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Toledo —el pseudónimo que eligió para el presente texto— cayó en desgracia un día de 2011. Él, como tantas personas, vivió en carne propia el derrumbe de aquella España próspera que desde 2008 comenzó a caer al mismo ritmo que el precio del ladrillo. Ese día —uno caluroso de agosto, recuerda— perdió el trabajo. Y al poco tiempo, su patrimonio: un piso de 100 metros cuadrados, que terminó en manos del banco porque no pudo seguir pagando la hipoteca. A partir de ese momento, las noches en vela, las tardes en soledad con una lata de cerveza en los bancos de su barrio y las mañanas en las que en la nevera solo quedaba un yogur caduco se convirtieron en una constante. Como si su vida encajase en el guión de Los lunes al sol. Solo que sin el mar gallego de fondo.
Él había trabajado en la construcción, como carretillero y como conductor de camiones, pero la agresiva política de recortes de Mariano Rajoy en diciembre de 2011 lo mandó, como a muchos otros, a la calle. Con casi cinco décadas a cuestas le resulta cada vez más difícil conseguir una oportunidad en el mercado laboral. En total, estuvo tres años sin trabajo. Tres años de latas de cerveza en un banco mirando el móvil después de pasar el día entregando currículums. Los mismos tres años en los que le “pasó de todo por la cabeza”, según recuerda. Hubo días en los que solo salía de la cama para no preocupar más a su madre, a su mujer y a su hija. Pero un día, en plena desesperación y con un billete de avión en la mano para irse a buscar suerte a un país latinoamericano, un vecino suyo le dijo que hiciese un último intento echando un último currículum. Por probar. Y así lo hizo. Ese mismo día le llamaron de un trabajo que, pese a la dureza de su día a día, le ha permitido llenar la nevera y salir de la depresión: la basura.
En la recogida de residuos existe un trabajo con remuneraciones muy atractivas —hasta 3.000 euros al mes—. Y él tuvo suerte, y consiguió trabajo en este sector. Pero no todo ha sido color de rosa.
—¿Es duro trabajar en la recogida de basuras?
—Duro es estar tres años sin trabajar. Y sin saber cuándo vas a volver a hacerlo. Eso es lo peor que hay. Pero si por duro te refieres a pasar 16 semanas trabajando sin librar un solo día, pues entonces sí. Y con algunas jornadas nocturnas. Yo he tenido suerte, porque iba conduciendo el camión. Pero cuando te toca ir atrás, descargando los cubos, llegas a casa hecho polvo. No es un trabajo para cualquiera, hay que ser muy fuerte. En todos los sentidos.
—Entre 2.000 y 3.000 euros al mes no está nada mal.
—En absoluto. Pero créeme, te los tienes que ganar. Es, sin duda, un salario muy atractivo, porque dime quién gana eso hoy en día en los puestos de trabajo. Es por eso que en esto hay gente de lo más variopinto. Hace poco estaba un ingeniero químico entre nosotros. Y otro que había sido director en una empresa de marketing, también. A ese lo habían despedido, no encontró curro y terminó en esto.
Aunque la remuneración es equiparable —o superior— a la de alguien con estudios universitarios y de posgrado, las jornadas laborales y los horarios tan impredecibles hacen que este trabajo, como bien dice Toledo, “no sea para cualquiera”. Toledo no ha podido hacer planes familiares o de vacaciones en mucho tiempo —la jornada nocturna comienza a las 23h y termina a las 6h del día siguiente—. “Ya puedes estar en pijama en casa, a la hora que sea, pero si suena el móvil sabes que te están llamando para trabajar. Y no puedes negarte, porque si no al día siguiente ya no te llamarán más. Y no trabajar es no cobrar, y no cobrar es no comer”, explica este hombre un día después de su último día de trabajo. “Espero que me vuelvan a llamar pronto”, dice animoso. Y lo hace con la fuerza de quienes lo han perdido casi todo. De quienes, como él, no olvidan los días en los que en la nevera solo se puede encontrar un yogur caduco.
Pero no solo ha sido difícil por eso, sino que las condiciones de los contratos tampoco hacen que éste sea un trabajo sencillo. España sigue estando a la cabeza en el número de contratos temporales dentro de la Unión Europea. Según los últimos datos de la Comisión Europea, solo el 8% de los temporales se convierten en fijos. Y esa es la situación de Toledo: trabaja con contratos de baja duración. “Así te pueden tener durante años”, cuenta. Él lleva cuatro.
“Con la edad que tengo, si no es aquí, ¿quién me va a dar trabajo?”, comenta. “Llevo tiempo esperando a que me hagan fijo. Porque me lo merezco, he hecho bien mi trabajo y he cumplido siempre. Y no negaré que escuece cuando ves que a un chaval que apenas tiene un año con el carnet para conducir o que lleva solo un año trabajando le dan un contrato indefinido”, zanja.
La entrevista ha concluido y Toledo se dispone a hacer una escala antes de llegar a casa. La misma que hacía unos años atrás para evadirse de la desolación que veía en la nevera y en su panorama laboral. Es decir, en alguno de los bancos de su barrio, y con una cerveza en la mano. Solo que hoy es más optimista. Ahora espera que sus esfuerzos rindan frutos y pronto pueda conseguir el contrato.