En inglés, se usa la expresión “una tormenta perfecta” para describir un escenario donde unos eventos excepcionales se combinan para crear un verdadero desastre. Pues bien, los incendios que están arrastrando el Estado de California en estos momentos es una tormenta perfecta, de casi proporciones bíblicas.
Para empezar, la eléctrica privada con ánimo de lucro en California, Pacific Gas - Electric (PG&E), lleva décadas sin poner los recursos adecuados para mantener sus redes eléctricas en California, un estado un poco más pequeño que el conjunto del territorio español y con una población de casi cuarenta millones de personas. Está de más decir que redes eléctricas anticuadas y decadentes chispean y fallan con más frecuencia, resultando en un elevado peligro de incendio.
El segundo evento excepcional es la sequía duradera, impulsada por el cambio climático, que lleva una década yendo y viniendo por todo el estado. Además, mientras que en el resto del mundo la subida de temperatura promedio es de 0,5ºC, la temperatura de California se ha incrementado 1,5ºC durante los últimos cien años. Estos cambios y otros factores asociados con el cambio climático también han resultado en alteraciones de vientos otoñales, aunque una descripción detallada de este fenómeno está fuera de los límites de este artículo. Basta decir que los vientos se han vuelto más impredecibles y más fuertes, mucho más fuertes. Como si esto fuera poco, la ausencia de incendios en décadas pasadas significa que hay una gran cantidad de vegetación que sirve como combustible para alimentar cualquier llama ambulante.
En suma, las condiciones en California en octubre, después del verano y meses sin lluvia, son calientes, secas, y ventosas, con mucho material forestal para quemar. Con los vientos récord que estamos viendo, solo una de las líneas eléctricas de PG&E tiene que chispear un poco para causar un incendio como el del año pasado, The Camp Fire, que llego a extenderse un campo de fútbol cada segundo, quemando 20.000 acres en solo 14 horas, mató a 85 personas, y destrozó 18.804 edificios. Y PG&E sabe esto. Este año la empresa cortó la luz a 2,5 millones de personas en todas partes del estado durante días y hay zonas grandes que todavía no tienen electricidad. En las zonas más cercanas a los incendios activos ahora mismo, cientos de miles de personas fueron evacuadas durante días. La vida cotidiana se ha vuelto complicada en muchos sitios a lo largo del estado.
Sin acción global para combatir el cambio climático, California va a tener que acostumbrarse al humo. Como en los últimos años, el escenario de esta tormenta perfecta va a replicarse: un ambiente seco después del verano, vientos impredecibles y violentos, y líneas eléctricas en estado decadentes.
Esta situación plantea la pregunta: ¿podemos seguir dependiendo de los beneficios privados frente a la problemática del cambio climático?
En las últimas décadas, en vez de escuchar a la comunidad científica y llevar a cabo las medidas de prevención, PG&E eligió no mantener ni modernizar su red eléctrica por la simple razón de que hubiera tomado tiempo y dinero. Ahora, en los últimos años cientos de personas se han quemado vivas, cientos de miles de personas han perdido sus casas o sus negocios, y la economía del estado está sufriendo daños y perjuicios por valor de mil millones de dólares. Y PG&E, en un flashback a la crisis financiera de 2008, va a otorgar el director ejecutivo entrante, Bill Johnson, un salario base anual de 2,5 millones de dólares por un contrato de tres años, aunque la empresa se declaró en quiebra después de perder las demandadas de varias víctimas de incendios.
Estamos presenciando transformaciones del medio ambiente irrefutables y profundas, y las oportunidades para otras tormentas perfectas solo van a multiplicarse. Tal vez, ¿será que los beneficios de las compañías y sus directivos valen más que la vida de las personas que vivimos en California?