We can't find the internet
Attempting to reconnect
Something went wrong!
Hang in there while we get back on track
Literatura
Escritoras vascas: revolverse en el margen (¿y salir de él?)
“Con veintipocos, en un afán loco de neutralidad y universalidad, creí que podía escribir más allá de mi cuerpo y que también podría ser leída de esta manera, descorporeizada, ingenua de mí”, se sincera Eider Rodríguez. Nada que echarle en cara. “Todo lo que hacemos en la vida, sea reprochable o merezca el aplauso, tiene un origen y está absolutamente marcado por cómo hemos sido socializados y por lo que nuestro entorno ha esperado siempre de nosotros”, cuestiona Karmele Jaio su propia historia. Pero, conflicto, ¿las madres escriben? No. “Yo ya no era yo”, tecleó un día Katixa Agirre. Las violencias son contra la identidad y la carne, cuenta breve y sencillamente la obra de Maixa Zugasti. Todas están locas, ¿no? Pero el mundo es tal que así y hay que estrujar la vida hasta sacarle el lenguaje bello, parece decir Leire Bilbao al escribir. La razón para todo ello es refrescar el salón, hacer que rebose de nuevas direcciones y relatos.
De la periferia al centro: nuevas escritoras vascas (Edizioni Ca’Foscari, 2022) es el monográfico editado por Jon Kortazar, investigador principal en el grupo LAIDA, donde también han participado Miren Gabantxo-Uriagereka —en el diálogo con Rodríguez y Jaio— y Santiago Pérez Isasi, Aiora Sampedro, Paloma Rodríguez-Miñambres, David Colbert-Goicoa, Jon Martin-Etxebeste, Xabier Etxaniz, Karla Férnandez de Gamboa Vázquez, Itxaso González Guridi —en el análisis narrativo, literario y editorial—. Todos ellos, profesores e investigadores vinculados a LAIDA. En el libro se trata de dar caza, de forma transversal, a la hipótesis siguiente: ¿están abandonando las escritoras vascas la periferia para tomar, poco a poco, el centro?
La herida de Eider Rodríguez
“Hasta hace poco no solo no estábamos escribiendo, sino que además, nos estaban escribiendo”, contaba la narradora Eider Rodríguez (Errenteria, 1977). Seis relatos componen Un corazón demasiado grande (Random House, 2019) a través de los cuales recorre una especie de herida en el borde entre el cuerpo que vive y se renueva y el cuerpo que va a parar a la muerte. Soledad, insatisfacción. Decepción, abandono. Un enfermo, una senil. Pieles quemadas. De nuevo el cuerpo. La errenterriarra ganó el Premio Euskadi en 2018 con la versión primaria, original y en euskera, Bihotz handiegia (Susa, 2017).
Jon Kortazar y Paloma Rodriguez-Miñambres desentrañan la obra y la trayectoria de Rodriguez, ambas atadas de pies y manos a una forma literaria y estilística concreta: el relato. “Habitualmente —analizan los investigadores— el relato suele ser considerado un género menor, lugar de aprendizaje necesario, un entrenamiento previo para transitar después al género mayor que es la novela. Sin embargo, Eider Rodríguez se ha mantenido fiel a su proyecto creativo”. La escritora de Errenteria no solo se ha aferrado al relato por su éxito escribiéndolo, ha empezado y culminado una guerra por la historia breve pero tupida, compacta y maciza. Son “relatos en voz baja”, que diría el crítico Josep Nadal Suau.
Eider Rodríguez: “Con el tiempo me di cuenta de que por mucho que lo intentase, mi texto siempre iba a ir unido a un cuerpo”
En la obra de Eider Rodríguez, se apunta en el informe, “los personajes, superados por su circunstancias, no consiguen romper las inercias, las dinámicas de pareja, de familia, de vecindad en las que se encuentran instalados”, sino que quedan varados en la suspensión, en “la imprevisibilidad de vivir”. El estancamiento es la mejor forma para mostrar eso que sufre el cuerpo. Un cuerpo que abreva de lo que le rodea. Un cuerpo formado por lo sabido y lo desconocido, nutrido por el capitalismo y su violencia rutinaria. Un cuerpo formado por los habitus, que diría Bourdieu.
“Con el tiempo me di cuenta de que por mucho que lo intentase, mi texto siempre iba a ir unido a un cuerpo”, reflexiona la narradora, que sigue: “Ser consciente de que escribo desde el único cuerpo que dispongo, un cuerpo que socialmente es interpretado de una manera determinada, me ha obligado a ser consciente de que está implicado en el proceso de escritura, de que puedo escucharle mientras escribo, de que me propone temas, me dicta miedos... No todo se puede entender con la cabeza”.
Eider Rodríguez no cree que se esté dando esa migración hacia el centro. “No siento que las escritoras vascas estemos en esa pelea”, apunta. “Creo, sí, que somos conscientes de que entre todas a ratos formamos un solo cuerpo, el de la escritora colectiva, y creo que eso está bien y es necesario, da fuerza e impulso”. Rodríguez no siente el viento en la espalda: “Sin embargo, no hay que homogeneizar ni uniformizar: cada una tiene su voz y su manera de hacer las cosas, y así ha de ser. Tenemos que seguir escribiendo con la mayor libertad con la que seamos capaces”.
Karmele Jaio a la contra
Para Karmele Jaio (Gasteiz, 1970) no hay duda de que “una visión del mundo androcéntrica” es empobrecedora, también en el relato literario del mundo actual: lo masculino es universal y la visión de ellas es historieta. El deseo, la maternidad, los cuidados, las violencias sufridas se empaquetan y se expulsan, continuamente, fuera de los centros, hacia las periferias. Con Aitaren etxea (Elkar, 2019) Jaio se hizo con el Premio Euskadi, el máximo galardón entregado por la Consejería de Cultura del Gobierno Vasco en 2020. Luego sería autotraducido y publicado como La casa del padre (Destino, 2020).
Jon Martin-Etxebeste, de la UPV/EHU, y David Colbert-Goicoa, como colaborador en LAIDA, desmenuzan la novela de Jaio, La casa del padre, donde brilla la consumación de una visión contrahegemónica de la masculinidad —en cuestión—. En palabras de los investigadores, la delicadeza de la escritora, la riqueza de imágenes, lo vaporoso de su estilo, la hacen única. “Se podría afirmar que es una prolongación de la exigencia histórica que se le ha supuesto al rol femenino: necesario y laborioso; pero, a poder ser no público”, enuncian.
Karmele Jaio trabaja en contravenir el mandato y en patear las tibias de la jerarquía y el poder. Y lo hace entremezclando su estilo depurado y ficcional con una vena más propiamente ensayística de crítica y destrucción-construcción. Sobre todo esto, Miren Gabantxo-Uriagereka, doctora de la UPV/EHU y parte de LAIDA, reflexiona: “Cuando Karmele Jaio pone en duda el modelo de masculinidad ‘feminista’ o Eider Rodríguez nos hace observar las relaciones tóxicas, quizás parezcan cosas domésticas, anécdotas de cada cual, pero ahí subyacen símbolos de vidas. Las lectoras nos retroalimentamos con nuestras escritoras en las cosas que realmente nos interesan. Y esas escritoras son muy conscientes del rol de médiums que tienen en nuestra cultura para el cambio social hacia una sociedad feminista”.
Las madres de Katixa Agirre
“Desde luego que las obras escritas por mujeres han ganado prestigio y reconocimiento en los últimos años, y más que lo van a hacer en el futuro”, observa Katixa Agirre (Gasteiz, 1981). Antes no ha dejado de preguntarse qué es tomar el centro “en un momento histórico en el que la literatura ha perdido peso y prestigio frente a otras expresiones culturales y dentro de una lengua minorizada”. Lo dice quien escribió Amek ez dute (Elkar, 2018), la versión original en euskera de Las madres no (Editorial Tránsito, 2019).
Agirre es profesora en la Facultad de Ciencias Sociales y Comunicación de la UPV/EHU y es doctora en Comunicación Audiovisual. Su obra narrativa no es breve y destaca, más allá de Las madres no, la novela editada por Elkar en 2015 titulada Atertu arte itxaron (literalmente “espera hasta que escampe”, publicada en español como Los turistas desganados en la editorial Pre-Textos). Mientras que sus primeras obras tuvieron más repercusión en Euskal Herria, Las madres no se posicionó como referencia también en España.
“Las lectoras nos retroalimentamos con nuestras escritoras en las cosas que realmente nos interesan”, apunta Miren Gabantxo-Uriagereka
La obra y la trayectoria de la escritora de Gasteiz es examinada en el monográfico de LAIDA por Santiago Pérez Isasi y Aiora Sampedro. Estos se detienen con ahínco en el examen narrativo de Las madres no. La piedra angular en la historia es el autocuestionamiento eterno: ¿qué es ser una mala madre?
Atención, no es un spoiler: una madre asesina a sus hijos sumergiéndolos en la bañera. Después se desata una tormenta perfecta, según analizan los autores de este capítulo. Se da una reconstrucción de las historias de las madres protagonistas, se alternan las narraciones. Ahora léxico frío, ahora escritura visceral. “El resultado de estas técnicas es un texto híbrido y con registros diversos, que juega con los límites de la autoficción y que se inscribe en una tradición de narrativas críticas con la imagen dominante de la maternidad”, exponen Pérez Isasi y Sampedro.
Literatura
Katixa Agirre: “El destino de la mayoría de libros es pasar desapercibidos”
La escritora y profesora de Comunicación Audiovisual ha saltado a las librerías europeas con su última novela, Las madres no, en la que aborda desde las frustraciones más habituales de la maternidad hasta las más terribles.
La autoficción está siendo duramente denunciada por cierto sector de la autodenominada crítica cultural. De hecho, la efervescencia de esa crítica ha coincidido con un despegue de nuevas voces que se han hecho un hueco en el panorama que antes estaba reservado para relatos machacones. Resulta que la literatura de las mujeres jóvenes es una experiencia personal e individual, mientras que la de los de siempre es una historia para todos (y todas).
No obstante, la autora tiene otra opinión, puesto que aunque “no se mide igual las obras de los hombres que las de las mujeres”, no considera “haber escrito nunca autoficción” y ve el debate desde fuera. “Creo que la autoficción puede ser una herramienta como otra cualquiera para contar una buena o mala historia”, justifica.
La novela se leyó tanto como se vendió (o al revés). Los 1.200 ejemplares de la primera tirada se agotaron. Actualmente —en el momento en el que se editó el análisis de LAIDA— cuenta con un acumulado de 3.000 libros en casa de sus lectores. Y ello quedó plasmado en reseñas en blogs personales, críticas en medios de tirada diaria y suplementos culturales, en programas de televisión y en una comunidad dialogante en los espacios virtuales. Más de 100 publicaciones en Instagram llevan el hashtag —una manera algo desfasada para intentar cuantificar el impacto— #LasMadresNo. Son decenas de tuits. La búsqueda de “Katixa+Agirre+Las+madres+no” en internet ofrece más de 7.000 resultados, y de ellos, más de 150 son referencias en medios de comunicación. “Todo eso y en mis días buenos me gusta pensar que la novela también tiene méritos propios para lograr esa buena acogida”, concluye la escritora alavesa.
En cualquier caso, los investigadores concluyen que hay, al menos, dos ingredientes de base para la buena acogida de Las madres no. El tema, puesto que cubre una demanda lectora ante la ola feminista que busca abrirse en el relato cultural, y la editorial que acogió la traducción, con un carácter reivindicativo, independiente, enérgico —liderada por Sol Salama—, que mima su catálogo con Fernanda Trías, Margarita García Robayo, Arelis Uribe, Chantal Akerman, Cristina Rivera Garza o la propia Katixa Agirre.
Maixa Zugasti y las violencias
De la periferia al centro: nuevas escritoras vascas también se sumergen en una excepción: la obra en euskera y no traducida de Maixa Zugasti (Tolosa, 1973), titulada L.A.A. (Algaida, 2017), que a la vez es la primera obra de la autora. En este caso, el informe se detiene en esta novela por varias razones, como argumenta Itxaro González Guridi, de LAIDA. En primer lugar, porque el tema principal es la violencia contra las mujeres (VAW, por sus siglas en inglés). Por otra parte, porque está narrada en primera persona, “lo cual, sin duda, favorece la sensación de proximidad”, explica la investigadora. Esta forma de relato autodiegético, además, carga de potencia la voz de la víctima. Por último, por “su actualidad”, que ha despertado “numerosos análisis”.
Zugasti contaba en una entrevista que todo empezó con una llamada de una mujer que estaba siendo maltratada. Ese día, el maltratador había amenazado con matarla. La escritora tolosarra prestó su tiempo y su ayuda a esta mujer, a quien acompañó al médico y a comisaría a denunciar. Aquello provocó en Maixa Zugasti una sensación de recrudecimiento del dolor latente de la violencia colectiva y compartida. Empezó a escribir esta novela, L.A.A. a partir de ese dolor. Según la investigadora de la UPV/EHU, González Guridi, “a pesar de no tratarse de literatura social, tal y como ha señalado la autora, lo cierto es que un análisis en profundidad parece desvelar las dinámicas de poder entretejidas en este relato y su semejanza con la realidad social”. El relato de Zugasti apunta en varias direcciones: la violencia contra las mujeres, aunque no siempre es explícita, siempre nos concierne a todos.
A través de esta novela, Zugasti se interna en los mecanismos de las violencias contra las mujeres. La responsabilización, el golpe, el control, la culpabilización, la manipulación y el gaslighting. Todas locas. El “está en tu cabeza”. Todo ello, como exposición de un discurso en emergencia, provoca una buena acogida dada su capacidad como “termómetro social”, explica la investigadora de LAIDA.
Leire Bilbao y la sencillez
La “simplicidad muy elaborada” es la huella de Leire Bilbao (Ondarroa, 1978) en la literatura vasca. Esa sencillez, esos poemas breves, esa concisión y esos mundos imaginados han propulsado la obra de Bilbao, también, fuera de las fronteras del euskera. Con pasado en el bertsolarismo y cargada de premios, la autora, que pone la mano en la tradición y la rutina, se ha revuelto en el margen y se ha hecho un hueco fuera de él. “La autora refleja lo cotidiano con un detalle, una bella imagen, un brillo especial”, expresan los investigadores de LAIDA Xabier Etxaniz y Karla Fernández de Gamboa Vázquez, que analizan las fuentes de las que bebe Leire Bilbao, como la escritora polaca Wislawa Szymborska, John Berger o Elfriede Jelinek. Del mismo modo, pero más aún en sus poemarios posteriores, la escritora de Ondarroa se empapa de Anne Sexton, de Bernardo Atxaga o incluso de Gabriel Aresti. En Scanner (Susa, 2011) les escribe un poema a Anna Akhmatova, Simone de Beauvoir, Rosario Castellanos y Marguerite Duras, entre otras.
En su tercer poemario, Etxeko urak (Susa, 2020), se desplaza al mar, a la vida colectiva alrededor del agua. Escribe: “Ama arraina bezain ama zuhaitza bezain ama txoria neu ere”, es decir: “Soy tan madre como la madre pez, la madre árbol, la madre pájaro”. Sus poemas se pueden leer, además de en euskera, no solo en inglés, italiano, alemán, catalán, gallego y castellano, sino también en rumano, letón, checo, sueco o chino. No obstante, Leire Bilbao ha hecho felices a niños y niñas. Sus éxitos más importantes, analizan Etxaniz y Fernández de Gamboa Vázquez, están en la literatura infantil y juvenil.
El crítico y teórico de la literatura Jon Kortazar plantea la metáfora de las isobaras para explicar que el canon vasco ha tenido desde los 80 un “tempo estable”
La sencillez estilística de Leire Bilbao culmina en dos poemarios. Piztipoemak eta beste xomorro batzuk (Bestiapoemas y otros bichos, en su traducción) y Xomorropoemak eta beste piztia batzuk (Bichopoemas y otras bestias), publicados ambos por la editorial Pamiela. Bestias y bichos que, con esa “simplicidad muy elaborada”, habitan el aire, el agua y la tierra, y componen una vida imaginada.
Tomar el centro
Para el crítico y escritor Jon Kortazar, coordinador del análisis, hay dos patas que sostienen este desplazamiento: la obtención del Premio Euskadi, por un lado, que empuja a la creación, “y la exportación a otros sistemas literarios de la obra producida por mujeres”, por otro, que fomenta el diálogo literario.
Para interpretar el éxito que supone revolverse en el margen, Miren Gabantxo-Uriagereka comprende que hemos de pensar, como hacía Umberto Eco, que cada texto busca a su lector, a su lectora. Además, apunta, vivimos “una demanda —por parte de las lectoras— de obras que hablen de cosas de las que no se habla en la literatura. Y sin embargo, nuestras vidas discurren por ahí”, apunta. Esto es, Gabantxo-Uriagereka entiende que si es que existe ese desplazamiento hacia el centro es porque los otros relatos, las otras narraciones, se acercan más a las vidas que vivimos que las que pretenden ser universales por imposición, por historia, por tradición. Porque ellas estuvieron desde el principio, solo que nadie quiso escucharlas ni mucho menos ponerles un altavoz.
¿Se ha colmado el margen? ¿Se desparramará la literatura vasca escrita por ellas, quizá en euskera, por toda la superficie?
Isobaras. Por su parte, Jon Kortazar aplica una metáfora climática para explicar los fenómenos literarios. Dice que la historia de la cultura se expresa en isobaras, “fenómenos que se acercan en un tiempo concreto, y que pueden definir una época”. El catedrático de Literatura Vasca en la UPV/EHU, entonces, traza una línea con un “tempo estable” en el canon vasco desde los 80: Atxaga, Saizarbitoria, Lertxundi, Sarrionandia… Luego se suman Kirmen Uribe y Harkaitz Cano, prosigue Kortazar, que esperaba un mayor giro en la crisis de 2008. En 2014 el canon vasco experimenta una vibración “especial” y permite la incorporación de voces, sobre todo de mujeres que estaban ahí fuera. Sobre todo a raíz del Premio Euskadi que obtuvieron consecutivamente Eider Rodríguez, Irati Elorrieta y Karmele Jaio, así como del “amplio eco” que tuvieron las obras de Katixa Agirre, Leire Bilbao o Maixa Zugasti. Luego —y por último, de momento— llegó el Premio Nacional de Poesía de Miren Agur Meabe en 2021. ¿Esa fue la gota que colmó el margen? ¿Se desparramará la literatura vasca escrita por ellas, quizá en euskera, por toda la superficie?