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Insólita Península
El Imperio del Sol se pone en Trebujena
Cuentan los libros de historia que el 7 de diciembre de 1941 la Armada Imperial Japonesa atacó la base estadounidense de Pearl Harbor. Japón entró entonces de lleno en la Segunda Guerra Mundial y sus soldados ocuparon ese lugar internacional y fronterizo que era Shanghái. En aquel Shanghái de comienzos de los años 40 vivía con sus padres un niño de once años llamado J. G. Ballard. Formaba parte de la comunidad británica acomodada, de los colegios de uniforme y las fiestas de disfraces. Con el tiempo, Ballard se convirtió en un reconocido autor de ciencia ficción y en 1984 publicó una novela de tono autobiográfico titulada El Imperio del Sol. En una breve nota al inicio del libro, Ballard señalaba: “En su mayor parte, esta novela se funda en acontecimientos que observé durante la ocupación japonesa de Shanghái y en el campo de Lunghua [un campo de prisioneros al sur de Shanghái]”. Poco tiempo después, el material narrativo de Ballard se transformó en un guion cinematográfico firmado por Tom Stoppard. Finalmente, en 1987, el director Steven Spielberg comenzó el rodaje de El Imperio del Sol.
Llegados a este punto, el posible lector o lectora de este texto de Insólita Península —el número 47, que pone fin a esta serie— se preguntará tal vez qué tienen que ver Shanghái o el campo de prisioneros de Lunghua con la península ibérica. La respuesta se halla en la localización elegida por Spielberg para situar el campo de Lunghua. En la primavera de 1987, una llanura junto al Guadalquivir en el municipio de Trebujena (Cádiz) se convirtió en un campo de prisioneros de los años 40; se transformó en el terreno desolado en el que Jim, el protagonista de la historia, sobrevive entre la niñez y la adolescencia mientras el mundo entero parece a punto de ser derribado.
Esta última postal insólita se sitúa en Trebujena. Hasta esa localidad gaditana viajé el pasado mes de agosto para situarme en el lugar preciso en el que se rodó ‘El Imperio del Sol’
Esta última postal insólita se sitúa en Trebujena. Hasta esa localidad gaditana viajé el pasado mes de agosto para situarme en el lugar preciso en el que se rodó El Imperio del Sol. Había leído algunos artículos sobre el rodaje y los recuerdos de quienes participaron como figurantes, pero temía no dar con el lugar exacto, con el espacio casi mágico que se transformó gracias al cine en un campo oriental y crepuscular.
En Trebujena, me dejé llevar por la calle que ascendía en suave pendiente entre casas encaladas hasta la plaza Federico García Lorca. Y luego curioseé por la plaza situada entre el Ayuntamiento y la parroquia de la Purísima Concepción. Para entonces, un viento constante llegado del Atlántico predominaba en cada esquina. Sabía que el lugar que buscaba estaba retirado del núcleo urbano, en una llanura cerca del Guadalquivir. Pero me apetecía preguntar y tratar de acercarme al que fue el terreno del rodaje con la información que me pudieran proporcionar los vecinos.
Un hombre joven me indicó cómo ir, pero no supo ubicar el lugar exacto. “Yo era muy chico”, se disculpó. Otro vecino, sin sorprenderse por mi curiosidad, pronunció el nombre de un cortijo: “Alventus”. Sí, sabía que esa era la referencia, pero me parecía que no iba a ser suficiente. Así que insistí. Un grupo en torno a un tractor me dio indicaciones precisas para que me acercara en coche hasta las proximidades del río y preguntara allí, en el cortijo Alventus. Les hice caso.
A unos cuatro kilómetros en dirección noroeste del núcleo urbano de Trebujena se encuentra el cortijo Alventus. Hasta allí llegué mientras caía la tarde. A algo más de un kilómetro del cortijo un pequeño embarcadero se asoma a las aguas del Guadalquivir. Hasta él me acerqué y pregunté de nuevo. Entonces un joven me indicó el lugar exacto en el que Jim sobrevivía y crecía en la película de Spielberg: un terreno de grandes proporciones entre dos caminos, el que discurre junto al río en dirección suroeste y el que, ya en el interior, atraviesa la llanura también en dirección suroeste. Volví sobre mis pasos y me situé en uno de los ángulos del terreno —muy cerca del cortijo Alventus—. Para mi sorpresa, un pequeño cartel alusivo a la película se encargó de despejar cualquier duda. Sí, ese era el lugar.
¿Qué hacer cuando llegas a un lugar que has imaginado y soñado? Supongo que no queda más remedio que mirarlo de mil formas distintas para tratar de recordarlo. Pensé en los colores del sol en la película y en la canción de cuna que suena tres veces a lo largo del metraje: “Suo Gân”. Una canción galesa, delicada, en la que una madre le dice a su hijo que duerma tranquilo, que nada le asustará.
La tarde se iba apagando. El horizonte parecía un espacio sin tocar. Contemplé la puesta del sol desde el embarcadero mientras un barco surcaba el río. Creo que pensé en la palabra “fin”.