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Filosofía
Parménides en Las Ramblas: el ser, la patria y la democracia
Resulta evidente que los cambios no gustan al poder. Tal rechazo, a veces casi histérico, no se basa únicamente en el miedo a perder su posición dominante, sino también en una concepción de lo real que surge en los mismos orígenes del pensamiento occidental.
Parménides de Elea supone la primera tentativa de explicar desde la filosofía qué es el ser. La conclusión a la que llega el fundador de la escuela eleática es que de lo real únicamente puede decirse que es, quedando dicho ámbito caracterizado como Uno, Indivisible e Inmutable. Todo lo demás no es, o lo que es lo mismo, es la nada, imposible siquiera de ser objeto de pensamiento. Lo real quedaba así identificado como algo acabado, estático y sin posibilidad de alternativa, ajeno al famoso “todo fluye” de Heráclito y, por tanto, a los vaivenes de la Historia.
Parménides inaguraba de este modo una tendencia en la concepción de lo real que se traduciría de mil maneras diferentes a lo largo de la historia de la filosofía occidental. Lo real, pero también el ser de lo correcto, de lo justo, de lo democrático y, al fin y al cabo, de la propia identidad, quedaba atrapado en este dualismo simplista tan del gusto del poder, tan fácil de hacer llegar a los votantes en las lógicas electoralistas que nos ha tocado vivir. Y es que, al fin y al cabo, tal y como indicaba Marx, “la ideología dominante es la de la clase dominante”.
Pero más allá de las simplificaciones de lo real, hay en el espíritu parmenídeo otro elemento que supone una concepción también muy del gusto del pensamiento conservador: si el ser es, todo cambio social, político o económico queda condenado al ámbito del no-ser, con lo que dicha concepción de lo real desemboca irremediablemente en una justificación sin paliativos del statu quo.
Esa definición, en nuestro caso, la representa la Constitución del 78, como logos, único y absoluto, del ser político democrático del Estado español y de lo que es ser español
El pensamiento griego clásico —no sin dificultades— daría un paso más y haría de la definición el lugar en el que el ser, a través del lenguaje, muestra la objetividad de su racionalidad. El logos —entendido como “palabra” pero también como “razón”— suponía así la expresión exacta y acabada de lo que es. Todo lo no contemplado en dicha definición nos abocaría, irremediablemente, al ámbito parmenídeo del no-ser.
La Constitución del 78 como logos democrático
Mucho se ha hablado de la lucha por imponer un relato concreto acerca de lo que sucede en Cataluña. A la luz de la concepción griega del ser, sin embargo, podríamos añadir que también se trata, especialmente desde el españolismo parmenídeo, de la lucha por imponer una definición de lo que es: aquella que fundamenta racionalmente el orden político actual. Un relato no deja de ser, al fin y al cabo, una construcción con matices subjetivos; una definición, no. Esa definición, en nuestro caso, la representa la Constitución del 78, como logos, único y absoluto, del ser político democrático del Estado español y de lo que es ser español.Así, la machacona referencia a la Constitución del 78 como único referente de lo político en el Estado español, responde a los intereses de los poderes que la redactaron no solo en los aspectos más evidentes, muestra también lo “profundo” del pensamiento conservador y de su concepción del ser: salirse de la definición constituyente de lo que es lo político, supone salirse de los límites de lo racional, de lo que es.
Ser, adoctrinamiento y poder
Desde el punto de vista de quien defiende lo real como algo acabado, la imposición de esta realidad nunca puede entenderse como adoctrinamiento, sino únicamente como el reflejo fiel del statu quo como única realidad posible. Así, esta educación, que podemos denominar “realista”, entenderá como básico para la convivencia una actitud acrítica hacia los “valores constitucionales”, que se mostrarán como absolutos en escuelas y medios de comunicación. Qué es “España”, la propia definición de democracia o, incluso, qué deba considerarse un golpe de estado, tendrá como exclusivo referente la propia Constitución del 78, única garante de un orden político alejado del no-ser.Adoctrinar, por el contrario, consistirá en toda apuesta por mostrar la posibilidad de una realidad alternativa (de antemano relegada al ámbito del no-ser), ya se trate de una nueva ordenación territorial o de un cambio en los desequilibrios sociales, políticos y económicos. Ontológicamente, y de manera ideológicamente interesada, una nueva definición del ser nos abocaría, según el poder, al terreno parmenídeo del no-ser: al desastre colectivo, a la tragedia y al caos, tal y como no se cansan de recordarnos los amantes de “lo real”.
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Estoy de acuerdo con Parménides, El Ser es lo Real, pero el Ser no existe, sino que da origen a lo que existe. Y todo cuanto existe esta sujeto a transformación y a las leyes de la polaridad. Por tanto, identificar al Ser, con cualquier objeto existente es una falacia. Y como consecuencia la Constitución, sea la que sea ha de ser revisable, pues las sociedades evolucionan conforme lo hacen los seres humanos que las componen, por ello, sus leyes van quedando obsoletas y hay que renovarlas. En el caso de Cataluña, es obvio que el derecho a la autodeterminación de los pueblos es un requisito para la democracia. La conducta del Gobierno no sólo es anacrónica, sino profundamente antidemocrática, al tratar de impedir la libre expresión de un pueblo. Y se convierte en un Gobierno tiránico y terrorista al utilizar, para ello, la violencia.