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Insólita Península
El último cine de La Puebla de Montalbán
La Puebla de Montalbán se encuentra a 32 kilómetros de Toledo (por la carretera CM-4000). El antiguo cine El Túnel está situado entre la calle del Caño Grande y la plaza Mayor de esta localidad.
Victoriano Gómez tiene 78 años y la capacidad de atender con prudencia a quien le pregunte por el cine El Túnel, cuyas salas de invierno y verano, sin actividad desde hace una década, permanecen escondidas junto al pasadizo cubierto que da acceso a la Plaza Mayor de La Puebla de Montalbán.
La localidad toledana es conocida por ser cuna de Fernando de Rojas, el autor de La Celestina (1499), y sus calles, entre conventos y un palacio renacentista, pueden sumergir al paseante en otro tiempo. Con el pensamiento en Calisto y Melibea, tal vez en Sempronio, la sacudida resulta notable, pues al menor despiste el paseante se ve expulsado del casco histórico y lanzado contra las casas de ladrillo y los atascos rurales. Esta hibridación del ayer y el hoy, de los restos del pasado monumental y el presente acelerado, es tal vez un sello peninsular. ¿Quién sabe si no estaremos ante una marca que deberá ser reconocida y preservada?
Pero volvamos a Victoriano Gómez, propietario del cine El Túnel, que, con amabilidad y frases cortas, no tiene inconveniente en abrir la sala (de invierno) y mostrar el tiempo detenido. Al parecer, nada ha cambiado en estos diez años. Las butacas se deslizan en un espacio rectangular con paredes azuladas decoradas con motivos sobrios. Un ventanuco lateral deja entrar un punto de luz que ilumina la pantalla. La oscuridad y el silencio no son muy distintos de los que aún se encuentran en esas iglesias recónditas cuya puerta abre un lugareño con una llave inmensa. Las salas de cine cerradas son iglesias de incierto futuro. No quedan aquí cualidades monumentales, tampoco negocio. Las salas cerradas son espacios efímeros, a punto de desaparecer.
“Propietario de un negocio un poco ruinoso”, dice Victoriano. De un cine que estuvo abierto sesenta años y que al principio daba películas todos los días. Del tiempo sagrado de la infancia, Victoriano recuerda la emoción que le produjo Atila: hombre o demonio. Primero lo llevaba su padre y con el tiempo él se hizo cargo. “Tuve que sacarme el carnet de operador, en Madrid”, recuerda. Eran los años cincuenta y sesenta. Las décadas de los cines llenos y las dobles sesiones, de las butacas reservadas para todos los domingos.
Y luego llegó el vídeo y el Ayuntamiento, que se empeñó en dar cine en la plaza. Y poco a poco, como en cualquier parte, llegaron los cierres. En La Puebla de Montalbán hubo tres cines. El Túnel fue el último en cerrar. Lo cuenta quien lo vivió de principio a fin y aún conserva los proyectores Philips. Cogen polvo en una cabina desde la que se proyectaban las películas sobre el muro blanco de un patio: el cine de verano. En ese patio, ante el cielo limpio de una mañana de septiembre, suenan las palabras de un hombre que recuerda a los artistas y los cómicos que por allí pasaron. De un hombre que espera un comprador, un futuro propietario que hará cualquier cosa con ese espacio menos un cine.
El breve encuentro con Victoriano Gómez y su cine cumple el deseo de quien ha pasado delante de muchos cines cerrados y ha tenido el deseo de ver su interior. Un deseo que nace de la intuición de que allí se ha quedado algo para siempre.
Y, al despedirme, he recordado una entrevista —o algo parecido— que le hice a Elías Querejeta hace quince años. También pronunciaba frases muy cortas, casi inaudibles. Comía solo detrás de un biombo en un restaurante del norte de Madrid en el que le llamaban don Elías. Recuerdo una cubitera en la que se enfriaba el vino blanco. Recuerdo sus ojos pícaros, su sonrisa y su curiosidad por los detalles. Días después, Querejeta tuvo la amabilidad de enviarme un artículo que apareció publicado en la revista Academia. Era un texto en el que evocaba un encuentro de jóvenes cineastas con Jean Renoir en la plaza San Marcos de Venecia con motivo del festival de cine del año 1968. Un encuentro que nunca existió. Alguien solicitó a Renoir que diera una definición del cine y el director francés contestó: “Un lugar cerrado, una sala que queda a oscuras, una pantalla que se ilumina y en la que, de pronto, se mueven hombres, mujeres y objetos. Para mí eso es el cine”.
Ese lugar cerrado que se queda a oscuras, una pantalla que se ilumina. El recuerdo de esa sacudida todavía sobrevive en El Túnel, el último cine de La Puebla de Montalbán.