil y tóxica— asalta el Capitolio, entra en el senado y posa en el asiento presidencial; organizaciones ultracatólicas montan una enorme cruz de madera a las puertas del senado y, al contrario que sus predecesores históricos que se santiguarían con gesto solemne, se dan el lujo de bromear y reír; un risueño protofascista sonríe con un atril robado, dispuesto tal vez a llevarse a casa el recuerdo de una jornada histórica… Se trata de un episodio dramático, pero lleno de sonrisas. Las de los asaltantes, desquiciadas, y las nuestras, ¿incrédulas? ¿Frívolas tal vez?

Se trata de un episodio dramático, pero lleno de sonrisas. Las de los asaltantes, desquiciadas, y las nuestras, ¿incrédulas? ¿Frívolas tal vez?

Se trata de lo que podríamos llamar la cultura del meme. Si bien es cierto que la realidad cultural de la red es tan diversa que no es posible simplificarla, hay tantas ciberculturas como usuarios organizados en comunidades online. Desde amantes de los unicornios hasta los conspiranoicos de QAnon (Movimiento descendiente del foro 4chan, un forocoches en inglés) a los que pertenece el “vikingo” que ha ocupado tantas portadas.

Internet ha extendido una cultura propia en un tiempo récord, la globalización no solo ha implicado la expansión y mestizaje de diferentes culturas, sino que también ha dado espacios a todo tipo de comunidades que han crecido entorno a dinámicas y reglas propias, creando culturas que no dependen de los límites fronterizos del estado nación en foros, redes sociales o videojuegos, entre otros.

Era imprevisible e incierto el resultado del asalto, no tanto como golpe de estado, sino como desencadenante de violencia y caos. Una jornada negra en la historia de la hasta ahora primera potencia mundial que certifica su declive. Pero las redes sociales se inundaban de chistes y memes sobre la situación. Incluso se llegó a extender una actitud que cosificaba sexualmente a nuestro descamisado “vikingo” conspiranoico. “Podría haber asaltado mi cama” era la consigna (dejaré para otra ocasión las razones por las que los nazis no son atractivos).

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Bananas
Mientras asaltan el Capitolio, la tarea de descolonizar el relato periodístico sigue pendiente.

Existe un nexo común entre los asaltantes y nosotros —entre los asaltantes y usted querido lector, pero no le acuso, un servidor padece la misma conexión— el humor negro. Nos hemos acostumbrado a frivolizar con todo. Vivimos en una sociedad que ama el humor negro y el esperpento.

Es difícil entender por qué hacemos humor en una situación como esta. Se diría que la histérica civilización en la que vivimos utiliza el esperpento y el absurdo como un método de catarsis, como si fuéramos incapaces de gestionar emocionalmente una actualidad que parece sacada de la mente de un guionista cutre hasta las cejas de psicodélicos y necesitáramos del humor como elemento edulcorante para ingerir una realidad que nos espanta. Tal vez la globalización nos ha ofrecido demasiada información, más de la que estamos capacitados para procesar al ritmo frenético con el que se sucede la actualidad.

Hoy día una inmensa mayoría de la población es consciente de que el capitalismo, como sistema económico mundial, establece unas reglas de juego que crean sufrimiento y miseria. Es fácil acceder, ser testigo, de las injusticias que se dan a lo largo de todo el globo, solo necesitamos un “clic”. Incluso los perfiles neoliberales, conocedores de dichas miserias, han establecido el discurso meritocrático como justificación moral del desastre. “There is no alternative” decía Thatcher, su frase resuena hasta nuestros días. Estas injusticias gozan del privilegio de la indiferencia, de la resignación. Actitudes para las que el humor juega un papel clave.

El carácter performativo del humor: una brecha generacional

Pienso en los estratos más ancianos de nuestra sociedad, en nuestros abuelos, y no puedo imaginar siquiera un atisbo de humor. ¿Cómo habrían reaccionado mis abuelos si vieran el asalto? Los imagino preocupados, dándose la mano y deseando (mediante rezo o sin él) que no se diera ninguna desgracia, pensando en el bien común.

La generación de posguerra tenía otra forma de experimentar la catarsis, su forma de vivenciar las catástrofes implicaba anticipar el duelo. La calma, la prudencia y la mesura como parte de un carácter que sabe lo que es sufrir, que necesita estar preparado para los embistes de la vida. Un carácter forjado en la escasez frente a uno acostumbrado a la abundancia, “primermundista”. La brecha generacional es notable.

Obviamente, hay un efecto performativo en el humor del meme como lo había en esta “anticipación del duelo” de los sujetos de posguerra. Nuestros actos configuran nuestro carácter. Hay un hilo conductor estrecho entre una sociedad frívola y un humor negro que no parece tener límites.

Los memes explican mejor la realidad social que un artículo de prensa porque forman parte del imaginario colectivo, son el medio que da forma a la cotidianidad

Pareciera que el humor se hubiera convertido en uno de los filtros a través de los cuales interpretamos la realidad, la caverna de platón hoy no refleja las sombras de una hoguera sino bufones, caricaturas a través de un proyector. Los memes explican mejor la realidad social que un artículo de prensa porque forman parte del imaginario colectivo, son el medio que da forma a la cotidianidad. Si un acontecimiento no es susceptible de convertirse en meme no será noticia. La agenda de los telediarios está marcada por las redes sociales. Parece una inercia imparable.

En el fondo del asunto nos encontramos con el “todo vale” neoliberal. Nada importa fuera del individuo, la realidad colectiva nos es ajena y solo accedemos a ella si nos ofrece la estimulación que demandamos, sea humor o rabia. Nos hemos acostumbrado a frivolizar con todo. El paso del sujeto-ciudadano al sujeto-consumidor tiene consecuencias, implica un imaginario en el que no tenemos más derechos y deberes que los dictados por el mercado. Las instituciones, como representantes de la norma, dejan de ser sagradas y el sujeto santificado con sus cosplays, las invade y utiliza como escenario para el selfie. Instantánea que más tarde será mercantilizada en redes sociales.

Estados Unidos
Además del coronavirus, en Estados Unidos campa el virus de la extrema derecha

Me temo que el virus ultra evitará tanto que se juzgue a Trump por delito de alta traición, como que se le inhabilite por incapacidad de acuerdo con la enmienda 25 de la Constitución de su país. 

Ante la ausencia de obstáculos, reímos con memes por aquello que nuestros abuelos penarían. Si la libertad individual es el eje que vertebra nuestro sistema de valores existe el riesgo de que cualquier impedimento sea percibido como ilegítimo, incluso las barreras éticas y morales. Así, el humor, bajo el amparo de la libertad de expresión, puede llegar a justificar una actitud de indiferencia ante el mal ajeno. Si ante el asalto al Capitolio nos entregamos a la carcajada, ¿cuándo se dan la reflexión y la preocupación por el otro? Es posible que simplemente no se den.

No hay duda de que reír es sano, esta no es una oda contra la libertad de expresión ni contra el humor, tampoco un alegato en defensa de ese cliché de que “cualquier tiempo pasado fue mejor”. Pero una sociedad necesita diferenciar entre lo importante y lo absurdo, entre lo permisible, lo legítimo, admisible, lo que procede y lo que no. Podemos reírnos de lo que queramos, pero seamos conscientes de las implicaciones éticas de nuestros actos. ¿Reiremos también cuando asalten nuestro parlamento?

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El blog de luchas sociales a lo largo del planeta, conflictos internacionales y propuestas desde abajo para cambiar el mundo. El Salto no comparte necesariamente las opiniones volcadas en este espacio.
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