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Fotografía
Strindberg y la incomodidad de la memoria imperfecta
El 11 de julio de 1897, partió de Svalbarg el Örnen, un globo aerostático que debía atravesar el Polo Norte en aproximadamente un mes. Pero el transporte, bautizado irónicamente águila en sueco, tuvo un vuelo de lo más accidentado hasta que tres días después de partir quedó atrapado en una tierra inhóspita y cubierta por el hielo. Durante meses los tres aventureros recorrieron el espectral territorio hasta que tras romperse el témpano en el que sobrevivían fallecieron.
En aquella expedición se encontraba el joven fotógrafo Nils Strindberg, quien consiguió capturar con gran pericia la odisea a través de siete carretes guardados en tubos de cobre. Cuatro de ellos no pudieron recuperarse al quedar expuestos mientras que el resto se encontraron en mal estado debido a la humedad a la que había estado sometida la caja. Las fotografías originales son extrañas visiones que cuesta interpretar a primera vista, con unos protagonistas desdibujados que son carcomidos por el paso del tiempo sobre el formato fotográfico.
Este hallazgo es el punto de partida del libro Revelaciones —construido por dos ensayos de Joan Fontcuberta y Xavier Antich— que se adentra en una reflexión acerca del formato fotográfico como objeto sufriente y lo dota de características tan interesantes como la memoria o el derecho al olvido.
Como suele suceder en estos casos, los negativos encontrados se positivaron y “limpiaron” todas las impurezas que el paso del tiempo había dejado en el carrete. En 1995, Rigmor Soderberg presentó una exposición donde comparaba las fotografías originales con aquellas que fueron retocadas y la crítica fue bastante unánime: preferían el contenido retocado porque contenía un aura más romántica y misteriosa. Las fotografías originales eran grotescas y más complejas de interpretar por los visitantes.
Tal y como reflexiona Fontcuberta en Revelaciones, lo habitual es que el fotoperiodismo nos aproxime a una imagen que muestra sufrimiento, pero en este caso la imagen no era mensajera ni estímulo de dolor, sino el objetivo sufriente. Porque la belleza nos impide conectar con otras emociones.
Esto contrasta enormemente con las cartas que Strinberg escribió a su prometida, donde aseguraba que cada negativo que impresionaba no era más que una memoria en potencia. ¿Deseaba entonces el fotógrafo que las fotografías se convirtiesen en la memoria de sus vivencias? ¿Hubiese preferido que el formato herido permaneciese intacto?
Existe en nosotros una necesidad de borrar el paso del tiempo que narra Fontcuberta con gran acierto a través de la exposición Sconosciuto de Paolo Gioli. Este fotógrafo recuperó el archivo de negativos de vidrio de un antiguo retratista italiano que retocaba las fotografías borrando las características menos interesantes de los retratados y añadiendo otras. Lo curioso es que la mala conservación de las placas hizo que la imagen se desvaneciese y solo dejase al descubierto el retoque. Una especie de fantasmas desdibujados que parecen reirse de nuestro intento por maquillar la realidad.
Las fotografías ya no son notas al pie de nuestra memoria ni pequeños recortes que completan nuestro puzle. La era digital ha colectivizado nuestros recuerdos y perfeccionado la memoria, difuminando la posibilidad de que ciertas cosas simplemente se desvanezcan o vivan en nosotros como pequeños fantasmas que nos acompañan.