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La semana política
Sálvame de la reforma laboral
El Ejecutivo no aclara cómo se accederá a partir de mayo al Ingreso Mínimo Vital y apenas comunica nada nuevo sobre reforma fiscal para acometer el gasto público derivado de la crisis del coronavirus. Pero Sálvame, el espectáculo de variedades de Tele5, da aire al Gobierno durante la sexta semana de confinamiento.
El caso no hay que explicarlo aquí. O quizá sí. Un asunto de cuernos que involucra a un prototípico galán de las afueras de la jet set y que es destapado involuntariamente por un colega suyo durante una transmisión en directo. Como si fuera la trama de una de esas novelas de destape financiero que prosperaron en el desarrollismo franquista, el culebrón muestra a un par de cachorros del poder expuestos al show de las vanidades pasadísimas de rosca de Sálvame. La novedad es que en esta batalla cultural, los objetos de burla son heterosexuales privilegiados y con un máster en pelar la pava en las cafeterías de la calle Serrano de Madrid.
Gracias a su instinto de folclórico, y crecido por el efecto de despellejar de dos profesionales a sueldo de la prensa de derechas, el conductor del programa, Jorge Javier Vázquez, ha situado un nuevo meme con el que interrumpe dos años de expansión de la extrema derecha en el “sentido común”. Este presentador ha lanzado a su audiencia de tres millones de personas el mensaje concreto de que ser “facha” sigue siendo una cosa rancia: no políticamente incorrecta, no una opción disruptiva, sino la misma opción vital antipática, siniestra y potencialmente criminal de toda la vida. Tras más de dos años de normalización del discurso ultra en las cadenas de Mediaset y Atresmedia, el mensaje de la nueva normalidad es “si pasas una mala racha, no te folles a un facha”. Desescalada de la amenaza fascista en el programa de moda.
El error es pensar que el mercado de la atención es accesible, que hay una libre competencia y que es posible intervenir en ese mercado. No la hay, no es posible
La corte de Sálvame reclama lo que es suyo a quienes han convertido la política de oposición en un espectáculo lisérgico. Esta semana, el más alucinante de los shows de la “política real” lo ha protagonizado Isabel Díaz Ayuso con su defensa de la dieta antibolivariana en la Asamblea de Madrid y su posterior baño de masas en el cierre del hospital de campaña de Ifema. A su lado, Sálvame tiene la ventaja de que sabemos que solo se trata de entretenimiento, nada de lo que ahí pasa es normal.
Sálvame o el cuello vuelto
Hay un error de partida y es pensar que la atención se reparte por igual, según las apetencias y el interés legítimo de cada quien como individuo. De esa confusión sale un diagnóstico equivocado, y de ese diagnóstico salen dos grandes posturas, inalteradas desde hace la tira de tiempo. La primera señala que programas como Sálvame embrutecen y agrupan a borregos, que la “telebasura” es una adormidera imprescindible para que el sistema ruede. La segunda lanza la idea de que es importante tratar de llegar allí donde está el público, colar mensajes en ese escenario hiperrealista, entender que es una expresión más de la cultura popular y que el error es renunciar a intervenir sobre ella.
El error es pensar que el mercado de la atención es accesible, que hay una libre competencia y que es posible intervenir en ese mercado. No la hay, no es posible. La tele funciona en régimen de oligopolio y en sus consejos de administración no se debate sobre la alta o la baja cultura, ni siquiera sobre la cultura a secas, sino sobre cómo fortalecer ese dominio. Mediaset es el primer grupo mediático en facturación, algo así como el McDonalds de la tele en España. En febrero presentó unos beneficios de 211 millones. Un dispositivo hecho para promocionar el sistema que lo hace posible y que no puede ser intervenido o hackeado.
La televisión tiene mayor índice de penetración que cualquier otro medio. Los contenidos escritos están a la cola en ese índice. Dicho de otra forma, un artículo random como este será visto aproximadamente por el mismo número de personas que ven cada edición de Sálvame completamente desnudos, con un turbante sobre la cabeza y tomando vino lambrusco, es decir, calculando a ojo, unas mil personas.
En cierta medida es tranquilizador: da igual lo que hagamos, es terreno vedado, así que podemos hacer otras cosas. Puede intervenirse en la cultura, o en la actualidad, desde la certeza de que nunca formaremos parte del espectáculo de variedades de Sálvame. Y no pasa nada.
Sin embargo, hay momentos en los que esa híper-televisión cumple una función distinta a la habitual. Como los bufones de las cortes clásicas, con una mueca o una canción permite desbloquear un nervio, romper un bucle. Trasciende la fórmula de ser un vehículo lujoso para la publicidad e interviene espectacularmente sobre la actividad política. El “merlosgate”, esta semana, ha tenido la capacidad de aliviar la tensión respecto a la crisis sanitaria y retrasar unos minutos el reloj de la ultraderecha. Una desescalada de la incertidumbre y los miedos que nada, salvo Sálvame, podía lograr a ese nivel masivo.
La atención en la economía
La situación estaba lejos de ser controlada. El debate sobre el desconfinamiento aún salpicaba al Gobierno que, no obstante, tiene algo más importante sin resolver. Todavía no se conoce la letra del Ingreso Mínimo Vital, que debe entrar en vigor provisionalmente desde este mes de mayo. Se trata de la clave de bóveda del proyecto de supervivencia del Gobierno, la tabla a la que agarrarse cuando, el 28 de julio, en la temporada de verano más insólita que ha vivido el turismo español desde los años 70, se publique la Encuesta de Población Activa del segundo trimestre.
La nueva normalidad, el concepto con el que Pedro Sánchez proyecta la situación del verano y el otoño de 2020, tendrá como marco legal la misma reforma laboral de 2012
Sin ese ingreso mínimo vital funcionando bajo criterios simples, sin requisitos burocráticos que lo distorsionen, el Gobierno tendrá muy difícil resistir la presión de la oposición. La inocencia no abunda ni en los platós ni en los despachos de La Moncloa: del ERTE al ERE hay poco más que la T de tres tardes.
La nueva normalidad, el concepto con el que Pedro Sánchez proyecta la situación del verano y el otoño de 2020, tendrá como marco legal la misma reforma laboral de 2012 que convirtió en normalidad los contratos por hora, las empresas multiservicios y los falsos autónomos. Las compañías aprovecharán la estructura de un mercado de trabajo diseñado para contraerse en los tiempos de incertidumbre. Sin la estabilidad que se busca con una renta mínima suficiente, al Gobierno no habrá escándalo frívolo que lo salve.
Competir con la vieja normalidad y no salir escaldado depende de la política de rentas que apunta el Ingreso Mínimo Vital y de una reforma fiscal que el Gobierno aun guarda bajo siete llaves.
No es previsible que para acometer esa reforma fiscal Sánchez cuente con el apoyo de Mediaset ni de su programa estrella. Será un camino que el Gobierno caminará casi en total soledad. Probablemente se quede a medias en esa ruta, pero si no comienza a andarlo, es difícil que resista a la anunciada caída del 9% del PIB y un paro que en el segundo semestre del año afectará al 20% de la población, y a la precarización de las condiciones de quienes no entran en esa estadística gracias a la reforma de 2012.
De momento, la lentitud de la Unión Europea para poner en marcha el plan de reconstrucción da algo de tiempo antes de que Sánchez atraviese el pasillo que obligatoriamente le debe enfrentar con los intereses del sector financiero, el gran capital internacional y las grandes fortunas de España.
Esta semana, las andanzas de un periodista casquivano han rellenado los últimos días antes de poder pisar la calle.
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Acabo de ver Sálvame completamente desnudo, con un turbante sobre la cabeza y tomando vino lambrusco, además con unos telepizza.