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Insólita Península
Cruz y bullicio
Hay ciudades a las que merece la pena llegar en tren. Monforte de Lemos (Lugo) es una de ellas. Lo pensaba mientras el vagón del tren regional Vigo-Ponferrada abandonaba Ourense y a la derecha aparecía el río Miño, hundido entre la espesura de la vegetación. Y lo seguí pensando cuando el tren cruzó el Miño y esta vez fue el río Sil el que quedó a nuestro lado. El agua discurría encajada entre las montañas. Algún viñedo asomaba en las terrazas cultivadas. Los elementos se sucedían con fuerza: un túnel, una masa de eucaliptos. Todavía remontamos otro río, el Cabe, y, solo cuando el paisaje se abrió, quedó claro que estábamos llegando a Monforte.
La estación de Monforte tiene la anchura generosa de los nudos ferroviarios y el barrio adyacente refleja la importancia que para la ciudad tuvo —y tiene— el tren. Desde ese barrio caminé hasta el casco histórico. Lo hice en dos ocasiones y por dos rutas diferentes.
La primera ruta la realicé una tarde de sábado. Seguí sin desviarme la rúa Doutor Casares hasta la rúa do Comercio y fui a desembocar en la plaza de España. Observé los habituales contrastes entre edificios singulares y pisos de ladrillo. Caminé sin detenerme demasiado.
La segunda ruta la disfruté un domingo por la mañana. Seguí la rúa Doutor Casares hasta que pude desviarme a la derecha por el paseo do Malecón. Y, de pronto, descubrí unos jardines junto al río Cabe, apacibles, con una estética casi holandesa. Caminé despacio, muy despacio. Y mientras me entretenía en la rúa das Hortas y en la rúa Cardenal, antes de terminar en la plaza de España, fui consciente de un asunto muy obvio que con frecuencia pasa desapercibido: el estado de ánimo de quien pasea determina el sentido de lo que contempla.
La rúa Falagueira recuperó su nombre en 1989. Al pisar las piedras de la calle y contemplar el horizonte, sobreviene la imagen de todo lo perdido
La plaza de España era el punto de partida del vagabundeo que me había propuesto: un recorrido ligero por las calles de la zona de pasado judío. Aquí he de recurrir a la información que proporciona la guía turística editada por el concello: “La comunidad judía establecida en Monforte fue una de las más numerosas de Galicia. No residían en un barrio específico, sino que convivían con el resto de la población repartidos en varias zonas, por lo que es más acertado decir el que el burgo medieval de Monforte era ‘una zona de ámbito judío”.
Pues bien, esta zona donde vivió población judía conserva aún hoy en sus calles los nombres de diversos oficios —Pescaderías, Zapaterías— y va ascendiendo con pendientes acusadas hasta la rúa Falagueira, cuyo tramo principal está situado entre la puerta de la Alcazaba y la puerta Nueva.
Y en Falagueira, en el atardecer de un sábado, como si hubiera llegado a mi destino, me detuve. Se trata de una calle que describe una curva suave: casi un arco con vistas a Monforte. Desde esta altura, al contemplar la ciudad, los blancos y los ocres de las fachadas contrastan con los tejados oscuros. Allí abajo, el tejido urbano se asemeja a una acumulación de construcciones heterogéneas en torno a un monte.
Intuí que en Falagueira el tiempo transcurría con un ritmo distinto. Algunas casas de épocas diversas, junto a terrenos cultivados o entregados al monte, parecían envolver la calle. Pero la calle respiraba, con calma, como si disfrutase de su condición de mirador. En el lugar más apropiado para la observación del sur, dos olivos acompañaban una placa con un texto con el siguiente encabezamiento: “En lembranza da comunidade xudía e xudeo conversa monfortina que, ó longo dos séculos, coas súas vivencias e co seu traballo, contribuíron á construción e á existencia de Monforte de Lemos”.
Varios de los artículos que he consultado coinciden en señalar que en la rúa Falagueira se encontraba la sinagoga y que, tras la expulsión de los judíos en 1492, la calle pasó a denominarse Cruz: un cambio habitual en las juderías, que mostraban así, al menos con un nombre, su adhesión a la fe cristiana.
Entre los dos olivos que crecen desafiando al viento, me pregunté cómo sería ese instante de la historia en el que la calle cambió de nombre. Según esos mismos artículos que indagan en el pasado de esta calle, Falagueira remite a la voz gallega fala, que pude traducirse como ‘bullicio’. ¿Quién hubo de levantarse una mañana y cambiar cruz por bullicio? ¿Recordarían las familias judeoconversas el nombre original con el paso de los años? ¿Lo recordarían las familias sefardíes de la diáspora?
La rúa Falagueira recuperó su nombre en 1989. Al pisar las piedras de la calle y contemplar el horizonte, sobreviene la imagen de todo lo perdido.
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Un texto muy evocador, walseriano. "Dejar al mundo ser", acceder a lo otro.
Gracias.