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Industria textil
Moda plástica, ropa basura
Coordinador de Clima y Medio Ambiente en El Salto. @PabloRCebo pablo.rivas@elsaltodiario.com
La vicepresidenta segunda del Gobierno, Yolanda Díaz, se reunía con el papa Francisco a mediados de diciembre en el Vaticano. Como muestra de afecto, la también ministra de Trabajo regalaba al pontífice una estola bordada por religiosas de la orden de las Carmelitas Descalzas con fibras recicladas de botellas de plástico. En concreto, de envases de Tereftalato de Polietileno (PET), un polímero plástico derivado del petróleo y uno de los termoplásticos más resistentes del mercado, conocido, entre sus múltiples usos, por ser el utilizado para fabricar botellas.
Aunque el doctor Nicolás Olea, catedrático de la Facultad de Medicina de Granada, no pone en duda la buena intención de la ministra de Trabajo, comenta entre jocoso y resignado que quizá obsequiar al pontífice con ese presente no fue la mejor idea: “Es el greenwashing llevado a los altares de Roma, la estupidez de la estupidez”. Aunque el problema de fondo, opina, es que probablemente la vicepresidenta “no sabía lo que estaba haciendo”.
Olea, quien lleva dos décadas estudiando la toxicidad de los plásticos, plantea que hubiese sido mejor una estola de lana merina “para promocionar la ganadería extensiva” o de algodón orgánico del bajo Guadalquivir o de las sederías de la Alpujarra granadina, fibras ambas en las que la industria de los combustibles fósiles no tiene nada que ver, y en cuyo consumo prima el componente local.
El poliéster se ha convertido en la materia prima base de esta industria: supone más del 50% de las fibras
“Es un cambio de mentalidad que la vicepresidenta haya regalado algo producido con algo reciclado”, apunta por su parte Celia Ojeda, bióloga y responsable de Océanos y Pesca en Greenpeace España, “aunque hubiese sido mejor que fuese algo reparado, reutilizado o cosido con fibras diferentes, sostenibles”. De hecho, Gema Gómez, de la plataforma Slow Fashion Next, alerta del “peligro de asociar sostenibilidad con poliéster reciclado”. Así que cuidado con todo lo que parezca o lleve la etiqueta eco: por muy reciclado que esté, sigue siendo plástico, y su uso tiene consecuencias.
El PET es, en realidad, un tipo de poliéster, un término fácil de encontrar en las etiquetas de las prendas actuales. “Es el mismo monómero —molécula— y el mismo tipo de cadena: uno sacado en lámina, el PET, y otro en hebra de hilo, el poliéster. Por eso el paso de uno a otro es fácil”, explica el catedrático. No es un material raro de encontrar. De hecho, empieza a tener una cualidad divina: la omnipresencia. Su proliferación se deriva de su uso masivo desde que comenzó su producción en los años 50, con la descolonización en pleno auge y las grandes potencias a la caza de nuevas fibras de bajo coste para la pujante industria textil: “Se lo inventaron los ingleses cuando se quedaron sin el algodón de Egipto y de la India y se tuvieron que inventar una fibra derivada del petróleo y muy barata”, relata.
Hoy en día se ha convertido en la materia prima base de esta industria: supone más del 50% de las fibras, con las sintéticas, derivadas de combustibles fósiles, siendo ya más de dos tercios de los materiales utilizados. En concreto ya son el 69%, según apunta el informe Sintéticos anónimos: la adicción de la industria de la moda a los combustibles fósiles, publicado por la Fundación Changing Markets en junio de 2021. La tendencia, lejos de revertirse, va a más: los investigadores de Changing Markets estiman que las sintéticas serán las fibras elegidas para el 73% de la producción textil en 2030, siendo un 85% de ellas poliéster.
Ya se han encontrado microplásticos en placentas humanas. Llamaron al fenómeno plasticenta
Estas cifras pueden poner los pelos de punta en contexto con otras. La Agencia Científica Nacional de Australia estima en 14 millones de toneladas de microplásticos en las profundidades oceánicas globales. Y la organización conservacionista Oceana plantea que la inmensa mayoría de los residuos plásticos arrojados al océano está en el fondo, y no en la superficie. Como señala el doctor Olea, “el 60% del plástico pesa más que el agua, y su mayor origen es textil”. De tu lavadora al fondo del mar en línea directa, dejando las kilométricas islas de plástico del Pacífico como un problema menor en comparación con el que hay en el fondo. De hecho, como señala la responsable de Greenpeace España, “hay estudios que prueban que las larvas de los peces se comen el poliéster y hemos visto microplásticos en los estómagos de los peces”. No es el mejor pensamiento antes de llevarte un pedazo de pez a la boca.
Un mundo sintético
El mercado y el mar no son los únicos espacios inundados de poliéster. También lo está el medio ambiente, los mares, tu casa, y hasta tu cuerpo. Incluso está presente en tu futura prole. Disculpas por el alarmismo pero lo dice un estudio italiano publicado en Environment International en enero de 2021: ya se han encontrado microplásticos en placentas humanas. Llamaron al fenómeno plasticenta. También está en tu intestino, como atestigua otra investigación presentada en octubre por científicos de la Universidad Médica de Viena y de la agencia medioambiental estatal austriaca: tenemos partículas de PET, de policloruro de vinilo (más conocido como PVC) y de una decena de plásticos más en las tripas.
La cantidad de envases hechos con estos materiales es ingente. Y, llegue como llegue al interior del cuerpo humano —o no humano—, “los niños españoles mean todos los días plástico en la orina”, denuncia el doctor. Puede que el poliéster no sea la partícula celestial ni Dios en sí, pero en materia de omnipresencia, se le acerca.
“La mayoría del polvo de tu casa hoy es plástico”, señala el doctor Olea
“El poliéster en sí no es peligroso —continúa Olea—, el problema es cuando se fragmenta”, descomponiéndose el polímero en monómeros que sí caben, por ejemplo, por el riñón. La estola del papa, o el jersey que compraste en la cadena de ropa de turno, va soltando fibras microscópicas que se incorporan como nano y micropartículas al medio. Y, como expone el científico, “el medio ambiente de tu casa son fundamentalmente micropartículas y la mayoría del polvo de tu casa hoy es plástico”, en lo que supone un radical cambio en los últimos años de la composición de lo que sacamos al barrer en casa.
Ese polvo lo aspiramos, a través de las fosas nasales, o entra por vía oral. Olea, de hecho, ya tiene nuevas muestras para analizar de su propio robot aspirador, pero varios estudios norteamericanos ya han adelantado en los últimos años lo que va a encontrar en abundancia: fibras de poliéster. Y estas no vienen solas.
Aditivos tóxicos
Siguiendo con la retórica celestial, el experto en toxicidad de polímeros sintéticos remarca que todas las “características divinas” que tienen los tejidos hoy en día se consiguen con aditivos que se añaden al poliéster. Es el caso de los policromados, retardantes del fuego usados para que, cuando se aproxima una fuente de calor, la fibra no combustione. A la ropa también se le añaden perflorados, que pueden tener cualidades antimanchas. Hay tejidos que no necesitan planchado —vía aditivos— aunque la etiqueta diga que eso ocurre solo hasta los diez primeros lavados, el tiempo que la fibra tarda en perder el aditivo. Así, la lista de característica es amplia: prendas antigrasa, repelentes de agua, hidrófugas… “Todas esas características divinas se consiguen con aditivos, y estos se van desprendiendo”.
“Un renacuajo se convierte en rana por un chute de hormona tiroidea, la misma que tiene una persona. Pero ahora llega la industria química y mete 144.000 compuestos nuevos en el ambiente, de los cuales unos mil joden las hormonas”, denuncia el doctor
El poliéster de la estola papal regalada por Yolanda Díaz podría tener ftalatos entre sus aditivos. Son sustancias que se añaden al PET o al PVC para favorecer la flexibilidad y la duración de los materiales, entre otras características. Pero también son considerados disruptores endocrinos: compuestos que interfieren en la función hormonal de los seres vivos. “Se vinculan a problemas de pubertad precoz, desarrollo anómalo de los genitales en los niños, con comportamientos anómalos…”, enumera Olea. De hecho, el doctor remarca que “lo que más hay en lo que se refiere a defectos hormonales en edades tempranas no son niños con cinco patas o siete ojos, sino niños con comportamientos anómalos, y eso es muy difícil de evaluar, y muy delicado”.
Como continúa el catedrático, “la biología decidió hace millones de años que la mejor manera de comunicarse de los seres intercelulares era con mensajeros químicos: tienes el sistema nervioso, y después mensajeros químicos, las hormonas”. Estas son compartidas por miles de seres diferentes. “Un renacuajo se convierte en rana por un chute de hormona tiroidea, la misma que tiene una persona. Pero ahora llega la industria química y mete 144.000 compuestos nuevos en el ambiente, de los cuales unos mil joden las hormonas e interfieren en el mensaje”, denuncia el experto.
No hay que olvidar la responsabilidad de la industria textil en la crisis climática, ya que es considerada la segunda que más gases de efecto invernadero emite
La Unión Europea ha comenzado a regular el uso de algunos aditivos considerados disruptores endocrinos, aunque Olea califica de “terriblemente lenta” la incorporación de prohibiciones de este tipo de tóxicos a la legislación. El Tribunal de Justicia de la UE ratificaba en 2019 que el Bisfenol A —utilizado por la industria textil y en tintas de tickets, botellas de agua o envases alimenticios, entre otros— como “sustancia extremadamente preocupante” con propiedades tóxicas para la reproducción humana. Está prohibido en la fabricación de biberones y en envases destinados a comida para niños menores de tres años desde 2011. Pero al respecto, Olea tiene algo que decir a los legisladores: “So imbécil, ¿no sabes que hay adultos que llevan niños dentro? Se llaman mujeres”.
La campaña Detox, que Greenpeace mantuvo activa de 2011 a 2018, denunciaba la amplia presencia de compuestos tóxicos en la industria textil. “Se decía que los ríos de Asia llevaban el color de la moda en Europa”, indica Celia Ojeda. La campaña favoreció la modificación del Reglamento de sustancias químicas de la UE (Reach) y, a través de la negociación con grandes marchas europeas y norteamericanas, consiguió algunos éxitos. Sin embargo, Ojeda alerta de que la nueva moda fast fashion —o ultra fast fashion— y low cost, salida de Asia, no mantiene ni un mínimo de compromiso al respecto.
Entre 2000 y 2015 se ha reducido un 36% el tiempo de uso que damos a cada prenda, según recoge la Fundación Ellen MacArthur
Tampoco hay que olvidar la responsabilidad de la industria textil en la crisis climática, ya que es considerada la segunda que más gases de efecto invernadero emite. Su contribución al calentamiento global podría llegar al 10% del total global, según denuncia la responsable de Greenpeace, algo a lo que no ayuda el uso de fibras producidas a partir de combustibles fósiles.
Moda plástica
La proliferación de las fibras sintéticas y la forma de consumo textil están íntimamente relacionadas. Como señala Eva Kreisler, coordinadora de la campaña Ropa Limpia, que defiende un modelo más social y sostenible en la industria, el modelo de usar y tirar “ha calado” y ya no hablamos solo de gigantes como Inditex o H&M. “El propio Amazon se ha metido a esta industria” y las nuevas marcas asiáticas han recrudecido un modelo de producción basado en el consumo rápido y barato. Gema Gómez, de la plataforma Slow Fashion Next, que lleva una década fomentando un modelo de moda más lento, deja claro que sin fibras sintéticas este cambio no habría sido posible: “No podría escalar la moda de la misma manera si se estuviese utilizando lana”.
El estudio Sintéticos Anónimos: la adicción de las marcas de moda a los combustibles fósiles señala que, solo en los primeros 20 años del siglo XXI, el uso de poliéster se ha duplicado. Con los datos en la mano, Gómez habla de un modelo de consumo que se aleja cada vez más de la sostenibilidad, en el que la industria textil ha duplicado su producción global entre 2000 y 2015, un periodo en el que, al mismo tiempo, se ha reducido un 36% el tiempo de uso que damos a cada prenda, según recoge la Fundación Ellen MacArthur en su estudio Una nueva economía textil: rediseñando el futuro de la moda.
“Este modelo de ultra fast fashion nos lleva a utilizar una prenda unas seis veces de media y luego tirarla”, señala Gema Gómez
Al respecto de todo este proceso, las integrantes de Carro de Combate, un colectivo dedicado al periodismo independiente, se encuentran estos días inmersas en su investigación Moda basura: el impacto socioambiental de nuestro consumo frenético de ropa. Laura Villadiego, una de sus integrantes, habla de la “mal llamada democratización del consumo de ropa que ha llevado a que compremos productos de muy baja calidad, que duran muy poco y que a largo plazo ni siquiera nos salen más baratos, porque es menos costoso pero lo tienes que estar cambiando constantemente”. Y más residuo textil supone más fibras sintéticas en el medio.
La periodista remarca que un elemento fundamental que ha llevado a que se imponga este modelo es el concepto de moda. “Cada temporada tenemos que adaptarnos a lo que alguien, la industria, nos dice que se está llevando, y este tipo de productos baratos ayuda a que esa ‘necesidad’ de adaptarse a los modelos que nos imponen continúe”. Además, a la búsqueda artificial de ‘estar a la última’ se añade la obsolescencia percibida: “Si llevo el tacón cuadrado y se lleva fino ya no estoy a la moda, mejor me compro el fino aunque mi zapato de tacón cuadrado sea utilizable cinco años más”, ejemplifica la fundadora de Slow Fashion Next. La presión social, una vez más, llevada al consumo.
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El fast fashion se ha impuesto y hoy en día se producen más de 120.000 prendas al año, más de 15 por habitante de la Tierra. “Este modelo de ultra fast fashion nos lleva a utilizar una prenda unas seis veces de media y luego tirarla”, señala Gema Gómez. Añade “ultra” al término para hablar de marcas como la china Shein, “un modelo nativo digital que no tiene los gastos de sus competidores y que tiene una media de 700 a 1.000 productos al día nuevos en su web: imagínate la locura y el volumen de ventas”.
Lo primero que hay que hacer es, para Laura Villadiego, “huir del concepto de moda: cambiar nuestros criterios de consumo para comprar prendas de calidad que sabes que te van a durar mucho tiempo”
Si Inditex comenzó a instaurar el fast fashion, con cambios de colección constantes y rápidos, y Primark estandarizó el low cost textil, con precios aún más tirados y un alto volumen de ventas por unidad —“una camiseta a un euro para que te lleves veinte camisetas”, clarifica Gema Gómez—, las nuevas marcas asiáticas van ahora un paso más allá. “Lo que viene es mucho más peligroso”, advierte la diseñadora de Slow Fashion Next, denunciando un recrudecimiento de un proceso que lleva a un modelo de consumo compulsivo y digital de ropa basura de baja calidad y menor durabilidad.
Ganadería
Crisis climática Zara es una de las empresas señaladas como responsable de la deforestación de la Amazonía
Así, para acabar con ese consumo desenfrenado y nada lógico de prendas baratas que llenan el planeta de microplásticos y sus aditivos —sean tóxicos o no—, lo primero que hay que hacer es, para Laura Villadiego, “huir del concepto de moda: cambiar nuestros criterios de consumo para comprar prendas de calidad que sabes que te van a durar mucho tiempo”.
“No necesitamos comprar tanto”, añade por su parte Gema Gómez. “La pregunta que tengo que hacerme es, ¿realmente lo necesito? Hay que diferenciar necesidad de deseo”
El uso de fibras vegetales en vez de sintéticos, así como una menor utilización de aditivos, son otras medidas clave, aunque la periodista matiza esta afirmación: “El uso de materias primas vegetales para cualquier tipo de industria que no sea alimenticia tiene muchos riesgos en base a la soberanía alimentaria, porque al final tienes una competición por los usos del suelo y estás dedicando suelo a producir fibra vegetal en vez de comida”.
Tampoco la fibra vegetal es la panacea medioambiental. Conocida es la ingente cantidad de agua que necesita el algodón. “Hay muchas fibras sostenibles, no solo está el algodón orgánico”, apunta Celia Ojeda, quien cita el lyocell, una fibra de origen vegetal pero semisintética, o el Piñatex, similar al cuero pero proveniente de los desechos de la piña.
“Cuidado con las falsas soluciones, crear camisetas con plásticos reciclados de botellas no es la solución”, apunta Celia Ojeda
“No necesitamos comprar tanto”, añade por su parte Gema Gómez. “La pregunta que tengo que hacerme es, ¿realmente lo necesito? Hay que diferenciar necesidad de deseo”. La diseñadora introduce otra palabra clave, la reutilización, que debería priorizarse al reciclado en las medidas a fomentar, y suma además el componente social: “Dentro del producto que quiero comprar está el modelo de negocio que quiero apoyar. ¿Quiero un emprendimiento local o quiero que los más ricos sean aún más ricos?”. Además, en clave medioambiental, recuerda que “las grandes empresas son muy sensibles a la opinión popular, y reaccionan”, tal como ocurrió con la campaña Detox de Greenpeace.
Volviendo a la estola papal, Eva Kreisler, de la campaña Ropa Limpia, advierte de cómo en los últimos años los grandes actores del mercado intentan lavar su cara con etiquetas eco y sostenible. “Usan fibras recicladas, o de botellas, aunque sea una mínima parte de su producto”. Y reciclada o no, la fibra sintética se desprende y viaja igual rumbo a las profundidades oceánicas o a las de tu intestino.
Residuos
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“Cuidado con las falsas soluciones, crear camisetas con plásticos reciclados de botellas no es la solución”, apunta Celia Ojeda, quien termina con una receta clara: “Lo que hay que hacer es comprar menos camisetas y, si puedes, repararlas y reutilizarlas. Y si tienes que comprar ropa, que sea procedente de marcas sostenibles que tienen un control ambiental y social mucho mayor que la fast fashion”.