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“El oro viene del sur, la sal del norte y el dinero del país del hombre blanco; pero los cuentos maravillosos y la palabra de Dios solo se encuentran en Tombuctú”. Este proverbio maliense recuerda las centenarias rutas comerciales que hoy en día se han convertido en el epicentro de un conflicto que, de no ser por los atentados yihadistas reflejados en los medios de comunicación, sería poco probable que se conociese. Y eso a pesar de haber causado más de 6000 muertes y 260.000 personas refugiadas —120.000 desplazadas internas— según datos estimados por la Oficina para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA) de las Naciones Unidas, en un país de fuertes contrastes y con solo 20 millones de habitantes.
Las legendarias ciudades de Tombuctú y Gao, que han sido faros culturales del África Occidental, se han convertido en el epicentro del mayor grupo yihadista contemporáneo, provocando una guerra que está socavando la convivencia histórica entre las diferentes etnias y clanes
Las legendarias ciudades de Tombuctú y Gao han sido faros culturales del África Occidental y referentes para miles de viajeros que recorrían el imponente río Níger en busca de las raíces de la humanidad. Lugares que sirvieron de inspiración al pintor mallorquín Miquel Barceló o que acogieron una de las primeras universidades del mundo –la Madrasa de Sankore-, se han convertido en el epicentro del mayor grupo yihadista contemporáneo, Al Qaeda del Magreb Islámico (AQMI) y sus aliados regionales; provocando una guerra que está socavando la convivencia histórica entre las diferentes etnias y clanes.
Las fronteras artificiales creadas por Francia durante el periodo colonial hacen de Mali uno de los países más grandes de África, con dos espacios geográficos muy diferenciados que dividen a naciones y poblaciones históricas, favoreciendo disputas y conflictos interétnicos. La zona norte, desértica y prácticamente deshabitada, ocupa dos tercios del país y es el hogar de los pueblos nómadas tuaregs, las comunidades árabes y los ganaderos y agricultores —agrupados en los márgenes del río Níger— Peul y Songaï. La zona sur, más desarrollada y fértil gracias a uno de los grandes deltas del Níger, acoge al 91% de los malienses, pueblos sedentarios subsaharianos como los Bambara, Malinké, Dogón o Peul de tradición agrícola y ganadera.
Tombuctú, la capital del norte, siempre ha sido un importante punto de encuentro en el comercio de oro, sal y esclavos, uniendo el sur de Europa y el África Subsahariana. Desde la Edad Media ha sido un espacio de intercambio por donde las caravanas de camelleros tuaregs —los hombres azules del desierto— viajaban desde Oriente Medio hasta el Magreb. Las rutas siguen vigentes sólo que ha cambiado el objeto de comercio: drogas, armas y tráfico de migrantes financian hoy en día el actual conflicto.
Los Tuareg, dueños y señores del desierto del Sahara desde Mali hasta Libia, a pesar de su reducido número y de la división en clanes familiares, juegan un papel fundamental en el actual conflicto. Históricamente han rechazado integrarse en Estados que nunca han atendido sus reivindicaciones y han dividido sus territorios. La continuada represión ejercida desde Bamako como repuesta a sus demandas de políticas de descentralización e inversiones han contribuido al sentimiento de abandono y malestar vividos también durante el periodo colonial.
Vientos de guerra llegan al Sahel
El derrocamiento por parte de las Naciones Unidas y de la OTAN del gobierno de Muamar el Gadafi en octubre de 2011 provocó la desintegración de Libia, uno de los países más influyentes y ricos de África, acelerando una nueva rebelión en el norte, más organizada y de carácter independentista. A este hecho se sumó el auge de las rutas de contrabando, el asentamiento de AQMI en Argelia y norte de Mali y las primaveras árabes. Todo ello contribuyó a que las poblaciones independentistas —mayoritariamente Tuaregs— y militares del ejército que habían desertado se aglutinaran en el Movimiento Nacional para la Liberación del Azawad (MNLA), declarando la guerra al gobierno central.“Cuando la población rebelde supo que el Coronel del ejército libio Mohamed Ag Najem —Tuareg maliense en el exilio— regresaba con todo su batallón de exiliados del Azawad y armamento pesado, Kidal se convirtió en un punto de encuentro que dio origen a la creación del MNLA en octubre de 2011”, recuerda Moussa Ag Assarid representante de la Coordinadora del Movimientos del Azawad (CMA) en Europa.
La rebelión avanzó rápidamente ante las masivas deserciones de las Fuerzas Armadas que carecían de equipamiento y formación. En abril de 2012 se declara el territorio independiente del Azawad. Sin embargo, el sueño rebelde pronto se desvaneció bajo el fuego yihadista. “Cuando el MNLA expulsó al Estado maliense no había preparado un proyecto de gestión del territorio, no tenía los medios necesarios para hacerlo. Mientras, hubo Estados que financiaban a través de servicios secretos a grupos yihadistas oportunistas”, apunta Moussa Ag Assarid.
Aunque el papel de estos grupos en el conflicto varía según las versiones, numerosos informes y testimonios hablan de una convivencia y entendimiento entre los islamistas radicales y el MNLA. “El 7 de enero de 2012 los tres grupos yihadistas y el MNLA eligieron a Iyad Ag Aly como coordinador de todos los movimientos en la ciudad de Abbébara. Cuando atacaban al ejército de Mali lo hacían de manera conjunta y no se atacaban entre ellos. Era un acuerdo de mínimos. Pero cuando el Estado cayó, los yihadistas arremetieron contra el MNLA”, afirma con rotundidad Fahad Ag Almahamoud secretario general de GATIA, principal grupo paramilitar opuesto al MNLA. Sin embargo, Ehemeye Ag Mahamedoun portavoz del Comité para la Justicia en el Azawad (CJA) niega esta versión de los hechos: “Se utiliza a los terroristas como excusa para que Francia mantenga su presencia militar en el país defendiendo sus intereses. Francia no ha venido aquí para gastar su dinero y ver como matan a sus hombres”.
Independientemente de la colaboración entre rebeldes y yihadistas, el MNLA no fue capaz de mantener el control de las zonas liberadas y el movimiento salafista —bien organizado y financiado— se expandió y aplicó una interpretación estricta de la ley islámica Sharia, clausurando colegios, prohibiendo festividades, deportes, música y aplicando castigos ejemplares como mutilaciones de miembros y ejecuciones extrajudiciales. El Gobierno, gracias a la ayuda militar y financiera internacional, consiguió frenar su rápido avance hacia la capital del país en enero de 2013, pero no logró expulsarlos y éstos se replegaron en bosques y montañas.
Human Rights Watch y otras organizaciones documentaron graves violaciones de Derechos Humanos por parte del ejército maliense, principalmente contra miembros de la comunidad Peul, en una campaña para frenar el creciente apoyo al islamismo radical de esta etnia
Tras estas operaciones militares, Human Rights Watch y otras organizaciones documentaron graves violaciones de Derechos Humanos por parte del ejército maliense, principalmente contra miembros de la comunidad Peul, en una campaña para frenar el creciente apoyo al islamismo radical de esta etnia. Más tarde, grupos paramilitares y autodefensas apoyadas desde las instituciones se constituyeron y atacaron igualmente a esta comunidad mayoritariamente ganadera y nómada.
Algunos Peul al verse indefensos tomaron las armas y se acercaron a los islamistas, tal y como asegura Seydou Tall portavoz de Tabital Pulaaku, organización por la defensa de la cultura y la identidad Peul. “Las poblaciones tenían miedo y el miedo te hace unirte al mismo diablo. Pero lo más grave es que se está empezando a aceptar y querer a los yihadistas”. A partir de 2016 el conflicto armado que había comenzado en el norte se instalaba en la poblada región central de Mopti, abriendo la puerta a un conflicto interétnico que alcanzó su punto álgido el pasado año 2018.
Un país en la encrucijada
En 2015 el Gobierno, los grupos leales a Bamako y las organizaciones independentistas integradas en la CMA firmaron el Acuerdo de Paz de Argelia que abrió las puertas al diálogo entorno al federalismo y la autonomía rebajando las exigencias independentistas y favoreciendo un acercamiento de posturas.
Sin embargo a día de hoy gran parte de la región norte está controlada de facto por los grupos yihadistas que mantienen a las fuerzas armadas acuarteladas en las ciudades bajo la amenaza de constantes ataques y emboscadas que han provocado centenares de bajas militares. Por otro lado, el Acuerdo de Paz de Argelia empieza a cuestionarse, Moussa Ag Assarid explica el sentimiento de preocupación por cómo se está implementando: “El Estado está dispuesto a firmar, pero no está dispuesto a cumplir. Dejar las armas no es irreversible, el tiempo nos ha enseñado a ser prudentes”.
Sin embargo, la zona centro —la más poblada— es la que más titulares acapara debido al conflicto intercomunitario que no para de intensificarse. Los enfrentamientos son constantes y cada vez más se enmarcan en una lógica de limpieza étnica, extendiéndose a los países vecinos de Níger y Burkina Faso. Según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) en Mayo de 2019 se alcanzó la cifra de 50.000 personas desplazadas en la región de Mopti. El caso de la masacre contra la comunidad Peul de Ogossagou —coincidiendo con la visita del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas para evaluar la situación en el país— es una muestra de la escalada de violencia existente. Esta dinámica responde a dos lógicas: represalias por los ataques yihadistas contra bases militares y a una estrategia de expulsión de las poblaciones Peul de la región de Mopti por parte de etnias sedentarias que los ven como una amenaza, a pesar de haber convivido hasta la fecha. Las masacres de pueblos enteros sin distinción de edad ni sexo, la quema de almacenes de comida y las amenazas que aterrorizan a comunidades enteras son pruebas de dicha estrategia.
Otra muestra de la espiral de violencia, es la organización político militar Dan An Amassagou, “Los cazadores que confían en Dios” en lengua Dogon. Formada en 2016 por cazadores tradicionales Dozo de la zona centro del país y apoyada y financiada por las ausentes autoridades gubernamentales, hace ya tiempo que sobrepasaron su objetivo inicial de luchar contra el yihadismo. En la actualidad están en el foco de la mayoría de ataques y enfrentamientos, operando con total impunidad como grupos paramilitares. Marcelin Guéguerre, su portavoz, explica que los enfrentamientos se originaron “tras diálogos con los líderes Peuls donde nos dimos cuenta de que nos querían expulsar de las llanuras —zonas fértiles— y recluirnos en las colinas como monos. Esa era su estrategia”.
La estrategia gubernamental de instrumentalizar y armar a otras etnias y comunidades se ha mostrado como un fracaso total, que basándose en conflictos históricos por el uso y propiedad de la tierra, ha degenerado en un conflicto intercomunitario con carácter étnico sin precedentes.
El recrudecimiento del conflicto ha llevado recientemente al gobierno maliense a cesar en su actitud de apoyo e impunidad, ordenando la disolución de la organización Dan An Amassagou, a lo cual su jefe militar Youssouf Toloba se ha opuesto. La realidad es que allí donde el Estado no es capaz de llegar las comunidades se sienten abandonadas y los grupos armados islamistas aseguran un cierto orden y control, lo que les lleva a ganar apoyos y simpatías entre la población local. En contrapartida, la estrategia gubernamental de instrumentalizar y armar a otras etnias y comunidades se ha mostrado como un fracaso total, que basándose en conflictos históricos por el uso y propiedad de la tierra, ha degenerado en un conflicto intercomunitario con carácter étnico sin precedentes.
Los recientes acuerdos de paz del pasado verano y el alto el fuego firmados entre altos cargos Peul y Dogon —principales etnias enfrentadas— son un atisbo de esperanza, aunque los grupos armados y líderes comunitarios no han participado de la negociación, por lo que es muy probable que queden en papel mojado. El gobierno de Bamako igualmente ha manifestado su deseo de iniciar diálogos de paz de manera oficial con los grandes grupos yihadistas, cada vez más organizados y arraigados —algo hasta la fecha impensable—, reconociéndoles por primera vez como interlocutores y actores relevantes en la situación actual.
Mientras tanto la población civil se muestra hostil ante la presencia de las tropas internacionales. Estas son vistas como fuerzas de ocupación incapaces de resolver el conflicto, operando solo para defender los intereses de multinacionales entorno a la extracción de uranio y otros recursos como en la reciente época colonial. Manifestaciones cada vez más habituales como las del pasado 12 de octubre en la región de Mopti —donde se saquearon las dependencias de la ONU— son ejemplos del rechazo de gran parte de la sociedad a una situación que, junto a la desertificación y las dificultades socio económicas existentes, está provocando una “crisis humanitaria sin precedentes” y el desplazamiento forzado de miles de familias. “Cuatro millones de personas sufren inseguridad alimentaria” ha anunciado recientemente la Oficina de las NNUU para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA).
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Sí esta noticia es verdad,El centro y el norte de Mali son muy peligrosos con conflito intercomunotario y dijadiste
Por eso yo me .......
Il n'y avait pas de guere inter communautaire au Mali, c'etait une politique pour provoquer une guere civile, mais Dieu merci la population s'est rendue compte.