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Estados Unidos
Bananas
Cuando uno pensaba que lo había visto todo en esta vida, van los Village People y ocupan el Capitolio en Washington. Más allá de analizar concienzudamente si la performance a la que asistió en vivo medio planeta fue un montaje o un conato de golpe de estado (extraño, en un país sin embajada de los Estados Unidos), llama la atención cómo los medios han digerido el suceso y cómo lo han utilizado para remachar cierta idea del mundo, con menos ganas de desaparecer de nuestra vista y oídos que el mismo Donald Trump.
No lo tomen a broma, ni menosprecien. Es muy grave. Estas imágenes son de ahora mismo, en la capital de los Estados Unidos, no en una “república bananera”, no en un país en vías de desarrollo. Seguidores del presidente asaltan la sede del legislativo animados por el presidente.
Que lo diga cualquier persona de a pie puede entenderse como normal, después de haberse estado construyendo durante los dos últimos siglos esa imagen de democracia perfecta alrededor del gigante norteamericano. Los líderes del mundo libre y esas cosas, revisen la cinemateca. Si hubiese pasado lo mismo algo más al norte, en Canadá por ejemplo, es evidente que la reacción no habría sido igual, por mucho que los índices de gobernanza democrática la sitúen por encima. El problema es que es un tweet de una corresponsal de una televisión pública de nuestro país, especialista en asuntos exteriores.Es difícil concentrar tanto colonialismo en tan poco espacio. También podemos estar siendo terriblemente injustos y no contar con las cosas del directo, la emoción de los momentos históricos que te atrapan en el sofá frente a la pequeña pantalla. Yo estaba allí, niño, mientras el mundo se acababa. Nada que ver con abrir los regalos esa misma mañana. El problema es que esa canción con diferente letra, salvo contadas excepciones, fue la que interpretó el periodismo nacional e internacional. En EEUU no puede pasar, esto es la democracia, y el resto podemos llegar a ser ungidos por toda esa sabiduría si es que nuestros instintos primarios o nuestro destino manifiesto, el nuestro, algo defectuoso, ya se sabe, no nos jugara malas pasadas periódicamente.
Un argumento que no se oyó cuando meses atrás volvieron a arreciar los asesinatos e incidentes racistas por aquellas latitudes. Por mucho que veamos todas esas películas y obras que nos hablan de la lucha por los derechos civiles de la población negra en los míticos años 60, seguimos pensando (y construyendo) esa imagen pristina de un estado derecho, fallido en realidad para millones de personas y amenazante para quien no se pliegue a sus intereses: en 2018, 27,8 millones de estadounidenses no tuvieron ningún tipo de seguro de salud y el 25% de la población retrasa la visita al médico porque no pueden pagar el coste de la atención sanitaria. El derecho al aborto pende de un hilo, con la elección a contrarreloj de la última magistrada ultraconservadora, pero el escándalo, el todo se va a la mierda, el miedo global aparece cuando Yellowstone Wolf y sus amigos se cuelan en el Congreso dispuestos a todo por un selfie. Que la misma cámara siga aprobando un gasto militar equivalente al 38% del total mundial en 2019, solo para EEUU, también debe de ser una garantía para la democracia planetaria.
Pero eso sólo pasa en los arrabales del mundo, pequeños nuestros, como si de una ley natural e inmutable se tratara. Hay días en los que la labor de contar con unos medios que hagan llegar a la ciudadanía una visión del mundo diferente, plural, compleja y libre de complejos, parece fuera de nuestro alcance. Sin esa información de calidad, sin esos medios comprometidos con la labor de construir una ciudadanía crítica (sobre todo los públicos), poco podemos hacer desde la sociedad civil organizada. Nos desgañitaremos defendiendo que África no es un niño hambriento rodeado de moscas, pero todos esos micros, plumas y objetivos tienen que acompañarnos, no devolver ideas e imágenes que condenan fatalmente en nuestras cabezas a continentes y pueblos enteros. Cualquiera de nuestras campañas se va al garete con un minuto de telediario, esa es la relación de fuerzas y la tarea que cada día acometemos.
Un respeto a las repúblicas (y a las monarquías) bananeras, un día os sorprenderán y nadie os habrá contado ni cómo ni por qué.