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Cuidados
Poner palabras y números a los cuidados
La sensación es como de algo que no acaba. No porque no quieras que acabe, como pasaba con una sesión de Pional en Siroco (cuando aquello de juntarnos cuerpos desconocidos, sudar y confiar plenamente en quien acabas de conocer era posible), sino como algo que ansías que llegue a su fin y como efecto contrario se hace más y más largo. Largo. Ver cómo pasan estos meses de alternación vírica y los cuidados siguen en el mismo lugar. Se pierden, como si fueran ya invisibles al ojo ajeno, al ojo que no los asume, al ojo que no cuida. Absorbidos en los pliegues, carnes y pieles de millones de mujeres socializadas para cuidar de todo lo que se les pone por delante, al lado o detrás. Colonizadas hasta el fondo de nuestras entrañas. Formateadas para no ser conscientes de cómo se nos roba, día a día, la riqueza y potencia económica y psico-estructural que generamos mientras sostenemos los extensos y diversos trabajos que conforman los cuidados.
Ahí siguen en silencio asumidos, y los cuerpos se joden y se rompen. Resueltos desde la estrechez de las cocinas, desde la violencia económica de encajar los números a finales de mes, desde la soledad de llevar para delante la asistencia psicológica y emocional diaria de la unidad familiar conviviente, desde la injusticia sistémica de tener que gastar parte de nuestra despensa psico-energética en amortiguar todo lo que este sistema —cada vez más totalitario por su narración única— hace recaer en los cuerpos que nos acompañan, y en los nuestros propios.
No es urgente abordar los cuidados porque los cuerpos que se destruyen son los cuerpos sin valor, nuestros cuerpos. Cuerpos destinados a eso, a seguir sosteniendo o asumiendo los cuidados para que la vida sea posible desde el silencio
La cosa sigue. Nunca llega a ser urgente tener que resolver esta esclavitud doméstica, atencional, afectivo-sexual y logística. No urge resolver los trabajos no-pagados que asumimos las mujeres, porque esto no hace que se derritan los polos o que el calor suba hasta achicharrarnos, como sí sucede con la urgencia del cambio climático. No es urgente porque los cuerpos que se destruyen son los cuerpos sin valor, nuestros cuerpos. Cuerpos destinados a eso, a seguir sosteniendo o asumiendo los cuidados para que la vida sea posible desde el silencio.
¿Qué pasa con los cuerpos que asumen todas esas acciones, repeticiones, actividades y gestos que sostienen nuestras vidas y las vidas de todos los cuerpos necesitados de los cuidados para su desarrollo en condiciones dignas? ¿Sabemos ya que estas prácticas que sostenemos tienen un anclaje identitario, es decir, que son parte de una asignación construida desde el acumulado sociohistórico? ¿Somos ya conscientes, sin líos mentales, que lo que tenemos ahora es el resultado de unas dinámicas desde las asignaciones forzosas que van implícitas en el género?
Igual estamos situando mal las demandas. Igual la solución —que no llega— pasa con establecer otro tipo de preguntas, internamente, en cada cuerpo que cuida y en el centro de lo público como parte de la responsabilidad del cuerpo social hacia nuestros cuerpos que enferman, se agotan, se parten, al asumir los cuidados sin final, sin dinero, si estructura más que nuestro cuerpo. Igual tendríamos que plantear preguntas concretas desde la terminología de la cultura del trabajo legitimada por este macho-sistema para que esto que llamamos “cuidados” deje de ser un territorio sobre narrado, sobre expuesto —que ya no vemos—, vago, confuso, extenso. Ya que, cuando utilizamos “cuidados” recoge todo aquello que hace la vida posible, y ahí nos perdemos. Ahí la lucha se disuelve, no llega a lo concreto, a lo real.
Al ser un conglomerado de prácticas diversas, complejas e intensas, que repetimos y sostenemos en el tiempo —que se amontonan en un cajón desastre cual amalgama— no logramos poner en marcha estrategias para superar de una vez por todas, ese tiempo continuo-continuo donde se van solapando trabajos unos sobre otros, donde se demarra el cuerpo y el tiempo de vida. Donde ya no hay horas, ni límites. Donde se ha naturalizado la extenuación de los cuerpos que cuidan y la infantilización de los cuerpos cuidados. Donde no hay respuesta para la herida psíquica que arrastra el cuidado.
Igual sería aconsejable establecer cuales son los trabajos de cuidados imprescindibles para la supervivencia de otros cuerpos, y aquí cómo se engrana la responsabilidad de lo público. No vale que sea el cuerpo mujer el que ponga su cuerpo como herramienta pública gratis, en silencio y empobrecida. Establecer tipologías que revelen la diversidad de tales actividades, acciones, repeticiones, sus distintas naturalezas y funciones. Plantear, también, cuales serían los trabajos de cuidados no imprescindibles para la supervivencia de otros cuerpos, y que límites tendría eso, como aquello de no robar las fuerzas vitales a otros cuerpos para que mi propia vida se sostenga. Acabar con el extractivismo sobre nuestras fuerzas vivas.
¿Cómo ponemos palabras específicas y números euros/dólares/pesos/criptomoneda, o lo que sea, para poderlo traducir en las lógicas de lo productivo y en el lenguaje del capital? ¿Qué preguntas tenemos que hacernos y poner en el centro del debate para que esto se mueva? Para que esto deje de ser un problema sin resolver que acumula enfermedad, pobreza y agotamiento extremo en los cuerpos mujeres.
¿Cómo desentrañamos ya el cajón desastre donde se solapan, se amontonan, los trabajos que hacen posible nuestra vida y la vida de los demás? ¿Podemos preguntarnos por qué tipo de trabajo estoy asumiendo al sostener a otros cuerpos y cuanto tiempo lo asumo? ¿Podemos hablar de tiempos y dineros, de jornadas y salarios, de prestaciones/remuneraciones/garantías salariales/paro/ bajas en los cuidados?
Es necesario plantear preguntas sencillas para volcarlo en lo real y salir del maremágnum infinito sin resolver: ¿Qué tipo de actividad de cuidados repetida en el tiempo estoy asumiendo? ¿Cuánto tiempo la estoy asumiendo?
Plantear preguntas sencillas para volcarlo en lo real y salir del maremágnum infinito sin resolver: ¿Qué tipo de actividad de cuidados repetida en el tiempo estoy asumiendo? ¿Cuánto tiempo la estoy asumiendo? ¿Cuáles es la naturaleza de la actividad o acción o repetición en el tiempo que sostienen cuidados hacia otros cuerpos? ¿Qué tipo de riqueza/potencia genera la actividad que estoy sosteniendo en el tiempo para el cuerpo social? ¿Riqueza psico-afectiva? ¿Riqueza logístico-matérica? ¿Riqueza intelectual? ¿Riqueza animal-humana? ¿Riqueza de sostén alimenticio?
La cosa sería revelar con estas preguntas si el trabajo que asumo sostenido en el tiempo forma parte de la estructura pública de sostén del cuerpo social: ¿Es mi cuerpo una herramienta pública al sostener los cuidados de otros cuerpos necesitados de los cuidados para su desarrollo deseable? ¿Qué valor tiene asumir acciones y actividades sostenidas en el tiempo que posibiliten condiciones vivibles para otros? ¿Cuáles es la responsabilidad del estado en el sostén de los cuerpos necesitados de cuidados? Si no preexistimos a nuestras relaciones (como nos dice, Haraway), ¿cómo establecemos la relación entre mi cuerpo como herramienta pública y las condiciones vivibles del cuerpo social?
Quizá la estrategia, o una de las estrategias, sería la de dejar de hablar de cuidados en genérico, y pasar a llamarlo trabajo. Trabajos que asumimos de manera no-remunerada, negada y devaluada. Quizá nombrar de manera específica, con el lenguaje del amo (muy a pesar de Audre Lorde) posibilite resolver el dolor, enfermedad y pobreza que este problema, sin resolver, genera en millones de mujeres, en millones de cuerpos.